JOSUÉ 6:17
“Y la ciudad será
consagrada al Señor, con todas las cosas que están en ella, solamente Rahab la
ramera vivirá, con todas las cosas que están en la casa de ella, por cuanto
escondió a los mensajeros que enviamos”
Hebreos 11:33 nos dice: “Por la fe Rahab la ramera no pereció
juntamente con los desobedientes, habiendo recibido a los espías en paz”. El
apóstol Pablo escribe a los cristianos en Roma en estos términos: “Así que la
fe es por el oír, por la Palabra de Dios” (10:11). ¿Cuándo oyó Rahab la Palabra
de Dios? Cuando los espías llegaron a su casa Rahab y creía. La misericordia de
Dios guió a los espías porque no deseaba que muriese junto con los
desobedientes. Ningún ciudadano de Jericó debía quedar vivo. Repitamos la pregunta: ¿Cuándo fue que Rahab
escuchó la Palabra de Dios? No la oyó de ningún predicador judío enviado a
Jericó de la manera como Jonás fue enviado a Nínive. Fueron los mismos paganos
quienes hicieron llegar a sus oídos la Palabra de Dios que salva. He aquí lo
que Rahab dice a los espías: “Sé que el
Señor os ha dado esta tierra, porque el temor de vosotros ha caído sobre
nosotros, y todos los moradores del país ya han desmayado por causa de
vosotros. Porque hemos oído que el Señor hizo secar las aguas del Mar Rojo…
(Josué 2:9-12). Rahab creyó el mensaje que Dios le enviaba por medio de la
transmisión oral de los hechos maravillosos que Dios iba haciendo con los
israelitas desde la liberación de la esclavitud de Egipto hasta el paso en
seco del Jordán.
Rahab manifiesta su fe en su Salvador
cuando dice a los espías: “Os ruego pues,
que me juréis por el Señor, que como he hecho misericordia con vosotros, así
haréis vosotros con la casa de mi padre, de lo cual me daréis señal segura” (v.12).
Al despedirse, los espías le dicen a Rahab: “Atarás
este cordón de grana a la ventana por la cual nos descolgaste, y reunirás en tu
casa a tu padre y a tu madre, a tus hermanos y a toda la familia de tu padre.
Cualquiera que salga fuera de las puertas de tu casa, su sangre será sobre su
cabeza y nosotros sin culpa” (vv.18,19).
Rahab no esperó. Tan pronto
partieron los espías Rahab se apresuró
en colgar el cordón de grana en la ventana, garantía de que la vida de ella y
de toda su familia sería preservada. El cordón de grana nos recuerda la sangre
que por fe los israelitas untaron los postes i dintel de las puertas, y la
muerte pasó de largo. “Sin derramamiento
de sangre no se hace remisión (de los pecados) (Hebreos 9:22). Así que,
cuando se derrumbaron las murallas de Jericó y todos sus habitantes perecieron
por la espada, Rahab y su familia conservaron la vida.
La historia de Rahab nos recuerda que
quienes no son pueblo de Dios por la fe en el Nombre de nuestro Señor
Jesucristo son hechos pueblo de Dios
entran a formar parte de él y participantes de la salvación eterna y ciudadanos
del Reino de Dios.
JOSUÉ 7:12
“Porque
son como aquello destinado al exterminio, ni estaré con vosotros si no destruís
aquello dedicado al exterminio de en medio de vosotros”
Este texto tiene que ver con Acán y su pecado. “Los hijos de Israel cometieron anatema”, es
decir, se apoderaron de algo puesto
aparte y consagrado irrevocablemente
a Dios. De momento el pecado de Acán permanecía escondido a los ojos del pueblo
pero no a los de Dios. Israel sufrió una humillante derrota cuando intentaron
conquistar la ciudad de Hai. El pueblo se lamenta y Dios le dice a Josué: “Levántate, ¿por qué te postras sobre tu
rostro? Israel ha pecado, y aún ha quebrantado mi pacto que yo les mandé, y
también han tomado del anatema…” (v.10).
Israel debe descubrir al trasgresor. Guiados por el Señor sale elegida la
tribu de Judá y de de esta tribu fue escogida la familia de Zera y de esta
familia, Acán. Siguiendo el mandato del
Señor Acán junto con su familia y todas sus posesiones fueron consumidos por el
fuego (v.15). La desobediencia al Señor no debe darse en su pueblo. El pecado
de una sola persona tiene el poder de poner en peligro a todo el pueblo. Es
duro tener que castigar al transgresor, pero el bien colectivo requiere que el
tal sea castigado como ordena el Señor.
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo escribiendo a
los cristianos de Corinto trata un caso de fornicación: “Y tal fornicación cual ni aún se nombre entre los gentiles, tanto que
alguno tiene a la mujer de su padre” (1 Corintios 5:1). Parece ser que la
condescendencia de la iglesia con aquel pecador no daban importancia a tal
conducta y permitían que el infractor participase en la Cena del señor cuando
la iglesia se reunía para celebrarla. Palabras del apóstol a aquella iglesia: “Y vosotros estabais envanecidos. ¿No
deberíais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio e
vosotros el que cometió tal acción?” (v.2). El apóstol sigue diciendo: “Ciertamente yo, como ausente en cuerpo,
pero presente en espíritu, y como presente he juzgado al que tal cosa ha hecho.
En el Nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, con
el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para
destrucción de la carne, a fin que el espíritu sea salvo en el día del Señor
Jesús” (3-5).
La levadura según la Biblia es un símbolo de pecado: “¿No sabéis que un poco de levadura leuda
toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura para que seáis nueva masa,
sin levadura como sois, porque nuestra pascua que es Cristo, ya fue sacrificada
por nosotros” (vv. 6,7). Pablo
indica en la carta que los hermanos no deben juntarse con los fornicarios que lo sean llamándose hermanos. Con los tales
la orden es contundente: “Con el tal ni
aún comáis … Porque a los que están
fuera, Dios los juzgará. Quitad, pues, a este perverso de entre vosotros” (vv. 11,13). Es
difícil ser juez de esta envergadura. El bien de la iglesia requiere que tal
operación se efectúe cuando la ocasión lo precise.
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