GÈNESI 15:16
“Porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del
amorreo hasta aquí”
A menudo se oye
decir: Por qué Dios permite estas cosas? Si de nosotros dependiera invocaríamos
a Dios, si creyésemos en Él, que hiciera descender fuego del cielo que consumiese
a todos estos indeseables malhechores. ¡Viviríamos mejor sin ellos!
En sueños Dios
habla a Abram asegurándole la posesión de la Tierra Prometida por su
descendencia. Antes ocurriría que su
descendencia moraría en tierra ajena, en donde sería allí esclavizada durante
cuatrocientos años, ”y en la cuarta generación
volverán acá, porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta
aquí”
Desde que Abram
escuchó estas palabras hasta que Israel en la Tierra Prometida transcurrieron
unos 700 años. ¡Qué largo período de tiempo tuvo que transcurrir para que el
colmo de la maldad del amorreo llegase al punto de no retorno. ¡Setecientos
años de espera para salvar a Rahab y a su familia, pues no hay evidencias de
que entre los pueblos de Canaán se salvase alguien más!
Antes del
Diluvio “vio el Señor que la maldad de los hombres
era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de
ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis6:5). Cuando se llega a punto de no retorno,
la espera tardó el tiempo que duró la construcción del arca, finalizada llega
el juicio de las personas y de las naciones.
Desconocemos el
número de Rahabs que el Señor tiene en su corazón salvar. No nos precipitemos
pidiendo que llegue el día glorioso del retorno de Jesús para poner fin a la
situación actual de maldad. El Señor, por el Espíritu Santo estará con su
pueblo recordándole todo lo que enseñó durante su ministerio terrenal. Una de
las cosas que debemos recordar son las palabras que Jesús dijo antes de su
ascensión: “Toda potestad me es dada en el cielo y en
la tierra. Por tanto id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolo
en el nombre del Padre, y del Hijo, y del espíritu Santo, enseñándoles que
guarden todas las cosas que os he mandado, y he aquí yo estoy con vosotros
todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28: 18-20).
En cierta
ocasión yendo Jesús de Galilea a Jerusalén, los samaritanos no le recibieron “porque su aspecto era como de ir a Jerusalén”. Ante lo que los discípulos consideraron
un agravio a la persona del Maestro, los apóstoles le pidieron permiso para
hacer descender fuego del cielo para que los consumiese. Ante tanta belicosidad
Jesús les dijo: “Vosotros no sabéis de que espíritu
sois, porque el Hijo del Hombre no ha venido para perderlas almas de los
hombres, sino para salvarlas” (Lucas
9:51-56). La salvación de los pecadores debe ocupar un lugar prioritario en
nuestras vidas.
“El Señor no retarda su promesa, según
algunos tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no
queriendo que nadie perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3.9).
SALMO 49:8
“Porque la
redención de su alma es de gran precio y no se logrará pagar nunca”
El salmo 49 es
una denuncia contra aquellos que pretenden salvar su alma de la condenación
eterna por medio de las riquezas, generalmente adquiridas por medios injustos.
¿Cómo se puede pretender adquirir la justicia con la injusticia? Pensar que
muchos se lo creen hace llorar. ¿Cómo cree el lector que se lo están pasando
quienes tiempos ha sufragaban los costes de la construcción de catedrales y
otros edificios religiosos a cambio de una placa que recordará durante siglos
el nombre de los dadivosos mecenas? “La redención del
alma es de gran precio y no se logrará pagar nunca”. Quienes esperan comprar con dinero la salvación de
sus almas, el crujir y rechinar de dientes será el pago que recibirán en la
eternidad.
El salmista no
se corta al referirse a aquellos que quieren comprar su salvación con dinero: “Como a rebaños que son conducidos al sepulcro, la muerte los
pastoreará” (v. 14). El
salmista que vive confiado en el Señor cree que “Dios
redimirá mi vida del poder del sepulcro”(v.18).
La paga del
pecado es muerte física temporal (hasta el día de la resurrección) y muerte
eterna integral en el día de la resurrección cuando los cuerpos corruptibles
serán revestidos de incorruptibilidad retorciéndose eternamente de dolor. Esta
imagen del dolor eterno son muchos quienes no desean que sea real. La niegan.
Pero ello no impedirá que la promesa del Señor se cumpla.
Una anécdota
que leí a principios de mi conversión a Cristo: A un negro que siempre tenía el
Nombre de Jesús a flor de labios le preguntaron por qué lo hacía. De forma muy
gráfica explicó el motivo. Cogió un puñado de hierba seca y con ella formó un
círculo. Atrapó un gusano y lo puso dentro de él. Prendió fuego a la hierba y
cuando el gusano empezó a retorcerse de dolor sacó el gusano del fuego,
diciendo a sus interrogadores: “Yo era como este gusano siendo consumido por el
fuego del infierno, hasta que un día vino Jesús y me sacó de él, ¿no debo
estarle agradecido por una salvación tan grande?
Si el lector se
encuentra en situación parecida a la que se encontraba el negro de la
ilustración, arrepiéntete de tus pecados y cree que Jesús es tu Salvador,
vivirás eternamente. La deuda que tienes con Dios que no puedes pagar porque
aunque pudieras recoger todo el dinero que a lo largo de los siglos ha
circulado por el mundo, no sería suficiente para pagarla. Esta deuda impagable
la liquida Jesús, el Hijo de Dios, al derramar su sangre en la cruz. La sangre
de Jesús te limpia todos tus pecados y te pone en el camino estrecho que te
lleva a Dios. Si esto ocurre en tu vida el Nombre de Jesús estará
permanentemente en tu corazón y en tus labios.
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