dilluns, 15 de febrer del 2016

JUAN 2:24

“Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos”
Muchos creyeron en Jesús “viendo las señales que hacía” (v.23), pero Jesús no se fiaba de estos seguidores que le aclamaban “porque conocía a todos”, “pues Él sabía lo que hay en el hombre” (v.25). A diferencia de nosotros, Jesús, siendo Dios  conoce bien el interior de las personas. La elección de Saúl como rey, por parte de los israelitas se hizo basándose en el aspecto físico del futuro monarca, no por sus cualidades internas. Cuando Saúl fue desechado por el Señor y el Señor le encargó al profeta Samuel que eligiese rey entre los hijos de Jessé de Belén, el profeta cayó en el mismo error que años antes cometió el pueblo en la elección de Saúl. Dios mira lo que no contempla el hombre: mira el interior de las personas.
Jesús no se fiaba de sus aduladores porque conocía cuales eran las intenciones de sus corazones: no eran limpias. Le vitoreaban, le lisonjeaban: “¡Bendito el que viene en el Nombre del Señor!” (Marcos 11.9). Poco después, esta misma muchedumbre, enfervorizada gritaba: “crucifícale”, “crucifícale”.  Jesús, a pesar que conocía muy bien a los que le aclamaban, a pesar de ello no dejó de proseguir el cumplimiento de la misión que le había encargado su Padre de renunciar a su gloria divina, humillarse haciéndose hombres y como hombre morir de la manera más ignominiosa de aquella época: la crucifixión.
Como cristianos debemos tener siempre bien presente el exhaustivo conocimiento que el Señor tiene de los hombres   y apartar la mirada de la apariencia externa y depositarla en su interior y ver si poseen las características que hacen de ellos verdaderos  cristianos. Cristianos de nombre, de fachada hay muchos, pero de Natanaeles a quienes el Señor les pueda decir: “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño” (Juan 1:47), los hay muy pocos, por lo que para encontrarlos se debe ir a plena luz del sol con un candil encendido para hallarlos.  El candil es la Palabra de Dios  y debe ser el instrumento que puesto en nuestras manos ayuda a descubrir si lo que hay en lo más recóndito del alma se ajusta a lo que debe encontrarse en un verdadero cristiano.
Los cristianos no somos como Jesús que conoce al dedillo lo que se esconde en el alma de los hombres, pero se nos ha dado la herramienta, la Biblia, la Palabra de Dios dada a los hombres  que, haciendo un buen uso de ella, estudiándola con diligencia y si el estudio lo empapamos de oración, el resultado será, con las debidas limitaciones, que seremos  conocedores de lo que hay en el hombre con lo que impedimos que se nos dé gato por liebre. Las iglesias para prosperar espiritualmente  y evitar conceder ministerios a personas que no son merecedoras de ellos, los pastores y supervisores deben ser personas a las que Jesús les pueda decir: “He aquí unos verdaderos israelitas en quienes no hay engaño”. De ser así de otra manera irían las iglesias.

PROVERBIOS 23:22

“Oye a tu padre, a aquel que te engendró, y cuando tu madre envejezca, no la menosprecies”
Hoy, el materialismo ha endurecido a muchos corazones haciéndoles perder los sentimientos de amor que se debe a los padres. En el tiempo de Jesús el desamor hacia los padres se debía a razones religiosas. Sea por materialismo, sea por religiosidad, lo cierto es que el mandamientos que nos obliga a honrar al padre y a la madre no se tiene en cuenta.
El texto que comentamos nos recuerda el mandamiento de Deuteronomio 20:12 que a la vez nos previene de las consecuencias que conllevan su desobediencia: “para que tus días se alarguen  en la tierra que el Señor tu Dios te da”. La desobediencia al precepto de honrar al padre y a la madre tiene un efecto bumerang: Acorta la vida de los transgresores.
El mandamiento de honrar al padre y a la madre ocupa el primer lugar en la lista de mandamientos que tienen que ver con las relaciones sociales. Después de amar a Dios sobre todas las cosas que es una de las caras de la moneda que lo es el gran mandamiento, la otra que  es: amarás al prójimo como a ti mismo, empieza con honrar al padre y a la madre.
En la multiplicación, el orden de los factores no altera el producto. El resultado es el mismo. En el caso el hombre y su bienestar, no puede alterarse el orden de los factores. Si amar al prójimo como a uno mismo ocupa el lugar que debe dársele a Dios de amarlo sobre todas las cosas, el resultado no es largura de días en la tierra que el Señor nos da. Dios deja de ser Dios y el hombre se convierte en dios.  En nuestro entorno social podemos percibir claramente las funestas consecuencias de pretender el hombre sentarse en el trono de Dios. Impedir que Dios gobierne y que seamos nosotros quienes tomemos las riendas de nuestros asuntos, tiene sus consecuencias. A pesar de que la sanidad y otros factores anexos contribuye a que se alargue la vida de las personas, este avance no tienen nada que ver con la largura de días que promete la obediencia al mandamiento de honrar el padre y a la madre. Es un infierno en la tierra la longevidad  obtenida por medios humanos.
Deber restablecerse el amor a Dios sobre todas las cosas y la confusión social será substituida por el orden. Honrar al padre y a la madre ocupará el lugar que le corresponde en el orden establecido por Dios. Puestos los factores en su debido lugar,  la confusión social consecuencia de no amar a Dios sobre todas las cosas  y al prójimo comenzando por el pare y la madre, dará paso al orden que todos deseamos porque el gobierno del mundo volverá a estar en las manos del sabio Dios que por ser nuestro Creador conoce al dedillo nuestras estupideces y que como Juez justo castiga nuestras desobediencias en conformidad a la Ley.

http://octaviperenyacortina22.blogspot.com

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