dilluns, 11 de gener del 2016


MATEO 27.46

“Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?
Poco antes de fallecer  Jesús se dirigió a su Padre y le dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado? Semejantes palabras las dicen los hijos de Dios cuando pasando por duras tribulaciones piensan que Dios los ha olvidado. El autor de Hebreos dice: “Contentos con lo que tenéis ahora, porque Él dijo: No te desampararé, ni te dejaré, de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi Ayudador, no temeré lo que me pueda hacer el hombre” (13: 5,6).
Cuando pasamos por una dura tribulación no debemos pensar como los amigos de Job que creían que la tribulación por la que atravesaba Job se debía a su pecado y que Dios le estaba castigando por ello. Nosotros que conocemos de cabo a rabo la historia de Job sabemos que no era así, todo lo contrario, su amargura le vino precisamente por ser fiel a Dios. A la hora de dictar sentencia contra los que sufren debemos de ser muy cuidadosos pues puede ser que estemos totalmente equivocados.
Del sufrimiento la Biblia habla mucho y lo dice con tanta abundancia porque el hombre es pecador, vive en un mundo manchado por el pecado y porque el dios de este mundo, Satanás, a pesar de que está atado a una cadena que le impide hacer todo el daño que quisiera, que sí tiene dentro de los límites establecidos por Dios de hacer sufrir a los hombres.
Al comienzo de su segunda carta a los Corintios el apóstol Pablo escribe: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Dios de misericordias y Dios de toda consolación” (1:3). A continuación el apóstol explica el motivo por el que Dios permite que la aflicción nos golpee: “El cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar  a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios” (v.4). Dios ha otorgado a su pueblo el ministerio de la consolación. Dicho ministerio no es exclusivo de pastores, diáconos o cualquier otro dirigente en las iglesias, sino de todo el pueblo de Dios sin excepción alguna. Dios en Cristo nos consuela porque en su propia carne sabe lo que es sufrir. Asimismo los cristianos podemos consolar a los desesperados porque sabemos por propia experiencia lo que es ser consolados. Así pues, cuando suframos no lo veamos como algo perjudicial sino como el medio que Dios usa para nuestra purificación y podamos asemejarnos más a su Hijo y pueda por medio de nosotros consolar a tantas personas desesperadas que están a nuestro alrededor.
Los cristianos no debemos ser masoquistas. No debemos buscar el sufrimiento porque en él encontremos placer. De ninguna de las maneras. Pongamos en las manos de Dios nuestras vidas y aceptemos, no con resignación enfermiza el dolor, y aceptando la voluntad de Dios y podamos decir con Cindy Hess Kesper: “Los tiempos difíciles que soportamos son el camino de Dios para prepararnos para un mejor servicio para u gloria”.

1 TESALONICENSES 4:14

“Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron con Él”
1 Tesalonicenses 4: 13-18 es un texto que aporta mucha esperanza en el creyente con respecto a la muerte y su destino después de la muerte. En el texto que comentamos el apóstol Pablo se refiere exclusivamente a lo que les espera a los verdaderos creyentes en Cristo después de la muerte. Los incrédulos no tienen nada que ver con la enseñanza de Pablo. Los creyentes en Cristo no tenemos que entristecernos “como los que no tienen esperanza” porque sabemos con certeza lo que nos aguarda más allá de la muerte. Nuestra esperanza se encuentra en el hecho de que Jesús murió y resucitó y el poder de Dios que levantó a Jesús de entre los muertos, el mismo Poder nos levantará en el día de la resurrección.
El misterio de la resurrección sólo se revela a los creyentes en Cristo. Cuando el apóstol Pablo habló de la resurrección a los atenienses, éstos se burlaron de él. La doctrina apostólica la consideraban una necedad. A quienes Dios nos ha dado el don de la fe podemos creer sin dudar de que dormiremos en Él, Dios que resucitó a Jesús, también nos traerá con Jesús. Cuando el Señor venga en su gloria habrá creyentes cuyos cuerpos  dormirán en el sepulcro y otros que vivirán. Cuando el Señor descenderá del cielo con voz de mando “los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”.
Ante tanta incertidumbre existente con respecto a los muertos, ni la filosofía de la reencarnación puede satisfacer la inquietud con respecto a si hay vida o no más allá de la muerte. Con la garantía que nos da Jesús con respecto a la resurrección de vida  debemos alentarnos unos a otros con estas palabras. La situación caótica en que se encuentra el mundo debido a los graves trastornos ecológicos que nos tienen el corazón en un puño, las guerras y rumores de guerras, las enfermedades variadas y nuevas que nos angustian y provocan desespero, los cristianos si estamos adecuadamente edificados sobre la Roca que es Cristo tenemos el antídoto contra el desespero que invade a un mundo incrédulo. Creer en la resurrección de Jesús es la medicina contra el mal de ignorar lo que realmente hay en la eternidad. En caso de necesidad no nos entristezcamos como los que no tienen esperanza sino alentémonos unos a otros con estas palabras.
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