diumenge, 25 de desembre del 2022

 

SOCIEDAD AMEDRENTADA

<b>La publicidad nos insta a buscar la felicidad sin eliminar el sufrimiento</b>

¿Se puede enterrar el sufrimiento? Se pretende hacernos creer que podemos prescindir de él. Nos basta con ver los anuncios televisivos  para darnos cuenta que lo intentan. Reuniones familiares alrededor de una mesa. Todo son risas postizas porque tienen en el plato el producto X. Ancianos sonrientes  que saltan incansables porque consumen leche a la que se le ha añadido calcio. La publicidad vende machacona una felicidad que prescinde del dolor. Las farmacéuticas son las únicas que en sus anuncios  emplean el dolor para vender los medicamentos que hacen desaparecer los trastornos mentales causados por no saber enfrentarse a los inconvenientes que nos acompañan por el mero hecho de existir. La publicidad sutilmente vende felicidad promoviendo viajes maravillosos a lugares paradisíacos, olvidando mencionar que allí en donde se encuentra una persona allí aparece el sufrimiento porque lo lleva consigo en la mochila. Otra manera de pretender hacer desaparecer el sufrimiento es escondiéndolo debajo de la alfombra cuando creemos que el ocio nocturno, los restaurantes, la diversión en general…Ríos de falsa felicidad vende la  publicidad siendo incapaz de producir autentico gozo en quienes pagan la cuenta.

La realidad es que esta nuestra sociedad cada vez tolera menos el dolor que no nos deja como si fuese nuestra propia sombra por el hecho de ser personas pecadoras. Nos refugiamos en la superficialidad y en el hedonismo que las vallas publicitarias nos ofrecen como remedio inmediato. Nos engañamos. El dolor sigue guardado en la buhardilla en espera de salir espiritado en el momento más inesperado  para hacernos el máximo daño posible.

¿Desea el lector luchar contra el dolor que en este momento le aguijonea física y espiritualmente? <b>Mark Lttleton</b> narra una historia que puede ayudarnos a conseguir la victoria contra el sufrimiento: “Una misionera en Pakistán lo pasó muy mal cuando perdió a su hija de seis meses. Una anciana punjalí fue a visitarla y le dijo: “Una tragedia como esta se parece a una persona que ha sido lanzada dentro de un caldero con agua hirviendo.  Si eres un huevo, la aflicción te hará duro e insensible. Si eres una patata saldrás blanda y maleable”. La misionera cuenta que, aun cuando le pueda parecer extraño a Dios, a veces le dice: “Oh Señor, hazme como una patata”. Si al dolor no se le trata como se merece, al malestar que provoca se le añade el agotamiento emocional.

A pesar que se puede considerar una estupidez mezclar la buena teología con el dolor, es necesario que se haga la fusión si se quiere soportar para bien el dolor. A pesar que la publicidad nos vende una sonrisa permanente es incapaz de convertirnos en patatas blandas y maleables como lo hace la buena teología. Es mala teología la que enseña que el tiempo lo cura todo ya que nos hace creer que el dolor es un contratiempo que se le puede combatir con fármacos. Es la consecuencia del pecado que ha trastocado la bondad en que nos creó Dios. Acompañado de una buena teología  el dolor tiene el propósito de hacernos volver a Dios que en Jesús su Hijo otorga descanso a nuestras almas.

No será hasta mañana, en el día de la resurrección, cuando Jesús venga en su gloria para instaurar su reino que pondrá fin a la maldición que pesa sobre la Tierra debido al pecado de Adán. En tanto no llegue este día tenemos que convivir con el dolor de la naturaleza que sea. Podemos patalear en señal de protesta, pero saldremos malparados.

Disintiendo de la mayoría, el placer no es nuestro mejor amigo. Nuestro mejor compañero de viaje es el dolor que nos abre los ojos para ver nuestra insignificancia que nos acerca a Dios que en Cristo nos consuela en todas nuestras tribulaciones. Los malos momentos que nos producen los cardos y las espinas que son consecuencia de la maldición divina, nos ayudan a abandonar la mirada horizontal para dirigirla hacia el cielo que es de donde el socorro oportuno. La felicidad que venden las vallas publicitarias oscurece la realidad haciéndonos creer que por sí solos podemos superar la maldición que pesa sobre nosotros.

“El sol endurece el barro para transformarlo en tocho/Ablanda la cera para modelarla y darle forma/Asimismo las pruebas de la vida endurecen a algunos/Mientras que otros son purificados como oro” (<b>Sper</b>.

Una guinda que corona el pastel: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación” (2 Corintios 1: 3-5). El dolor santificado por Cristo nos acerca a Dios y, sin egoísmos a nuestro prójimo.

Octavi Pereña i Cortina

 

 

PROVERBIOS 24: 16

“Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse, mas los impíos caerán en el mal”

La Iglesia Católica ha mitificado la santidad. Convierte en santas a personas fallecidas que en vida hayan realizado como mínimo un milagro. La canonización cuesta muchos miles de euros  y en ella intervienen los intereses privados. A estos “santos” (?) muertos se les eleva a los altares, concediéndoles poderes sobrenaturales que ayudan a las personas que invocan sus nombres.

¿A dónde tenemos que ir para saber qué es exactamente la santidad? Indiscutiblemente en el Nuevo Testamento. Sus páginas reconocen como santos a hombres y mujeres  no fallecidos que asisten en las iglesias y que necesitan ser reprendidos. Según el Nuevo Testamento, son santos aquellas personas de carne y huesos que han creído que Jesús es su Señor y Salvador y que para ellas no existe ningún otro Nombre que pueda salvarlos. La sangre que Jesús vertió en el Calvario los limpia de todos sus pecados, el Padre les otorga la justicia de su Hijo. Los santos no son personas que no tienen pecado. Son personas que como el fariseo que subió al templo, a diferencia del fariseo que exaltaba su bondad, lo hace humildemente. “No quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que golpeaba su pecho, diciendo: Dios, se propicio a mí pecador” (Lucas 18: 13).

El texto que sirve de base de esta meditación confirma el concepto santo del Nuevo Testamento. Cuando el autor de Proverbios escribe: “Porque siete veces cae el justo”, indica que el justo es un gran pecador que no se cansa de presentarse antes Dios para decirle: “Dios, se propicio a mí pecador”. David fue un pecador que cometió adulterio y homicidio. Siendo un necio no se arrepintió. Pero Dios no podía dejarlo en esta condición de impenitente. Para rescatarlo del pozo en que había caído, Dios envía al profeta Natán que con mucha habilidad le hace ver el pecado de adulterio que había cometido.  (2 Samuel 12: 1-25).

Fruto de verdadero arrepentimiento David escribe el Salmo 51en que reconoce su condición de pecador que necesita ser lavado diariamente. La Escritura no vuelve  a decir que David volviese a cometer  adulterio, ni que retornara a perpetrar homicidio. Pero sí que nos muestra muchos indicios de que seguía siendo pecador. Los salmos que escribe dan a entender que había sido declarado justo a pesar de que seguía siendo pecador.

“Siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse”, porque la santificación del Espíritu Santo funciona, lo cual inicia el proceso de abandonar la pasada manera de vivir para irse revistiendo de la nueva manera de vivir que es en Cristo Jesús. “De modo que si alguien está en Cristo, nueva criatura es, las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5: 17).

A diferencia de los justos que se levantan siete veces, es decir, un levantarse que se repetirá a lo largo de toda la vida hasta el día de la resurrección, los impíos caerán en el mal”. Tropezarán siete veces en la misma piedra  para no levantarse nunca de la postración en que se encuentran.


 

PROVERBIOS 20: 13

“No ames el sueño para que no te empobrezcas, abre tus ojos y te saciarás de pan”

La pereza es un mal muy arelado en nosotros. Nos gusta mucho darnos un revolcón para retrasar cuanto más posible sea levantarnos de la cama. Si no fuese por la obligación de tener que ir al trabajo no nos levantaríamos hasta mediodía.

El texto que comentamos podemos interpretarlo de dos maneras. Una, la más conocida es la pereza que lleva a empobrecernos materialmente. Intentamos eludir el trabajo como gato escaldado del agua fría huye. Mucha pobreza se da debido el terror que el trabajo produce.

En estos momentos no nos interesa la pobreza material aun cuando no deje de preocuparnos. El texto que comentamos por el hecho de estar registrado en la Biblia y en concreto en Proverbios que es el libro dela Sabiduría, en primer lugar se refiere a la pobreza del alma. El apóstol Pablo se refiere a ella cuando escribe: “Os di a beber leche, y no vianda, porque no eráis capaces, ni sois capaces todavía” (1 Corintios 3: 2). Es de suma importancia no descuidar el contexto inmediato. El apóstol escribe: “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo” (v.1). En el momento que se cree en Cristo se nace como hijo de Dios. Se es un recién nacido en la fe. Muchas actitudes de cuando vivíamos en tinieblas perduran: celos, contiendas, disensiones…. Debe ser motivo de preocupación cuando habiendo transcurrido un tiempo prudencial persistan estas características propias de la incredulidad. Debido a ello el apóstol amonesta a los corintios con una pregunta. “¿No sois carnales, y andáis como hombres?” (v.3).

¿Qué hace que el infantilismo espiritual de los corintios lo hayamos heredado nosotros? Creo que el texto de Proverbios que comentamos aporta luz suficiente para hacernos ver que tenemos que abandonar la carnalidad que persiste en nosotros cuando, por el tiempo transcurrido desde el día que nos convertimos a Cristo ya tendríamos que ser hombres y mujeres adultos que han dejado atrás la niñez. Los mensajes que se transmiten desde los púlpitos de las iglesias pueden ser perlas de gran valor, pero tienen que digerirse.  Si salimos eufóricos de la iglesia y cuando llegamos a casa nos tumbamos en el sofá para ver una película, ¿no indica ello que somos cristianos que aman el sueño que empobrece? El texto nos dice: “abre tus ojos y te saciarás de pan”. Tenemos que dedicar tiempo a la Biblia que nos habla de Jesús que es el pan de vida que nuestras almas necesitan para crecer espiritualmente. Tendríamos que aprender la lección que se desprende de la parábola de las diez vírgenes que narró Jesús. Cinco de ella eran prudentes y las otras cinco insensatas. Todas ellas esperaban la llegada del esposo. Las prudentes tomaron la precaución de tener aceite para que no se apagasen las lámparas. Cuando llegó el esposo entraron con él a las bodas. Las insensatas tuvieron que ir a comprar aceite y cuando regresaron no pudieron entrar a las bodas porque la puerta estaba cerrada (Mateo 25:1-13). Moraleja: No amemos el sueño. Velemos porque no sabemos ni el día ni la hora en que el Hijo del Hombre vendrá a buscarnos para que nos deleitemos participando de las bodas del Cordero.

 

diumenge, 18 de desembre del 2022

 

COLOSENCES 2: 18, 19

“Nadie os prive de vuestro premio afectando humildad y culto a los ángeles…y no asiéndose de la cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamientos crece con el crecimiento que da Dios”

¡Cuán ilustradora es la Biblia en las cuestiones espirituales  que tienen que ver con la salvación! ¡Cuánto ahorro de tiempo no se conseguiría si los doctores de la Madre Iglesia aceptaran las enseñanzas bíblicas promulgadas por Dios que no cambia!

Este comentario me ha estimulado a escribirlo a raíz de la nueva edición del misal en catalán que según Joan Enric Vives, arzobispo de Urgell “ayudará a hacer realidad que el rito de celebrar no se reduce a la observancia de unas rúbricas, ni tampoco a una creatividad sin reglas. El rito es en sí mismo una norma, y la norma jamás es un fin en sí misma, sino que siempre está al servicio de la realidad superior que quiere custodiar”.

 Fíjese atentamente el lector lo que el apóstol Pablo sobre los ritos de invención humana: “Tales   cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo, pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne”  (Colosenses 2: 20-23).

Los preceptos, los ritos, según el arzobispo: “No solamente son instrumento para las celebraciones, sino que custodian la riqueza de la tradición de la Iglesia romana”. Jesús por medio del cual habla el Padre, citando al profeta Isaías dice respecto a las tradiciones y preceptos humanos: “Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí, pues en vano me honran enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” Mateo 15: 8, 9).


 

FILIPENSES 4. 6

“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias”

No existe contradicción alguna entre las enseñanzas de Jesús y las del apóstol Pablo con respecto a los afanes por las cosas de este mundo. Jesús con más detalles nos alerta de los afanes por el vestido, la comida. Tanto la comida como el vestido se consideran necesidades básicas, sobre todo en tiempos convulsos como los que nos toca vivir. Pronto nos sentimos abocados a preocuparnos por si nos va a faltar el pan o el vestido, y ¿nos calentaremos en invierno?  Jesús especifica estas necesidades  y nos dice que no nos preocupemos por ellas porque “nuestro Padre celestial sabe que tenemos necesidad de todas estas cosas”. Para asegurarnos que no nos va a dejar abandonados a nuestra suerte Jesús nos recuerda que si miramos a las aves  del cielo y nos fijamos en los lirios del campo, observamos como el Padre alimenta a las aves y a los lirios los viste con un esplendor superior a la gloria de Salomón. Si el Señor cuida con tanto esmero a las aves y a las plantas, ¿cómo el Padre celestial no proveerá el pan de cada día y el vestido con que cubrir nuestro cuerpo? Los incrédulos se afanan por estas cosas sin encontrar contentamiento porque no están seguros de que vayan a tenerlo.

Jesús nos viene a decir que la incredulidad no es una buena consejera para gozar de la tranquilidad que nuestros corazones necesitan. Dirigiéndose a nosotros Jesús dice. ”Mas buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas o serán añadidas. Así que no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal” (Mateo 6: 25-34). La lección que tenemos que aprender: Si Dios provee hoy el pan y el vestido que necesitamos, ¿no va a hacerlo mañana también? No dudemos de la misericordia del Padre celestial porque ello significa que somos personas de poca fe o que no tenemos ninguna.

El apóstol Pablo escribe: “Se vivir humildemente, y de tener abundancia, en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer  necesidad. TODO LO PUEDO EN CRISTO QUE ME FORTALECE” (Filipenses 4: 12, 13).

 

 

¿TIENE SENTIDO EL ARTE SACRO?

<b>¿El arte cristiano nos eleva el corazón y nos transporta hasta el trascendente?<b/>

¿Cuál es la función del arte sacro? Según Joan Planelles, arzobispo de Tarragona: “Los retablos medievales estaban pensados para ilustrar la vida de Jesús en una población que no sabía leer ni escribir. …La función principal del arte es hacer pensar…El arte nos hace pensar, y nos lleva más allá de las formas estéticas, nos lleva a mirar con los ojos interiores…Y así es. El arte cristianos nos eleva el corazón y nos transporta hasta llegar a lo que no se ve, es decir, a aquello trascendente, el misterio que nos ocupa. El arte cristiano se inspira en la Biblia, de la Sagrada Escritura y de la historia del pueblo de Dios…Por este motivo, se precisa conservar y mantener el legado artístico porque nos hace pensar, y esto es lo que nos hace humanos. De ahí la relevancia de <i>Catalonia sacra”</i>, que tiene el objetico  de conservar el arte sacro en Cataluña.

El apóstol Pablo refiriéndose a la creación que es la obra maestra de Dios, escribe: “Porque las cosas invisibles de Dios, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1. 19, 20). La creación se puede considerar el museo en donde Dios expone su obra maestra. Cada día sin que se tenga que pagar entrada hombres y mujeres visitan la exposición con el resultado de “habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Presumiendo ser sabios, se hicieron necios” (vv. 21, 22). La obra creadora de Dios que es de extrema belleza la realizó con el solo sonido de su palabra, “y dijo Dios” no sirve para hacer desaparecer la estupidez humana, ¿cómo puede el arte humano que se desmenuza con el paso del tiempo y que requiere periódicas restauraciones para conservarlo nos va llevar “a lo que no se ve, es decir, aquello trascendente, al misterio que nos ocupa?”

“Dios habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días no ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1: 1, 2). Una de las maneras que utiliza Dios para hablar al hombre a través de los siglos ha sido por medio de la creación que revela la omnipotencia de Dios y que pone de manifiesto la necedad del hombre que ante la evidencia, debido a su tozudez, persiste en negarla. Le habla por medio de la palabra el misterio de la salvación. Antes del pecado de Adán Dios hablaba directamente con el hombre. Después de la Caída lo hizo por medio de los profetas y, llegado el cumplimiento del tiempo lo hizo por medio de Jesús su Hijo. Después de la ascensión de Jesús al cielo el Señor continuó hablando por medio de los  apóstoles. Después de éstos sigue hablando por medio de los escritos proféticos y apostólicos inspirados por el Espíritu Santo.

El arte sacro puede servir para impartir cultura cristiana pero no puede hacer que los seres humanos que por nacimiento natural lo hacen siendo hijos del diablo se conviertan en hijos de Dios. Esta transformación sólo es posible si los incrédulos creen que Jesús es el Salvador porque “en ninguno otro hay salvación, porque no hay otro Nombre bajo el cielo dado a los hombres, en que podamos salvarnos” (Hechos 4: 12). El arte sacro no  cumple el objetivo de anunciar que los hombres son pecadores y que necesitan creer en Jesús. Como explica el apóstol Pablo: “Porque todo aquel que invoque el Nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues invocarán a Aquel en el cual no han creído?¿Y cómo creerán  en Aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que  proclaman las buenas nuevas!” (Romanos 10: 13-15).

¿Cómo vamos a salir del callejón sin salida que es la grave crisis social, económica ecológica, política… en que nos encontramos? El cristianismo cultural, el de feria, que desgraciadamente es el dominante, no sirve para provocar el nuevo nacimiento necesario para enderezar a esta humanidad que se hunde en las arenas movedizas del pecado. Poco antes de ascender Jesús al cielo a la iglesia incipiente y después de ella a los verdaderos cristianos de todas las épocas, este encargo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la Tierra. Por tanto, id, y haced discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enviándoles que guarden todas las cosas que os he mandado, y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28: 18-20). Jesús no enseña a sus discípulos que vayan a todas las naciones anunciando que el arte cristiano “nos eleva el corazón y nos transporta hasta llegar a lo que no se ve, a aquello trascendente, al misterio que nos ocupa” como enseña Joan Planelles, arzobispo de Tarragona.

El profeta Isaías nos enseña cómo seleccionar a los obreros que se envían a trabajar en la viña del Señor. El profeta tiene una visión del Señor “sentado sobre un trono alto, y sus faldas llenaban el templo”. La visión le hace ver su condición de pecador y el perdón de sus pecados. Una vez purificado escucha la voz del Señor que le dice: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?  Entonces respondí yo: Heme aquí envíame a mí”. El Señor le dijo. “Anda, y di a este pueblo. Oíd bien, y no entendáis, ved por cierto, pero no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vean con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad” (Isaías 6: 1-9).

La predicación del Evangelio que hacen los obreros que el Señor envía a laborar en su viña no siempre resulta en conversiones, pero es una muestra de la fidelidad de los obreros que han dicho al Señor de la mies: “Envíame a mí”.

Octavi Pereña i Cortina

 

diumenge, 11 de desembre del 2022

 

SALMO 56: 3

“El día que tengo miedo yo en ti confío”

El salmista que estaba rodeado de enemigos, escribe: Pero yo cantaré de tu poder, y alabaré de mañana tu misericordia, porque has sido mi amparo y refugio el día de mi angustia. Fortaleza mía, a ti cantaré, porque eres, oh Dios, mi misericordia”.

Si permanecemos en la incredulidad, en el momento que algo nos atemoriza no sabemos dónde ir en busca de socorro. Hoy por la gracia de Dios nuestro país se ve libre de una devastadora guerra que atemoriza a las personas que la sufren. A nuestro alrededor andan sueltos infinidad de pequeños enemigos que nos sacan de quicio: Un hijo drogadicto,  una hija de 16 años embarazada, una enfermedad de larga duración del padre o de la madre, instabilidad económica debido a la crisis existente…La cadena de causas que nos producen inseguridad o miedo es larguísima. Las autoridades sanitarias alertan que la lluvia de pequeños incidentes que caen sobre las personas es la causa del crecimiento exponencial de las enfermedades mentales. La incredulidad nos deja desprotegidos de los incidentes adversos que  nos afectan.

El salmista es un hombre que sabe en quien ha creído. Para él Dios no es una quimera, un personaje mitológico. Para el poeta Dios es un ser real por lo que puede escribir: “El día que tengo miedo yo confío en ti” Es la incredulidad que hace que  en el peligro no nos refugiemos en Él. La descreencia es lo que nos impide que en los momentos de peligro no acudamos a cobijarnos bajo las alas protectoras de Dios todopoderoso como lo hacen los polluelos.

La incredulidad nos hace comparecer desnudos ante las inclemencias que nos acechan. En vez de alabar por la mañana la misericordia de Dios  porque es nuestro amparo y refugio en el día de la angustia, se blasfema el Nombre del Señor porque se le considera causante de nuestras desdichas. Dios que desde el cielo contempla todo lo que sucede en la Tierra, movido por su misericordia envía a su Hijo para salvar a los hombres de su pecado que es el causante de las desdichas que les afligen. En vez de agradecer su infinita misericordia, le giramos la espalda. Pero el Padre en su Hijo no se desanima y con voz suplicante se dirige a los que sufren, diciéndoles: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11: 28-30).


 

SALMO 38: 3

“No hay paz en mis huesos a causa de mi pecado”

Cuando el salmista dice: “No hay paz en mis huesos”, no se refiere al dolor óseo que padecemos debido al desgaste que los huesos sufren a lo largo de los años y a la artrosis que es fruto del envejecimiento. Se refiere al malestar que el pecado produce en el alma.  Cierto que el pecado repercute en el cuerpo, produce dolencias sicosomáticas sico, alma; soma, cuerpo. Al no entenderse que el pecado tiene sus efectos en el cuerpo se intenta curar las consecuencias olvidándose que es  el origen de muchos de los dolores que son  de origen espiritual. El salmista como buen médico del alma que es reconoce que los trastornos físicos que padece se deben a “mi pecado”

Siguiendo con el tema del dolor físico causado por el pecado el salmista escribe: “Hieden y supuran mis llagas, a causa de mi locura. Estoy encorvado, estoy humillado en gran manera, ando enlutado todo el día, porque mis lomos están llenos de ardor, y nada hay sano en mi carne, estoy debilitado y molido en gran manera, gimo a causa de la conmoción de mi corazón” (vv. 5-8).

Envuelto en las consecuencias dañinas de su pecado, el salmista que es hombre de Dios puede decirle a su Salvador: “Señor no me reprendas en tu furor, ni me castigues en tu ira, porque tus saetas cayeron sobre mí, y sobre mí ha descendido tu mano” (vv. 1, 2). En medio del dolor puede escribir. “Porque en ti, oh Señor, he esperado, tú responderás Señor Dios mío…No me desampares, oh Señor, Dios mío, no te alejes de mí, apresúrate a ayudarme, oh Señor, mi salvación” (vv. 15, 21, 22).

Dios al crear a Adán le puso en el jardín que había preparado para que viviese en él  gozando de plena felicidad porque no había pecado. Podía gozar de las delicias del paraíso con una condición: “De todo árbol del hurto podrás comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás” (Génesis 2: 12, 13). Por instigación satánica y por medio de Eva la ayuda idónea que Dios le dio, comió el fruto del árbol prohibido. Debido a la desobediencia la muerte entró en el mundo y con ella el dolor que le precede que le recuerda que polvo es y que al polvo volverá. Si no hubiese sido por el pecado de Adán hoy no existiría el dolor. La herencia que Adán ha dejado a toda su descendencia es la muerte y el dolor. Ambas cosa son inseparables. Siguiendo el ejemplo del salmista, siendo el dolor compañero inseparable de nuestra peregrinación por este mundo, digamos con él: “Oh Señor, Dios mío, no te alejes de mí, apresúrate a ayudarme, oh Señor, mi salvación”. El dolor más o menos intenso nos acompañará a lo largo de nuestra peregrinación por este mundo hasta que lleguemos al paraíso celestial en donde “el Cordero que está en medio del trono nos pastoreará, y guiará a fuentes de aguas de vida, y Dios enjugará toda lágrima d nuestros ojos”  (Apocalipsis 7. 17).

 

 

 

SOCIEDAD ENFERMA

<b>a violencia machista alcanza tanta envergadura que bien puede considerarse un problema de salud pública</b>

“Mi padre es un monstruo” es el título del reportaje  que escribe <b>Lorena Ferro</b>. Redacta: “Son historias distintas, pero todas tienen en común haber nacido y crecido en entornos de maltrato físico o sicológico. O ambas cosas. Son hijos e hijas de maltratadores”. El médico forense <b>Miguel Lorente</b>, escribe: “¿Cómo puede ser afable un hombre que comete estos hechos? El perfil del maltratador siempre es el mismo: Un hombre que sufrió malos tratos  de un padre machista, que pegaba a su madre y que vivía una infancia violenta. Un hombre que reproduce estos valores y que fuera de casa muestra una cara afable. Porque la violencia la reserva para su casa, el espacio que considera propiedad suya, en donde su palabra es ley, y sus deseos órdenes”. Un narciso que manifiesta su ego en el espacio doméstico con toda su virulencia. La violencia machista en el hogar es una manera de educar y, como dice el proverbio: “Instruye el niño en su camino, y aun cuando sea viejo no se apartará d él” (Proverbios 22: 6). El niño educado en un ambiente de violencia monstruosa considera que los malos tratos que el padre da a su madre y a él mismo son correctos. La lección aprendida empieza a reproducirse en el acoso que inflige a sus compañeros en la escuela. Se rodea de una camarilla de amigos a los que domina y les dice: “venid conmigo, pongamos asechanzas para derramar sangre, acechemos sin motivo al inocente. Los tragaremos vivos como el sepulcro, y enteros como los que caen vivos en un abismo. Hallaremos riquezas de toda clase, llenaremos nuestras casas de despojos, echa suerte con nosotros, tengamos todos una bolsa” (Proverbios 1: 11-14). Así es como nace la “manada” que asedia a las chicas porque las considera objetos que le pertenecen. Se cree facultado para hacer con ellas  lo que mejor le parezca. Cuando se enamora de una chica empieza a reproducir en ella lo que su padre hacía con su madre. Controla su móvil. La aísla del grupo de sus amistades. La somete a su voluntad porque dice que la ama. Si la chica se da cuenta de lo que le espera y decide romper la relación, la asedia y no la deja vivir en paz. Puede terminar muerta en un descampado golpeada y violada.

El narciso considera que la mujer es propiedad suya y como amo del objeto puede hacer con ella lo mejor que le plazca. No lleva en su frente un cartel que anuncia qué tipo de persona es. <b>Graciela Ferrerira</b> hace esta descripción del machista: “El hombre violento no se distingue de la normalidad masculina en general. Puede ser simpático, seductor, atractivo, caballeroso, y con actitudes de ciudadano modélico. Esto le permite camuflarse y pasar inadvertido, en el mundo exterior de su familia: Tener doctorados universitarios, ser funcionario del Estado, docente, sicólogo, actor, juez, empresario, obrero, policía, deportista, médico, cocinero, científico”.

Como muy bien dice el médico forense <b>Miguel Lorente</b>: “La sociedad está enferma”. ¿Qué tipo de enfermedad padece? Si es una enfermedad mental, ¿cómo es posible que ni sicólogos ni siquiatras le pongan remedio? Los narcisos son muy astutos y aparentan estar curados. Al poco tiempo de recibir el alta reinciden en su violencia. Se quitan la máscara y ponen de manifiesto lo que realmente son. La excusa de los especialistas en enfermedades mentales dan para exculparse de su fracaso es que el servicio sanitario necesita más recursos y más personal. Si el servicio de la salud mental sigue siendo controlado por la industria farmacéutica lo que se consigue es que la sedación de la sociedad se agrave sin curar la violencia machista que no es una dolencia biológica sino de índole espiritual.

Cuando se produce un nuevo caso de violencia machista con el resultado de la muerte  de la víctima, se hacen concentraciones en señal de protesta y con gritos de no a la violencia machista. Se encienden velitas en recuerdo de la víctima. Se atacan los efectos pero no la causa que produce la violencia machista. En la multiplicación se puede alterar el orden de los factores sin alterar el resultado. En el caso de la violencia machista no se puede anteponer el efecto a la causa. Si la sociedad está espiritualmente enferma la consecuencia de ello, entre otros efectos lo es la violencia machista. En general no se considera que el ser humano esté espiritualmente enfermo. Se le considera bueno por naturaleza. Si comete fechorías se debe a factores externos. Por ello se intenta, sin conseguirlo, cambiar el medio en que se mueve. No se es consciente que la maldición de Dios a Adán por su pecado afecta a toda su descendencia. Los problemas sociales, en concreto la violencia machista, son fruto del pecado. En el contexto de los fariseos que se consideraban ser estrictos  cumplidores de la Ley de Dios, por tanto buenas personas, Jesús les dice: “No he venido a buscar justos, sino pecadores al arrepentimiento” (Mateo 9: 13). Es por eso que las buenas personas (?) le criticaban porque se relacionaba y comía con los pecadores a los que consideraban ser la hez social. Pues sí, todo lo contrario de lo que nosotros hacemos, Jesús busca a los pecadores, personas malas, para que se arrepientan. El resultado de ello es  que por la fe en su Nombre se convierten en hijos de Dios que abandonan su antigua manera de ser y empiezan a andar en novedad de vida.

En el contexto de la relación hombre-mujer, los hombres que se convierten a Cristo abandonan el concepto objeto que tenían de la mujer y la  ven  con otros ojos. Los casados la ven como la compañera idónea que Dios les ha dado. En el matrimonio el hombre la considera miembro de su propio cuerpo. La ama como a sí mismo. Si la daña, se perjudica a sí mismo. Si no se es un insensato nadie desea autolesionarse. Que el Señor ayude a los machistas a cambiar el concepto que tienen de la mujer para protegerla y respetarla. Que dejen de verla como un objeto sexual del que se puede abusar.

Octavi Pereña i Cortina

 

diumenge, 4 de desembre del 2022

 

SALMO 55: 22

“Echa sobre el Señor tu carga, y Él te sustentará, no dejará para siempre caído al justo”

Las cargas que llevamos sobre las espaldas se deben al pecado de Adán. Después de la desobediencia de Adán el Señor se dirige a nuestros primeros padres. “A la mujer le dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus embarazos, con  dolor darás a luz los hijos, y tu deseo será para tu marido, y él se en señoreará de ti. Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste la voz de tu mujer, y comiste del árbol que te mandé diciendo: No comerás de él, maldita será la tierra por tu causa, con dolor comerás de ella todos los días de tu vida” (Génesis 3: 16, 17). Todos los sinsabores que padecemos en múltiples situaciones se deben al pecado de Adán que provocó que Dios maldijese la Tierra, maldición que ha dejado en herencia a su descendencia hasta el fin del tiempo. La maldición divina no puede deshacerla el hombre por lo que todos los intentos humanos que se hacen para anularla están condenados al fracaso.

Existen dos maneras de enfrentarse a las consecuencias de la maldición de Dios. Una consiste en rebelarse contra las consecuencias del pecado. Protestar por la presencia en  nuestras vidas de tantas cosas que nos enojan, lo cual incrementa todavía más el dolor que nos causan. Los trastornos mentales tan de moda hoy se deben a la resistencia que ponemos a las nimiedades que diariamente se nos plantean. La cola que ocasiona hacer el análisis de sangre o por vacunarse contra la Covid-19, cuando alguien nos dice una impertinencia que nos molesta y guardamos resentimiento en nuestro corazón, cuando resbalamos, nos caemos y nos rompemos un brazo, los conflictos en el trabajo, la muerte de un hijo, los conflictos conyugales…Todas estas incidencias que no sabemos cómo afrontarlas debidamente son las que hacen que la vida sea  insoportable. Lo que nos produce agobio no son grandes crisis. Las pequeñeces diarias son las que hacen que malvivamos. El pataleo que contra ellas damos se debe a que no tomamos en cuenta a Dios que desea cobijarnos  bajo la sombra de sus alas protectoras como la gallina lo hace con sus polluelos al menor síntoma de peligro.

El texto que comentamos nos invita a hacer lo que la gallina hace con los polluelos. Jesús lo dice con toda claridad: “Venid a mi todos los que estáis cargados y trabajados y os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas, porque  mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11. 28-30).

Lector, para que puedas echar sobre Jesús la tediosa carga que tanto te enoja, para recuperar el aliento que el esfuerzo continuado te ha quitado, para que la misericordia del Señor puedas recibirla todos los días, es imprescindible que creas en Él. Si todavía no has depositado la fe en Él, todavía estás a tiempo para hacerlo. Dirígete a Él, diciéndole: “Señor ayúdame en mi incredulidad”


 

LEVÍTICO 4: 1-30

“Cuando alguna persona pecare por yerro en alguno de los mandamientos del Señor sobre cosas que no se han de hacer, e hiciere alguna de ellas, si el sacerdote ungido pecare según el pecado del pueblo…Y si toda la congregación de Israel hubiere errado, y el yerro estuviere oculto a los ojos del pueblo, y hubiesen hecho algo contra alguno de los mandamientos del Señor en cosas que no se han de hacer, y fueren culpables…Cuando pecare un príncipe e hiciere un yerro, algo contra alguno de todos los mandamientos del Señor su Dios sobre cosas que o se han de hacer y pecare……”

En todos los casos los culpables de haber pecado tenían que poner la mano sobre la cabeza del animal que se ofrecía como ofrenda expiatoria.

Según el Nuevo   Testamento, Jesús es el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1: 29), “que habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Hebreos 10: 12). “Y la sangre de su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1: 7). La sangre de los animales que se sacrificaban en el templo simbólicamente limpiaba los pecados de quienes los ofrecían, pero no los borraban. Se tenían que ofrecer diariamente. Especialmente una vez al año en el día de la expiación.

El texto que sirve de base a esta meditación nos dice que tanto los sacerdotes, el pueblo y los príncipes tenían que ofrecer el animal expiatorio en el momento de ser conscientes de haber pecado contra uno de los mandamientos de la Ley de Dios. Todos sin excepción: sacerdotes, príncipes, pueblo llano tenían que ofrecer el sacrificio expiatorio que requería La Ley. Hoy, con la muerte y resurrección de Jesús, cuya sangre limpia todos los pecados cometidos, los pecadores no tienen que ir a ningún lugar concreto para ir al encuentro de Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo para ser perdonados. Jesús desmiente el engaño de la enseñanza que exige que el pecador tenga que acudir al sacerdote para que en confesión le perdone los pecados, cuando le dice a la samaritana: “Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni aun en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Juan 4: 21). Jesús nos enseña a orar lejos de las miradas de la gente al decir: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la perta, ora a tu Padre, y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”  (Mateo 6: 6). El aposento con la puerta cerrada puede ser la mesa en la oficina, la cadena de montaje en la fábrica, el autobús, el tren…Cualquier lugar por estrambótico que pueda parecernos es apropiado para que cuando sea necesario y silenciosamente se pueda hacer al Padre esta breve súplica que tiene mucho significado: “Dios, se propicio a mí pecador” (Lucas 18: 13).

 

 

NAVIDAD, ¿DÓNDE ESTÁS?

<b>¿De qué nos sirve esta vida tan atareada si apenas tenemos tiempo de fijar la mirada?</b>

<b>Marta Alòs</b> acierta cuando escribe: “Está  visto que el ser humano no escarmienta ni con aceite hirviendo.  Mientras que el calentamiento global hace subir la temperatura de la Tierra y las emisiones de óxido de carbono ya han superado un 1% respecto al año anterior, la estupidez humana sigue sin pararse porque unos dicen, dicen, dicen, que es necesario seguir consumiendo… y viajando…y hacemos hervir la olla porque la economía no puede detenerse”.

Desde el punto de vista cristiano el teólogo <b>José Ignacio González Faus</b>, escribe: “Produce cierta vergüenza ser ciudadano cuando debido a las perspectivas de poca agua y poca energía, se van tomando medidas de ahorro, pero nos dicen que la malgastadora iluminación navideña de las calles de nuestras ciudades “apenas se tocará”. y en algunas capitales importantes no se tocará nada”.

Desde el nacimiento más humilde de la celebración navideña, la Navidad no ha sido nunca una fiesta amparada por la tradición bíblica. Los historiadores la consideran la cristianización de la festividad pagana del solsticio de invierno dedicada a exaltar al dios sol. Careciendo del soporte bíblico se ha ido alargando más el  brazo que la manga hasta alcanzar el desbarajuste de nuestros días.

González Faus bautiza la Navidad con este nombre: <i>consumocristo</i>. “Nadie puede servir a dos señores. Porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6: 24). La celebración de la Navidad se ha convertido en una escandalosa banalización del Nombre de Jesús. Jesús que es a quien afecta directamente la prostitución que se hace de su Nombre, citando al profeta Isaías, dice: “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías cuando dijo: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15: 1-9). No es una nimiedad tomar en vano el Nombre del Señor: “No tomareis el Nombre del Señor tu Dios en vano, porque el Señor  no dará por inocente al que tome su Nombre en vano” (Éxodo 20: 7).

A pesar que los villancicos pronuncian el nombre Jesús presentan un Jesús mítico que nada tiene que ver con el Jesús del Nuevo Testamento que como Hijo de Dios vino a la Tierra a cumplir “aquello que la multitud de ángeles que alababan a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas, y en la Tierra paz y buena voluntad hacia los hombres” (Lucas 2: 14). El Jesús mítico no cumple lo que los ángeles anunciaron a los pastores.

El Jesús que durante la Navidad está a flor de labios de tantos que entonan villancicos no es el Jesús que humaniza a quienes creen en Él como Señor y único Salvador. Los humaniza al convertirlos en hijos de Dios. La deshumanización en que se encuentra el hombre se debe al pecado de Adán, el padre del que procede toda la humanidad. Su descendencia nace siendo hija del diablo. De un padre que Jesús considera que es “homicida desde el principio…y padre de mentira” (Juan 8: 44). No debe extrañarnos, pues, que las obras de su descendencia sean: “adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías y cosas semejantes” (Gálatas5: 19-21).

En el cumplimiento del tiempo el Hijo de Dios se encarna en el seno de la virgen María. José que estaba desposado con María, legalmente su esposo sin haberse consumado el matrimonio. Creyendo que María le había sido infiel piensa repudiarla en secreto. “Y pensando en esto, he aquí que un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1: 20, 21).

El Hijo de Dios que es el Dios eterno se desprende de su gloria divina y se humilla haciéndose hombre y naciendo en un establo porque todas las casas de Belén estaban ocupadas debido  a la multitud que se había concentrado en el pueblo para censarse según lo ordenado por el Cesar.

Dos años más tarde llegan a Belén procedentes de oriente unos magos para adorar al Rey de los judíos: “Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose le adoraron: y abriendo sus tesoros le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra” (Mateo 2: 11). En el momento que los magos le doraron Jesús tenía dos años (Mateo 2: 16). La Navidad cristianizada no se ajusta a la realidad.

En el momento que se paganiza el nacimiento de Jesús, su Persona deja de ser el centro de la historia para ocuparlo los fieles (?),  que siguiendo la costumbre de los antiguos adoradores del sol se intercambiaban regalos entre ellos.

Los mismos incrédulos son quienes afirman que el ser humano se ha deshumanizado. Una muestra de dicha deshumanización es el carnaval en que se ha convertido el natalicio de Jesús. Si no se hubiese llegado a este estado  de descomposición, las multitudes que ahora entonan villancicos míticos  adorarían a Jesús que los salva de sus pecados y los transforma en hijos de Dios que andan en novedad de vida. El mundo tendría un color distinto porque serían humanos que guiados por el Espíritu Santo irían por la Tierra sembrando la paz de Dios que excede la comprensión humana. “Y en la Tierra paz y buena voluntad hacia los hombres”.

Octavi Pereña i Cortina