dilluns, 1 de febrer del 2016

JEREMÍAS 23:6

“En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado, y este será su nombre con el cual le llamarán: El Señor, justicia nuestra”
En todas la épocas han existido falsos pastores que han causado estragos entre el pueblo de Dios.  La Biblia lo dice explícitamente, por tanto, no debe causarnos sorpresa cuando se descubre a alguno de estos falsos pastores cuyo único propósito es llenarse el vientre. Pero Jesús, el Buen Pastor, no le gusta que esto suceda y por la pluma del profeta Jeremías da este aviso: “¡Ay de los pastores que destruyen y dispersan las ovejas de mi rebaño!, dice el Señor. Por tanto así ha dicho el Señor Dios de Israel a los pastores que apacientan a mi pueblo: Vosotros dispersasteis  mis ovejas, y las espantasteis, y no las habéis cuidado. He aquí yo castigo la maldad de vuestras obras, dice el Señor” (vv.1,2)
Se dice que a los trabajadores que ingresan en la banca se les enseña a detectar  los billetes falsos dándoles a conocer los de curso legal. Así conociendo al dedillo los billetes buenos sin dilación detectan los falsos. Algo parecido ocurre con los pastores de las iglesias. Cuando existe de necesidad de pastor las iglesias se preguntan cómo debe ser el hombre   a elegir.
La Biblia es el guía que ayudará a hacer la elección correcta porque nos da a conocer las características que deben tener los buenos pastores. Si alguna de ellas no se ve en el candidato a pastor, la iglesia no debe escogerlo porque será uno de los que destruyen y dispersan a las ovejas del rebaño del Señor. Un resumen de las características que debe tener un buen pastor, el apóstol Pablo las transmite a su discípulo Timoteo cuando le dice: “Pero es necesario que el obispo (supervisor) sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro, que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo gobernará la iglesia de Dios?, no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo” (1 Timoteo 3:1-7).
Teniendo estas instrucciones a nuestra disposición no dejemos que se cubran de telarañas en el desván. Quitémosles el polvo y tengámoslas en cuenta a la hora de escoger pastor para la iglesia de Dios. Una sabia elección produce grandes beneficios.


 LUCAS 24: 45

“Entonces les abrió la mente para que comprendiesen las Escrituras”.
“Como también nuestro hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en toda sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas, entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (2 Pedro 3: 15,16).
Las Escrituras deben examinarse espiritualmente, es decir, que la interpretación que se haga de las mismas debe hacerse bajo la inspiración del Espíritu Santo. El texto de Lucas que da pie a esta meditación está vinculado con el hecho de que Jesús debía morir y resucitar para salvación del pueblo de Dios. La mente carnal no puede descifrar el significado de esta doctrina si no es por la iluminación de la mente por obra del Espíritu Santo. El Señor tiene que abrirnos la mente para que podamos entender las Escrituras. Recordemos lo que sucedió en Atenas cuando el apóstol Pablo en el Areópago predicó sobre la resurrección de los muertos: “unos se burlaban, y otros decían: ya te oiremos acerca de esto otra vez” (Hechos 17:32). E
El mundo desea oír filosofías mundanas. Se complace en ellas. Rechaza la verdad de Dios porque no puede analizarse racionalmente. De ahí aquí los hombres estén incapacitados para entender las Escrituras y, por no entenderlas rechazan todo lo de milagroso que hay en ellas, considerándolo fábulas y no como verdades que manifiestan el omnipotente poder de Dios. Ante la incredulidad motivada por la razón que sea, solamente nos queda orar por los incrédulos en la esperanza de que Dios les quite la venda que tienen ante los ojos que les impide ver el origen de los portentos que narran las Escrituras.
La verdad que los creyentes en Cristo hemos descubierto  en las páginas de la Biblia que tanto bien no han hecho al proporcionarnos seguridad en el tiempo presente y esperanza para el venidero, no la podemos imponer ni a nuestros familiares ni a la sociedad. Nos entristece la miseria en que viven las personas que conocemos y amamos. La fe verdadera no entra a presión, sino siendo un regalo de Dios debemos dejarlos en las manos del Señor esperando que obre en ellos para que puedan decir con el padre que tenía un hijo con un espíritu inmundo: “Ayuda mi incredulidad”.
http://octaviprenyacortina22.blogspot.com

 

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