SALMO 38:3
“Nada
hay sano en mi carne a causa de tu ira, no hay paz en mis huesos, a causa de mi
pecado”
Hoy se
medicalizan los trastornos síquicos porque se consideran patologías físicas, haciendo que las
farmacéuticas incrementen año tras año sus inmensas ganancias. A mi entender,
la raíz de los problemas sicológicos es
de índole espiritual, siendo el campo del espíritu en donde debe irse a buscar
solución.
En el
texto que hoy meditamos encontramos las dos caras de la moneda de los
trastornos síquicos: La ira de Dios por un lado y el pecado del hombre por el
otro. Ambas caras son totalmente inseparables y a la vez estrechamente
entrelazadas. La ira de Dios la causa el pecado. Si no existiese el pecado no
existiría “nada hay sano en mi carne a
causa de tu ira” y, el pecado provoca que “no hay(a) paz en mis huesos”.
El
pecado no ha sido creado por Dios. Los ángeles que se convirtieron en diablos
fue la consecuencia de haberse sublevado contra Dios y el hombre por
instigación satánica también se rebeló contra su Creador decidiendo hacerse
dios a sí mismo. Pero la rebelión angélica y humana han sido fracasos absolutos
a pesar de la aparente victoria de ambas rebeldías.
La Ley
de Dios sigue siendo inamovible y por lo tanto vigente. Cualquier indicio de
desobediencia tiene sus consecuencias, como lo fue la ingesta por Adán y Eva
del fruto del árbol prohibido. Así h ido a lo largo de toda la historia de la
humanidad. El pecado, entre otras cosas es el causante de las enfermedades
mentales que enriquece a las farmacéuticas y endeuda a la sanidad pública.
Debido a
la ira de Dios “nada hay sano en mi carne”, dice el salmista que
expresa con claridad meridiana los efectos somáticos que son bien visibles en
su diversa gradación en quienes sufren la ira divina. A su vez, el pecado es el
causante de que no haya paz en nuestros
huesos.
Es necesario que se restablezca la relación
con Dios para recuperar la salud de la carne y que los huesos se encuentren en
paz. Con ello, desaparecen los problemas sicológicos que tantos perjuicios
ocasionan a nuestra salud.
Si el
pecado es el causante de la ira de Dios debemos buscar la manera de hacerla
desaparecer para que se convierta en complacencia. La enfermedad se convierta
en salud. “Los sanos”, dice Jesús, “no tienen necesidad de médico, sino los
enfermos. No he venido a buscar justos, sino a pecadores” (Marcos
2:17). Jesús es el Médico divino que con
su sangre vertida en el Gólgota borra todo nuestro pecado. No deja rastro de
él. A quienes creen en Jesús Dios los ve como si nunca hubiesen pecado porque
Jesús ha pagado la deuda que tenían con Dios. La ira de Dios ha desaparecido y
el resultado es la paz que sobrepasa la comprensión humana que devuelve la paz
en los huesos y restablece la salud síquica.
2 TIMOTEO 4: 6,7
“Porque yo ya estoy para ser
sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena
batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”
A
muchos, a muchísimas personas les espanta la muerte. Carla Bruni, modelo,
cantautora y ex primera dama por su matrimonio con el ex presidente francés
Sarkozy, dijo. “Para mí, la obsesión es el tiempo. Necesito más tiempo. ¿Para
qué? Para retrasar el momento de la muerte”.
El
tiempo es el que es. Es inflexible. Para él no cuentan los sobornos ni los
engaños. Las 24 horas diarias siempre tienen la misma duración. Ni un segundo
más ni un segundo menos. El salmista le pie a Dios: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón
sabiduría” (Salmo 90:12).
El
problema de Carla Bruni y de tantos otros que no saben contar los días
necesitan más tiempo porque tienen miedo a la muerte. Les da miedo perder la
gloria más o menos brillante que les da el mundo porque desconocen la gloria
que les espera a quienes andan por el camino estrecho que los lleva a la vida
eterna. Quienes no cuentan los días desean más tiempo para no tener que
enfrentarse a la muerte porque
desconocen lo que les espera al otro lado del umbral de la puerta que en un
momento u otro se verán obligados a traspasar.
El
hombre rico, en la puerta de cual mendigaba el pobre Lázaro que se saciaba de
las migajas que caían de la mesa del rico que banqueteando creía que estaba
retrasando el momento de su muerte, pero la vela, en el momento establecido por
Dios se apagó y tuvo que enfrentarse a la realidad con la que deben enfrentarse
todos los que no han aprendido a contar sus días: La condenación eterna.
En el
texto que comentamos nos encontramos con un hombre que ha sabido contar sus
días: El apóstol Pablo. Éste, un hombre mundano distinto al rico de la
parábola, pero mundano al fin y al cabo, que no sabía contar sus días, por su
conversión a Cristo aprendió a sumar y
por lo tanto a ser un buen matemático del tiempo. Tiene los ojos abiertos a la
realidad: “el tiempo de mi partida está
cercano”. La carrera llega a su fin. Cercana está la meta que por llegar a
la cual no ha escatimado esfuerzos: “He
guardado la fe”. Pronto será galardonado con la corona de victoria, no una
corona de laurel que se destruye, sino con la corona de la vida con la que son coronados
todos los que mueren siendo fieles al Señor.
Una
única puerta: LA MUERTE. Dos
caminos: la vida eterna o la muerte eterna. En el tiempo dos maneras de ser: de
los que saben contar los días o de los que necesitan más tiempo. Es una
decisión que debes tomar ahora. No esperes a mañana porque tal vez no habrá
lugar. Un consejo: Pídele al Señor que te enseñe a contar tus días.
http://octaviperenyacortina22.blogspot.com
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