¿QUIÉN VENCERÁ?
Entre el bien y el mal, la victoria del bien está
garantizada desde hace más de dos mil años
El panorama político es
muy desolador. Si se tira de la manta se descubre mucha mierda. Las cloacas de
los partidos políticos ya no pueden absorber más estiércol. No existe efecto
sin causa. La causa del descalabro político se encuentra en el hecho de que se
actúa de manera horizontal. La política es cosa exclusivamente nuestra y somos
nosotros quienes tenemos que levantarla de su caída en picado. Los políticos son demasiado
orgullosos para reconocer su fracaso y que tienen que abandonar su mirada
horizontal para dirigirla hacia el cielo.
Gracias a los avances
tecnológicos y con la relativa facilidad con que se investiga el espacio sideral
nos hace creer que somos dioses. Si lo somos lo somos con pies de barro. A
pesar de que Dios hizo al hombre “un poco menor que los ángeles, y le coronaste
de gloria y honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos” (Hebreos 2: 7, 8)
seguimos siendo hombres que debido al pecado de Adán nos encontramos en una
situación muy inferior a la que teníamos antes de que el pecado ocasionase la ruptura de la relación directa con Dios.
He aquí el dilema. Debido
al pecado nacemos ciegos espiritualmente. Exclusivamente creemos en lo que los
ojos ven y lo que los dedos palpan. Fuera de lo material nada existe. Todo son
fábulas. Esta es la gran tragedia de la humanidad: No quiere reconocer la
dimensión espiritual existente. El apóstol Pablo nos alerta para que la dimensión espiritual olvidada no se convierta en un
agujero negro que se nos engulla y nos destruya. Prestemos atención a las
palabras del apóstol: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis
estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra
sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los
gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de
maldad en las regiones celestes. Por tanto tomad toda la armadura de Dios, para
que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes”
(Efesios 6: 11-13).
Ernest Maragall, refiriéndose a los carteles que le relacionaban con el Alzheimer de su
hermano Pascual, que tenían el
propósito de desprestigiarle políticamente,
ha dicho: “Siento horror y vergüenza por pertenecer a un pedazo de
sociedad capaz de realizar actuaciones tan indecentes”. La indecencia política
ha llegado a tales extremos que si no prestamos atención a las palabras del
apóstol nos cubriremos de mierda.
Ya es hora que se pongan
sobre la mesa las intenciones ocultas que trabajan entre bastidores. Los
fariseos los eternos enemigos de Jesús querían deshacerse de Él costase lo que
costase. Le dicen: “Tú das testimonio de ti mismo, tu testimonio no es verídico”
(Juan 8: 13). Esto da pie a una controversia que nos llevará hasta Abraham y su
descendencia. A nosotros los occidentales la historia de Abraham que tiene más
de cuatro mil años de antigüedad puede parecernos algo irrelevante. Pero es de
capital importancia para dar respuesta a la pregunta: “¿Quién vencerá?”, que es
el título de este escrito. Los fariseos creían que por ser descendencia carnal
de Abraham se consideraban ser genuina descendencia del patriarca. Carnalmente
nadie se lo discute. Espiritualmente no: “Sabed por tanto, que los que son de
la fe, éstos son hijos de Abraham” (Gálatas 3: 7). Los fariseos defienden a
capa y espada su descendencia abrahámica. Jesús no discute su descendencia
según la carne, pero niega que lo sean espiritualmente: “sé que sois
descendencia de Abraham” (Juan 8: 37). Si fueseis verdaderos hijos de Abraham “haríais las
obras de Abraham” (v. 39). La traca final estalla cuando les dice: “Vosotros
sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él
ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque
no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de lo suyo habla, porque es
mentiroso y padre de mentira” (v. 44).
Jesús, “que es el
esplendor de a gloria” (del Padre), “la expresión exacta de su esencia” (la del
Padre) (Hebreos 1: 3), se las tiene que ver con los fariseos que son hijos de
Satanás. Si el combate contra Satanás
hubiese terminado en tablas la lucha contra el mal, solamente nos quedaría el
derecho al pataleo. Desde el momento que Lucifer y los ángeles que le siguieron
se rebelaron contra Dios con el propósito de destronarlo, la lucha entre Dios y
Satanás se ha convertido en una guerra sin cuartel. Desconocemos como pudo
producirse el mal cuando no existía. Lo que sí sabemos es que Dios sigue
controlando la situación y que Satanás no puede extralimitarse de los límites
que le impone Dios. Lo que sí se sabe y es porque la Biblia lo enseña es que
Satanás se propone destruir el plan de Dios diseñado para salvación del pueblo
de Dios de sus pecados. El Maligno lo intentó
procurando matar a Jesús, que tenía dos años, por la espada del rey Herodes. Fracasó. Los
judíos intentaron matar a Jesús en diversas ocasiones. Tampoco lo consiguió
porque todavía no había llegado la hora.
Al acercase el día D y la
hora H para que se cumpla el plan de Dios para salvación de su pueblo, Jesús
dijo: “Por eso me ama el Padre, porque
yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí
mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar”
(Juan 10: 17, 18). Un segundo antes de morir Jesús exclamó: “Consumado es. Y
habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu” (Juan 19: 30). Los fariseos,
secuaces de Satanás, se frotaban las manos de satisfacción creyendo que habían
conseguido destruir a su enemigo. La alegría les duró poco porque Jesús
resucitó al tercer día. Para desmentir el hecho la casta sacerdotal sobornó a
los guardias romanos para que dijesen que los discípulos de Jesús habían robado
el cuerpo de Jesús mientras ellos dormían. Jesús ha ganado la partida. Satanás
ha perdido la guerra. Jesús que es la VIDA ha vencido a Satanás que es el autor
de la muerte. Mientras tanto, los cristianos que lo son de verdad, no de
boquilla, esperan expectantes la venida gloriosa de Jesús para introducir el
Reino Eterno de Dios.
Octavi Pereña Cortina
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