dilluns, 25 de maig del 2015


ROMANOS 6:5


“Porque si fuimos plantados juntamente con Él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección”

El contexto tiene que ver con la santidad del cristiano. “¿Qué pues diremos? Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (vv.1,2). Quienes creemos que somos salvados por gracia y no por obras se nos acusa de que por haber sido redimidos por la fe podemos vivir de la manera que nos plazca. Quizás algunos de ellos piensan así. Pero si se tiene en cuenta toda la Biblia, no solamente porciones escogidas, no se encuentra ningún texto que dé pie que no importa qué tipo de vida lleve el cristiano. Con creer en Jesús como Salvador es suficiente, sí. Pero el texto que comentamos deja bien claro que el cristiano no puede vivir como mejor le parezca. Debe hacerlo santamente.

El vivir santo del cristiano el apóstol Pablo lo vincula a la identificación del creyente en Cristo con el bautismo: “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? El bautismo  como tantas otras enseñanzas bíblicas ha sido degradado con el paso del tiempo. El bautismo por inmersión inicial ha sido sustituido por el rociamiento con agua bendita (?) El rociamiento no transporta el significado que acompaña a la inmersión: “Porque somos sepultados juntamente con Él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos para la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (v.4). Estar en Cristo significa “vida nueva”. El creyente en Cristo ya no puede vivir de la manera como lo venía haciendo hasta antes de haber sido sepultado con Cristo para muerte, en el bautismo. “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él, para que el cuerpo de pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (v.6).

Cuando al creyente se sumerge en el agua, simbólicamente muere con Cristo y muere al pecado para que no viva más en él. Cuando emerge del agua simbólicamente resucita con Cristo. La resurrección real será al fin del tiempo cuando venga Jesús en su gloria: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4: 16,17).

Morir en Cristo equivale a resucitar a la vida eterna. Alentémonos con esta doctrina que disipa el temor que provoca el pecado al hacernos dudar de la promesa de Jesús: “Nadie os arrebatará de mis manos”.


PROVERBIS 7:1


“Hijo mío, guarda mis palabras, y atesora contigo mis mandamientos”

Con palabras que destilan ternura Dios se dirige a nosotros con nuestro nombre : “Hijo mío, guarda mis palabras, y atesora contigo mis mandamientos”. El corazón tierno de Dios que desea el bien de todos los hombres lo expresa Jesús en la parábola de la fiesta de bodas. El rey manda a sus siervos a los convidados a las bodas, pero éstos no quieren asistir. La parábola es una denuncia al pueblo de Israel de ayer y a la Iglesia de hoy. El Señor nos llama a ir a Él, pero declinamos la invitación. Hay otros intereses que reclaman toda nuestra atención. No amamos al señor con toda la fuerza de nuestro corazón. Preferimos seguir la necedad que se amaga en nuestra alma. Pero el Señor no se desanima y dice a sus siervos: “Id pues a las salidas de los caminos, y llamad a las bodas a cuantos halléis”.

“Dentro de la Iglesia, ¿cuántos fieles reconocen que el Padre de nuestro Señor Jesucristo es su Padre? ¿Cuántos files de la Iglesia cuando el Padre se dirige a ellos y los llama hijos, se reconocen como tales? Me temo que muy pocos. Siguiendo las enseñanzas de la parábola  de la fiesta de bodas, a pesar de que los invitados rehúsan asistir al banquete exponiendo pueriles excusas, el Padre sigue invitando a asistir a la fiesta de bodas del Cordero. Sin duda alguna muchos se disculpan y prefieren asistir a las fiestas mundanas que les dictan sus necios corazones.

Tú, lector, eres uno de los pocos que reconocen que Dios es el Padre celestial que se dirige a ti suplicándote: “Hijo mío”. Por tu condición de pecador existe en ti la tendencia a alejarte de Él. “Hijo mío, guarda mis palabras”. Hay muchos  cantos de sirenas que te incitan a desobedecer mis palabras. No desean tu bien estas sirenas porque son siervas de Satanás y, de la misma manera que la serpiente engañó a Adán y Eva, hoy también pretende que desconfíes del amor del Padre para que te dejes atraer por los engaños satánicos.

Hijo mío…atesora contigo mis mandamientos”. “Di a la sabiduría: Tu eres mi hermana, y a la inteligencia llama parienta…Para que te guarden de la mujer ajena, y de la extraña que ablanda sus palabras”. Hoy, al ser pocos quienes guardan las Palabras del Padre, son muchos quienes se dejan atraer por el señuelo del sexo en su diversidad de manifestación.

Tú, que te reconoces hijo del Padre, si te seduce la mujer ajena, pídele que te dé fuerza para decir no a sus encantos, pues sus caminos son caminos de muerte.


 

 

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