SALM 34: 19
“Muchas son las aflicciones del justo, pero
el Señor los libera de todas”
Algunos
enseñan que los cristianos no enferman y que si lo hacen se debe a que no
tienen fe y, si la tienen, es muy débil. Refiriéndose al tema de las
enfermedades del pueblo de Dios y en la futura venida del Mesías, el Hijo de
Dios que se hizo hombre para salvar al pueblo de Dios de sus pecados, escribe: “Ciertamente llevó Él nuestras enfermedades”
(53: 4). En verdad Jesús curó a muchos enfermos y resucitó a muertos. El
contexto general de la Biblia enseña que los hijos de Dios enferman e incluso
mueren. Palabras de Jesús que aportan mucha luz al tema que comentamos: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque esté muerto
vivirá” (Juan 11: 15). Se sobreentiende que vivirá eternamente.
La
enseñanza de que si los creyentes en Cristo enferman se debe a una falta de fe
o a una fe débil es calamitosa. Es cierto que existen cristianos que poseen una
fe débil pero “la caña cascada no
quebrará, y el pábilo que humea no apagará” (Mateo 12: 20). Es cierto que
se dan cristianos que ya llevan años que han nacido como hijos de Dios por
adopción y sin embargo siguen siendo niños en la fe y que enferman como el
resto de los mortales. A estos niños
en la fe que los que se creen fuertes menosprecian, el apóstol Pablo les dice: “Recibid al débil en la fe” (Romanos 14:
1). No pongáis sobre sus hombros pesadas cargas que los hunden en la duda de si
son salvos o no. Si la fe que poseen es como la pábilo que humea, esta fe es tan válida como la el apóstol Pablo.
Si los
que se consideran creyentes fuertes en la fe acusan al lector de ser persona de
fe débil o de que no la tiene, el apóstol Pablo te anima a perseverar: “¿Quién nos separará del amor de
Cristo?…Antes, en estas cosas somos más
que vencedores por medio de Aquel que nos amó” (Romanos 8: 35, 37). El
Señor consuela y fortalece tanto a los débiles como los fuertes en la fe. Para
Él todos son igual ante sus ojos. No hace distinción entre fe débil o fe
fuerte. Lo que cuenta es que se tenga la fe que es don de Dios.
Volvamos
al salmo 34: El Señor “guarda todos sus
huesos, ninguno de ellos será quebrantado…El Señor redime el alma de sus
siervos, y no serán condenados cuántos en Él confían” (vv. 20, 22).
“Yo me acosté y dormí, y desperté, porque
el Señor me sustentaba” (Salmo 3: 5).
NEHEMÍAS 8: 8
“Y leían en la Ley de Dios claramente, y
explicaban el sentido, y hacían entender la lectura”
El
texto nos dice que unos levitas, cita sus nombres, “hacían entender al pueblo la Ley, y el pueblo estaba atento en su
lugar” (v. 7). El auditorio consistía de persona que habían sido
desplazadas a Babilonia por el rey
Nabucodonosor y que por el decreto del rey Ciro se les permitió regresar a
Jerusalén. Eran personas que fueron desterradas a Babilonia debido al pecado
que ofendía a Dios y que Éste en su justicia, sin sombra alguna, los expulsó de
su tierra. Era imprescindible que el pueblo entendiese que la justicia de Dios
los expulsara de su tierra, y que la misericordia divina permitiese que
regresaran a ella. Era imprescindible que para que no volviera a las andadas entendiesen
lo que estaban escuchando. Que la Palabra de Dios que escuchaban no entrase por
un oído y saliese por el otro y en el interior no quedase nada.
Dadas las calamidades que nos azotan no son fruto
del azar sino la consecuencia de la sentencia del Dios justo que nos castiga
por nuestro pecado, entendamos que Él es el Juez supremo. Llevamos siglos que
quienes han tenido la responsabilidad de enseñar al pueblo la Palabra de Dios
lo hundió al pueblo en el abismo del oscurantismo. Cuando en la Europa del
siglo XVI se empezó a difundir la Biblia y el texto sagrado se introdujo en la
península, las autoridades religiosas que tenían la obligación de abrir los
ojos a la luz del Evangelio, se dedicaron
a perseguir a los sencillos creyentes en Jesús acusándolos de herejes,
expropiando sus bienes y arrojándolos al fuego de las hogueras que encendía
la Inquisición. Es imprescindible que en
nuestro país luzca la luz del Evangelio que eche fuera las tinieblas que
oscurecen nuestras almas.
“Y Nehemías el gobernador , y el sacerdote
Esdras, escriba, y levitas que hacían entender al pueblo dijeron: día santo es
al Señor nuestro Dios: no os entristezcáis, ni lloréis, porque todo el pueblo
lloraba oyendo las palabras de la Ley” (v. 9). Algo muy importante es que los
siervos del Señor expusieron al pueblo: “Porque
día santo es a nuestro Señor, no os entristezcáis, porque el gozo del Señor es
vuestra fuerza” (v. 10). Una predicación bendecida por el Espíritu Santo no
deja insensible al auditorio. La predicación a la que se refiere el texto que
comentamos hizo mella en el auditorio haciéndole ver su pecado. El
arrepentimiento se produjo en sus corazones. El resultado de haber escuchado
atentamente el mensaje predicado fue que abandonaron el lugar en que estaban
reunidos con el gozo de saber que el Señor era su fortaleza.
Seamos
sinceros, ¿qué impacto producen los cultos dominicales en nuestras almas? ¿Y
los entre semana? Hemos cumplido con nuestro deber. Participamos en ellos por
puro compromiso. Vacíos entramos en los lugares de reunión y vacíos salimos de
ellos. El auditorio que participó en el culto al que nos referimos abandonó el
lugar “a gozar de grande alegría, porque
habían entendido las palabras que les habían enseñado” (v. 12).
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