JUAN 2:24
“Pero
Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos”
Muchos
creyeron en Jesús “viendo las señales que
hacía” (v.23), pero Jesús no se fiaba de estos seguidores que le aclamaban “porque conocía a todos”, “pues Él sabía lo
que hay en el hombre” (v.25). A
diferencia de nosotros, Jesús, siendo Dios
conoce bien el interior de las personas. La elección de Saúl como rey,
por parte de los israelitas se hizo basándose en el aspecto físico del futuro
monarca, no por sus cualidades internas. Cuando Saúl fue desechado por el Señor
y el Señor le encargó al profeta Samuel que eligiese rey entre los hijos de
Jessé de Belén, el profeta cayó en el mismo error que años antes cometió el
pueblo en la elección de Saúl. Dios mira lo que no contempla el hombre: mira el
interior de las personas.
Jesús no
se fiaba de sus aduladores porque conocía cuales eran las intenciones de sus
corazones: no eran limpias. Le vitoreaban, le lisonjeaban: “¡Bendito el que viene en el Nombre del Señor!” (Marcos 11.9). Poco
después, esta misma muchedumbre, enfervorizada gritaba: “crucifícale”, “crucifícale”.
Jesús, a pesar que conocía muy bien a los que le aclamaban, a pesar de
ello no dejó de proseguir el cumplimiento de la misión que le había encargado
su Padre de renunciar a su gloria divina, humillarse haciéndose hombres y como
hombre morir de la manera más ignominiosa de aquella época: la crucifixión.
Como
cristianos debemos tener siempre bien presente el exhaustivo conocimiento que
el Señor tiene de los hombres y apartar
la mirada de la apariencia externa y depositarla en su interior y ver si poseen
las características que hacen de ellos verdaderos cristianos. Cristianos de nombre, de fachada
hay muchos, pero de Natanaeles a quienes el Señor les pueda decir: “He aquí un verdadero israelita, en quien no
hay engaño” (Juan 1:47), los hay muy pocos, por lo que para encontrarlos se
debe ir a plena luz del sol con un candil encendido para hallarlos. El candil es la Palabra de Dios y debe ser el instrumento que puesto en
nuestras manos ayuda a descubrir si lo que hay en lo más recóndito del alma se
ajusta a lo que debe encontrarse en un verdadero cristiano.
Los
cristianos no somos como Jesús que conoce al dedillo lo que se esconde en el
alma de los hombres, pero se nos ha dado la herramienta, la Biblia, la Palabra
de Dios dada a los hombres que, haciendo
un buen uso de ella, estudiándola con diligencia y si el estudio lo empapamos
de oración, el resultado será, con las debidas limitaciones, que seremos conocedores de lo que hay en el hombre con lo
que impedimos que se nos dé gato por liebre. Las iglesias para prosperar
espiritualmente y evitar conceder
ministerios a personas que no son merecedoras de ellos, los pastores y
supervisores deben ser personas a las que Jesús les pueda decir: “He aquí unos verdaderos israelitas en
quienes no hay engaño”. De ser así de otra manera irían las iglesias.
PROVERBIOS 23:22
“Oye a
tu padre, a aquel que te engendró, y cuando tu madre envejezca, no la
menosprecies”
Hoy, el
materialismo ha endurecido a muchos corazones haciéndoles perder los
sentimientos de amor que se debe a los padres. En el tiempo de Jesús el desamor
hacia los padres se debía a razones religiosas. Sea por materialismo, sea por
religiosidad, lo cierto es que el mandamientos que nos obliga a honrar al padre
y a la madre no se tiene en cuenta.
El texto
que comentamos nos recuerda el mandamiento de Deuteronomio 20:12 que a la vez
nos previene de las consecuencias que conllevan su desobediencia: “para que tus días se alarguen en la tierra que el Señor tu Dios te da”.
La desobediencia al precepto de honrar al padre y a la madre tiene un efecto
bumerang: Acorta la vida de los transgresores.
El
mandamiento de honrar al padre y a la madre ocupa el primer lugar en la lista
de mandamientos que tienen que ver con las relaciones sociales. Después de amar
a Dios sobre todas las cosas que es una de las caras de la moneda que lo es el gran mandamiento, la otra que es: amarás al prójimo como a ti mismo,
empieza con honrar al padre y a la madre.
En la
multiplicación, el orden de los factores no altera el producto. El resultado es
el mismo. En el caso el hombre y su bienestar, no puede alterarse el orden de
los factores. Si amar al prójimo como a uno mismo ocupa el lugar que debe
dársele a Dios de amarlo sobre todas las cosas, el resultado no es largura de
días en la tierra que el Señor nos da. Dios deja de ser Dios y el hombre se
convierte en dios. En nuestro entorno
social podemos percibir claramente las funestas consecuencias de pretender el
hombre sentarse en el trono de Dios. Impedir que Dios gobierne y que seamos
nosotros quienes tomemos las riendas de nuestros asuntos, tiene sus
consecuencias. A pesar de que la sanidad y otros factores anexos contribuye a
que se alargue la vida de las personas, este avance no tienen nada que ver con
la largura de días que promete la obediencia al mandamiento de honrar el padre
y a la madre. Es un infierno en la tierra la longevidad obtenida por medios humanos.
Deber
restablecerse el amor a Dios sobre todas las cosas y la confusión social será
substituida por el orden. Honrar al padre y a la madre ocupará el lugar que le
corresponde en el orden establecido por Dios. Puestos los factores en su debido
lugar, la confusión social consecuencia
de no amar a Dios sobre todas las cosas
y al prójimo comenzando por el pare y la madre, dará paso al orden que
todos deseamos porque el gobierno del mundo volverá a estar en las manos del
sabio Dios que por ser nuestro Creador conoce al dedillo nuestras estupideces y
que como Juez justo castiga nuestras desobediencias en conformidad a la Ley.
http://octaviperenyacortina22.blogspot.com
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