SALMO 119: 9
“¿Con qué limpiará un joven su camino? Con
guardar tu palabra”
El
filósofo Francisco Rico, en una entrevista dijo: Un buen libro “tiene que
servir más allá del entretenimiento y enseñar lo que es perdurable”. Pienso que
el filósofo hace esta declaración como estudioso de la lengua en todas sus
manifestaciones, especialmente en los clásicos de la literatura como formadores
del lenguaje. Si es así, cuando dice que un buen libro es el que enseña lo que
es perdurable, debe referirse a la instrucción ético-moral además calidad
literaria.
El
texto que comentamos además de la ética y la moral, un buen libro tiene que
enseñar el camino de la vida. En este sentido solamente existe un libro que
cumple con el requisito de enseñar el camino de la vida: la Biblia, el libro
divino-humano. Humano porque lo escribieron hombres que conservaron sus
peculiaridades individuales a la hora de redactar su participación. Divino,
porque fue el Espíritu Santo quien inspiró a las personas escogidas a escribir
la Verdad que Dios quiere que los hombres conozcan para que puedan encontrar el
camino de la vida.
Todas
las religiones tienen sus manuales que contienen el conjunto de creencias y
prácticas que deben creer y practicar sus fieles. Todas las religiones
sostienen que sus fundadores de alguna manera u otra fueron inspirados por
Dios. Como quiera que sus enseñanzas son tan diversas y contradictorias nos
tenemos que preguntar ¿cuál de estos dioses es el verdadero?
La
diferencia entre el cristianismo y las otras religiones se encuentra en el
hecho de que el Hijo de Dios encarnado en el hombre Jesús es quien escoge e instruye personalmente a
aquellos hombres que en el aspecto humano son los fundadores del cristianismo.
En las otras religiones son los hombres que se autoproclaman representantes de
Dios en la Tierra y capacitados para escribir los cánones con los que tienen
que regirse cada una de ellas. Dejemos que las religiones discutan entre ellas
para esclarecer cuál de ellas es la verdadera.
En
nuestras manos tenemos la Biblia que declara que sus autores humanos fueron
inspirados por el Espíritu Santo, esta peculiaridad hace que el Libro sea “útil para enseñar, para redargüir, para
corregir, para instruir en justicia, a fin que el hombre de Dios sea perfecto,
enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3: 16, 17).
El texto que sirve de base a esta meditación
pregunta. “¿Con qué limpiará un joven su
camino?” ¿No nos preguntamos infinidad de veces qué vamos a hacer con esta
juventud que comete tantas vilezas? No se encuentra respuesta sin tener la
Biblia a mano y leída. El texto responde con absoluta certidumbre: “Con guardar tu Palabra”. Vuelvo a
escribir el texto presentado anteriormente porque lo considero de trascendental
importancia para el problema de la juventud alborotadora que ocupa amplios
espacios en los medios de comunicación:
“útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a
fin que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena
obra”. Lancemos la Biblia fuera de los hogares. Hagamos que los padres la
detesten. Permitamos que los hijos la ignoren. El resultado será que los medios
de comunicación seguirán informando de delitos de sangre cometidos por hijos
cada vez más jóvenes.
LAMENTACIONES 3: 24
“Mi porción es el Señor, dijo mi alma, por
tanto en Él esperaré”
Jeremías
que es el autor de Lamentaciones se le apoda “el profeta llorón” porque se
siente profundamente conmovido por la trágica situación en que se encuentra su
pueblo. La gloria de Israel que era Jerusalén y el templo edificado en
ella habían sido arrasados por el
ejército babilónico. El pecado de los judíos había sido el causante de la
destrucción. Jeremías y con él todos los profetas que había enviado Dios
llamaron al pueblo al arrepentimiento. Como que no querían escuchar sus oídos
se hicieron sordos a las advertencias de los profetas. Cuando el vaso de la
maldad colmó, llegó el castigo de Dios anunciado machacadamente.
En
medio de la desolación en que se encontraba, Jeremías levanta los ojos al cielo
y contempla el rostro misericordioso de Dios que resplandece por encima de su
faz airada por haber sido su Nombre blasfemado por el pueblo.
Nos
encontramos en situación parecida a la que se hallaba el antiguo Judá. Durante
el siglo XX Europa sufrió dos devastadoras guerras. Hoy 24 de febrero de 2022,
Rusia ha iniciado la invasión de Ucrania que no se sabe cómo va a acabar.
Thomas Jefferson dijo: “Tengo bastante con haber visto una guerra como para
desear ver otras”. Nos hartamos de ver por televisión los desastres y el
sufrimiento que acompañan a las guerras y los gobernantes se sienten a gusto
iniciando otras. Los hombres tenemos los corazones tan endurecidos que nos
hemos hecho insensibles al amor de Dios que nos impulsa a amar a nuestro prójimo
En medio de los espesos y amenazadores nubarrones un rayo de esperanza los
atraviesa para llegar hasta nosotros. No todo está perdido. “Por la misericordia del Señor no hemos sido
consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias” (v. 22). Durante el
largo asedio a que fue sometida
Jerusalén y por las penalidades que padeció el profeta por no haber renunciado
el profeta a anunciar el mensaje amenazador si Jerusalén no se arrepentía.
Jeremías contempla la misericordia de Dios reflejada en su rostro.
La misericordia
de Dios hacia los hombres no se cansa de manifestarse: “Nuevas son cada mañana, grande es tu fidelidad”. Quienes aman al Señor
tienen su recompensa. La fe le hace decir a Jeremías: “Mi porción es el Señor, dijo mi alma, por tanto en Él esperaré”
(v.24). Sea bajo un sol abrasador o cubierto por nubes amenazadoras, el
creyente tiene que reaccionar de la misma manera como lo hizo Jeremías: “En Él esperaré”. “Bueno es el Señor a los
que en Él esperan, el alma que lo busca. Bueno es esperar en silencio la
salvación del Señor” (vv. 25, 26).
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