EZEQUIEL 8:6
“Me dijo entonces: Hijo de
hombre, ¿no ves lo que éstos hacen, las grandes abominaciones que la casa de
Israel hace aquí para alejarme de mi santuario? Pero vuélvete aún, y verás
abominaciones mayores”
Ezequiel que se encuentra deportado en Babilonia, el Señor en visiones
le transportó a Jerusalén y lo introdujo en el interior del templo pudiendo
así contemplar “las grandes
abominaciones que la casa de Israel hace aquí para alejarme de mi santuario”.
Aparentemente los “setenta varones de los ancianos de la casa de Israel”
(v. 11) permanecían fieles al Señor, pero como Jesús que “no se fiaba de
ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre,
pues Él sabía lo que había en el hombre” (Juan 2:24,25), conocía la
hipocresía de aquellos ancianos de Israel.
El conocimiento que el Señor tiene de lo que se fragua en nuestros
corazones debería impulsarnos a no pretender engañarlo con nuestras muestras
externas de religiosidad. ¿Recuerda el lector la escena del fariseo que subió
al templo a orar? ¿Cómo describe Jesús al fariseo? He aquí lo que dice de él: “puesto
en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios te doy gracias porque no soy
como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como este
publicano, ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano” (Lucas 18:11,12). Los fariseos acostumbraban a
presumir públicamente de su profunda religiosidad. Jesús dice que el fariseo
que subió al templo “oraba consigo mismo”. No presumía en voz alta en
voz alta de sus virtudes, lo hacía en secreto, pero el Señor sabía lo que había
en aquel hombre.
Jesús contrasta la oración del
fariseo con la del publicano que ambos estaban al mismo tiempo en el templo
adorando a Dios, diciendo: “Os digo que éste (el publicano) descendió
a su caso justificado antes que el otro (el fariseo), porque cualquiera
que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”(v.
14).
Lo que debe quedarnos bien claro es que al Señor no se le puede dar
gato por liebre. Debemos ser sinceros con Él, no pretender engañarle porque no
lo conseguiremos y Él nos dará conforme a nuestras obras. Debemos seguir el
ejemplo del publicano que “estando lejos” oraba así: “Dios, sé
propicio a mi pecador” (v.13). Este hombre que no pretendió engañar a Dios
sino que se presentó ante Él reconociéndose pecador salió del templo “justificado”,
es decir, con sus pecados perdonados y gozoso porque el gozo siempre sigue al
arrepentimiento sincero.
PROVERBIOS 30: 11,12
“Hay una generación limpia en su
propia opinión, si bien no se ha limpiado de su inmundicia”
¿Qué piensan las personas de sí
mismas? La respuesta generalizada es que son buenas personas. ¿Qué piensan los
encarcelados de si mismos? Afirman que están en la carcel por la cara, que no
han hecho nada que merezca el encarcelamiento. Una multitud de personas buenas
no pueden curar a una sociedad enferma en la que prospera la violencia, el
odio, las guerras y un sinfín de males que ponen en evidencia que el ser humano
no es bueno por naturaleza como muchos afirman que lo es. Si alguien que se ha
ensuciado las manos afirma que las tiene limpias no irá al grifo ni cogerá el
jabón para lavárselas. ¡Si las tiene limpias por qué malgastar agua y jabón!
En el campo del espíritu sucede algo parecido. Si uno afirma que no
tiene pecado, ¿para qué lavar el corazón si lo tiene limpio?¿No es una necedad
limpiar lo que está limpio? Una cosa es lo que el hombre piensa de sí mismo y
otra muy distinta lo que Dios piensa de él. ¿Qué piensa Dios de nosotros? “Todos
han pecado”. “No hay justo ni aún uno”.
Pero el hombre no acepta el veredicto de Dios porque cree ser una bellísima
persona, por tanto no necesita pedirle perdón. Pero Jesús dice: “los que
están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a
llamar justos, sino pecadores al arrepentimiento” (Lucas 5: 31,32). Estas
palabras Jesús las dijo en respuesta a los fariseos “murmuraban contra sus
discípulos diciendo: ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?”
(v.30). Los fariseos y los escribas considerándose personas honorables,
limpias, menospreciaban a los discípulos de Jesús porque se relacionaban con
los pecadores. El hecho de que los fariseos y los escribas se considerasen
“limpios” les impedía acercarse al Médico del alma para que sanase la
enfermedad de sus corazones y como despreciaban al Facultativo, la sangre que
Éste vertió en el Gólgota no podía “limpiarles de todo pecado” (1 Juan
1:7).
Es una insensatez considerar que
formamos parte de ”una generación limpia en nuestra propia opinión”
porque ello impide que Jesús pueda “limpiarnos de nuestra inmundicia”
http://0ctaviperenyacortina22.blogspot.com
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada