GÉNESIS 3: 19
“Con el sudor de tu rostro comerás el pan
hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste tomado, pues polvo eres, y
al polvo volverás”
El
concepto mayoritario que se tiene del hombre es que es fruto de una célula que
apareció espontáneamente, que evolucionó, se
convirtió en un homínido y de ahí
en “homo sapiens”. El homínido aunque se suponga que evolucionó hasta
convertirse en un animal racional no deja de ser “semejante a las bestias que
perecen”.
El
hombre tiene en común con los animales
irracionales que tiene cuerpo, pero no
desciende de los homínidos porque Dios lo creó independientemente de los
animales. Dios después de haber creado a los “animales de la tierra según su género” (Génesis 1: 25), “entonces dijo Dios: hagamos al hombre a
nuestra imagen, y conforme a nuestra semejanza (v. 26). A continuación específica “y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen
de Dios los creó, varón y hembra los creó” (v. 27). “Puso Dios al hombre en el huerto de Edén…y mandó el Señor Dios al
hombre, diciendo: de todo árbol del huerto podrás comer, mas del árbol de la
ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas,
ciertamente morirás” (Génesis 2: 15, 16). Este texto enseña que Dios creó
al hombre inmortal y que la muerte hizo acto de presencia cuando Adán
desobedeció la prohibición de su
Creador. “Y vio la mujer que el árbol era
bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para
alcanzar la sabiduría, y tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido,
el cual comió así como ella” (3: 6). El resultado de la degustación: “Entonces fueron abiertos los ojos de ambos,
y conocieron que estaban desnudos, entonces cosieron hojas de higuera y se
hicieron taparrabos” (v. 7). La muerte espiritual hizo acto de presencia.
La vergüenza que sintieron al verse desnudos, es muestra de ello. Los años que
vivió Adán quedan registrados: “novecientos
treinta años, y murió” (5: 4). Dios no creó mortal al hombre. Fue la
consecuencia de la desobediencia.
Dios no
se inhibe del hombre. Le ofrece la oportunidad de recuperar la inmortalidad y
la vida eterna al anunciarles la venida del Mesías que se haría cargo de su
pecado (Génesis 3: 13-15)
El 1 y
2 de noviembre la Iglesia Católica celebra las fiestas de Todos los Santos y la
de los Fieles difuntos, en memoria de los familiares fallecidos. Se engalanan
los cementerios como si los finados pudiesen ver lo que sus parientes hacen por
ellos. Los vivos se preocupan por los fallecidos sin prestar atención a sus
propias necesidades. Un día más o menos lejano tendrán que comparecer ante el
tribunal de Cristo para dar cuenta de sus hechos. ¿Qué espera el lector oír de
los labios de Jesús: absolución o condenación. Vida eterna o muerte eterna. Es
una decisión que tiene que tomar hoy porque mañana tal vez no tenga la
oportunidad de pedir perdón a Jesús, el Mesías anunciado para perdón de los
pecados.
1 SAMUEL 25: 21
“Y David había dicho: Ciertamente en vano he
guardado todo lo que éste tiene en el desierto, sin que nada le haya faltado de
lo que es suyo, y él me ha vuelto mal por bien”
David,
el rey escogido por el Señor pero todavía sin reinar, es perseguido por su
suegro el rey Saúl, como un galgo a su presa. Durante el tiempo de caería David
busca escondrijos donde guarecerse. Encontrándose en Maón acompañó a los
pastores de Nabal. Oyó David que Nabal trasquilaba las ovejas y envió a diez de sus hombres a pedirle ayuda
con la recomendación de que todo el tiempo que estuvo con sus pastores “no los tratamos mal, ni les faltó nada todo
el tiempo que han estado en Carmel” (v.7). Nabal despide de malas maneras a
los mensajeros de David. En su despecho, al ver que se le pagaba el bien con el
mal, jura “que de aquí a mañana, de que
todo lo que fuese suyo no he de deja con vida ni un varón” (v. 22).
Abigail
esposa de Nabal “mujer de buen
entendimiento” (v. 3), al saber las malas maneras con las que su esposo
había despedido a los mensajeros de David, recogió abundante comida y al frene
de la comitiva salió al encuentro de David. Al encontrarse cara a cara la mujer
le dijo: “No haga caso mi señor de este
hombre perverso, de Nabal, porque conforme a su nombre así es. Él se llama
Nabal, y la insensatez está en él, mas yo,
tu sierva, no vi a los hombres que tú enviaste” (v. 25).
Haciendo
honor a su entendimiento, las suaves palabas que Abigail dijo a David
ablandaron la ira de su corazón (Proverbios 15: 1), “Y dijo David a Abigail: Bendito sea el Dios de Israel, que te envió
para que me encontrases. Y bendito sea tu razonamiento, y bendita tú que me has
estorbado hoy de ir a derramar sangre, y a vengarme por mi propia mano. Porque
vive el Señor Dios de Israel que me ha defendido de hacerte mal, que si tú no
te hubieses dado prisa a venir a mi encuentro, de aquí a mañana no habría
quedado con vida a Nabal ni un varón” (vv. 32-34).
Un conjunto de factores intervinieron para
que una historia que parecía que tenía que acabar en un baño de sangre tuviese un final feliz. Por un lado las
suaves palabras de Abigail que fueron dulces como la miel que suavizaron la ira
que provocó en David la desafortunada reacción de Nabal a la petición de ayuda
que le hicieron los mensajeros que envió David. Por el otro, David era un
verdadero hijo de Dios que reconoció que Abigail fue una enviada de Dios para impedir
que cometiese asesinatos que empañarían su honor cuando muerto Saúl fuese
coronado como el rey ungido del Señor. Y, como director de orquestra, Dios guió
todos los pasos que se dieron en el evento.
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