JEREMÍAS 4: 3
“Porque
así dice el Señor a todo varón de Judá y de Jerusalén: Arad campo para
vosotros, y no sembréis sobre espinos”
Cuando
Jesús relata la parábola del sembrador, la semilla esparcida cae en distintos
tipos de terreno. Unas semillas cayeron “entre
espinos, y los espinos crecieron, y la ahogaron” (Mateo 13:7). El profeta
Jeremías nos da la razón por la que la semilla que es la Palabra de Dios cae
entre espinos: No araron el campo y los habitantes de Judá y Jerusalén no se
preocuparon de limpiar el terreno de espinos que creciendo con más rapidez que la buena semilla, la ahogarían. Si la
limpieza del terreno de malas hierbas es una práctica habitual en
agricultura, sin lo cual no recogerían
abundantes cosechas, debería serlo también entre los hombres, si es que desean
que la semilla de la Palabra de Dios sembrada en sus corazones no sea ahogada
por los espinos que lo son las enseñanzas de los falsos profetas. La mala salud
espiritual de los cristianos en general se debe al hecho de que no aran el
campos ni lo limpian de malas hierbas. La Cristiandad en general ha olvidado
que para dar fruto abundante, la semilla de la Palabra de Dios debe caer en
tierra labrada y limpia de malas hierbas.
Después
de amonestar a los ciudadanos de Judá y de Jerusalén: “Arad campo para vosotros, y no sembréis entre espinos”, les dice “Circuncidaos, y quitad el prepucio de
vuestro corazón, varones de Judá y moradores de Jerusalén” (v.4). Si los
cristianos deben emprender una nueva vida en santidad, deben limpiar sus corazones
de malas hierbas: “Adulterio, fornicación
inmundicia, lascivia, enemistades, pleitos, contiendas, disensiones, herejías,
envidias, homicidios, borracheras, orgías y cosas semejantes a estas” (Gálatas 5:19-21). Previamente debe darse la
conversión a Cristo, no con una circuncisión del pene, sino con la circuncisión
del corazón obrada por el Espíritu Santo. Hoy, nos conformamos con el bautismo
de agua que nos limpia la suciedad del cuerpo, pero nos olvidamos del bautismo
del Espíritu que nos limpia el corazón de las malas hierbas que lo emponzoñan y
nos capacita para dar el fruto espiritual: “Amor,
gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre templanza” (Gálatas
5: 22,23). Debemos nacer de nuevo, del agua y del Espíritu, para que en nosotros
nazca el profundo deseo de arar nuestro corazón y de limpiarlo de malas
hierbas de la carne para que crezca
vigorosa la Buena Semilla que da el fruto del Espíritu Santo para gloria de
Dios, “no sea que mi ira no salga como
fuego, y se encienda, y no haya quien lo apague, por la maldad de vuestras
obras” (Jeremías 4:4).
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LUCAS 4:13
“Cuando el diablo hubo acabado
toda tentación, se apartó de Él por un tiempo”
Jesús a
semejanza nuestra, fue tentado por el diablo pero sus artimañas no dieron
resultado y tuvo que alejarse de Él “por
un tiempo”. Es decir, no se dio por vencido. De momento abandonó el asedio
con el propósito de volver a la carga en momento más oportuno.
Que el
diablo no se dé nunca por vencido y que esté siempre dispuesto para repetir el
asalto para hacernos caer en tentación debe movernos a esforzarnos a todos los que esperamos en el
Señor y tome aliento nuestro corazón (Salmo31:24). El diablo, con relación a
nosotros es infinitamente superior en fuerza. Debido a ello, sería de tontos
intentar vencerle con nuestras ínfimas fuerzas. Debemos, pues, considerar
nuestra debilidad y plantearnos hacer alianza con el Señor, que es el Hombre
fuerte que sobrepasando en poder al Maligno nos capacita para resistirle y se
aleje de nosotros.
Dada la
desigualdad de fuerzas con el enemigo de nuestras almas, consideremos las
palabras del apóstol Pablo: “Por lo demás
hermanos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos toda la armadura de Dios, para que
podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha
contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los
gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de
maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:10-12). Dado lo poderoso que es
el enemigo de nuestras almas, el apóstol Pablo vuelve a recordarnos: ”Por
tanto, tomad toda la armadura de Dios,
para que podáis resistir en el día malo,
y habiendo acabado todo, estar firmes” (v.13).
Después
de repetir el apóstol que debemos vestirnos con toda la armadura de Dios, para
que no tengamos ninguna duda en que consiste dicha armadura de Dios que nos
protegerá, la describe pieza por pieza (vv. 14-19). No podemos olvidar ninguno
de los componentes que forman toda la armadura de Dios porque si
nos descuidamos de tan sólo uno de ellos dejamos desprotegida una parte de
nuestra persona por la que se introducirá el dardo de fuego que el Maligno nos lanza. El que nuestras vidas como
cristianos dejen tanto de desear, que muestren un aspecto tan harapiento, se
debe de que al salir al campo de batalla nos dejemos en el armario al menos uno
de los elementos de la armadura de Dios que nos protegen. Velemos y no durmamos
porque el diablo, nuestro enemigo jamás duerme y siempre está listo para
lanzarnos el mortífero dardo de fuego.
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