GUERRA RENOVADORA
<b>”Nunca
ha existido una guerra buena o una paz mala” (Benjamín Franklin)</b>
<b>Julio
Verne</b> se equivocó cuando profetizó: “Con el submarino no habrá más
batallas navales. Como se seguirán inventando instrumentos de guerra cada
vez más perfeccionados y terroríficos,
la guerra será imposible”. Desde el origen del tiempo las guerras se han ido
haciendo cada vez más mortíferas y devastadoras. Desde el inicio de la Historia
las guerras tribales se han ido extendiendo alcanzando territorios más amplios.
Sean guerras locales o globales el ser
humano no aprende la lección. La miseria que engendran los enfrentamientos y
las crueldades de los combatientes se lanzan en el saco del olvido. Acierta el
rey David al escribir: “Líbrame, oh Señor, del hombre malo, guárdame de los
hombres violentos, los cuales maquinan males en el corazón, cada día urden
contiendas. Aguzaron sus lenguas como serpiente, veneno de áspid hay debajo de
sus labios” (Salmo 140: 1-3).
El
origen de las guerras se encuentra en el corazón de los hombres. La memoria
histórica no es un revulsivo que diluya el odio almacenado. Mientras el corazón
humano siga generando sentimientos violentos, los malos pensamientos prevalecerán por encima de la razón. Debido a
ello, la cultura, le educación, la religión, la filosofía, no son caminos que
conduzcan a la paz. Una simple mirada en sociedades de alto nivel cultural como lo es la occidental, nos ha arrastrado y
está a punto de empujarnos a otra guerra de alcance imprevisible. Si en las
pequeñas diferencias no nos sabemos mantener en el camino de la concordia,
¿cómo lo vamos a conseguir en las grandes? Llevamos en la sangre emplear la
fuerza para resolver a nuestro favor lo que consideramos son nuestros derechos.
¿Cómo no vamos a hacer lo mismo en las grandes desavenencias? Desterrar
totalmente la guerra es una utopía inalcanzable.
Puede
parecer una paradoja pero es una triste realidad. Alguien ha dicho que ”la
guerra es una matanza entre personas que no se conocen en provecho de personas
que sí se conocen pero que no se matan”. Aquí en la Tierra “todo tiene su
tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora…tiempo de amar, y tiempo de
aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz” (Eclesiastés 3: 1-8). El pasado
se repite con otros protagonistas equipados con armas más mortíferas y
destructivas. En las trifulcas entre personas así como en las guerras entre
naciones, tanto los unos como los otros saben que lo que hacen o lo que se
proponen hacer no está bien, pero lo hacen. Buscan chivos expiatorios para
justificar lo injustificable. Quien sabe lo que está bien y no lo hace comete
pecado, infracción de la Ley de Dios.
Santiago,
uno de los escritores de la Biblia redacta: “¿De dónde vienen las guerras y los
pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en
vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no
podéis alcanzar; Combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no
pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”
(Santiago 4: 1-3). El escritor sagrado llega al corazón del problema. La
insaciabilidad del corazón que jamás tiene bastante con lo que tiene y que hace
uso de la fuerza para conseguir lo que no le pertenece.
<b>Fedo
Valla</b>, estudioso de los cátaros, refiriéndose al genocidio a que se
sometido este pueblo debido a sus peculiaridades que lo distinguían de los
católicos, escribe: “Hacer esto el papado y Francia, lo aplastan. Y codician.
Iglesia y rey se reparten la riqueza
occitana, después de la única cruzada de cristianos contra cristianos. Venció
la barbarie contra la alta
espiritualidad. Una gran lección para el presente. Que la civilización puede
sucumbir ante la barbarie en cualquier momento. Vencer es cambiar lo que es
diferente, no destruirlo. Ser perseguido no te da siempre la razón, pero ser
perseguidor te la quita siempre”.
El
Antiguo Testamento que muchos consideran un libro que no debería jamás ponerse
al alcance de los niños porque consideran que incita al odio por las muchas
guerras que según ellos incita Dios. Es cierto. Narra muchas guerras aprobadas
por Dios. Los detractores del Antiguo Testamento se cuidan muy bien de no decir
nada del porque Dios las aprueba. La causa por la que Dios las bendice es que
el pueblo de Israel se había apartado de Él para adorar a falsos dioses y que
fomentasen la injusticia social.
Pienso
que nos ayudará a comprender el belicismo divino, que a Él no le gusta la
guerra y que no es su autor. Envía profetas a Israel para que denuncien su mal
comportamiento, pero no les hicieron caso: “Pero no me habéis oído dice el
Señor, para provocarme a ira con la obra de vuestras manos para mal vuestro”
(Jeremías 25: 7). En el escenario internacional Babilonia entra en escena como
gran potencia internacional en sustitución de la desaparecida Asiria. A
Nabucodonosor rey de Babilonia a quien Dios lo considera “mi siervo” (v. 9)
para que sea el brazo ejecutor de la sentencia divina contra Judá. Que Dios no
promueve la guerra lo pone de manifiesto el texto que dice: “Castigaré al rey
de Babilonia y a aquella nación por su maldad y a la tierra de los caldeos la
convertiré en desiertos para siempre” (v. 12). Después aparecen en el escenario
internacional los medo-persas que se convierten en el brazo ejecutor para
castigar la maldad babilónica y así ha sido hasta hoy. Dios utiliza la maldad
humana para castigar a las naciones impías. Así será hasta el fin del tiempo.
Tambores
de guerra resuenan en las fronteras de Europa. No sabemos si será Rusia, China
o una superpotencia emergente en cualquier lugar de la Tierra que se convertirá
en el siervo de Dios para ejecutar la
sentencia de destrucción dictada por el Juez supremo. Lo cierto es que cuando
todos los imperios terrenales hayan desaparecido, se implantará el reino eterno
de Dios en donde “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos, y ya no
habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor porque las primeras
cosas pasaron” (Apocalipsis 21: 4). Esta es la esperanza cristiana.
Octavi Pereña i Cortina
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