SALMO 3: 8
“La salvación es del Señor, sobre tu pueblo
será tu bendición”
El
salmista comienza su poema con estas palabras:”¡Oh Señor, cuánto se han multiplicado mis adversarios! Muchos son los
que se levantan contra mí. Muchos son los que dicen de mí: No hay para él
salvación de Dios” (vv. 1, 2). Este salmo lo escribe el rey David cuando su
hijo Absalón se había revelado contra él. David le pide ayuda al Señor para que
le proteja de un enemigo concreto. El
hecho de que el salmo por inspiración del Espíritu Santo haya quedado
registrado en la Biblia quiere decir que sirve de inspiración para todos los
lectores sean cuales sean las situaciones en que puedan encontrarse.
¿Quiénes
son nuestros muchos adversarios? Pueden serlo personas normales que por cualquier
motivo se hayan enojado contra nosotros y difaman nuestro nombre por venganza.
Nuestro enemigo puede serlo el Covid-19 cuyos estragos hayan afectado a
familiares o amigos íntimos. Puede ser nuestro enemigo la separación de nuestro
hijo/a que tanto daño nos ha causado. Puede ser nuestro enemigo el hijo/a que
se haya dado a las drogas. Puede ser nuestro enemigo el que hayamos perdido el
trabajo y por no poder pagar el alquiler se nos haya desahuciado y tengamos que
depender de la beneficencia pública o privada. Son mil y una las situaciones
que se han convertido en enemigos
nuestros.
Normalmente
la gente que se siente perseguida por
algo o alguien busca protección en otra persona, la cual por ser también de carne y huesos está incapacitada
para ofrecernos la ayuda que solicitamos. En el caso del volcán que vomita
fuego y lava que destruye viviendas y campos de cultivo en la isla de La Palma,
las palabras del rey diciéndoles a los damnificados que está a su lado poco
consuelo les habrán dado. Han sido palabras que el viento se lleva. David que
cree de verdad en Dios el Padre de nuestro Señor Jesucristo, en vez de ir a
buscar consuelo en un amigo va a la fuente de donde realmente le vendrá el
bálsamo que necesita: “Mas tú, Señor,
eres escudo alrededor de mí, mi gloria y el que levanta mi cabeza. Con mi voz
clamé al Señor, y Él me respondió desde su monte santo” (vv. 3, 4).
El
resultado de confiar David en el Padre de nuestro Señor Jesucristo que es Dios
de toda consolación, para aliento nuestro escribe: “Yo me acosté y dormí, y desperté, porque el Señor me sustentaba” (v.
5). Jesús el Hijo de Dios encarnado
dice a los afligidos por las punzadas de sus corazones: “La paz os dejo, mi paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da. No
se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14: 27).
El
salmista finaliza su poema con estas reconfortantes palabras: “La salvación es del Señor, sobre tu pueblo
sea tu bendición” (v. 8).
MALAQUÍAS 2: 17
“Habéis hecho cansar al Señor con vuestras
palabra. Y decís: ¿En qué te hemos cansado? En que decís: Cualquiera que hace
el mal agrada al Señor, y en los tales se complace, o, ¿dónde está el Dios de
la justicia?
Malaquías
nos enseña a orar como es debido. Determinadas oraciones no traspasan el techo
de la habitación en donde se han pronunciado. Las vanas repeticiones cansan al
Señor. Los que oran inadecuadamente se preguntan: ¿En qué te hemos cansado? La
impiedad del orante le hace tergiversar el sentido de la justicia y que a Dios
le complace escuchar cualquier oración por disparatada que sea. El Dios de toda
justicia no se complace en escuchar las oraciones pronunciadas por los impíos.
El
apóstol Pablo nos da una enseñanza que va como el anillo al dedo respecto a
cómo tenemos que orar. Si aceptamos su consejo hace que al momento de orar
aparezca la humildad que debe caracterizar al orante porque reconoce que los
pensamientos y los caminos del Señor son más altos que sus pensamientos y
caminos. A pesar que existe familiaridad con Dios porque se es hijo suyo si en
verdad se ha creído en Jesús como Señor y Salvador, dicha familiaridad jamás
debe llegar a tratar a Dios como a un igual. Él está en lo alto y el orante en
la tierra.
Vayamos
a lo que el apóstol Pablo tiene que deciros: ·Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues qué
hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede
por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe
cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede
por los santos” (Romanos 8: 26, 27).
Solamente
Jesús cuando estuvo aquí en la Tierra tuvo el Espíritu sin medida (Juan 3:
349). Los cristianos verdaderos tienen el Espíritu Santo morando en ellos. Sin
Él no serían cristianos. Pero el Espíritu los guía por el camino de la
santificación lo que significa que todavía no ha terminado su obra de hacerlos
perfectos como su Padre celestial es perfecto.
El
Padrenuestro la oración que Jesús enseñó a sus discípulos pone límites a las
oraciones que sus hijos le dirigen, al decirles: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la Tierra” (Mateo
6: 10). ¿Sabemos cuál es la voluntad de Dios al cien por cien? No. Las
oraciones del cristiano brotan del corazón pero desconocemos si corresponden
plenamente a la voluntad de Dios y, si es su voluntad ignoramos cuando su voluntad va a cumplirse. Tenemos que seguir orando
porque así lo enseña la Biblia y esperar pacientemente la respuesta del Señor.
La tardanza en responder no significa que no hayan sido escuchadas. Los
pensamientos y los caminos del Señor no
son nuestros pensamientos y caminos. Somos hijos que no tienen que manipular al
Padre.
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