diumenge, 13 d’octubre del 2024

 

SALMO 36: 1

“El injusto lleva en su interior el oráculo del pecado, vive sin temor de Dios”

El salmo 36 trata de la iniquidad del hombre y de la misericordia de Dios. Comienza mostrando un destello de la condición del ser humano, Se acostumbra a decir que las personas son  buenas por naturaleza, El salmo que comentamos lo desmiente. Dice que en su interior lleva grabado el pecado. Cree ser bueno porque en ocasiones hace buenas acciones. Jesús desmiente esta filosofía cuando dice: “Pues si vosotros siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos” (Mateo 7: 11). El mandamiento dice: “No cometerás adulterio”(Deuteronomio 20: 14). Jesús profundiza en el tema cuando dice: “Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 7: 28). Quien comete adulterio aunque solo sea de corazón ya ha transgredido toda la Ley  de Dios. (Santiago 2: 11). Sea de pensamiento o de obra todos somos transgresores de la Ley de Dios. El salmista clava la puntilla cuando escribe: “No hay temor de Dios delante de sus ojos” (v. 2).De labios son multitudes quienes invocan el Nombre de Dios, pero que le amen sobre todas las cosas, son minoría.

El salmista sigue escribiendo: “Se lisonjea, por tanto, en sus propios ojos, de que su iniquidad no será hallada ni aborrecida” (v. 2). El impío piensa que porque no  cree en Dios, lo ha borrado del mapa. Piensa que Dios es un mito como Zeus, un invento de los sacerdotes para controlar a la población y subyugarla. Cuando quienes dicen ser cristianos y se confiesan auricularmente con un cura no le dicen toda la  verdad.  Así y todo creen erróneamente que sus pecados les han sido perdonados. Dios no ha otorgado a  ningún hombre el poder de perdonar pecados. Lo ha reservado  exclusivamente a su Hijo Jesús. Así que solo a Jesús se le tienen que confesar los pecados para que la sangre que vertió en la cruz del Calvario los elimine todos. Se puede engañar al confesor  humano, pero Jesús que lee los pensamientos más profundos guardados en lo profundo del alma, es totalmente imposible darle gato por liebre.

“Las palabras (del injusto) de su boca son iniquidad y fraude, ha dejado su camino, de hacer el bien” (v. 8). Por la boca muere el pez. Las palabras del injusto que brotan de un corazón malvado están teñidas de “homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias” (Mateo 15: 19).

Para terminar: el injusto “medita maldad en su cama, está en camino no bueno, el mal no aborrece” (v. 4). El corazón del impío es lo que es. La educación no lo cambia, tal vez lo hace más sutil. Los pecados siguen siendo sibilinos pero no ocultos a los ojos de Dios. Solo un corazón nuevo que es fruto de la fe en Jesús es lo que hace que el injusto se convierta en Justo y aborrezca el camino de hacer el mal.


 

1 JUAN 3: 1

“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos hijos de Dios, por esto el mundo no nos conoce, porque no  le conoció a Él”

“Mirad”, el apóstol Juan intenta que desviemos la mirada de las cosas visibles que tanto nos atraen, para ponerla en el Invisible. En el aspecto religioso nos impresiona el oropel con el que se revisten las misas pontificales. El boato que despliegan sirve para satisfacer la sensualidad de los asistentes, pero no cambia  su corazón.

El apóstol busca que abandonemos lo sensual  para que nos fijemos en el inmenso amor de Dios que se manifiesta en que los verdaderos creyentes en Cristo sean “llamados hijos de Dios”. Quienes se dejan extasiar por el esplendor de las grandes celebraciones litúrgicas  pierden el privilegio de ser  llamados hijos de Dios”. Las exuberantes celebraciones religiosas proporcionan un momentáneo placer sensual. Terminado la fastuosa celebración religiosa, ¿qué queda? La rutinaria vida diaria aburrida y monótona, sin esperanza.

Abandone el lector el hábito de mirar lo que perece y ponga los ojos en las celestiales que son eternas. Las revistas del corazón nos muestran las lujosas mansiones de los ricos de este mundo que nos abren el apetito de desear lo que no podemos alcanzar. El apóstol nos dice: “mirad”. No menciona clase social, raza, ni nada que nos identifique de alguna manera y limite el número de personas a las que dice: “Mirad”. Mirar ¿qué?, que en Cristo Jesús “somos llamados hijos de Dios”. El apóstol sigue diciendo: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aun no se ha manifestado lo que hemos de ser, pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque seremos tal como Él es” (v.2). Los hombres por ricos que sean, que no sepan qué hacer con los millones que han amontonado, aunque se vistan de seda, acabarán marchitándose como la hierba. La gloria del mundo no los seguirá cuando se conviertan en polvo. El apóstol Juan nos dice que quienes somos hijos de Dios por la fe en Jesús “no se ha manifestado lo que hemos de ser”. No dan importancia a lo que tiene que deshacerse. Desean ardientemente lo que no se ve. Por fe, no por vista “sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es”. Seremos semejantes a Jesús resucitado con un cuerpo inmortal e incorruptible. Los cristianos del tiempo apostólico se despedían diciéndose: El Señor viene”. Desgraciadamente hoy hemos olvidado este saludo, pero la promesa que Jesús volverá no ha caído en saco roto. Volverá a buscarnos a que vayamos con Él.

 

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