GÉNESIS 39:2
“Mas el
Señor estaba con José”
Sufrimiento
es una palabra tabú en la sociedad actual. Las personas quieren regirlo de la
misma manera que huyen ante un perro sarnoso. No hay para tanto cuando el
sufriente está con el Señor o mejor dicho cuando el Señor está con quien sufre. Lo vemos claro en el caso de
José que fue vendido por sus hermanos a unos traficantes que a su vez lo
vendieron a Putifar un alto funcionario
de Egipto. “Mas el Señor estaba
con José”. En el dolor, el Señor consolaba a José. La promesa del Señor “no te dejaré ni te abandonaré” es
vigente en todas las épocas de la historia del hombre, no para unas personas
seleccionadas según preferencias, sino para todos los creyentes en Cristo sea
cual sea su condición social y situación determinada. Por una falsa acusación
de la esposa de Putifar que acusó a José de asedio sexual, Putifar, el marido
humillado, mandó a José de patitas a la cárcel, privándole de la libertad de
movimientos que gozaba cuando ejercía de administrador de los bienes de
Putifar. “Pero el Señor estaba con José y
le extendió su misericordia y le dio gracia en los ojos del jefe de la cárcel”(v.21).
Aún
cuando en principio nos disgusta el sufrimiento, es medicina para el alma. Lo
que termino de escribir lo confirman las palabras que redactó el apóstol Pedro
(1 Pedro 1:6,7). El apóstol dice a sus lectores que se alegren en la esperanza de alcanzar la salvación que está
preparada para ser manifestada en el tiempo postrero: “Aunque ahora, por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser
afligidos en diversas pruebas”. ¿Qué utilidad tendrían las pruebas que de
ser necesarias tendría que padecer los receptores de la carta de Pedo? La
semilla que el sembrador de la parábola esparció cayó en cuatro tipos de
tierra: “El diablo la quitó de los corazones de los oyentes “para que no crean y se salven”. La que cayó en terreno pedregoso,
por un tiempo da la sensación de que se tendrá buena cosecha,”pero en el tiempo de la prueba se apartan”. La que cae entre espinos,
éstos ”son ahogados por los afanes y las
riquezas y los placeres de la vida, y no
llevan fruto” (Lucas 8: 4-15).
Por un
lado los contratiempos sirven para separar los justos de los injustos Ya que
éstos abandonan por propio pie seguir al Señor. El sufrimiento, pero, tiene una
cosa muy beneficiosa par el verdadero creyente en Cristo. Hoy, el pecado afea
la santidad de los creyentes. Pedro dice que la fe del creyente es parecido al
oro que debe ser pasado por el fuego para sacarle las impurezas que lleva
consigo para que pueda deslumbrar a los ojos. Hoy, la santidad del creyente en
Cristo aparece deslustrada por las muchas manchas y arrugas que hay en ella,
que son la consecuencia del pecado. La aflicción es el medio que el Señor tiene
en sus manos para hacer que la santidad con que nos ha revestido brille
esplendorosamente como el oro que ha pasado por el fuego. José necesitó pasar
por la prueba del fuego para que las manchas y arrugas que había en él
desapareciesen. Nosotros, si somos del Señor, también necesitamos pasar por el crisol de la
aflicción.
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ÉXODO 10:23
“Mas
todos los hijos de Israel tenían luz en sus habitaciones
El
faraón era contumaz ante la evidencia de que el Dios de Israel es el único Dios
y que fuera de Él no hay otro Dios. Los dioses de los egipcios no podían hacer
nada ante la evidencia de que el Dios de Israel es el Todopoderoso. Sabiéndolo,
el faraón, en su orgullo herido prefería que Egipto se arruinase antes que
humillarse ante el Dios de Israel.
Algunas
de las plagas que hirieron a Egipto las compartieron también los judíos. Hoy en
día los hijos de Dios sufren con los incrédulos. Ser hijos de Dios no nos exime
del todo del sufrimiento.
La plaga
de las tinieblas especifica que “los
hijos de Israel tenían luz en sus habitaciones”. La luz y las tinieblas no
pueden ir cogidas del brazo. Como creyentes en Cristo somos la luz del mundo. La luz de Dios ha resplandecido en
nuestros corazones y expulsado las tinieblas que había en ellos. Si somos hijos
de Dios y en nuestros corazones resplandece la luz de Cristo, como somos hijos
del día ya no vamos por el mundo dándonos cabezazos. La luz de la que somos
portadores por la fe en Jesús ilumina nuestro caminar diario y sorteamos los
obstáculos que se presentan a lo largo del camino hacia el cielo.
“lámpara a mis pies es tu
palabra, y lumbrera en mi camino” (Salmo 119:106). A los cristianos nos acompaña
continuamente la luz de Dios pero no nos gozamos en ella como por arte de
magia. Debemos perseguirla incansablemente. Jesús lo afirma rotundamente: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no
andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). El
disfrute de la luz que es Jesús se consigue siguiéndole, que consiste en creer
en Él como Señor y Salvador y obedeciendo su palabra. Jesús concede gratis su
luz a todo el mundo, pero, los que no andan en tinieblas son los que
verdaderamente creen en Jesús, agarrándose a Él y no soltándolo en ningún
momento. Es un esfuerzo que no quiere descanso. Los que se esfuerzan vencen al
mundo.
Para que
Jesús y su Palabra sean las lámparas que alumbran nuestro camino diario no debemos imitar a las vírgenes insensatas
que tenían sus lámparas sin aceite. Debemos imitar a las prudentes que en la
espera las tenían llenas de aceite. ¿Mantenemos nuestras lámparas llenas de
aceite? ¿Cómo mantendremos nuestras lámparas llenas de aceite? Poniendo a Jesús
en el primer lugar en nuestras vidas, sentándonos a sus pies como lo hacía
María, escuchando sus palabras atentamente. Hoy no lo podemos hacer
literalmente porque Jesús está sentado en su trono a la diestra del Padre, pero
podemos imitarla teniendo la Biblia abierta y permitir que cada día hable a
nuestros corazones. Sus palabras creídas y obedecidas son la lumbrera que alumbra nuestro camino.
Lo
gentiles andan en tinieblas. Quienes nos decimos cristianos, ¿andamos en la luz
de Jesús? Un arrepentimiento sincero no nos vendría nada mal.
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