ROMANOS 6:5
“Porque si fuimos plantados
juntamente con Él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de
su resurrección”
El contexto tiene que ver
con la santidad del cristiano. “¿Qué pues diremos? Perseveraremos en el
pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos
muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (vv.1,2). Quienes creemos que
somos salvados por gracia y no por obras se nos acusa de que por haber sido
redimidos por la fe podemos vivir de la manera que nos plazca. Quizás algunos
de ellos piensan así. Pero si se tiene en cuenta toda la Biblia, no solamente
porciones escogidas, no se encuentra ningún texto que dé pie que no importa qué
tipo de vida lleve el cristiano. Con creer en Jesús como Salvador es suficiente,
sí. Pero el texto que comentamos deja bien claro que el cristiano no puede
vivir como mejor le parezca. Debe hacerlo santamente.
El vivir santo del cristiano
el apóstol Pablo lo vincula a la identificación del creyente en Cristo con el
bautismo: “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo
Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? El bautismo como tantas otras enseñanzas bíblicas ha sido
degradado con el paso del tiempo. El bautismo por inmersión inicial ha sido
sustituido por el rociamiento con agua bendita (?) El rociamiento no transporta
el significado que acompaña a la inmersión: “Porque somos sepultados
juntamente con Él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo
resucitó de los muertos para la gloria del Padre, así también nosotros andemos
en vida nueva” (v.4). Estar en Cristo significa “vida nueva”. El
creyente en Cristo ya no puede vivir de la manera como lo venía haciendo hasta
antes de haber sido sepultado con Cristo para muerte, en el bautismo. “Sabiendo
esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él, para que el
cuerpo de pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”
(v.6).
Cuando al creyente se
sumerge en el agua, simbólicamente muere con Cristo y muere al pecado para que no
viva más en él. Cuando emerge del agua simbólicamente resucita con Cristo. La
resurrección real será al fin del tiempo cuando venga Jesús en su gloria: “Porque
el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios,
descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego
nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados
juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así
estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4: 16,17).
Morir en Cristo equivale a
resucitar a la vida eterna. Alentémonos con esta doctrina que disipa el temor
que provoca el pecado al hacernos dudar de la promesa de Jesús: “Nadie os
arrebatará de mis manos”.
PROVERBIS 7:1
“Hijo mío, guarda mis palabras,
y atesora contigo mis mandamientos”
Con palabras que destilan
ternura Dios se dirige a nosotros con nuestro nombre : “Hijo mío, guarda mis
palabras, y atesora contigo mis mandamientos”. El corazón tierno de Dios
que desea el bien de todos los hombres lo expresa Jesús en la parábola de la
fiesta de bodas. El rey manda a sus siervos a los convidados a las bodas, pero
éstos no quieren asistir. La parábola es una denuncia al pueblo de Israel de
ayer y a la Iglesia de hoy. El Señor nos llama a ir a Él, pero declinamos la
invitación. Hay otros intereses que reclaman toda nuestra atención. No amamos
al señor con toda la fuerza de nuestro corazón. Preferimos seguir la necedad
que se amaga en nuestra alma. Pero el Señor no se desanima y dice a sus
siervos: “Id pues a las salidas de los caminos, y llamad a las bodas a
cuantos halléis”.
“Dentro de la Iglesia, ¿cuántos
fieles reconocen que el Padre de nuestro Señor Jesucristo es su Padre? ¿Cuántos
files de la Iglesia cuando el Padre se dirige a ellos y los llama hijos, se
reconocen como tales? Me temo que muy pocos. Siguiendo las enseñanzas de la
parábola de la fiesta de bodas, a pesar
de que los invitados rehúsan asistir al banquete exponiendo pueriles excusas,
el Padre sigue invitando a asistir a la fiesta de bodas del Cordero. Sin duda
alguna muchos se disculpan y prefieren asistir a las fiestas mundanas que les
dictan sus necios corazones.
Tú, lector, eres uno de los
pocos que reconocen que Dios es el Padre celestial que se dirige a ti
suplicándote: “Hijo mío”. Por tu condición de pecador existe en ti la
tendencia a alejarte de Él. “Hijo mío, guarda mis palabras”. Hay
muchos cantos de sirenas que te incitan
a desobedecer mis palabras. No desean tu bien estas sirenas porque son siervas
de Satanás y, de la misma manera que la serpiente engañó a Adán y Eva, hoy
también pretende que desconfíes del amor del Padre para que te dejes atraer por
los engaños satánicos.
Hijo mío…atesora contigo mis
mandamientos”. “Di a la sabiduría: Tu eres mi hermana, y a la inteligencia llama
parienta…Para que te guarden de la mujer ajena, y de la extraña que ablanda sus
palabras”. Hoy, al ser pocos quienes guardan las Palabras del Padre, son
muchos quienes se dejan atraer por el señuelo del sexo en su diversidad de
manifestación.
Tú, que te reconoces hijo
del Padre, si te seduce la mujer ajena, pídele que te dé fuerza para decir no a
sus encantos, pues sus caminos son caminos de muerte.
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