diumenge, 14 de novembre del 2021

 

SALMO 3: 8

“La salvación es del Señor, sobre tu pueblo será tu bendición”

El salmista comienza su poema con estas palabras:”¡Oh Señor, cuánto se han multiplicado mis adversarios! Muchos son los que se levantan contra mí. Muchos son los que dicen de mí: No hay para él salvación de Dios” (vv. 1, 2). Este salmo lo escribe el rey David cuando su hijo Absalón se había revelado contra él. David le pide ayuda al Señor para que le proteja de un enemigo  concreto. El hecho de que el salmo por inspiración del Espíritu Santo haya quedado registrado en la Biblia quiere decir que sirve de inspiración para todos los lectores sean cuales sean las situaciones en que puedan encontrarse.

¿Quiénes son nuestros muchos adversarios? Pueden serlo personas normales que por cualquier motivo se hayan enojado contra nosotros y difaman nuestro nombre por venganza. Nuestro enemigo puede serlo el Covid-19 cuyos estragos hayan afectado a familiares o amigos íntimos. Puede ser nuestro enemigo la separación de nuestro hijo/a que tanto daño nos ha causado. Puede ser nuestro enemigo el hijo/a que se haya dado a las drogas. Puede ser nuestro enemigo el que hayamos perdido el trabajo y por no poder pagar el alquiler se nos haya desahuciado y tengamos que depender de la beneficencia pública o privada. Son mil y una las situaciones que se han convertido en  enemigos nuestros.

Normalmente la gente que se siente perseguida  por algo o alguien busca protección en otra persona, la cual por ser  también de carne y huesos está incapacitada para ofrecernos la ayuda que solicitamos. En el caso del volcán que vomita fuego y lava que destruye viviendas y campos de cultivo en la isla de La Palma, las palabras del rey diciéndoles a los damnificados que está a su lado poco consuelo les habrán dado. Han sido palabras que el viento se lleva. David que cree de verdad en Dios el Padre de nuestro Señor Jesucristo, en vez de ir a buscar consuelo en un amigo va a la fuente de donde realmente le vendrá el bálsamo que necesita: “Mas tú, Señor, eres escudo alrededor de mí, mi gloria y el que levanta mi cabeza. Con mi voz clamé al Señor, y Él me respondió desde su monte santo” (vv. 3, 4).

El resultado de confiar David en el Padre de nuestro Señor Jesucristo que es Dios de toda consolación, para aliento nuestro escribe: “Yo me acosté y dormí, y desperté, porque el Señor me sustentaba” (v. 5). Jesús el Hijo de Dios encarnado dice a los afligidos por las punzadas de sus corazones: “La paz os dejo, mi paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14: 27).

El salmista finaliza su poema con estas reconfortantes palabras: “La salvación es del Señor, sobre tu pueblo sea tu bendición” (v. 8).


 

MALAQUÍAS 2: 17

“Habéis hecho cansar al Señor con vuestras palabra. Y decís: ¿En qué te hemos cansado? En que decís: Cualquiera que hace el mal agrada al Señor, y en los tales se complace, o, ¿dónde está el Dios de la justicia?

Malaquías nos enseña a orar como es debido. Determinadas oraciones no traspasan el techo de la habitación en donde se han pronunciado. Las vanas repeticiones cansan al Señor. Los que oran inadecuadamente se preguntan: ¿En qué te hemos cansado?  La impiedad del orante le hace tergiversar el sentido de la justicia y que a Dios le complace escuchar cualquier oración por disparatada que sea. El Dios de toda justicia no se complace en escuchar las oraciones pronunciadas por los impíos.

El apóstol Pablo nos da una enseñanza que va como el anillo al dedo respecto a cómo tenemos que orar. Si aceptamos su consejo hace que al momento de orar aparezca la humildad que debe caracterizar al orante porque reconoce que los pensamientos y los caminos del Señor son más altos que sus pensamientos y caminos. A pesar que existe familiaridad con Dios porque se es hijo suyo si en verdad se ha creído en Jesús como Señor y Salvador, dicha familiaridad jamás debe llegar a tratar a Dios como a un igual. Él está en lo alto y el orante en la tierra.

Vayamos a lo que el apóstol Pablo tiene que deciros: ·Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Romanos 8: 26, 27).

Solamente Jesús cuando estuvo aquí en la Tierra tuvo el Espíritu sin medida (Juan 3: 349). Los cristianos verdaderos tienen el Espíritu Santo morando en ellos. Sin Él no serían cristianos. Pero el Espíritu los guía por el camino de la santificación lo que significa que todavía no ha terminado su obra de hacerlos perfectos como su Padre celestial es perfecto.

El Padrenuestro la oración que Jesús enseñó a sus discípulos pone límites a las oraciones que sus hijos le dirigen, al decirles: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la Tierra” (Mateo 6: 10). ¿Sabemos cuál es la voluntad de Dios al cien por cien? No. Las oraciones del cristiano brotan del corazón pero desconocemos si corresponden plenamente a la voluntad de Dios y, si es su voluntad ignoramos  cuando su voluntad  va a cumplirse. Tenemos que seguir orando porque así lo enseña la Biblia y esperar pacientemente la respuesta del Señor. La tardanza en responder no significa que no hayan sido escuchadas. Los pensamientos y los caminos del Señor  no son nuestros pensamientos y caminos. Somos hijos que no tienen que manipular al Padre.

 

 

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