dilluns, 15 de setembre del 2025

 

SABIDURÍA O CONOCIMIENTO

“De tus mandamientos he adquirido sabiduría”

Pere Lluís Font, premio de honor de las Letras Catalanas, le dice al entrevistador: “Si tienes la suerte de que tu mente resista, tienes alguna ventaja, como haber aprendido a distinguir entre lo que es  esencial  de lo que no es necesario, entre el saber y la sabiduría. Hoy con los medios tecnológicos de que disponemos tenemos al alcance un océano de información que nos sobrepasa. Si carecemos de la capacidad de saber separar el trigo de la paja, el océano de información que hoy disponemos nos sumerge en un mar de confusión que en vez de hacernos sabios nos confunde. Con un clic en el móvil tenemos una montaña de información que somos incapaces de digerirla. Vayamos  paso a paso. En vez de querernos sumergir en la infinitud de la información que la tecnología pone a nuestro alcance y que somos incapaces de digerir, ¿por qué no ponemos sentido común y nos limitamos a querer saber que esencialmente necesitamos?  Saber distinguir entre lo que es esencial y lo que es accesorio, entre el saber y la sabiduría”. Nuestro cerebro no es un disco duro que puede almacenar una cantidad ilimitada de información. Debido a esta limitación, es conveniente tener en cuenta la recomendación del apóstol Pablo: “Examinadlo todo, retened aquello que es bueno”    (1 Tesalonicenses 5. 21). Tenemos que ser auto censores de nuestra lecturas. Hay lecturas que no aportan nada. Te roban el escaso tiempo de que dispones. Te distraen, indiscutiblemente. Pero no aportan nada valioso y duradero. Cuando cierras el libro, las dudas existenciales que preocupan siguen vivas y coleando. Tenemos, pues, que aprender a escoger entre lo que es esencial y lo que es accesorio. Entre el conocimiento y la sabiduría.

Que el Señor Jesús no haga sabios para que podamos ser personas dignas de serlo. Tenemos que ser personas exclusivamente de un libro: la Biblia que nos enseña que “el temor (reverencia) del Señor es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Altísimo es la inteligencia” (Proverbios 9: 10). Agustín de Hipona nos da un consejo que aporta inmensos dividendos si se le tiene en cuenta: “El entendimiento es la consecuencia de la fe, no busques entender para poder creer, tienes que creer para poder entender”. Si estas palabras hacen mella en el lector le ayudarán a buscar a Dios que es el Autor de la fe: “Porque por gracia sois salvos, por medio de la fe, y esto no es de vosotros, pues es don de Dios” (Efesios 2: 8). Una pregunta muy importante que tenemos que hacernos: yo soy incrédulo, ateo, ¿qué tengo que hacer para recibir el don de la fe? El mero hecho de que alguien haga sinceramente esta pregunta  ya está en contacto con Él. Ello nos lleva a lo que Santiago escribe: “Y si alguien de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos   abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada, porque el que duda es semejante a la onda del mar que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra” (Santiago 1: 5, 6). La vida cristiana no es una carrera de 100m, es una maratón que dura toda la vida: “Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4: 18).

La vida cristiana no es pan comido. Se asemeja a la vida que se encuentra en  el embrión escondido en el seno materno que se desarrolla pasando por diversas fases hasta llegar a ser adulto. Es una tragedia que después de un tiempo de haber nacido como hijo de Dios por la fe en Jesús el apóstol Pablo tenga que amonestarnos: De manera que yo, hermanos, no puedo hablaros como espirituales, sino como carnales, como niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda, porque aún no eráis capaces, ni sois capaces todavía, porque aun sois carnales” (1 Corintios 3: 1-3). Los cristianos de Corintio, sea por la causa que sea, a pesar del tiempo transcurrido desde que se convirtieron en hijos de Dios por la fe en Jesús, no habían crecido. Espiritualmente seguían siendo bebés. Solamente asimilaban la leche espiritual que es el ABC del Evangelio. No se les podía suministrar vianda porque los dientes de leche que tenían no les permitían masticarla.

Que la repulsa que el apóstol Pablo dirige a los cristianos de Corintio no tenga que aplicarse en nosotros. ¿Qué tenemos que hacer para que la amonestación no se aplique a nosotros? Sin prisas, pero sin pausas, tenemos que mantener vivo el crecimiento espiritual. Ello exige perseverancia. Pide la obligación diaria de retirarnos a una habitación y, alejados del mundanal ruido,  a solas con Jesús, que es nuestro mejor amigo, abrirle de par en par la puerta de nuestro corazón. Dejemos que su palabra que es la Biblia nos hable. Una conversación no es un monólogo, es un diálogo entre dos. Si en la privacidad no aparece la Biblia no existe diálogo con Él. A lo sumo es una verborrea lanzada al vacío.  Dispuestos a encontrarnos con el Señor Jesús permitamos que nos hable por medio de su palabra escrita que es la Biblia, redactada por unos hombres que han sido inspirados por el Espíritu Santo a redactarla. Pidámosle que perdone nuestros pecados. No imitemos a los fariseos que veían los pecados del prójimo, pero no el propio. Expongámosle todo aquello que nos afecta. No olvidemos interceder por nuestros amigos y familiares. No  dejemos en el tintero a los políticos y gobernantes que tanto necesitan nuestras oraciones. Encerrarnos diariamente en la habitación es una actividad que durará todo el tiempo que el Señor quiera tenernos aquí en la tierra. Si perseveramos en ello descubriremos que el interés por las cosas materiales que son efímeras disminuye y se refuerza la atención por las celestiales que son eternas.

Ante Cristo somos oro en bruto. Poco a poco la escoria que lo desmerece desaparece  y el oro luce con más esplendor. Llegada la muerte el oro resplandecerá con todo su esplendor porque no queda la más mínima molécula de pecado. Esperando la resurrección del cuerpo para ser totalmente salvos. Solamente la sabiduría que brota del corazón del Padre celestial puede darnos esta esperanza.

Octavi Pereña Cortina

 

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