diumenge, 13 de febrer del 2022

 

SALMO 51: 4

“Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos”

Estas palabras las escribió el rey David. Por el hecho de haber quedado registradas en las páginas de la Biblia significa que son de utilidad para todas las generaciones. David  había cometido adulterio y, en el intento de ocultar su pecado a los ojos de los hombres hizo matar al marido de la mujer ultrajada. Ahí se encuentra la importancia que tienen las palabras que sirven de base a esta meditación.

El Salmo 32 en cierto sentido guarda relación con el 51 porque nos hablan de los sentimientos de David con respecto al pecado no confesado a Dios y por lo tanto no perdonado. “Mientras callé, se envejecieron mis huesos, en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano, se volvió mi verdor en sequedades de verano”  (Salo 32:3, 4). En el Salmo 51, de manera explícita expone la reacción de David cuando el profeta Natán le dijo: ”Este eres tú”, refiriéndose al hombre rico que en la parábola había robado la oveja que tenía un pobre para obsequiar al visitante que había recibido el opulento. La parábola con “éste eres tú” sirve para que reconozca su adulterio y el asesinato del marido de la mujer vejada. La trascendencia que tienen estas palabras de David: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos” (51: 4). Con esta declaración David pone de manifiesto que el primer ofendido por su pecado es Dios y, a Él le pide perdón porque es el único que puede perdonar su pecado.

Un abismo separa la reacción de David cuando su pecado oculto se hizo público de la de tantos que cuando se descubren sus pecados  piden perdón a las víctimas como si estas pudiesen perdonar sus pecados. Los ofendidos no deben guardar rencor en sus corazones. En este sentido sí que perdonan. Pero no pueden perdonar el pecado cometido por otras personas ya que solamente el perdón lo concede Dios.

Que los impíos que niegan a Dios y que no lo tienen en cuenta en sus caminos es natural que no lo tengan presente cuando sus delitos se hacen públicos. Lo que de ninguna manera es tolerable es que la Iglesia Católica, en las jerarquías que la representan, la pederastia entre otros delitos,  cuando se hace público lo ocultado, pida perdón a las víctimas y se olviden de pedírselo a Dios.

¡Qué comportamiento tan poco edificante el de estas personas que teniendo el Nombre de Dios en sus labios  sus corazones están lejos de Él! ¡Cuán necesario es que quienes se autoproclaman representantes de Dios en la Tierra tengan el sentir de David que cuando se descubrió su pecado, dejó escrito para instrucción nuestra: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia, conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado”! (Salmo 51: 1, 2).


SANTIAGO 4: 14

“Cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece”

Los espectaculares avances médicos acompañados de verdaderos milagros. Es Dios quien concede a determinadas personas el don de la curación. Si los médicos que realizan tan sorprendentes curaciones si no son conscientes de que sus habilidades las poseen porque Dios se las ha concedido, pueden confundirse y creerse que son dioses. Santiago nos pone a todos en el lugar que nos corresponde al recordarnos que somos mortales: “¿Qué es vuestra vida? Ciertamente es una neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece”. Polvo somos y al polvo volveremos cuando nos llegue el término de nuestras vidas, así nos lo dice la Biblia.

Se dice que en la antigua Roma cuando un general regresaba victorioso a Roma después de una campaña militar se celebraba un desfiles para homenajear  al invicto militar que subido en un refulgente carro recibía los vítores del populacho. El general recibía un baño de popularidad. Se dice que detrás del militar homenajeado se encontraba un esclavo que constantemente le iba susurrando al oído: Memento mori (recuerda que morirás). En medio de la adulación se humillaba al ilustre militar recordándole que era un mortal y no un dios.

El recordatorio que Santiago hace  a los cristianos  de la neblina que es la vida, no lo hace a unos lectores potentados. En aquel entonces los cristianos eran gente humilde que no recibía ningún tipo de honores. A medida que pasa el tiempo los cristianos abandonan las catacumbas y empiezan a ocupar altos cargos en la Administración. Abandonan los sencillos lugares de culto para aposentarse en los esplendorosos templos paganos abandonados. El tiempo transcurre y la sencilla predicación de la Palabra da paso a un elaborado ceremonial carente de sentido. La Palabra que tendría que ser el centro del culto se convierte en algo residual. Por televisión se retransmite la misa dominical y la entronización de los nuevos obispos. Los escenarios son los interiores de las magníficas catedrales y los oficiantes revestidos de esplendidas vestiduras. Todo ello acompañado de la frialdad de las palabras rutinarias y sin sentimiento que se leen. Son ceremonias que deslumbran los sentidos, pero les falta la palabra de vida que tan necesaria es para los espectadores que tienen hambre y sed de Dios el Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Todos, sin exceptuar a los protagonistas de tan espléndidos espectáculos necesitamos que alguien pegado a nuestras espaldas nos vaya susurrando al oído Memento mori, recuerda que vas a morir.

 

 

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