dilluns, 27 d’octubre del 2014


PROVERBIOS 14:30


“El corazón apacible es vida a la carne, mas la envidia es carcoma de los huesos”

Un corazón apacible es de naturaleza dulce, agradable, suave, tranquilo, sereno, no dado a vociferar. Estas características del corazón que son vida a la carne no son de origen natural, ni producto del pensamiento positivo  tan de moda en los libros de autoayuda que pretenden mejorar la condición humana. Un corazón apacible no se consigue con la práctica religiosa aún cuando en cierta medida andan juntos. El corazón apacible que da vida a la carne es la consecuencia de la íntima relación que una persona mantiene con Dios en Jesucristo. Jesucristo es la pieza clave en las relaciones que el hombre mantiene con Dios. Sin Jesús es imposible que el hombre pueda mantener relación con Dios porque Jesús es el puente que une los dos lados del abismo infranqueable que separa al hombre de Dios. El abismo es el pecado y Jesús es el puente porque con su sangre que vertió en el Gólgota limpia todos los pecados cometidos. El resultado de la unión del hombre con Dios por medio de Jesucristo es el corazón apacible que es vida a la carne.

La cara opuesta al corazón apacible es el corazón envidioso que “es carcoma de los huesos. El corazón envidioso pertenece a las personas que están enemistadas con Dios porque no creen que Jesús es el camino que conduce a Dios. Tales personas no tienen que ser forzosamente unos desalmados cometiendo fechorías a diestra y siniestra. Pueden ser personas educadas, respetables, religiosas, pero que no conocen a Cristo. Con toda su apariencia honorable quienes no creen en Cristo la Biblia los considera impíos: “Pero los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo. No hay paz dijo mi Dios para los impíos” (Isaías 57: 20,21).

El que la envidia sea “carcoma de los huesos” no es exclusiva de los impíos, también pueden cultivarla los piadosos, los verdaderos hijos de Dios que no confiesan su pecado. Un ejemplo de ello lo encontramos en el rey David que confiesa: “Mientras callé, envejecieron mis huesos, en mi gemir todo el día…se volvió mi verdor en sequedades de verano”  (salmo 32:3,4). Sigue diciendo el monarca: “Confesaré mis trasgresiones al Señor, y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (v. 5). Con el pecado perdonado y borrado por la sangre de Jesús, David finaliza su poema con estas palabras de alegría que son el fruto de un corazón apacible que ha hecho la paz con Dios: “Alegraos en el Señor y gozaos juntos, y cantad con júbilo vosotros los rectos de corazón(v.11).


PROVERBIOS 15:8


“El sacrificio de los impíos es abominación al Señor, mas la oración de los rectos es su gozo”

La declaración de la Biblia es contundente, no da lugar a la apelación: “El sacrificio de los impíos es abominación al Señor”. Dicha proclama pone en evidencia que los impíos no tienen porque ser irreligiosos. El texto nos habla del “sacrificio de los impíos” lo cual significa que este tipo de personas en particular participaban con sus sacrificios en la actividad religiosa. Pero el Señor no mira la parte externa de los hechos sino las motivaciones del corazón. La participación religiosa si no se hace con rectitud de corazón es abominación al Señor. Contradiciendo lo que dice este texto, actualmente se considera una evidencia de religiosidad verdadera la afluencia masiva de personas en las procesiones de semana Santa.

Los impíos religiosos pretenden dar gato por liebre. A los hombre puede ser que los engatusen por lo parecido que existe entre la cizaña y el trigo. A Dios no lo consiguen porque el Señor no se fija en lo externo sino en lo interno. Los impíos religiosos pueden congratularse de las alabanzas que reciben de las personas que los consideran “fieles hijos de la iglesia”, pero a la hora de la verdad el crujir de dientes  será interminable porque ya no existirá posibilidad de enmienda. Solamente se muere una sola vez y una vez acaecido el acontecimiento  ya no existe la posibilidad del arrepentimiento y del perdón. Después de la muerte se carga por toda la eternidad con la hipocresía  en el fuego infernal. Es, pues, un mal negocio perseguir los aplausos humanos si se recibe la desaprobación de Dios.

El texto sigue diciendo: “mas la oración de los rectos es gozo”. Aquí el texto se refiere a algo que se hace en privado. La oración se practica en privado, indiscutiblemente también puede hacerse en público, cerrada la puerta del aposento. No busca la aprobación pública, solamente agradar a Dios. El fariseo de la parábola subió al templo para enaltecerse. Su oración está cargada de orgullo. El publicano, en cambio, en un lugar apartado, lejos de los ojos de las personas, sin dejarse notar, exclamada dentro de sí: “Dios, Sé propicio a mi pecador”. Finalizada la parábola Jesús añade: “Este”(el publicano) “descendió a su casa justificado”, es decir, su oración fue escuchada, su pecado perdonado y abandonó el recinto del templo acompañado del gozo que produce el hecho de que sus pecados fuesen perdonados.

Dos maneras de acercarse a Dios, la una es abominación al Señor y la otra produce el gozo del Señor. La pregunta que debemos hacernos es: ¿Qué tipo de relación mantengo con Dios’

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