LUCAS 7: 48
“Y a ella le dijo: Tus pecados te son
perdonados”
Jesús
fue invitado a comer en casa de un fariseo. Una mujer que era pecadora,
vulgarmente de “mala reputación,” para
no decir: prostituta, se enteró que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo,
fue allá llevando consigo “un frasco de
alabastro con perfume, y estando detrás de Él, a sus pies, llorando comenzó a
regar con lágrimas sus pies y los enjugaba con sus cabellos, y besaba sus pies,
y los ungía con el perfume” (vv. 37, 38). El fariseo que se consideraba
persona justa y que no podía tener contacto con los pecadores para no
contaminarse ceremonialmente, criticó a Jesús, diciendo para sí mismo: “Éste, si fuera profeta, conocería quién y
qué clase de mujer, que es pecadora” (v. 39). Entonces, Jesús dirigiéndose
a su anfitrión le narra la parábola de los dos deudores. “Uno de los acreedores debía quinientos denarios, y el otro cincuenta.
Y no teniendo ellos con que pagar perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ambos le
amaba más?” (42). Simón, que así se llamaba el fariseo, le dijo a Jesús: “Pienso
que aquel a quien perdonó más”. Jesús le dijo: “Perfectamente has juzgado” (v. 43). Jesús volviéndose a la mujer
dijo al fariseo y exponiéndole las muestras de amor que La mujer le mostraba,
le dice: “por lo cual le digo que sus
muchos pecados le son perdonados porqué amó mucho, mas a aquel a quien se le
perdona poco, poco ama. Y dijo a ella: Tus pecados te son perdonados” (vv.
47, 48).
En otra
ocasión se encontraba Jesús enseñando en el templo. “Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida
en adulterio, y poniéndola en medio le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la Ley nos mandó Moisés
apedrear a tales personas. Tú, pues,
¿qué dices? Como los acusadores persistían en la acusación Jesús les dijo: “El que de vosotros esté sin pecado que sea
el primero en arrojar la piedra contra ella. Ellos, al oír esto acusados por su
conciencia abandonaron el lugar” (vv. 8, 9).
Encontrándose
solos Jesús y la mujer, dirigiéndose a ella le dijo: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella le
dijo: Ninguno Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno, vete y no peques
más” (vv. 10, 11).
A todos
los pecadores que han sido salvados por la fe en Jesús y cuyos pecados han sido lavaos por la sangre
que Jesús derramó en la cruz, el apóstol Pablo nos pregunta: “Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el
pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos
muerto al pecado, ¿cómo viviremos aun en Él?…Así también nosotros andemos en
novedad en vida? (Romanos 6: 1, 2, 4).
JONÁS 4: 11
“¿Y no tendré
yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad en donde hay más de ciento
veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano
izquierda, y muchos animales?”
Este
texto es un toque de atención a los cristianos que siendo miopes limitan la
evangelización a las personas de su misma clase. Según ellos, Dios confina su
misericordia a un reducido grupo de personas. Esta miopía no excluye a los
profetas. Jonás es un ejemplo de ello. Ni
los ultra ortodoxos seguidores de Moisés, los fariseos, que al comienzo
de la historia de la iglesia perseguían a muerte a los cristianos, Saulo de
Tarso, fue uno de ellos, conocido como
el apóstol Pablo después de su conversión a Cristo fue un furibundo perseguidor
de cristianos. Creía que tenía que hacerlo para conservar la pureza del
judaísmo. La Iglesia Católica que se considera cristiana, durante siglos
se dedicó a perseguir a los cristianos
evangélicos por considerarlos herejes. No tenemos que quedarnos en las
instituciones. En el fondo todos tenemos algo del espíritu inquisidor. Es
decir, que no amamos a nuestros semejantes como a nosotros mismos. El apóstol
Pablo nos enseña que quienes han creído en Jesús como Señor y Salvador han dejado
de ser hijos de las tinieblas para pasar a serlo de la luz y del día
(1Tesalonicenses 5: 5). Quienes son hijos de las tinieblas tienen un
comportamiento que tiene deja mucho que desear. Los medios de comunicación se
encargan a diario de recordárnoslo. A quienes somos hijos de la luz el apóstol
Pablo nos recuerda como tenemos que comportarnos: “Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios.
Pues los que duermen de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se
embriagan. Pero nosotros que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido
con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo”
(1 Tesalonicenses 5: 4-8).
Los
verdaderos cristianos en el momento de creer en Jesús
como Señor y Salvador nos convertimos en hijos de la luz, es decir que hemos
obtenido la salvación plena, lo somos en esperanza (Romanos 8: 24), es decir,
que nuestro cuerpo que aun yace en la oscuridad del sepulcro significa que no
hemos alcanzado la plena salvación a que hemos sido llamados. La vieja
naturaleza que teníamos cuando andábamos en la noche sigue activa. Bajo
control. Ello significa que una lucha sin cuartel existe en lo profundo del
alma entre el bien y el mal. Antes de la conversión a Cristo esta lucha no
existía, todo nos daba lo mismo. De ella salimos victoriosos gracias a la
victoria que Jesús consiguió por nosotros al morir en la cruz y resucitar el
tercer día. En Jesús somos más que vencedores: “Ninguna cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es
en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8: 39).
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