dilluns, 19 de setembre del 2016

GÈNESI 15:16

Porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí”
A menudo se oye decir: Por qué Dios permite estas cosas? Si de nosotros dependiera invocaríamos a Dios, si creyésemos en Él, que hiciera descender fuego del cielo que consumiese a todos estos indeseables malhechores. ¡Viviríamos mejor sin ellos!
En sueños Dios habla a Abram asegurándole la posesión de la Tierra Prometida por su descendencia. Antes ocurriría  que su descendencia moraría en tierra ajena, en donde sería allí esclavizada durante cuatrocientos años, ”y en la cuarta generación volverán acá, porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí”
Desde que Abram escuchó estas palabras hasta que Israel en la Tierra Prometida transcurrieron unos 700 años. ¡Qué largo período de tiempo tuvo que transcurrir para que el colmo de la maldad del amorreo llegase al punto de no retorno. ¡Setecientos años de espera para salvar a Rahab y a su familia, pues no hay evidencias de que entre los pueblos de Canaán se salvase alguien más!
Antes del Diluvio “vio el Señor que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis6:5). Cuando se llega a punto de no retorno, la espera tardó el tiempo que duró la construcción del arca, finalizada llega el juicio de las personas y de las naciones.
Desconocemos el número de Rahabs que el Señor tiene en su corazón salvar. No nos precipitemos pidiendo que llegue el día glorioso del retorno de Jesús para poner fin a la situación actual de maldad. El Señor, por el Espíritu Santo estará con su pueblo recordándole todo lo que enseñó durante su ministerio terrenal. Una de las cosas que debemos recordar son las palabras que Jesús dijo antes de su ascensión: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado, y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28: 18-20).
En cierta ocasión yendo Jesús de Galilea a Jerusalén, los samaritanos no le recibieron “porque su aspecto era como de ir a Jerusalén”. Ante lo que los discípulos consideraron un agravio a la persona del Maestro, los apóstoles le pidieron permiso para hacer descender fuego del cielo para que los consumiese. Ante tanta belicosidad Jesús les dijo: “Vosotros no sabéis de que espíritu sois, porque el Hijo del Hombre no ha venido para perderlas almas de los hombres, sino para salvarlas” (Lucas 9:51-56). La salvación de los pecadores debe ocupar un lugar prioritario en nuestras vidas.
“El Señor no retarda su promesa, según algunos tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3.9).


SALMO 49:8

“Porque la redención de su alma es de gran precio y no se logrará pagar nunca”
El salmo 49 es una denuncia contra aquellos que pretenden salvar su alma de la condenación eterna por medio de las riquezas, generalmente adquiridas por medios injustos. ¿Cómo se puede pretender adquirir la justicia con la injusticia? Pensar que muchos se lo creen hace llorar. ¿Cómo cree el lector que se lo están pasando quienes tiempos ha sufragaban los costes de la construcción de catedrales y otros edificios religiosos a cambio de una placa que recordará durante siglos el nombre de los dadivosos mecenas? “La redención del alma es de gran precio y no se logrará pagar nunca”. Quienes esperan comprar con dinero la salvación de sus almas, el crujir y rechinar de dientes será el pago que recibirán en la eternidad.
El salmista no se corta al referirse a aquellos que quieren comprar su salvación con dinero: “Como a rebaños que son conducidos al sepulcro, la muerte los pastoreará” (v. 14). El salmista que vive confiado en el Señor cree que “Dios redimirá mi vida del poder del sepulcro”(v.18).
La paga del pecado es muerte física temporal (hasta el día de la resurrección) y muerte eterna integral en el día de la resurrección cuando los cuerpos corruptibles serán revestidos de incorruptibilidad retorciéndose eternamente de dolor. Esta imagen del dolor eterno son muchos quienes no desean que sea real. La niegan. Pero ello no impedirá que la promesa del Señor se cumpla.
Una anécdota que leí a principios de mi conversión a Cristo: A un negro que siempre tenía el Nombre de Jesús a flor de labios le preguntaron por qué lo hacía. De forma muy gráfica explicó el motivo. Cogió un puñado de hierba seca y con ella formó un círculo. Atrapó un gusano y lo puso dentro de él. Prendió fuego a la hierba y cuando el gusano empezó a retorcerse de dolor sacó el gusano del fuego, diciendo a sus interrogadores: “Yo era como este gusano siendo consumido por el fuego del infierno, hasta que un día vino Jesús y me sacó de él, ¿no debo estarle agradecido por una salvación tan grande?
Si el lector se encuentra en situación parecida a la que se encontraba el negro de la ilustración, arrepiéntete de tus pecados y cree que Jesús es tu Salvador, vivirás eternamente. La deuda que tienes con Dios que no puedes pagar porque aunque pudieras recoger todo el dinero que a lo largo de los siglos ha circulado por el mundo, no sería suficiente para pagarla. Esta deuda impagable la liquida Jesús, el Hijo de Dios, al derramar su sangre en la cruz. La sangre de Jesús te limpia todos tus pecados y te pone en el camino estrecho que te lleva a Dios. Si esto ocurre en tu vida el Nombre de Jesús estará permanentemente en tu corazón y en tus labios.




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