2 CRÓNICAS 19: 4
“Habitó, pues, Josafat en Jerusalén, pero
daba vuelta y salía al pueblo, desde Beerseba hasta el monte de Efraín, y los
conducía al Señor el Dios de sus padres”
Josafat,
rey de Judá, con las limitaciones propias de un hombre pecador tenía “un corazón dispuesto para buscar a Dios” (v.3).
Dado que era el rey y tenía un corazón dispuesto a buscar al Señor que de un
extremo del reino al otro “los conducía
al Dios de sus padres”. Tampoco debe extrañarnos que dada la autoridad con que estaba
investido pusiese “jueces en todas las
ciudades fortificadas de Judá, por todos los lugares” (v.5).
Las
autoridades han sido puestas por Dios para que gobiernen en representación de
Él y administren justicia en su Nombre. Josafat, consciente de la
responsabilidad contraída de ser representante de Dios en Judá, les dice a los
hombres elegidos para ser jueces: “Mirad
lo que hacéis, porque no juzgáis en lugar de hombre, sino en lugar del Señor, el cual está con vosotros cuando
juzgáis” (v.6). Yo os he elegido para ser jueces, pero en verdad, quien os
ha escogido ha sido el Señor.
Ante la
gran responsabilidad que recae sobre las personas que tienen que administrar
justicia, a los elegidos les recuerda la gran responsabilidad adquirida: “Sea, pues, con vosotros el temor del Señor,
mirad lo que hacéis, porque con el Señor nuestro Dios no hay injusticia, ni
acepción de personas, ni admisión de cohecho” (v.7).
Josafat
siendo más explícito añade: “Procederéis
asimismo con temor del Señor y con corazón íntegro. Cualquier causa que viniere
a vosotros de vuestros hermanos que habitan en las ciudades, en causas de
sangre, entre ley y precepto, estatutos y decretos, les amonestareis que no
pequen contra el Señor, para que no venga ira sobre vosotros y sobre vuestros
hermanos. Haciendo así no pecaréis” (vv. 9,10).
Hoy la
justicia está desacreditada porque quienes visten la toga y se sientan ante la
mesa del tribual, como representantes de Dios en la administración de justicia
no tienen en cuenta los requisitos que Josafat exigía en los jueces que
seleccionaba.
Hoy
muchos jueces juzgan en lugar de hombre y se olvidan que lo hacen en lugar de
Dios. Pero llegará el día que comparecerán ante el tribunal de Cristo y tendrán
que dar cuenta de su labor. El Juez supremo abrirá los libros y leerá todas las sentencias dictadas por los
jueces sin olvidar ni el más mínimo detalle. Ante la exposición de los hechos
el terror los enmudecerá.
2 CRÓNICAS 34: 19
“Y luego que el rey oyó las palabras de la
Ley, rasgó sus vestidos”
Haciendo
limpieza del templo y arrojando al fuego toda la suciedad almacenada debido a
la negligencia manifestada por sus antecesores en el trono, dan con un ejemplar
de la Ley de Dios que se lee al rey Josías. El monarca al oír lo que decía el
Libro encontrado “rasgó sus vestidos”
en señal de arrepentimiento. El monarca humillado ante el Señor, ordena: “Andad, consultad al Señor por mí y por el
remanente de Israel y de Judá acerca de las palabras del Libro que se ha
encontrado, porque grande es la ira del Señor que ha caído sobre nosotros
porque nuestros padres no guardaron la palabra del Señor, para hacer todo lo
que está escrito en este Libro” (v. 21).
La
conversión de Josías hizo que emprendiese una reforma religiosa que hizo que en
apariencia el pueblo se volviese al Señor. Fallecido Josías subió al trono su
hijo Joacim. El texto nos dice: “E hizo
lo malo ante los ojos del Señor su Dios” (2 Crónicas 36: 5). Mientras vivió
su padre el hijo aparentemente se había vuelto a Dios, pero su corazón seguía
atrapado a la idolatría que tanto daño hace. Las reformas religiosas no sirven
de nada si no consiguen que los “reformados” verdaderamente lloren y se aflijan
por su pecado. Al fallecer Josías el reino públicamente dio la espalda a Dios.
El vaso de la maldad colmó. Poco después el reino de Judá fue conquistado por
Babilonia y el templo que era la gloria
de Israel, destruido. El juicio de Dios siempre se cumple.
Al
descubrirse el Libro de Dios que produjo la conversión de Josías al Señor, con él, bien seguro que hubo otras
personas que se convirtieron al Señor y lloraron sus pecados en señal de
arrepentimiento. ¿Cómo se manifiesta una genuina conversión a Dios? Creo que el
almo 51 es el mejor referente que describe lo que le ocurre en una persona genuinamente “convertida
a Cristo: “Rasga sus vestidos” en
señal de arrepentimiento. Como preámbulo del Salmo, David su autor, hace una
sentida confesión de pecado: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu
misericordia, conforme a la multitud de tus piedades, borra mis rebeliones.
Lávame más y más de mi maldad, y límpiame mi pecado” (vv. 1, 2). En muchos
que se consideran cristianos no se dan confesiones de pecado como lo hace el
salmista. Otros motivos pueden llevar a decir que Jesús es el Señor, pero si
los corazones de tales personas no han sido lavados por la sangre de Jesús,
tales personas no son cristianas.
Quienes
confiesan de labios que Jesús es el Señor, tened cuidado, no sea que al abrir
los ojos en la eternidad en vez encontraros en el Paraíso con Jesús, los abráis
en el infierno. Será demasiado tarde para rectificar. Hoy puede ser el día de
vuestra salvación. No permitáis que pase de largo.
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