diumenge, 25 de desembre del 2022

 

PROVERBIOS 24: 16

“Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse, mas los impíos caerán en el mal”

La Iglesia Católica ha mitificado la santidad. Convierte en santas a personas fallecidas que en vida hayan realizado como mínimo un milagro. La canonización cuesta muchos miles de euros  y en ella intervienen los intereses privados. A estos “santos” (?) muertos se les eleva a los altares, concediéndoles poderes sobrenaturales que ayudan a las personas que invocan sus nombres.

¿A dónde tenemos que ir para saber qué es exactamente la santidad? Indiscutiblemente en el Nuevo Testamento. Sus páginas reconocen como santos a hombres y mujeres  no fallecidos que asisten en las iglesias y que necesitan ser reprendidos. Según el Nuevo Testamento, son santos aquellas personas de carne y huesos que han creído que Jesús es su Señor y Salvador y que para ellas no existe ningún otro Nombre que pueda salvarlos. La sangre que Jesús vertió en el Calvario los limpia de todos sus pecados, el Padre les otorga la justicia de su Hijo. Los santos no son personas que no tienen pecado. Son personas que como el fariseo que subió al templo, a diferencia del fariseo que exaltaba su bondad, lo hace humildemente. “No quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que golpeaba su pecho, diciendo: Dios, se propicio a mí pecador” (Lucas 18: 13).

El texto que sirve de base de esta meditación confirma el concepto santo del Nuevo Testamento. Cuando el autor de Proverbios escribe: “Porque siete veces cae el justo”, indica que el justo es un gran pecador que no se cansa de presentarse antes Dios para decirle: “Dios, se propicio a mí pecador”. David fue un pecador que cometió adulterio y homicidio. Siendo un necio no se arrepintió. Pero Dios no podía dejarlo en esta condición de impenitente. Para rescatarlo del pozo en que había caído, Dios envía al profeta Natán que con mucha habilidad le hace ver el pecado de adulterio que había cometido.  (2 Samuel 12: 1-25).

Fruto de verdadero arrepentimiento David escribe el Salmo 51en que reconoce su condición de pecador que necesita ser lavado diariamente. La Escritura no vuelve  a decir que David volviese a cometer  adulterio, ni que retornara a perpetrar homicidio. Pero sí que nos muestra muchos indicios de que seguía siendo pecador. Los salmos que escribe dan a entender que había sido declarado justo a pesar de que seguía siendo pecador.

“Siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse”, porque la santificación del Espíritu Santo funciona, lo cual inicia el proceso de abandonar la pasada manera de vivir para irse revistiendo de la nueva manera de vivir que es en Cristo Jesús. “De modo que si alguien está en Cristo, nueva criatura es, las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5: 17).

A diferencia de los justos que se levantan siete veces, es decir, un levantarse que se repetirá a lo largo de toda la vida hasta el día de la resurrección, los impíos caerán en el mal”. Tropezarán siete veces en la misma piedra  para no levantarse nunca de la postración en que se encuentran.


 

PROVERBIOS 20: 13

“No ames el sueño para que no te empobrezcas, abre tus ojos y te saciarás de pan”

La pereza es un mal muy arelado en nosotros. Nos gusta mucho darnos un revolcón para retrasar cuanto más posible sea levantarnos de la cama. Si no fuese por la obligación de tener que ir al trabajo no nos levantaríamos hasta mediodía.

El texto que comentamos podemos interpretarlo de dos maneras. Una, la más conocida es la pereza que lleva a empobrecernos materialmente. Intentamos eludir el trabajo como gato escaldado del agua fría huye. Mucha pobreza se da debido el terror que el trabajo produce.

En estos momentos no nos interesa la pobreza material aun cuando no deje de preocuparnos. El texto que comentamos por el hecho de estar registrado en la Biblia y en concreto en Proverbios que es el libro dela Sabiduría, en primer lugar se refiere a la pobreza del alma. El apóstol Pablo se refiere a ella cuando escribe: “Os di a beber leche, y no vianda, porque no eráis capaces, ni sois capaces todavía” (1 Corintios 3: 2). Es de suma importancia no descuidar el contexto inmediato. El apóstol escribe: “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo” (v.1). En el momento que se cree en Cristo se nace como hijo de Dios. Se es un recién nacido en la fe. Muchas actitudes de cuando vivíamos en tinieblas perduran: celos, contiendas, disensiones…. Debe ser motivo de preocupación cuando habiendo transcurrido un tiempo prudencial persistan estas características propias de la incredulidad. Debido a ello el apóstol amonesta a los corintios con una pregunta. “¿No sois carnales, y andáis como hombres?” (v.3).

¿Qué hace que el infantilismo espiritual de los corintios lo hayamos heredado nosotros? Creo que el texto de Proverbios que comentamos aporta luz suficiente para hacernos ver que tenemos que abandonar la carnalidad que persiste en nosotros cuando, por el tiempo transcurrido desde el día que nos convertimos a Cristo ya tendríamos que ser hombres y mujeres adultos que han dejado atrás la niñez. Los mensajes que se transmiten desde los púlpitos de las iglesias pueden ser perlas de gran valor, pero tienen que digerirse.  Si salimos eufóricos de la iglesia y cuando llegamos a casa nos tumbamos en el sofá para ver una película, ¿no indica ello que somos cristianos que aman el sueño que empobrece? El texto nos dice: “abre tus ojos y te saciarás de pan”. Tenemos que dedicar tiempo a la Biblia que nos habla de Jesús que es el pan de vida que nuestras almas necesitan para crecer espiritualmente. Tendríamos que aprender la lección que se desprende de la parábola de las diez vírgenes que narró Jesús. Cinco de ella eran prudentes y las otras cinco insensatas. Todas ellas esperaban la llegada del esposo. Las prudentes tomaron la precaución de tener aceite para que no se apagasen las lámparas. Cuando llegó el esposo entraron con él a las bodas. Las insensatas tuvieron que ir a comprar aceite y cuando regresaron no pudieron entrar a las bodas porque la puerta estaba cerrada (Mateo 25:1-13). Moraleja: No amemos el sueño. Velemos porque no sabemos ni el día ni la hora en que el Hijo del Hombre vendrá a buscarnos para que nos deleitemos participando de las bodas del Cordero.

 

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