PROVERBIOS 14:30
“El corazón apacible es vida a la
carne, mas la envidia es carcoma de los huesos”
Un corazón apacible es de naturaleza dulce, agradable, suave,
tranquilo, sereno, no dado a vociferar. Estas características del corazón que
son vida a la carne no son de origen natural, ni producto del pensamiento
positivo tan de moda en los libros de
autoayuda que pretenden mejorar la condición humana. Un corazón apacible no se
consigue con la práctica religiosa aún cuando en cierta medida andan juntos. El
corazón apacible que da vida a la carne es la consecuencia de la íntima
relación que una persona mantiene con Dios en Jesucristo. Jesucristo es la
pieza clave en las relaciones que el hombre mantiene con Dios. Sin Jesús es
imposible que el hombre pueda mantener relación con Dios porque Jesús es el
puente que une los dos lados del abismo infranqueable que separa al hombre de
Dios. El abismo es el pecado y Jesús es el puente porque con su sangre que
vertió en el Gólgota limpia todos los pecados cometidos. El resultado de
la unión del hombre con Dios por medio de Jesucristo es el corazón apacible que
es vida a la carne.
La cara opuesta al corazón apacible es el corazón envidioso que “es
carcoma de los huesos. El corazón envidioso pertenece a las personas que
están enemistadas con Dios porque no creen que Jesús es el camino que conduce a
Dios. Tales personas no tienen que ser forzosamente unos desalmados cometiendo
fechorías a diestra y siniestra. Pueden ser personas educadas, respetables,
religiosas, pero que no conocen a Cristo. Con toda su apariencia honorable
quienes no creen en Cristo la Biblia los considera impíos: “Pero los impíos
son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan
cieno y lodo. No hay paz dijo mi Dios para los impíos” (Isaías 57: 20,21).
El que la envidia sea “carcoma de los huesos” no es exclusiva de
los impíos, también pueden cultivarla los piadosos, los verdaderos hijos de
Dios que no confiesan su pecado. Un ejemplo de ello lo encontramos en el rey
David que confiesa: “Mientras callé, envejecieron mis huesos, en mi gemir
todo el día…se volvió mi verdor en sequedades de verano” (salmo 32:3,4). Sigue diciendo el monarca: “Confesaré
mis trasgresiones al Señor, y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (v. 5).
Con el pecado perdonado y borrado por la sangre de Jesús, David finaliza su
poema con estas palabras de alegría que son el fruto de un corazón apacible que
ha hecho la paz con Dios: “Alegraos en el Señor y gozaos juntos, y cantad
con júbilo vosotros los rectos de corazón” (v.11).
PROVERBIOS 15:8
“El sacrificio de los impíos es
abominación al Señor, mas la oración de los rectos es su gozo”
La declaración de la Biblia es contundente, no da lugar a la apelación:
“El sacrificio de los impíos es abominación al Señor”. Dicha proclama
pone en evidencia que los impíos no tienen porque ser irreligiosos. El texto
nos habla del “sacrificio de los impíos” lo cual significa que este tipo
de personas en particular participaban con sus sacrificios en la actividad
religiosa. Pero el Señor no mira la parte externa de los hechos sino las
motivaciones del corazón. La participación religiosa si no se hace con rectitud
de corazón es abominación al Señor. Contradiciendo lo que dice este texto,
actualmente se considera una evidencia de religiosidad verdadera la afluencia
masiva de personas en las procesiones de semana Santa.
Los impíos religiosos pretenden dar gato por liebre. A los hombre puede
ser que los engatusen por lo parecido que existe entre la cizaña y el trigo. A
Dios no lo consiguen porque el Señor no se fija en lo externo sino en lo
interno. Los impíos religiosos pueden congratularse de las alabanzas que
reciben de las personas que los consideran “fieles hijos de la iglesia”,
pero a la hora de la verdad el crujir de dientes será interminable porque ya no existirá
posibilidad de enmienda. Solamente se muere una sola vez y una vez acaecido el
acontecimiento ya no existe la
posibilidad del arrepentimiento y del perdón. Después de la muerte se carga por
toda la eternidad con la hipocresía en
el fuego infernal. Es, pues, un mal negocio perseguir los aplausos humanos si
se recibe la desaprobación de Dios.
El texto sigue diciendo: “mas la oración de los rectos es gozo”.
Aquí el texto se refiere a algo que se hace en privado. La oración se practica
en privado, indiscutiblemente también puede hacerse en público, cerrada la
puerta del aposento. No busca la aprobación pública, solamente agradar a Dios.
El fariseo de la parábola subió al templo para enaltecerse. Su oración está
cargada de orgullo. El publicano, en cambio, en un lugar apartado, lejos de los
ojos de las personas, sin dejarse notar, exclamada dentro de sí: “Dios, Sé
propicio a mi pecador”. Finalizada la parábola Jesús añade: “Este”(el
publicano) “descendió a su casa justificado”, es decir, su oración fue
escuchada, su pecado perdonado y abandonó el recinto del templo acompañado del
gozo que produce el hecho de que sus pecados fuesen perdonados.
Dos maneras de acercarse a Dios, la una es abominación al Señor y la
otra produce el gozo del Señor. La pregunta que debemos hacernos es: ¿Qué tipo
de relación mantengo con Dios’
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