CRISIS EDUCATIVA
“Corrige a tu hijo y te dará descanso, y hará las
delicias de tu vida” (Proverbios 29: 17)
Nos encontramos inmersos
en una profunda crisis educativa. Quizás la punta del iceberg fue la recién declaración de fracaso del sistema
público de educación. Éste se lleva todo el peso del fracaso escolar. Es la
solución más fácil. El corazón del fracaso escolar no es el sistema público de
educación. Lo es el hogar. La responsabilidad de la educación pública es
enseñar a leer y a escribir y otras enseñanzas básicas que se van incrementando
a medida que los niños pasan a un grado superior. Es en el hogar dónde los
niños tienen que aprender a ser cívicos y educados. A ser respetuosos con las
diferencias individuales. Es en el hogar dónde se tiene que ir a buscar el
fracaso educativo denunciado.
¿Por qué son tantos los
padres que no se comportan como educadores ejemplares? El problema no se
encuentra en que no disponen de un documento acreditativo que confirme haber
realizado un taller de educación parental. Estos talleres, si existen, pueden
ayudar un poco, pero no son fiables porque no convierten a los asistentes en
padres responsables porque no transmiten el espíritu de la paternidad genuina.
¿Qué ocurre con los
padres que no saben cómo educar a sus hijos? Tienen que hacer un retroceso en
la Historia y acercarse a Edén porque es allí donde se encuentra el secreto de
la paternidad responsable. Antes de la Caída Adán y Eva eran árboles buenos y,
como dice Jesús “no hay ningún árbol bueno que haga fruto malo”. Con la
desobediencia de Adán, tanto éste como Eva se convirtieron en árboles malos.
Jesús afirma: “Ningún árbol malo hace fruto bueno”. El Señor continua: “Porque
cada árbol se conoce por su fruto, pues no se recolectan higos de los espinos,
ni de las zarzas se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro de su
corazón saca lo bueno, y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo
malo, porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6: 43-45).
Por nacimiento natural
todos nacemos siendo árbol malos. Lo lógico es que demos frutos malos. Los
frutos que demos pueden parecer buenos. Cuando los abrimos encontramos
podredumbre en su interior. A pesar de ello no queremos reconocer nuestra
condición de ser árboles malos y nos esforzamos en parezcan que son buenos.
Solución: el árbol malo tiene que convertirse en bueno. ¿Es posible esta
mudanza? Sí. Es posible. El nuevo nacimiento nada tiene que ver con un cambio
de ideología. El ateo puede abandonar su ateísmo convirtiéndose al catolicismo
o al protestantismo. Es algo parecido al perro que se le cambia el lazo. Sigue
siendo el mismo perro. Su condición espiritual sigue siendo la misma: persona
muerta en sus delitos y pecados. Se ha producido un cambio de imagen, pero sigue
siendo un cadáver espiritual.
El nuevo nacimiento al
que se refiere Jesús cuando habla con Nicodemo, eminente sabio judío, no lo
entiende. “¿Cómo puede un hombre nacer
siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y
nacer?” (Juan 3: 4). Jesús le muestra lo equivocado que está: “No te maravilles
de que te dije: es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de dónde quiere, y
oyes su sonido, mas no sabes de dónde viene y a dónde va, así es todo aquel que
es nacido del Espíritu” (vv. 7, 8). Nicodemo sigue sin entender: “¿Cómo puede
hacerse esto?” (v. 9). Para abrirle el entendimiento Jesús lo transporta al
Antiguo Testamento y lo coloca en el desierto cuando su pueblo peregrinaba
hacia la Tierra Prometida. Lo sitúa en una de las muchas protestas contra Dios
y su siervo Moisés. “Y el pueblo habló contra Dios y contra su siervo Moisés:
¿Por qué nos has hecho salir de Egipto para que muramos en este deserto? Pues
no hay ni pan ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano”
(se refiere al maná que cada amanecer caía del cielo) (Números 21: 5). La respuesta de Dios a esta injustificada
queja: “Y el Señor envió entre el pueblo serpientes ardientes, que mordían al
pueblo, y murió mucho pueblo de Israel” (v. 6). Siempre que los hebreos se
encontraban perdidos se arrepentían de
cara a la galería. Dios los perdonaba y los bendecía: “Y el Señor dijo a
Moisés: Hazte una serpiente de bronce y ponla al extremo de un palo, y
cualquiera que fuese mordido y mire a ella, vivirá” (v. 8).
El dirigente de Israel
que visitó a Jesús de noche bien seguro que conocía este punto de la historia
de su pueblo, pero desconocía la trascendencia espiritual que tenía la
serpiente de bronce. Jesús con su incansable paciencia le dice: “Y como Moisés levantó
la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea
levantado para que todo aquel que en Él
crea, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3: 14, 15).
El primer paso que tiene
que darse para nacer de nuevo, que es lo mismo que nacer del Espíritu, es creer
en Jesús, el Hijo de Dios encarnado que vino al mundo para morir en la cruz
para salvar al pueblo de Dios de sus pecados (v. 17). Es necesario mencionar
esta doctrina de la que se habla muy poco por no decir nada: Jesús por el
Espíritu Santo hace morada en el creyente: “¿No sabéis que sois templos de
Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 corintios 3: 1). Los
padres que por la fe en Jesús se convierten en templos del Espíritu Santo, lo
cual los transforma en árboles buenos que
cambian el hogar en un recibidos del cielo en donde se respira el
ambiente adecuado para instruir á los hijos en el camino de la justicia y se
muden en ciudadanos que en vez de ser problema sean solución de los problemas
sociales.
Octavi Pereña Cortina
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada