dilluns, 7 de març del 2016

GÉNESIS 39:2

“Mas el Señor estaba con José”
Sufrimiento es una palabra tabú en la sociedad actual. Las personas quieren regirlo de la misma manera que huyen ante un perro sarnoso. No hay para tanto cuando el sufriente está con el Señor o mejor dicho cuando el Señor está  con quien sufre. Lo vemos claro en el caso de José que fue vendido por sus hermanos a unos traficantes que a su vez lo vendieron a Putifar un alto funcionario  de Egipto. “Mas el Señor estaba con José”. En el dolor, el Señor consolaba a José. La promesa del Señor “no te dejaré ni te abandonaré” es vigente en todas las épocas de la historia del hombre, no para unas personas seleccionadas según preferencias, sino para todos los creyentes en Cristo sea cual sea su condición social y situación determinada. Por una falsa acusación de la esposa de Putifar que acusó a José de asedio sexual, Putifar, el marido humillado, mandó a José de patitas a la cárcel, privándole de la libertad de movimientos que gozaba cuando ejercía de administrador de los bienes de Putifar. “Pero el Señor estaba con José y le extendió su misericordia y le dio gracia en los ojos del jefe de la cárcel”(v.21).
Aún cuando en principio nos disgusta el sufrimiento, es medicina para el alma. Lo que termino de escribir lo confirman las palabras que redactó el apóstol Pedro (1 Pedro 1:6,7). El apóstol dice a sus lectores que se alegren en la esperanza de alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero: “Aunque ahora, por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas”. ¿Qué utilidad tendrían las pruebas que de ser necesarias tendría que padecer los receptores de la carta de Pedo? La semilla que el sembrador de la parábola esparció cayó en cuatro tipos de tierra: “El diablo la quitó de los corazones de los oyentes “para que no crean y se salven”. La que cayó en terreno pedregoso, por un tiempo da la sensación de que se tendrá buena cosecha,”pero en el tiempo de la prueba se apartan”. La que cae entre espinos, éstos ”son ahogados por los afanes y las riquezas  y los placeres de la vida, y no llevan fruto”  (Lucas 8: 4-15).
Por un lado los contratiempos sirven para separar los justos de los injustos Ya que éstos abandonan por propio pie seguir al Señor. El sufrimiento, pero, tiene una cosa muy beneficiosa par el verdadero creyente en Cristo. Hoy, el pecado afea la santidad de los creyentes. Pedro dice que la fe del creyente es parecido al oro que debe ser pasado por el fuego para sacarle las impurezas que lleva consigo para que pueda deslumbrar a los ojos. Hoy, la santidad del creyente en Cristo aparece deslustrada por las muchas manchas y arrugas que hay en ella, que son la consecuencia del pecado. La aflicción es el medio que el Señor tiene en sus manos para hacer que la santidad con que nos ha revestido brille esplendorosamente como el oro que ha pasado por el fuego. José necesitó pasar por la prueba del fuego para que las manchas y arrugas que había en él desapareciesen. Nosotros, si somos del Señor, también  necesitamos pasar por el crisol de la aflicción.
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ÉXODO 10:23

“Mas todos los hijos de Israel tenían luz en sus habitaciones
El faraón era contumaz ante la evidencia de que el Dios de Israel es el único Dios y que fuera de Él no hay otro Dios. Los dioses de los egipcios no podían hacer nada ante la evidencia de que el Dios de Israel es el Todopoderoso. Sabiéndolo, el faraón, en su orgullo herido prefería que Egipto se arruinase antes que humillarse ante el Dios de Israel.
Algunas de las plagas que hirieron a Egipto las compartieron también los judíos. Hoy en día los hijos de Dios sufren con los incrédulos. Ser hijos de Dios no nos exime del todo del sufrimiento.
La plaga de las tinieblas especifica que “los hijos de Israel tenían luz en sus habitaciones”. La luz y las tinieblas no pueden ir cogidas del brazo. Como creyentes en Cristo somos la luz  del mundo. La luz de Dios ha resplandecido en nuestros corazones y expulsado las tinieblas que había en ellos. Si somos hijos de Dios y en nuestros corazones resplandece la luz de Cristo, como somos hijos del día ya no vamos por el mundo dándonos cabezazos. La luz de la que somos portadores por la fe en Jesús ilumina nuestro caminar diario y sorteamos los obstáculos que se presentan a lo largo del camino hacia el cielo.
“lámpara a mis pies es tu palabra, y lumbrera en mi camino” (Salmo 119:106). A los cristianos nos acompaña continuamente la luz de Dios pero no nos gozamos en ella como por arte de magia. Debemos perseguirla incansablemente. Jesús lo afirma rotundamente: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). El disfrute de la luz que es Jesús se consigue siguiéndole, que consiste en creer en Él como Señor y Salvador y obedeciendo su palabra. Jesús concede gratis su luz a todo el mundo, pero, los que no andan en tinieblas son los que verdaderamente creen en Jesús, agarrándose a Él y no soltándolo en ningún momento. Es un esfuerzo que no quiere descanso. Los que se esfuerzan vencen al mundo.
Para que Jesús y su Palabra sean las lámparas que alumbran nuestro camino diario  no debemos imitar a las vírgenes insensatas que tenían sus lámparas sin aceite. Debemos imitar a las prudentes que en la espera las tenían llenas de aceite. ¿Mantenemos nuestras lámparas llenas de aceite? ¿Cómo mantendremos nuestras lámparas llenas de aceite? Poniendo a Jesús en el primer lugar en nuestras vidas, sentándonos a sus pies como lo hacía María, escuchando sus palabras atentamente. Hoy no lo podemos hacer literalmente porque Jesús está sentado en su trono a la diestra del Padre, pero podemos imitarla teniendo la Biblia abierta y permitir que cada día hable a nuestros corazones. Sus palabras creídas y obedecidas son la lumbrera  que alumbra nuestro camino.

Lo gentiles andan en tinieblas. Quienes nos decimos cristianos, ¿andamos en la luz de Jesús? Un arrepentimiento sincero no nos vendría nada mal.

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