2 SAMUEL 11:25
“Y David dijo al mensajero: Así
dirás a Joab No tengas pesar por esto, porque la espada consume, ora a uno, ora
a otro”.
El poder del Estado jamás debe
vulnerar la Ley de Dios. Enfatizo Ley de Dios porque la distingo de la ley que
redactan los juristas. Ambas leyes no siempre se corresponden. Llegado el
momento la Ley de Dios debe prevalecer por encima de la del hombre.
David, por el hecho de ser
rey de Israel era el hombre más poderoso y su palabra era ley. A partir del
pecado de adulterio cometido con Betsabé, esposa de Urias, oficial de su
ejército, su ley dejó de coincidir con la de Dios. El pecado no perdonado
perturba el corazón e incita a precipitarse más profundamente en el pozo de la
corrupción y de la injusticia.
Veremos como el adulterio de
David le perjudicó en la administración de justicia. Siglos después otro rey
cometió adulterio. Herodes había tomado por mujer a Herodías, esposa de su
hermano Felipe. Juan el Bautista le decía a Herodes: “No te es lícito tener
a la mujer de tu hermano” (Marcos 6:18). Ambos reyes cometieron adulterio,
aún que por causas distintas. Ambos monarcas coincidieron en el asesinato por
delegación. El pecado conduce a otro pecado y así sucesivamente para intentar
esconder la cadena de pecados cometidos.
Betsabé, la mujer con quien
el rey David cometió adulterio quedó embarazada. El pecado ya no se podía
ocultar. Para evitar que se hiciese público David maquina un plan. Hace llamar
a Urías del campo de batalla con el propósito de que al estar en Jerusalén iría
a su casa en donde dormiría con Betsabé, su esposa. Así, el marido cornudo creería que el hijo
que llevaba su mujer en el vientre sería suyo. El plan falló. Urias no fue a su
casa. David planea deshacerse de Urías. Lo regresa al campo de batalla llevando
una carta en la que se le ordenaba al general del ejército que pusiese a Urías
en un lugar peligroso de la batalla con el fin de que muriese en combate. Así
sucedió. Urías murió pero el pecado de David no permaneció en secreto. Dios fue
testigo de lo sucedido.
Herodes y David cometieron
adulterio. Ambos fueron reprendidos por hombres de Dios. Herodes no se
arrepintió. David, sí. A pesar de que Dios perdonó a David no debemos entender
que podemos pecar impunemente porque Dios perdona. No nos dejemos dominar por
el pecado que nos incita a hacer leyes a nuestra medida, sino atender el
mandato de Dios que prohíbe desear a la
mujer de nuestro prójimo.
JUECES 24:25
“Y en estos días no había rey en
Israel, cada uno hacía lo que bien le parecía”
Este texto es el último
versículo del libro de Jueces. Período de la historia de Israel con muchos
claroscuros que denotan la ínfima calidad moral y espiritual del pueblo de Dios.
El hecho de que no hubiese rey en
Israel implica que el Dios que los había sacado con mano fuerte de la
esclavitud de Egipto no era su Rey. Cuando el Padre de nuestro Señor Jesucristo
no reina en un pueblo, el resultado siempre es la anarquía. Esta confusión se
hace perfectamente visible en nuestros días cuando vemos que los países dan
vueltas sin orden ni concierto para ir a ninguna parte.
Durante el período de Jueces
no había rey en Israel. Cuando con el profeta Samuel el pueblo le pidió que le
diese “un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones” (1 Samuel
8:5), estas palabra no le agradaron al profeta. La causa, el profeta la planteó
Dios, como debe hacerse siempre que se busca solución a los problemas que nos
afectan. He aquí la respuesta que recibió: “Oye la voz del pueblo en todo lo
que te digan, porque no te han desechado a ti, sino a mi me han desechado, para
que yo no reine sobre ellos” (v.7).
Es muy interesante saber por qué los israelitas pidieron un rey: Queremos un
rey “que nos juzgue como tienen todas las naciones”. Israel tenía que
ser distinto a todas las naciones y ellos buscan asemejarse a ellas. En vez de
preservar la distinción querían pasar desapercibidos. Tal vez encontramos aquí
un indicio del moderno ecumenismo y de los forums de las religiones, hoy tan de
moda. En vez de ser luz, los israelitas deseaban confundirse con las tinieblas.
A la iglesia le sucede algo
parecido. Prefiere ser gobernada al
estilo de las naciones. Cuando el Imperio romano concedió a la iglesia libertad
de existir sin necesidad de tener que esconderse, copió el modelo romano de
gobierno, que perdura hasta nuestros días en la Iglesia católica. Hoy, imita el
modelo democrático. El gobierno del pueblo substituye al gobierno de Dios. El resultado es que la iglesia ha perdido el
norte. Va a la deriva sin brújula que le señale el camino correcto. Las
filosofías de este mundo de tinieblas la dominan. Lo blanco se convierte en
negro y, todos contentos. Está claro, las tinieblas se encuentran a gusto con
las tinieblas, como el pez en el agua.
Hemos desechado a Dios y
pedimos un rey que nos gobierne porque deseamos ser como las otras naciones.
Nos equivocamos. Debemos pedirle a Dios que nos gobierne por medio de hombres
santos escogidos por Él y que por su mediación nos instruyan en su Palabra. A
la vez debemos pedirle que nos de un corazón de carne sensible a la voz divina
porque así la Palabra de Dios no resbale y pase de largo sin hacernos el bien
que aporta. Cuando queremos un rey como tienen las naciones no es de extrañar
que sintamos odio hacia los mensajeros divinos y, en vez de arrepentirnos de nuestros
pecados preferimos vivir en tinieblas como los ciudadanos de los reinos de este
mundo.
http://octaviperenyacortina22.blogspot.com
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