SALMO 9: 9,10
“El Señor es refugio del pobre, refugio para
el tiempo de angustia. En ti confían los que conocen tu Nombre, por cuanto tú,
oh Señor, no menosprecias a los que te buscan”
Vayamos
al Sermón del Monte y fijémonos en dos de las bienaventuranzas: “bienaventurados los pobres en espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos” y “bienaventurados los que lloran porque ellos recibirán consolación”
(Mateo 5: 2, 3). Jesús dice que los
pobres son bienaventurados. ¿Qué tipo de pobres son estos que son tan
privilegiados? A nuestro alrededor se encuentran muchos pobres que no saben
dónde caerse muertos y, de
bienaventurados nada de nada. También se encuentran muchos ricos que no saben
qué hacer con sus bienes. Ignoran que son “pobres
en espíritu” y las riquezas no les traen la felicidad deseada. Jesús se
explica claramente a qué tipo de pobreza se refiere a “pobres en espíritu”. La condición de
extrema pobreza material de multitudes nada tiene que ver con “pobreza en
espíritu a la que se refiere Jesús.
La
pobreza a la que se refiere el texto que comentamos tiene que ver con el
corazón. Tanto los pobres de solemnidad como los que nadan en la abundancia, si
se consideran ricos, no buscan al Señor “que
es refugio del pobre”. No buscan refugiarse bajo las alas protectoras del
Señor porque consideran que pueden valerse por sí mismos. Tiempos de angustia
los hay tanto para los pobres de solemnidad como para los ricos opulentos que
no saben qué hacer con sus muchos bienes. Ambos son necios porque no creen en
Él.
Los
salmistas son modelos de pobres en espíritu. Sus poemas nos muestran su
condición de “pobres en espíritu”
porque en su angustia claman al Señor y buscan su socorro y protección. Las
autoridades sanitarias están alarmadas por el incesante incremento de
trastornos de salud mental. Ello se debe a que la incredulidad generalizada,
los tiempos de angustia son muchos y diversos no pueden acudir al Señor a
buscar refugio bajo sus alas protectoras
como los polluelos los hacen bajo las alas de la clueca. El autor del
salmo que comentamos nos alerta: “En ti
confían los que conocen tu Nombre, porque tú, oh Señor, no desamparas a los que
te buscan”. Si el lector pertenece al inmenso grupo de incrédulos que en el
desamparo busca consuelo, que no recibe, en los embaucadores que prometen lo
que no pueden dar, abandone el orgullo que le impide mirar al cielo en busca de
socorro. Pídele al Señor que es amplio en dar. Demándale que transforme tu
corazón altanero en uno de humilde y sencillo de corazón que te permita acudir
a Él en busca de ayuda sin avergonzarte.
2 CORINTIOS 2: 7, 6
Pero Dios, que consuela a los humildes, nos
consoló con la venida de Tito”
Las
maneras que tiene Dios de consolar a los humildes que creen en Él son muchas y
diversas. Si vamos al capítulo 1 de esta misma epístola encontraremos la manera
magistral que tiene Dios de consolar a quienes confían en Él.
“Bendito sea el Padre de nuestro Señor
Jesucristo, Padre de misericordias, y Dios de toda consolación” (v. 3). El texto nos viene a
decir que el corazón del Padre de
nuestro Señor Jesucristo es amplio en consolar si es que la persona que
necesite consuelo no le haga reparo pedírselo. Si la persona desconsolada es
incrédula, ¿cómo irá a Dios a pedirle consuelo? El desconsuelo es tan terrible
que en algunas personas que no lo pueden soportar se suicidan.
“El cual Dios nos consuela en todas nuestras
tribulaciones”
(v. 4). Nos dice que “Dios de toda
consolación” nos consuela en todas nuestra tribulaciones, no solamente
algunas. TODAS. Eso sí, es
imprescindible que los atribulados crean en el Padre que por medio de su Hijo
Jesús consuela quienes se lo piden. Dios, que no es “pesetero” no cobra por
consolar a los afligidos. Lo hace movido por el inmenso amor que tiene por los
hombres. Nadie por cuestiones económicas se le excluye de recibir el servicio gratuito de la consolación divina
que ofrece por medio de la instrumentalidad de personas: “El cual nos consuela en nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en
cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos
consolados por Dios” (v. 4). Este texto hace polvo el concepto que el
ministerio de la consolación quede
reducido a los profesionales de la religión o de la sanidad. El ministerio de
la consolación recae sobre todos los verdaderos cristianos que han
experimentado la consolación divina. Cada uno en la medida del don recibido. De
gracia ha sido concedido, gratuitamente se tiene que ejercer.
Uno de
los problemas que se dan en las iglesias es el infantilismo spiritual de sus
miembros que después de años de haber creído siguen necesitando que se les suministre leche
espiritual no vianda sólida. Escuchan atentamente los sermones dominicales y el
resto de la semana se olvidan de la Biblia
que es el alimento que les ayudaría a crecer y a madurar como
cristianos. “El cual nos consuela en nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en
cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos
consolados por Dios”. Todos los cristianos somos responsables de consolar.
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