VIOLENCIA
INSTITUCIONALIZADA
<b>En
determinadas circunstancias todos somos capaces de cometer atrocidades porque
el mal habita en nosotros. Sólo le falta la ocasión</b>
¿Somos
una sociedad violenta?, es la pegunta que a menudo nos hacemos. ¿Puede
prevenirse? ¿Son la televisión, los videojuegos y otros chismes electrónicos
los que la fomentan? Estas y otras
peguntas nos las hacemos en momentos puntuales que desgraciadamente abundan
demasiado.
Las
telenoticias nos saturan de violencia con los videos de decapitaciones
realizadas por el Estado Islámico. Imágenes de los destrozos producidos por los
bombardeos en la zona de Gaza. Los cuerpos dispersados y mutilados entre los
escombros en done hay conflictos bélicos. Madres cadavéricas dando el pecho sin
leche a niños escuálidos…
A todo
ello hemos de añadir que los gobernantes en nombre de la paz se preparan para
la guerra incrementando el presupuesto militar, con lo que servicios básicos
como sanidad, educación, prestaciones sociales contemplan como se restringen las
partidas presupuestarias destinadas a ellas. Con la paz conseguida con las
armas se favorece la cultura de la brutalidad, se fomentan las mafias que
trafican con el comercio ilegal de armas y de personas. ¿Existe alguna manera
de poner fin a esta locura que fomenta el terror, la miseria y la desgracia? Se
dice que si gobernasen las mujeres la política sería más humana y que se
reducirían drásticamente las injusticias. Dudo que fuese así porque “del
malvado brota la maldad” (1 Samuel 24:13). La mujer como el hombre son
malvados. El resultado de un gobierno femenino no podría ser otro que el que
denunciamos.
Se dice
que el ser humano es bueno por naturaleza, si actúa injustamente se debe a que
las circunstancias le obligan a ello. Es cierto que determinadas
situaciones pueden ayudarnos a
reaccionar furiosamente, pero no son las circunstancias las responsables de
nuestro comportamiento violento, sino nuestra predisposición a hacerlo. Se dice
que la ocasión hace al ladrón. Uno no manifiesta su predisposición a robar
hasta que se le presenta la oportundad de hacerlo. En las empresas privadas,
los pequeños hurtos que se dan en ellas ponen de manifiesto el espíritu
delincuente que se esconde detrás de la careta de respetabilidad. Nos
lamentamos de los escandalosos casos de
corrupción que se dan en el gobierno, en las corporaciones estatales y
municipales. La honorabilidad de las personas se pone de manifiesto cuando
teniendo la oportunidad de untarse las manos de aceite no se mete la mano en la
vasija. Por lo que respecta a la violencia ocurre algo parecido. Uno no se
muestra violento hasta el momento en que se le presenta la oportunidad. Hay
niños que maltratan a sus padres y abuelos, de hecho y con palabras. Se dan
padres que ejercen violencia sobre sus hijos provocándolos a ira. Maridos que
maltratan físicamente y psicológicamente
a sus esposas, llegando incluso a matarlas. Se dan casos de esposas que
matan a sus maridos. Hay personas que sin escrúpulos se aprovechan de los
ancianos que cuidan, desposeyéndolos de sus ahorros. Podemos decir que estas
cosas jamás las haremos. No olvidemos que no podemos decir que jamás haremos
tal cosa <i>”quien se crea fuerte mire que no caiga”</i>, es el
consejo que encontramos en la Biblia.
El
fotógrafo brasileño <b>Sebastiao Salgado</b> le dice a la
periodista Ima Sanchís: “Cuando usted y yo nos encontramos sentía una gran
desilusión por nosotros los hombres. Yo creía que teníamos la capacidad de
amarnos los unos a los otros como dijo Jesús y sostenían Sócrates y platón. Pero
comprobé que somos una especie brutal, que quizás nuestra verdadera naturaleza
es la violencia, somos un animal depredador, muy agresivo, no solamente con las
otras especies, también contra nosotros mismos”.
La
carta a los Romanos describe la
naturaleza humana sin maquillaje fruto
de la desobediencia de Adán, de quien descendemos: “Como está escrito: No hay
justo ni aún uno, no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se
desviaron, a una se hicieron inútiles, no hay quien haga lo bueno, no hay ni
siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta, con su lengua engañan. Veneno de
áspides hay debajo de sus labios, su
boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derramar
sangre, quebranto y desventura hay en sus caminos, y no conocieron camino de
paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos” (3: 10-18).
La
descripción que hace el apóstol Pablo del ser humano es el resultado de que no
existe en el hombre temor de Dios. Esta carencia favorece la expresión: no hay
brida que lo frene. Negar a Dios el temor que se merece por ser el Creador
permite que Satanás se convierta en el padre espiritual de los hombres,
filiación que exige el cumplimiento de las órdenes que emanan de tan malvado
padre. Jesús deja bien claro que quienes no son hijos del Padre celestial
tienen al diablo por padre. El término medio no existe: “Vosotros sois de
vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer” (Juan
8:44). Un ejemplo de transformación de un carácter agresivo a pacífico lo tenemos
en el endemoniado gadareno que “era tan violento que nadie podía pasar por
aquel camino” (Mateo 8:28). Se encuentra con Jesús, cree en Él y aquel hombre
terriblemente agresivo, los gadarenos lo encontraron “sentado, vestido y en su
juicio cabal” (Marcos 5:15).
El
problema de la violencia creciente no es una cuestión de moral y ética. Tampoco
de educación. Ni de filosofía. La lectura de los filósofos clásicos
grecorromanos no cambia la ferocidad humana porque deja intacta la naturaleza
felina que se amaga en su corazón. Solamente la conversión en hijos de
Dios por la fe en Cristo, al recibir
una nueva naturaleza semejante a la de Dios se invierte la tendencia porque al
ser receptor del amor de Dios empieza a amar con el amor de Dios. El amor de
Dios no es agresivo. Todo lo contrario: es pacificador, busca resolver los
problemas buscando el bien del otro, a veces en perjuicio propio, buscando la
reconciliación. Esta es la gran necesidad de nuestro tiempo: Personas guiadas
por Jesucristo que busquen la reconciliación.
Octavi Pereña i Cortina
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