¿QUIÉN ES SANTO?
<b>Para
desespero de muchos, la propaganda católica vende la santidad como un estado
que se obtiene después de morir. La Biblia enseña que es un estado de gracia
que se disfruta en vida</b>
Los
libros <i>Avaricia</i> de <b>Emiliano Fittipald</b>i y
<i>Via Crucis</i> de <b>Giaulugi Nuzzi</b>, “dedican
largos capítulos a analizar el funcionamiento de la Congregación para las
Causas de los Santos…Según el <i>Corriere della Sera</i>, la
gendarmería vaticana investiga cuentas del Instituto para Obras de Religión
(IOR) – la banca vaticana – a raíz de la sospecha del cobro de sobornos por
parte de postuladores de causas de beatificación y canonización para “pilotar”
los procesos y agilizarlos (<b>Eusebio Vall</b>. )Los escándalos de
las canonizaciones dejan claro que a la sombra de la fastuosidad vaticana se
mueve una legión de vividores que sangran a los fieles crédulos. Los libros
mencionados denuncian que “el negocio que envuelve la beatificación y
canonización de santos, cuyos procesos depende de la cantidad de dinero que se
aporte. En este sentido constata que las diócesis más ricas son las que más
aportan para el reconocimiento de sus beatos y santos”. Dejando a un lado la
corrupción vaticana que hoy ocupa mucho espacio en los medios de comunicación,
analizaremos lo que según la Biblia es la santidad.
Lo
primero que debe descubrirse es: ¿Quién es santo? El apóstol Pablo escribiendo
a los cristianos en Roma, dice: “A todos los que estáis en Roma, llamados a ser
santos” (1:7). El apóstol considera santos no a una minoría de cristianos
romanos privilegiados con características especiales de santidad, sino que dice que son santos todos los cristianos
romanos, sea cual sea su posición en la iglesia. No distingue entre unos y
otros. Sin privilegios, todos son santos.
Escribiendo
a la iglesia en Corinto, el apóstol dice: “A la iglesia de Dios , que está en
Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos
los que en cualquier lugar invocan el Nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor
de ellos y nuestro” (1:2). Aquí el apóstol Pablo amplia la categoría de santos
a <i>“todos los que en cualquier lugar invocan el Nombre de nuestro Señor
Jesucristo”</i>. No limita la santidad a los residentes en un lugar
determinado, Roma o Corinto, la amplía a” todos los que en cualquier lugar
invocan el Nombre de nuestro Señor Jesucristo”, es decir, cualquier persona que
en cualquier lugar de la Tierra invoque el Nombre de nuestro Señor Jesucristo,
es santa. No se da ninguna discriminación por motivo de características
personales de quienes invocan el Nombre de nuestro Señor Jesucristo: raciales,
culturales, de sexo.
A los
cristianos que residían en Colosas el apóstol Pablo les escribe diciendo: “Y
vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra
mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne,
por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles
delante de Él” (1:21,22). Aquí, el apóstol descubre la procedencia de los santos.
No vienen de un entorno en que se respirase bondad. No. Antes de ser santos
eran “extraños y enemigos en vuestra
mente, haciendo malas obras”. No fueron llamados a ser santos por ser buenas
personas que jamás habían roto un plato. No. Jesús no vino a buscar personas
buenas sino que como Médico del alma vino a buscar pecadores al arrepentimiento
porque su sangre vertida en la cruz limpia todos los pecados de quienes creen
en Él. (1 Juan 1:7).
El
lector que ha llegado hasta aquí y que invoca el Nombre de nuestro Señor
Jesucristo y que se ve como no siendo sin mancha ni irreprensible, puede
preguntarse: ¿Es que no invoco bien el Nombre de nuestro Señor Jesucristo? Si
sigue leyendo lo que el apóstol Pablo les dice a los cristianos en Colosas, le
desaparecerán las dudas: “Si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe,
y sin moveros de la esperanza del Evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que
está debajo del cielo” (v.23). Ser irreprensible y sin mancha no toca hoy.
Nosotros que éramos extraños y enemigos de Dios, por la fe en Jesús su Hijo nos
hemos convertido en amigos de Dios, mejor dicho: en hijos suyos. Iniciándose un
proceso de santificación que depende de si se permanece firme en la fe. Es
cierto que se producen resbalones y caídas, pero quien permanece firme en la fe
se levanta y sigue andando con los ojos puestos en Jesús, el Autor de su fe,
con lo cual la mochilla que lleva en la espalda va aligerando el peso del
pecado que le agobia. Con la perseverancia y la mochilla que aligera su peso,
el andar se hace más fácil. La imagen de Jesús de la que es portador el
creyente se hace más nítida, exponiendo con más claridad las señales de
santidad sin la cual nadie verá al
Señor.
La
santidad no pertenece a hombres y mujeres excepcionales a quienes los hombres
declaran santos una vez fallecidos y después de un largo proceso de
investigación y muy costoso, sino a personas que como tú y yo lamentamos
nuestro pecado y a semejanza del salmista le pedimos al Señor Jesús: “Lávame más
y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado” (Salmo 51:2). Santos, según la
Biblia, lo son hombres y mujeres que han depositado la fe en Jesús muerto y
resucitado que en su caminar diario bregan para ser perfectos como el Padre
celestial es perfecto, conscientes de que esta perfección absoluta no la
alcanzarán hasta el día de la resurrección que será el momento cuando se
presentarán ante Dios sin ninguna mancha ni arruga que los afeen.
Octavi Pereña i Cortina
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