SALMO 36: 1
“El injusto lleva en su interior el oráculo
del pecado, vive sin temor de Dios”
El
salmo 36 trata de la iniquidad del hombre y de la misericordia de Dios.
Comienza mostrando un destello de la condición del ser humano, Se acostumbra a
decir que las personas son buenas por
naturaleza, El salmo que comentamos lo desmiente. Dice que en su interior lleva
grabado el pecado. Cree ser bueno porque en ocasiones hace buenas acciones.
Jesús desmiente esta filosofía cuando dice: “Pues
si vosotros siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos”
(Mateo 7: 11). El mandamiento dice: “No
cometerás adulterio”(Deuteronomio 20: 14). Jesús profundiza en el tema
cuando dice: “Pero yo os digo que
cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su
corazón” (Mateo 7: 28). Quien comete adulterio aunque solo sea de corazón
ya ha transgredido toda la Ley de Dios.
(Santiago 2: 11). Sea de pensamiento o de obra todos somos transgresores de la
Ley de Dios. El salmista clava la puntilla cuando escribe: “No hay temor de Dios delante de sus ojos” (v. 2).De labios son
multitudes quienes invocan el Nombre de Dios, pero que le amen sobre todas las
cosas, son minoría.
El
salmista sigue escribiendo: “Se lisonjea,
por tanto, en sus propios ojos, de que su iniquidad no será hallada ni
aborrecida” (v. 2). El impío piensa que porque no cree en Dios, lo ha borrado del mapa. Piensa
que Dios es un mito como Zeus, un invento de los sacerdotes para controlar a la
población y subyugarla. Cuando quienes dicen ser cristianos y se confiesan
auricularmente con un cura no le dicen toda la
verdad. Así y todo creen
erróneamente que sus pecados les han sido perdonados. Dios no ha otorgado
a ningún hombre el poder de perdonar
pecados. Lo ha reservado exclusivamente
a su Hijo Jesús. Así que solo a Jesús se le tienen que confesar los pecados
para que la sangre que vertió en la cruz del Calvario los elimine todos. Se
puede engañar al confesor humano, pero
Jesús que lee los pensamientos más profundos guardados en lo profundo del alma,
es totalmente imposible darle gato por liebre.
“Las palabras (del injusto) de su boca son iniquidad y fraude, ha dejado su camino, de hacer el
bien” (v. 8). Por la boca muere el pez. Las palabras del injusto que brotan
de un corazón malvado están teñidas de “homicidios,
adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias” (Mateo
15: 19).
Para
terminar: el injusto “medita maldad en su
cama, está en camino no bueno, el mal no aborrece” (v. 4). El corazón del
impío es lo que es. La educación no lo cambia, tal vez lo hace más sutil. Los
pecados siguen siendo sibilinos pero no ocultos a los ojos de Dios. Solo un
corazón nuevo que es fruto de la fe en Jesús es lo que hace que el injusto se
convierta en Justo y aborrezca el camino de hacer el mal.
1 JUAN 3: 1
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para
que seamos hijos de Dios, por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él”
“Mirad”, el apóstol Juan intenta que desviemos la
mirada de las cosas visibles que tanto nos atraen, para ponerla en el
Invisible. En el aspecto religioso nos impresiona el oropel con el que se
revisten las misas pontificales. El boato que despliegan sirve para satisfacer
la sensualidad de los asistentes, pero no cambia su corazón.
El
apóstol busca que abandonemos lo sensual
para que nos fijemos en el inmenso amor de Dios que se manifiesta en que
los verdaderos creyentes en Cristo sean “llamados
hijos de Dios”. Quienes se dejan
extasiar por el esplendor de las grandes celebraciones litúrgicas pierden el privilegio de ser “llamados
hijos de Dios”. Las exuberantes
celebraciones religiosas proporcionan un momentáneo placer sensual. Terminado
la fastuosa celebración religiosa, ¿qué queda? La rutinaria vida diaria
aburrida y monótona, sin esperanza.
Abandone
el lector el hábito de mirar lo que perece y ponga los ojos en las celestiales
que son eternas. Las revistas del corazón nos muestran las lujosas mansiones de
los ricos de este mundo que nos abren el apetito de desear lo que no podemos
alcanzar. El apóstol nos dice: “mirad”.
No menciona clase social, raza, ni nada que nos identifique de alguna manera y
limite el número de personas a las que dice: “Mirad”. Mirar ¿qué?, que en Cristo Jesús “somos llamados hijos de Dios”. El apóstol sigue diciendo: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aun no
se ha manifestado lo que hemos de ser, pero sabemos que cuando Él se
manifieste, seremos semejantes a Él, porque seremos tal como Él es” (v.2). Los hombres por ricos que sean, que no
sepan qué hacer con los millones que han amontonado, aunque se vistan de seda,
acabarán marchitándose como la hierba. La gloria del mundo no los seguirá
cuando se conviertan en polvo. El
apóstol Juan nos dice que quienes somos hijos de Dios por la fe en Jesús “no se ha manifestado lo que hemos de ser”.
No dan importancia a lo que tiene que deshacerse. Desean ardientemente lo que
no se ve. Por fe, no por vista “sabemos
que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal
como Él es”. Seremos semejantes a Jesús resucitado con un cuerpo inmortal e
incorruptible. Los cristianos del tiempo apostólico se despedían diciéndose: El Señor viene”. Desgraciadamente hoy
hemos olvidado este saludo, pero la promesa que Jesús volverá no ha caído en
saco roto. Volverá a buscarnos a que vayamos con Él.
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