dilluns, 21 de setembre del 2015


PROVERBIOS 14: 29


“El que tarda en airarse es grande en entendimiento, mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad”

La ira es un mal incorregible siempre dispuesto a estallar en el hombre pecador. Moisés de quien la Escritura dice. “era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra” (Números 12.3), explotó de ira ante el comportamiento del pueblo que pedía agua por segunda vez en la sequedad del desierto. En esta ocasión Dios le mandó que hablara a la peña. Lo que hizo fue golpearla dos veces con el bastón que llevaba. Este pecado le impidió poner los pies en la  Tierra prometida. Si Moisés que era el hombre más manso de todos los hombres no pudo controlar su ira, ¿podremos dominarla nosotros que no lo somos? Alguien ha dicho: “Una persona airada no sólo hace mal a los otros, también a sí mismo”. Un estallido de ira dirigido contra otra persona es como un boomerang que se vuelve contra quien lo lanza. El apóstol Pablo no da este sabio consejo: “No os venguéis a vosotros mismos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el señor”  (Romanos 12:19).

La ira es una reacción violenta a lo que se considera un ataque al amor propio. Es más de lo que se puede soportar. Se debe defender la dignidad del amor propio, da la honorabilidad. La ira es pues, una trampa que nos tiende el amor propio y la honorabilidad. Una manera de intentar esconder debajo de la alfombra las propias carencias. Se equivoca quien actúa de esta manera. Consigue todo lo contrario: pone al descubierto la debilidad de quien aparenta ser fuerte con el despliegue de la violencia, aunque sea verbal. Quien permite que la ira afee su carácter despierta el rechazo de quienes son testigos  de sus estallidos airados. A menudo son desproporcionados ante la ofensa  que cree haber recibido.

El dicho popular dice: “Dime con quien andas y te diré quien eres”. Las compañías influyen, para bien o para mal. Sus maneras de ser se reproducen en los otros. Jesús nos enseña: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso  y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11: 29,30). Jesús nos dice que debemos aprender de Él. Para aprender del Maestro debemos vivir en íntima comunión con Él a fin de que su humildad y mansedumbre vayan suavizando nuestro carácter orgulloso y dado a los estallidos de ira que tanto lo afean.

“Puestos los ojos en Jesús”, nos dice Hebreos 12:2, “el Autor y consumador de la fe”. Para llegar a ser, si no el más manso de los hombres de la tierra, sí más que ayer y menos que mañana, debemos tener puestos los ojos en Jesús que es medicina para nuestras almas orgullosas.


PROVRBIOS 15:


“Todos los días del afligido son difíciles, mas los de corazón contento tienen un banquete continuo”

La aflicción no discrimina entre creyentes y quines no lo son. Una inundación no distingue los unos de los otros. Un incendio forestal que amenaza a un núcleo  poblado no separa las casas de los fieles de las de los infieles. Así podríamos seguir hablando de epidemias  de género diverso, de enfermedades, de accidentes de coche, de desahucios…Ante la aflicción todos somos iguales. Lo diferente es la manera como los unos y los otros se enfrentan a la aflicción y al dolor.

El texto nos dice: “Todos los días del afligido son difíciles” en contraste con “el de corazón contento tiene un banquete continuo”. ¿Por qué son difíciles los días del afligido? Por una razón muy sencilla: no tiene fe en el Todopoderoso que da fuerzas al cansado y concede paz a su corazón. Su falta de fe le impide que el Omnipotente le de las alas de águila que le transportan al reino de la paz. No hay paz para el impío. ¿A dónde puede ir el incrédulo a pedir ayuda? A menudo se apoya en el hombre, una caña cascada que le atraviesa la mano. Su aflicción no la puede compartir con el Único que se lo puede mitigar siendo ungido con el aceite de la gracia divina. No puede encontrar consuelo en persona alguna porque ésta, también está afectada por la aflicción.

El de corazón contento tiene un banquete continuo. No dice que la aflicción y el dolor no vayan a afectarle. Se enfrenta a la adversidad, a la aflicción, al dolor, con corazón contento. ¿Cómo puede tener un corazón contento se si ve afectado por el dolor y la aflicción? Sencillamente por la fe. Fe, no en el hombre,  ni n los poderosos de este mundo. No fe en la iglesia ni en sus mandatarios que no dejan de estar afligidos como el desconsolado que en ellos busca consuelo. Solamente la fe en Jesús puede hacer que el corazón dolorido se convierta en un corazón contento. El corazón contento no puede impedir que ataquen la aflicción y el sufrimiento. Lo que hace es que en medio de las tormentas, de los terremotos, de los incendios, de las enfermedades y otras adversidades, la fe en el señor Jesucristo le proporciona el contentamiento que necesita para afrontarlas con la esperanza de que al final del tiempo, Satanás,  el dios de este mundo, que es el responsable de que existan las diversas calamidades, sea lanzado en el abismo infernal Entonces cuando Jesús reinará públicamente en su reino solamente entonces gozara plenamente de una existencia sin dolor.

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