JEREMÍAS 11: 11
“Por tanto, así ha dicho el Señor: He aquí yo
traigo sobre ellos el mal del que no podrán salir, y clamarán a mí, y no los
oiré”
El
pecado de Judá tiene sus consecuencias. No existe causa que no tenga sus
efectos. El pecado de Judá había ido tan lejos que los mismos sacerdotes que
tenían que velar por la pureza del culto habían convertido la santidad del
templo, que era símbolo de la presencia de la presencia de Dios tres veces
santo, en lugar de prácticas idolátricas que eran abominación a los ojos de
Dios. Tan grave fue el pecado de Judá que Dios por boca del profeta Jeremías
tiene que decirle que: “traerá sobre
ellos el mal del que no podrán salir, y clamarán a mí, y yo no los oiré”.
El
silencio de Dios es tan terrible que el ser humano se busca artilugios para
compensarlo con sonidos humanos. Antes de la era digital, en los hogares se
mantenían encendidos o la radio o el televisor. El sonido que hacían estos
aparatos acompañaban a las mujeres en sus tareas domésticas a lo largo del
día. Con la llegada de la era digital y
con la considerable reducción del tamaño de
los artefactos de transmisión de sonido y el abaratamiento de precio, es
muy frecuente ver por la calle a personas con los auriculares enganchados en
las orejas o tecleando el móvil. El silencio es algo muy duro de soportar.
El
silencio de Dios que tiene que ver con el alma es mucho más insoportable que el
silencio auditivo. El ser humano que ha sido creado a imagen de Dios siente
hambre y sed de Él. Cuando Dios enmudece hace que el hombre pecador busque
alternativas para que su espíritu reciba mensajes espirituales. Cuando Satanás
con su astucia engañosa consiguió que Adán comise el fruto del árbol prohibido,
utilizando las misma astucia que tanto éxito le produjo sigue engañando a sus
hijos haciéndoles creer que el silencio de Dios se debe a que los ha abandonado
y en compensación les ofrece alternativas que satisfacen a sus egos. Diseña el
culto a los muertos que los hace visibles con las imágenes que fabrican
expertos artesanos y orfebres. Con ello se implanta la idolatría que se
convierte en un gran negocio para los artesanos tallistas y orfebres: “E irán a las ciudades de Judá y a los
moradores de Jerusalén y clamarán a los dioses a los que queman ellos incienso,
los cuales no los podrán salvar en el tiempo de su mal” (v. 12).
Los
tiempos cambian. La imaginación de Satanás es ilimitada. Los ídolos de madera y
de oro que son estáticos los sustituye por los astros y estrellas de pop y
músicas similares a los que veneran con ferviente entusiasmo. A diferencia de
los antiguos que eren inertes y se les tenía que transportar, los actuales son
vivos y enardecen a sus seguidores. Como los antiguos que no podían salvar, los
actuales tampoco ayudan a sus adoradores”en
el tiempo de su mal”
ISAÍAS 66: 2
“Pero miraré a aquel que es pobre y humilde
de espíritu, y que tiembla a mi palabra”
Con
claridad el texto nos dice que Dios no se fija en los altaneros que se creen
superhombres. Jesús no veía con buenos ojos a los fariseos que se creían justos
y que por narices Dios tenía que bendecirlos. Los pies de estos hombres que no
tocaban el suelo, se derrumbaban ante el soplo de la más suave brisa. El
hecho de que Jesús no les prestase
atención significaba que no los tenía en cuenta. Los pomposos, los orgullosos
abundan entre nosotros. Al no conseguir el favor de Dios se convierten en sus
enemigos con lo que manifiestan que son hijos de Satanás. He aquí la causa por
la que el mundo vaya de mal a peor.
¿A
quién mira Dios? ¿Quién es el que a Dios
complace? “El que es pobre y humilde de
espíritu y que tiembla a mi palabra”. Esta persona ha abierto su corazón a
Dios y ha permitido que el Espíritu Santo haya hecho morada en él. Día a día el
fruto del Espíritu se manifiesta en él. Quienes no gozan del favor de Dios no
significa que no sean religiosos. Los mafiosos manifiestan ser muy religiosos.
He aquí el concepto que Dios tiene de la religión de los impíos: “El que sacrifica buey es como si matase a
un hombre, el que sacrifica oveja, como se degollase un perro, el que hace
ofrenda como si fuese sangre de cerdo, el que quema incienso como si bendijese
a un ídolo. Y porque escogieron sus
propios caminos su alma amó sus abominaciones” (v. 3).
Desde
el principio de la Historia la Biblia hace resaltar la diferencia existente
entre la religión verdadera y la falsa. Cuando Caín se acercó para adorar al
Señor “Trajo del fruto de la tierra una
ofrenda” (Génesis 4: 3), que significaba sudor y trabajo. Es como si le
hubiese dicho a Dios: Te ofrezco de lo que he ganado con mi esfuerzo. Es la
primera manifestación de la salvación por las obras de justicia propia. Abel,
en cambio cuando se presentó ante Dios para adorarle lo hizo “Trayéndole de los primogénitos de las
ovejas de lo más gordo de ellas” (v. 4). Abel tuvo presente la enseñanza
que Dios impartió a sus padres cuando sacrificó unos animales para cubrir con
sus pieles la desnudez de sus padres. Cuando Adán y Eva pecaron se vieron
desnudos e intentaron cubrir su desnudez “cosiendo
unos delantales con hojas de higuera” (Génesis 3: 7). Vemos el intento del
hombre de salvarse por medio de una religión de su propia cosecha. No lo
consiguieron. Tuvo que ser el mismo Dios quien tapase la desnudez de nuestros
primeros padres. Los vistió “con túnicas de pieles” (3: 21). El versículo no dice con qué tipo de
pieles los cubrió. La ofrenda de Abel lo desvela: fueron ovejas, símbolo “del Cordero de Dios que borra el pecado del
mundo” (Juan 1: 29). Los humildes no
se hacen una religión a su medida. Humildemente se acercan a Jesús y le
dicen:“Dios, se propicio a mí , pecador” (Lucas
18: 13).
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