2 CRÓNICAS 26: 16
“Mas cuando ya era fuerte, su corazón se
enalteció para su ruina, porque se rebeló contra el Señor su Dios, entrando en
el templo del Señor para quemar incienso en el altar del incienso”
Uzías tenía 16 años cuando subió al trono de Judá.
Se nos dice que “hizo lo recto ante los
ojos del Señor, conforme a todas las cosas que había hecho Amasas su padre” (v.
4). “En los días en que” (Uzías) “buscó al Señor, Él le prosperó” (v. 5).
El
texto que comentamos nos dice: “Mas
cuando ya era fuerte, su corazón se enalteció para su ruina. Lo cual nos da
a entender que el tiempo que buscó al Señor y fue prosperado, fue un tiempo de
debilidad. El verdadero carácter de Uzías se puso de manifiesto cuando sintiéndose
fuerte prescindió de la ayuda del Señor:
“Mas cuando ya era fuerte, su corazón se
enalteció para su ruina”. En el
Antiguo Testamento Dios escoge a la tribu de Leví para el ejercicio del
sacerdocio y del ministerio en el templo. Nadie que no fuese un levita podía
acceder al ministerio sagrado. Cuando Uzías se sintió fuerte cometió la locura
de querer unir en su persona el poder civil y el religioso. Lo intentó entrado
altivamente en el templo para quemar incienso que era prerrogativa de los
sacerdotes descendientes de Leví por la línea de Aarón. Cuando el teniente
Tejero de la Guardia Civil asaltó el Parlamento de Madrid lo hizo contra una
institución humana. Uzias se introdujo ilegalmente en una institución divina y
Dios quien había establecido las reglas del culto se vio obligado a intervenir:
“Entonces Uzias, teniendo en la mano un
incensario para ofrecer incienso, se llenó de ira, y en su ira contra los sacerdotes,
la lepra le brotó en la frente, delante de los sacerdotes en la casa del Señor,
junto al altar del incienso” (v. 19).
En el
instante en que Jesús murió el velo del templo que separaba el lugar santo del
santísimo se rasgó de arriba abajo (Mateo 27: 51). Todo el ceremonial levítico
había dejado de existir, pero el valor de las Sagradas Escrituras sigue en pie:
“Toda la Escritura es inspirada por Dios,
y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia,
a fin que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena
obra” (2 Timoteo 3. 16, 17). Hoy, la iglesia universal, no la católica,
está constituida por los verdaderos creyentes en Cristo, es el templo
espiritual en donde reside el Señor por
medio del Espíritu Santo. Este templo espiritual tiene que conservarse santo.
Ninguna impureza debe contaminarlo. Los verdaderos cristianos que se han
convertido en piedras vivas de este templo espiritual están obligados a
conservarlo santo, inmaculado. El texto del apóstol Pablo citado es una ayuda
imprescindible para que los cristianos contribuyan activamente a conservar
santo el cuerpo místico de Jesús. Todo aquello que no sea conforme a la
Escritura tiene que desecharse La santidad de la Iglesia del Señor así lo
requiere. Ninguna ilegalidad se admite en el templo de Dios que es la Iglesia
del Señor.
NEHEMIAS 8: 10
Y no os entristezcáis porque el gozo del
Señor es vuestra fortaleza”
El
pueblo estaba reunido en la plaza que está delante de la puerta de las Aguas
aguardando que el sacerdote Esdras trajese el Libro de la Ley de Moisés. Ante
la multitud reunida Esdras leyó lo que Moisés había escrito. La lectura se
hacía de manera muy concreta: “Y leían en
el Libro de la Ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que
entendiesen la lectura” (v. 8). La finalidad de los cultos públicos es que
los asistentes salgan vigorizados espiritualmente. Para que esto ocurra es
imprescindible que los predicadores sean hombres de fe autentica, que puedan
decir con el apóstol Pablo: “Yo sé en
quien he creído”.
Una
cosa es saber de Jesús y otra muy distinta conocer a Jesús. Los predicadores y
más si han pasado por un seminario teológico, como mínimo han adquirido
conocimientos sobre Jesús y estas erudiciones las transmiten a los asistentes
desde el púlpito cuando predican, pero, ¿llenan a los feligreses con el gozo del Señor que es su fortaleza?
“Seguid…la santidad, sin la cual nadie verá
al Señor” (Hebreos
12: 14). Los rostros tristes de tantos cristianos reflejan que en sus almas no
se encuentra el gozo del Señor, lo cual pone en duda que el gozo
del Señor es vuestra fortaleza. El lema de la Reforma del siglo XVI era:
“La Iglesia siempre reformándose”. Al inicio de su ministerio público comenzó
predicando diciendo: “Arrepentíos que el
reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4: 17). El pecado mancha la
santidad y borra el gozo del creyente en Cristo. Sin el arrepentimiento no
puede haber conversiones a Cristo. Escuchar la letra del Evangelio puede hacer
que los oyentes se hagan religiosos, lo
cual los convierte en sepulcros blanqueados por fuera pero por dentro
están llenos de corrupción. Si no se predica con convicción el mensaje de
arrepentimiento no puede haber conversiones a Cristo
porque Él vino precisamente a salvar a los pecadores. A mi entender sólo existe
un arrepentimiento válido y es el que nos lleva a creer que Jesús es el
Salvador. Todos los pecados son perdonados. Hemos nacido de nuevo como hijos de
Dios. Todavía no se ha alcanzado la perfección a que hemos sido llamados. En
nuestra carne sigue vivo el pecado que como las malas hierbas intenta crecer lozano
con el intento de ahogar el vigor espiritual.
Cuando Jesús lava los pies a sus discípulos,
Pedro se opuso a que se los lavara. Jesús le dijo: “El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo
limpio” (Juan 13: 10). Cuando nos convertimos a Cristo nacemos como hijos
de Dios. Dicha filiación no la podemos perder
porque nada nos podrá apartar del amor de Dios que es en Cristo Jesús,
pero hemos de “resplandecer como
luminares en el mundo” (Filipenses 2: 15). Diariamente nos tenemos que
lavar los pies pues en nuestro peregrinar por este mundo se ensucian. Los predicadores no pueden olvidar el mensaje
de arrepentimiento para que en ellos y en las congregaciones a las que predican
no se apague el brillo que tiene que caracterizar a los cristianos
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