SABIDURÍA O
CONOCIMIENTO
“De tus mandamientos he adquirido sabiduría”
Pere
Lluís Font, premio de honor de las Letras Catalanas, le dice al entrevistador:
“Si tienes la suerte de que tu mente resista, tienes alguna ventaja, como haber
aprendido a distinguir entre lo que es
esencial de lo que no es
necesario, entre el saber y la sabiduría. Hoy con los medios tecnológicos de
que disponemos tenemos al alcance un océano de información que nos sobrepasa.
Si carecemos de la capacidad de saber separar el trigo de la paja, el océano de
información que hoy disponemos nos sumerge en un mar de confusión que en vez de
hacernos sabios nos confunde. Con un clic en el móvil tenemos una montaña de
información que somos incapaces de digerirla. Vayamos paso a paso. En vez de querernos sumergir en
la infinitud de la información que la tecnología pone a nuestro alcance y que
somos incapaces de digerir, ¿por qué no ponemos sentido común y nos limitamos a
querer saber que esencialmente necesitamos?
Saber distinguir entre lo que es esencial y lo que es accesorio, entre
el saber y la sabiduría”. Nuestro cerebro no es un disco duro que puede
almacenar una cantidad ilimitada de información. Debido a esta limitación, es
conveniente tener en cuenta la recomendación del apóstol Pablo: “Examinadlo
todo, retened aquello que es bueno” (1
Tesalonicenses 5. 21). Tenemos que ser auto censores de nuestra lecturas. Hay
lecturas que no aportan nada. Te roban el escaso tiempo de que dispones. Te
distraen, indiscutiblemente. Pero no aportan nada valioso y duradero. Cuando
cierras el libro, las dudas existenciales que preocupan siguen vivas y
coleando. Tenemos, pues, que aprender a escoger entre lo que es esencial y lo
que es accesorio. Entre el conocimiento y la sabiduría.
Que el
Señor Jesús no haga sabios para que podamos ser personas dignas de serlo.
Tenemos que ser personas exclusivamente de un libro: la Biblia que nos enseña
que “el temor (reverencia) del Señor es el principio de la sabiduría, y el
conocimiento del Altísimo es la inteligencia” (Proverbios 9: 10). Agustín de
Hipona nos da un consejo que aporta inmensos dividendos si se le tiene en
cuenta: “El entendimiento es la consecuencia de la fe, no busques entender para
poder creer, tienes que creer para poder entender”. Si estas palabras hacen
mella en el lector le ayudarán a buscar a Dios que es el Autor de la fe:
“Porque por gracia sois salvos, por medio de la fe, y esto no es de vosotros,
pues es don de Dios” (Efesios 2: 8). Una pregunta muy importante que tenemos
que hacernos: yo soy incrédulo, ateo, ¿qué tengo que hacer para recibir el don
de la fe? El mero hecho de que alguien haga sinceramente esta pregunta ya está en contacto con Él. Ello nos lleva a
lo que Santiago escribe: “Y si alguien de vosotros tiene falta de sabiduría,
pídala a Dios, el cual da a todos
abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no
dudando nada, porque el que duda es semejante a la onda del mar que es
arrastrada por el viento y echada de una parte a otra” (Santiago 1: 5, 6). La
vida cristiana no es una carrera de 100m, es una maratón que dura toda la vida:
“Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento
hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4: 18).
La vida
cristiana no es pan comido. Se asemeja a la vida que se encuentra en el embrión escondido en el seno materno que
se desarrolla pasando por diversas fases hasta llegar a ser adulto. Es una
tragedia que después de un tiempo de haber nacido como hijo de Dios por la fe
en Jesús el apóstol Pablo tenga que amonestarnos: De manera que yo, hermanos,
no puedo hablaros como espirituales, sino como carnales, como niños en Cristo.
Os di a beber leche, y no vianda, porque aún no eráis capaces, ni sois capaces
todavía, porque aun sois carnales” (1 Corintios 3: 1-3). Los cristianos de
Corintio, sea por la causa que sea, a pesar del tiempo transcurrido desde que
se convirtieron en hijos de Dios por la fe en Jesús, no habían crecido.
Espiritualmente seguían siendo bebés. Solamente asimilaban la leche espiritual
que es el ABC del Evangelio. No se les podía suministrar vianda porque los dientes
de leche que tenían no les permitían masticarla.
Que la
repulsa que el apóstol Pablo dirige a los cristianos de Corintio no tenga que
aplicarse en nosotros. ¿Qué tenemos que hacer para que la amonestación no se
aplique a nosotros? Sin prisas, pero sin pausas, tenemos que mantener vivo el
crecimiento espiritual. Ello exige perseverancia. Pide la obligación diaria de
retirarnos a una habitación y, alejados del mundanal ruido, a solas con Jesús, que es nuestro mejor
amigo, abrirle de par en par la puerta de nuestro corazón. Dejemos que su
palabra que es la Biblia nos hable. Una conversación no es un monólogo, es un
diálogo entre dos. Si en la privacidad no aparece la Biblia no existe diálogo
con Él. A lo sumo es una verborrea lanzada al vacío. Dispuestos a encontrarnos con el Señor Jesús
permitamos que nos hable por medio de su palabra escrita que es la Biblia,
redactada por unos hombres que han sido inspirados por el Espíritu Santo a
redactarla. Pidámosle que perdone nuestros pecados. No imitemos a los fariseos
que veían los pecados del prójimo, pero no el propio. Expongámosle todo aquello
que nos afecta. No olvidemos interceder por nuestros amigos y familiares.
No dejemos en el tintero a los políticos
y gobernantes que tanto necesitan nuestras oraciones. Encerrarnos diariamente
en la habitación es una actividad que durará todo el tiempo que el Señor quiera
tenernos aquí en la tierra. Si perseveramos en ello descubriremos que el
interés por las cosas materiales que son efímeras disminuye y se refuerza la atención
por las celestiales que son eternas.
Ante
Cristo somos oro en bruto. Poco a poco la escoria que lo desmerece
desaparece y el oro luce con más
esplendor. Llegada la muerte el oro resplandecerá con todo su esplendor porque
no queda la más mínima molécula de pecado. Esperando la resurrección del cuerpo
para ser totalmente salvos. Solamente la sabiduría que brota del corazón del
Padre celestial puede darnos esta esperanza.
Octavi Pereña Cortina
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