REGALAR UNA SONRISA
<b>Con
dinero se puede comprar todo lo que se quiera que no tenga valor, pero es
incapaz de que unos labios dibujen una cálida sonrisa que retorne a una alma
decaída</b>
“Nadie
es tan pobre que no pueda regalar una sonrisa” ha escrito la periodista Lucía
Etxebarria. Es cierto que vivimos en una época de crisis económica que causa
muchos perjuicios a las personas y a las familias. La crisis económica no
justifica que las personas no puedan regalar una sonrisa. Regalar una sonrisa
no cuesta dinero. ¿Qué es lo que la hace tan escasa? Lo que impide que las
personas regalen sonrisas es la crisis espiritual que los marchita y empobrece.
La grave crisis económica provocada en buena parte por la corrupción de la
elite política y financiera ha puesto al descubierto que “son muchos los delincuentes económicos
protegidos o indultados por las altas magistraturas del Estado”, afirma
Francesc Sanuy. El comportamiento nada ético de los poderosos y el deseo enfermizo
de dinero de los pobres pone al descubierto que “el amor al dinero es raíz de
todos los males” (1 Timoteo 6:10). No debe extrañarnos, pues, que según Andrew
Carneige “los millonarios difícilmente sonríen” y los pobres que se sienten
ricos en su pobreza tampoco lo hagan.
La
sociedad actual se caracteriza por su amor al dinero lo cual nos introduce en
la sociedad de consumo inmoderado que pone en peligro el crecimiento
sostenible, a la vez que marchita al alma dopándola y quitándole el gozo que
debería caracterizarla. En la vida hay cosas más importantes que el dinero y
las cosas que se pueden adquirir con él. Prestemos atención a la Navidad. Los
contenedores de plástico, vidrio y papel
están llenos a rebosar y en su entorno se encuentran bolsas llenas, botellas,
embalajes…Ello es una señal de consumo inmoderado a pesar de la crisis. ¿La
Navidad consumista hace feliz a las personas que se dejan arrastrar por el
consumo inmoderado? La evidencia es: NO. Mientras bailan las burbujas de cava
en la copa y las bandejas de marisco y otras delicias ocupen su lugar en la
mesa, las risas y el jolgorio acortan las horas. Al día siguiente cuando la
sobriedad ha evaporado el desternillarse de risa y regresado la normalidad,
¿dónde se encuentra la sonrisa que se regala al compañero de trabajo, al vecino
de enfrente, al desconocido con el que casualmente nos encontramos tomando un
café en el bar? La amargura del alma endurece el trato que damos a las
personas. No basta con decir que la risa es la medicina del alma. Y que es un
sustituto de los cosméticos antiarrugas tan usados para preservar la juventud.
Desternillarse de risa tal como se hace en las sesiones de risoterapia es
artificial. No nace del corazón. El alma sigue estando endurecida y la risa
natural, espontánea no atraviesa la coraza que envuelve el corazón. Es un
anuncio publicitario de pasta dentífrica después de haber sido retocado por
Photoshop. ¡Se dan tantas sonrisas hipócritas! En sociedad se representa el
papel de persona simpática , pero no se es auténtico. La sonrisa artificial es una máscara que
amaga una traición.
Debemos
recuperar la frescura de la espontaneidad , del ser natural, de abandonar la
teatralidad de la sonrisa ensayada. Ser natural no se consigue por imposición
propia o ajena, aún cuando sea motivada por motivos religiosos.
Un
alto funcionario de Candace, la reina de los etíopes fue a adorar a Dios en el
templo de Jerusalén. De regreso a su tierra, subido en el carruaje que lo
transportaba, leía sin entender al profeta Isaías. La religiosidad tradicional
no le había aportado la felicidad. No comprendía el oráculo divino que es la
fuente del gozo. A Felipe, el evangelista, por inspiración divina se le
comunica que se acerque al carruaje y le pregunta al alto dignatario:
“¿Entiendes lo que lees? La respuesta es negativa. A partir del texto de Isaías
que en aquel momento leía el viajero, Felipe le anuncia el evangelio de Jesús.
El funcionario cree el mensaje. Hace parar el vehículo cerca de una balsa y
pide ser bautizado. El texto dice que cuando ambos hombres se separaron, el
dignatario de la reina Candace “siguió su camino lleno de gozo”. De la
abundancia del corazón habla la boca o, los ojos son el espejo del alma. Lo que
hay en el corazón no se puede esconder. Los ojos y el rostro reflejan lo que se
esconde en las profundidades del alma. Ahora, con el corazón rebosante de gozo
la sonrisa se hace espontánea, natural, fresca. Atrae a la persona que la
recibe.
Octavi Pereña i Cortina