dilluns, 22 de febrer del 2016

SALMO 38:3

“Nada hay sano en mi carne a causa de tu ira, no hay paz en mis huesos, a causa de mi pecado”
Hoy se medicalizan los trastornos síquicos porque se consideran  patologías físicas, haciendo que las farmacéuticas incrementen año tras año sus inmensas ganancias. A mi entender, la raíz de los problemas sicológicos  es de índole espiritual, siendo el campo del espíritu en donde debe irse a buscar solución.
En el texto que hoy meditamos encontramos las dos caras de la moneda de los trastornos síquicos: La ira de Dios por un lado y el pecado del hombre por el otro. Ambas caras son totalmente inseparables y a la vez estrechamente entrelazadas. La ira de Dios la causa el pecado. Si no existiese el pecado no existiría “nada hay sano en mi carne a causa de tu ira” y, el pecado provoca que “no hay(a) paz en mis huesos”.
El pecado no ha sido creado por Dios. Los ángeles que se convirtieron en diablos fue la consecuencia de haberse sublevado contra Dios y el hombre por instigación satánica también se rebeló contra su Creador decidiendo hacerse dios a sí mismo. Pero la rebelión angélica y humana han sido fracasos absolutos a pesar de la aparente victoria de ambas rebeldías.
La Ley de Dios sigue siendo inamovible y por lo tanto vigente. Cualquier indicio de desobediencia tiene sus consecuencias, como lo fue la ingesta por Adán y Eva del fruto del árbol prohibido. Así h ido a lo largo de toda la historia de la humanidad. El pecado, entre otras cosas es el causante de las enfermedades mentales que enriquece a las farmacéuticas y endeuda a la sanidad pública.
Debido a la ira de Dios “nada hay sano en mi carne”, dice el salmista que expresa con claridad meridiana los efectos somáticos que son bien visibles en su diversa gradación en quienes sufren la ira divina. A su vez, el pecado es el causante de que no haya paz en nuestros huesos.
 Es necesario que se restablezca la relación con Dios para recuperar la salud de la carne y que los huesos se encuentren en paz. Con ello, desaparecen los problemas sicológicos que tantos perjuicios ocasionan a nuestra salud.
Si el pecado es el causante de la ira de Dios debemos buscar la manera de hacerla desaparecer para que se convierta en complacencia. La enfermedad se convierta en salud. “Los sanos”, dice Jesús, “no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a buscar justos, sino a pecadores” (Marcos 2:17).  Jesús es el Médico divino que con su sangre vertida en el Gólgota borra todo nuestro pecado. No deja rastro de él. A quienes creen en Jesús Dios los ve como si nunca hubiesen pecado porque Jesús ha pagado la deuda que tenían con Dios. La ira de Dios ha desaparecido y el resultado es la paz que sobrepasa la comprensión humana que devuelve la paz en los huesos y restablece la salud síquica.


2 TIMOTEO 4: 6,7

“Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”
A muchos, a muchísimas personas les espanta la muerte. Carla Bruni, modelo, cantautora y ex primera dama por su matrimonio con el ex presidente francés Sarkozy, dijo. “Para mí, la obsesión es el tiempo. Necesito más tiempo. ¿Para qué? Para retrasar el momento de la muerte”.
El tiempo es el que es. Es inflexible. Para él no cuentan los sobornos ni los engaños. Las 24 horas diarias siempre tienen la misma duración. Ni un segundo más ni un segundo menos. El salmista le pie a Dios: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90:12).
El problema de Carla Bruni y de tantos otros que no saben contar los días necesitan más tiempo porque tienen miedo a la muerte. Les da miedo perder la gloria más o menos brillante que les da el mundo porque desconocen la gloria que les espera a quienes andan por el camino estrecho que los lleva a la vida eterna. Quienes no cuentan los días desean más tiempo para no tener que enfrentarse  a la muerte porque desconocen lo que les espera al otro lado del umbral de la puerta que en un momento u otro se verán obligados a traspasar.
El hombre rico, en la puerta de cual mendigaba el pobre Lázaro que se saciaba de las migajas que caían de la mesa del rico que banqueteando creía que estaba retrasando el momento de su muerte, pero la vela, en el momento establecido por Dios se apagó y tuvo que enfrentarse a la realidad con la que deben enfrentarse todos los que no han aprendido a contar sus días: La condenación eterna.
En el texto que comentamos nos encontramos con un hombre que ha sabido contar sus días: El apóstol Pablo. Éste, un hombre mundano distinto al rico de la parábola, pero mundano al fin y al cabo, que no sabía contar sus días, por su conversión a Cristo  aprendió a sumar y por lo tanto a ser un buen matemático del tiempo. Tiene los ojos abiertos a la realidad: “el tiempo de mi partida está cercano”. La carrera llega a su fin. Cercana está la meta que por llegar a la cual no ha escatimado esfuerzos: “He guardado la fe”. Pronto será galardonado con la corona de victoria, no una corona de laurel que se destruye, sino con la corona de la vida con la que son coronados todos los que mueren siendo fieles al Señor.
Una única puerta: LA MUERTE. Dos caminos: la vida eterna o la muerte eterna. En el tiempo dos maneras de ser: de los que saben contar los días o de los que necesitan más tiempo. Es una decisión que debes tomar ahora. No esperes a mañana porque tal vez no habrá lugar. Un consejo: Pídele al Señor que te enseñe a contar tus días.
http://octaviperenyacortina22.blogspot.com


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