PÁRATE A PENSAR
El supuesto homo
sapiens sapiens tiene dificultades para pensar
“No solemos ser
conscientes de la presión bajo la cual vivimos hasta que nuestro cuerpo dice
basta” (Kore Cantabrama, directora
del Instituto del estrés)
En nuestro cuadro de
mando parpadea la luz roja que avisa que algo no funciona bien en nosotros. Hoy
con el ateísmo imperante cuando parpadea la luz roja nos damos prisa para
acudir al sicólogo o al siquiatra para que nos haga un chequeo y nos recete la “pastilla
de la felicidad” que haga desaparecer el dolor emocional que nos impide dormir
bien. Hace años se hacía cola para irse
a confesar, lo cual no significa que lo apruebe porque el único que tiene poder
de perdonar los pecados es Jesús. Lo que quiero decir es que en una época
pasada, a pesar de los abusos de la Iglesia y de sus enseñanzas erróneas
existía cierta conciencia de creer en Dios.
En nuestros días se tiene
que pedir cita para que un profesional de la salud mental pueda atendernos. Si
la necesidad del facultativo es urgente tomémoslo con calma porque los
consultorios están colapsaos. La enfermedad mental no es una utopía. Es una
cruel realidad que alguien la ha bautizado como antesala del infierno.
Un siquiatra le dice al
pastor evangélico William Barclay:
“Todo lo que un siquiatra puede hacer es desnudar a una persona hasta llegar a
lo esencial del hombre y, si lo esencial es materia mala no hay nada que hacer,
es aquí donde tú entras”. Fe y medicina no compiten entre sí. Se complementan.
No se excluyen. Aparecen extremistas que aseguran que si alguien enferma es
porque no tiene fe y, si la tiene es porque es muy raquítica. Lo cierto es que
la enfermedad existe. Los centros de atención primaria y los hospitales lo
confirman. Jesús refiriéndose a este tema dijo: “Los sanos no tienen necesidad
de médico sino los enfermos” (Mateo 9: 12). Estas palabras Jesús la dijo en el
contexto de “no he venido a buscar justos sino pecadores al arrepentimiento”
(v. 13). “Ya que todos hemos pecado” (Romanos 3: 23), todos necesitamos a Jesús
que perdona el pecado original que cometimos cuando estábamos en Adán y los que
cometemos estando peregrinando por este tierra.
El libro de los salmos es
el texto de siquiatría por excelencia. Escrito sin tecnicismos. Redactado en
lenguaje claro y sencillo que pueden entender tanto los ilustrados como los
iletrados. Pone el dedo en “lo esencial del hombre y si lo esencial es malo” ni
los siquiatras ni los sicólogos tienen nada que hacer. Recomiendo al lector que
los lea con pausa y reflexión. No se arrepentirá porque son medicina para el
alma. Nos detendremos en el salmo 32 porque encaja en el tema de la salud
mental. Su autor es el rey David, Como todos los verdaderos creyentes en Cristo
en el momento de creer nació de nuevo como hijo adoptivo de Dios. El Padre lo
declaró justo. Ser justo significa que sigue siendo pecador al que Dios lo ve
como si nunca hubiese cometido ni un solo “pecadillo”. Estas personas
justificadas, si no vigilan pueden llegar a cometer los pecados más horribles:
asesinato y homicidio, como hizo David. Aunque el pecado haya sido perdonado y
Dios no vea ni un solo tilde de él, tiene un coste. Dios envía a David el
profeta Natán para que le diga el coste que tendrá por su pecado: “Por lo cual
ahora no se apartará jamás de tu casa la espada, por cuanto me menospreciaste,
y tomaste la mujer de Urías heteo, para que fuese tu mujer. Así ha dicho el
Señor: He aquí yo haré levantar el mal sobre ti de tu misma casa, y tomaré tus
mujeres delante de tus ojos, y las daré a tu prójimo, el cual yacerá con tus
mujeres a la luz del sol. Porque tú lo hiciste en secreto, mas yo lo haré
delante de todo Israel y a pleno sol” (2 Samuel 12: 10-12). La respuesta de
David a la dura reprensión del Señor por boca de Natán, fue: “He pecado contra
el Señor”. La rápida respuesta del profeta fue: “También el Señor ha perdonado tu pecado, no morirás” (v. 13).
El relato del adulterio de David y el
asesinato del marido no ha quedado registrado en la Biblia casualmente. Ha
quedado inscrito porque el Señor desea de enseñar, tanto a creyentes como
incrédulos que todo pecado tiene sus consecuencias punitivas.
Existen dolencias que se
denominan sicosomáticas. A pesar que el pecado es de origen espiritual las
consecuencias afectan al cuerpo. El salmo 32 que escribió David relata la
existencia de las enfermedades sicosomáticas:
“Bienaventurado el hombre a quien el Señor no culpa de iniquidad, y en cuyo
espíritu no hay engaño. Mientras callé envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de
día y de noche se agravó sobre mí tu mano, se volvió mi verdor en sequedades de
verano. Mi pecado te declaré y no encubrir mi iniquidad. Dije confesaré mis
transgresiones, y Tú perdonaste la maldad de mi pecado…Muchos dolores habrá
para el impío, mas el que espera en el Señor le rodea la misericordia. Alegraos
en el Señor y gozaos justos, Cantad con júbilo todos vosotros los rectos de
corazón” (Salmo 32: 1-5, 10, 11)
Hoy no se dice nada de
las enfermedades que tienen su origen en el pecado cometido. En esta época en
que la ciencia médica ha avanzado tanto y se dispone de medicamentos que hacen
“milagros”, hablar del pecado como causante de determinadas dolencias en
regresar a los tiempos del oscurantismo. Aunque no se lo quiera reconocer ahí
están causando mucho dolor. El Señor que es misericordioso y que no se goza
viéndonos sufrir, nos dice: “Bendito el hombre que confía en el Señor y cuya
confianza es en Él. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que
junto a la corriente echará sus raíces, y no teme cuando venga el calor, sino
que su hoja estará verde, y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de
dar fruto” (Jeremías 17: 7, 8).
Octavi Pereña Cortina
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