¡PASCUA!
<b>La
religiosidad tradicional no es la mejor manera de ser obedientes a las
instrucciones divinas</b>
Cada
día es el apropiado para hablar de Jesús porque nunca se sabe si será la última
oportunidad de oír hablar de su perdón. El mensaje que transmite la llamada
Semana Santa no es realmente el Evangelio. La verdad del Evangelio la oscurecen
las tradiciones que se han ido añadiendo a lo largo de los siglos al relato
evangélico de la pasión de Jesús, dejando a las personas que necesitan saber la
verdad en una casi total oscuridad. Vayamos al relato en que Lucas describe el
momento crucial de la vida de Jesús que es su crucifixión para perdonar los
pecados del pueblo de Dios.
Alos
ojos de la muchedumbre tres malhechores cuelgan es sus respectivas cruces
rodeados de un populacho que vociferaba sediento de sangre que se ha reunido
para disfrutar viendo como tres hombres mueren con grandes sufrimientos. No es
el lugar más idóneo para entablar una conversación y menos de carácter
espiritual que tiene que ver con la salvación. Si esta reunión la hubiesen
convocado los protagonistas no habrían escogido lugar tan impropio en que no se
daba la necesaria intimidad y rodeados de una ensordecedora multitud. Pero la
reunión no la han convocado los hombres, es Dios quien ha predeterminado desde antes de la creación
del mundo, el lugar y el momento: La Pascua en que tenia que morir Jesús para
salvación del pueblo de Dios.
Los
soldados romanos que vigilaban el escenario, que se distraían jugándose a los
dados las pertenencias de Jesús (Lucas 23:3-7) se burlaban de Él diciéndole:
“Si eres el Rey de los judíos sálvate a ti mismo”, ignorando que estaban
diciendo una gran verdad: Jesús es el rey de los judíos y, más concretamente
Jesús es el Rey del Reino de Dios cuyos ciudadanos lo son tanto judíos como
gentiles que le reconocen como Rey.
Es
posible que tanto el mensaje escrito y clavado en la cruz sobre la cabeza de
Jesús como las palabras de los soldados llegasen a oídos de los dos malhechores
estimulase a uno de ellos a dirigirse a Jesús de manera ultrajante, diciéndole:
“Si tu eres el Cristo sálvate a ti mismo y a nosotros” (v. 31). El escenario
pone de manifiesto lo misterioso que son los caminos del Señor. Uno de los crucificados se burla de Jesús en
tato que el otro reprende a su compañero de fechorías, diciéndole: “¿Ni aún
temes a Dios, estando en la misma condenación?” (v.40). El Espíritu Santo que
de manera imperceptible rearguye los pecados le inspira a confesar su condición
de pecador: “Nosotros, a la verdad justamente padecemos, porque recibimos lo
que merecieron nuestros hechos, mas éste ningún mal hizo”(v.41). ¡Qué admirable
es la gracia de Dios que en un segundo
cambia la manera de pensar de un hombre! Un bandido acostumbrado a la
violencia y que es muy posible que la justificase con “se lo merecía”, a punto
de morir reconoce que el terrible sufrimiento
que retorcía su cuerpo se lo merecía por sus hechos delictivos
cometidos.
Es más,
reconoce que sus fechorías no las cometió únicamente contra los hombres. Admite
que previamente las había realizado contra Dios. Aquel hombre que nunca había
admitido haber hecho nada malo se humilla ante Jesús y le ruega. “Señor,
acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (v.42). El mismo Jesús que había
dicho: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos…Porque no he
venido a llamar justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Mateo 9: 12,13),
¿no perdonará a aquel hombre que sufre a su lado y que humildemente le pide:
“Señor, acuérdate de mi cuando vengas en tu reino”? Jesús le responde
garantizándole su salvación eterna: “En verdad te digo: Hoy estarán conmigo en
el paraíso” (v.43).
No
todos los pecadores que se acercan a Jesús lo hacen poco antes de exhalar el
último aliento. Muchos lo hacen años antes de su fallecimiento, pero a todos
que le piden que se acuerde de ellos cuando venga en su reino, reciben la misma
respuesta: “Estarás conmigo en el paraíso”.
A lo
largo de los siglos se ha ido degradando la celebración de la Pascua,
haciéndolo con mucha bulla religiosa, pero ignorando su significado. El apóstol
Pablo nos dice que no debe celebrarse dejando que la “levadura leude toda la
masa” (1 Corintios 5:6), es decir, que el pecado sin haber sido perdonado por
la sangre de Jesús presida la celebración: “Limpiaos, pues de la vieja
levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois, porque nuestra
Pascua que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la
fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y maldad, sino con panes sin levadura, de
sinceridad y de verdad” (vv. 7,8). El apóstol nos dice: si Cristo ha muerto por
nuestros pecados, ¿cómo podemos seguir viviendo en ellos? Nuestra vidas deben
ser ázimas, es decir, panes sin levadura proclamando al mundo que la sangre que
Jesús derramó estando colgado en la cruz verdaderamente “ha lavado nuestros
pecados” (Apocalipsis 1:5).
Si no
se da la evidencia de que Jesús ha lavado todos nuestros pecados con su sangre,
no debe extrañarnos que sean muchos quienes al ver nuestro comportamiento tan
poco edificante tomen la decisión de no querer saber nada del Jesús que
anunciamos con nuestros labios y que negamos con nuestros hechos. “¡Ay de
aquellos que hacen tropezar a uno de estos pequeñitos!” (Lucas 7:2).
Octavi Pereña i Cortina
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