JOB 13: 45
“Porque ciertamente vosotros sois fraguadores
de mentira, sois todos vosotros médicos nulos. Ojalá callarais por completo,
porque os fuese sabiduría”
Estas
palabras las dice Job a sus amigos que le visitaban para consolarle en su
dolor. Pueden perfectamente aplicarse en aquellos que en las iglesias enseñan
doctrinas falsas que recubiertas de una capa de piedad destilan veneno puro.
Juan
Planellas, arzobispo de Tarragona en uno de sus escritos dominicales María en la fe del pueblo dice esta
estupidez: “La devoción a la madre de Dios debe ser inteligente. Sin caer en la
aridez de los conceptos, debe estar basada en la Sagrada Escritura y en la
genuina Tradición de la Iglesia”. El arzobispo equipara la Ttradición a la
Sagrada Escritura. Si la Tradición está basada en la Sagrada Escritura, nada
que decir. Cuando tergiversa la Escritura, Jesús sí que tiene algo que decir: “Así habéis invalidado el mandamiento de Dios
por vuestra tradición” (Mateo 15: 6). La devoción a la “Madre de Dios” no
tiene fundamento bíblico. Jesús dirigiéndose a aquellos que habían invalidado
el mandamiento de Dios por su tradición les dice palabras muy duras de censura.
Cita al profeta Isaías: “Este pueblo de
labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran,
enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (vv.8, 9).
El
arzobispo citando al apóstol Juan y refiriéndose a María escribe: “En su
Evangelio nos la presenta vinculada estrechamente en la persona de Jesús, sin
comediadora de nuestra salvación”. No puede ser de otra manera. Jesús como
estricto cumplidor de la Ley de Dios no puede dejar de amar a su madre.
Honrándola tal como se merece. Su amor por ella llega hasta el punto que
clavado en la cruz y sus otros hijos no habían creído en Él como el Salvador de
Israel, encontrándose su madre al pie de
la cruz y Juan con ella, pronuncia estas palabras que expresa el profundo amor
que sentía por su madre: “Mujer, he ahí
tu hijo”, después dijo a Juan su discípulo, “he ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su
casa” (Juan 19: 26, 27).
Después
de la ascensión de Jesús, encontrándose los discípulos reunidos en el aposento
alto: ”Todos estos perseveraban unánimes en oración
y ruego, con las mujeres y con María la madre de Jesús, y con sus
hermanos” (Hechos 1: 13, 14).
La
supuesta ascensión de María en cuerpo y alma, María como corredentora, a Jesús
por María como insinúa el arzobispo son fruto de la Tradición en que se apoya
la Iglesia Católica le roban a Jesús la exclusividad de ser el Mesías anunciado
desde antes de la fundación del mundo. El apóstol Pedro lo deja claro: “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra
vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas
corruptibles, como oro y plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de
un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la
fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de
vosotros” (1 Pedro 1: 18-20).
NEHEMÍAS 1: 4
“Cuando oí estas palabras me senté y lloré,
hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos”
¿Cuál
fue la noticia que afligió a Nehemías con tanta fuerza? Saber que “el remanente, los que quedaron de la
cautividad, allí en la provincia, están en gran mal y afrenta, y el muro de
Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas a fuego” (v.3).
Que
Nabucodonosor destruyó el templo y arrasó Jerusalén tuvo una causa. Nehemías la
expone en la oración que dirigió al Señor tan pronto como tuvo noticia del
lastimoso estado en que se encontraba Jerusalén, la ciudad de Dios. La oración
de Nehemías contiene algunas verdades que de ser reconocidas servirían para
levantar a la Iglesia de su incompetencia y a los gobiernos la injusta manera
de gobernar.
Comienza
Nehemías su oración diciendo: “te ruego,
oh Señor, Dios de los cielos, grande y temible, que guarda el pacto y la
misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos” (v.5). La misericordia de Dios desciende como
rocío vivificador en ”los que aman y
guardan sus mandamientos” Implícitamente nos viene a decir que la causa de
la destrucción de Jerusalén y del templo fue debido a que el pueblo no amó ni
guardó los mandamientos de Dios. ¿Nos hace reflexionar esta denuncia? ¿Guarda
algún parecido nuestra situación actual con la que se daba en tiempos de
Nehemías? ¿No nos encontramos en la misma situación actual en que el hombre no
ama a Dios ni gurda sus mandamientos?
“Esté ahora atento tu oído y abiertos tus
ojos para oír la oración de tu siervo, que hago ahora delante de ti día y
noche, por los hijos de Israel tus siervos, y confieso los pecados de los hijos
de Israel que hemos cometido contra ti, sí yo y la casa de mis padres hemos
pecado. En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los
mandamientos, estatutos y preceptos que diste a Moisés tu siervo” (vv.6, 7). Por precepto
religioso se puede leer de carretilla de un manual una pregaria por los
gobernantes y por los pastores de la Iglesia, sin poner sentimiento en lo que
se lee y a los asistentes les entra por un oído y les sale por el otro. ¿Dónde
se ve en estas lecturas convencionales que se pida perdón por ”los pecados de los hijos de Israel que
hemos cometido contra ti, sí yo y la casa de mi padre hemos pecado”. Si el pecado cierra los oídos de Dios para no
oír las súplicas que le dirigen quienes no le aman ni se arrepienten de sus
pecados, ¿cómo se puede esperar que la
misericordia de Dios descienda como llovizna vivificante?
Cuando
Dios prometió a Abraham que su descendencia heredaría la Tierra Prometida, le
dijo: “Y en la cuarta generación volverán
acá, porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí” (Génesis
15: 16). La paciencia de Dios para no castigar tiene un límite. Aún
estamos tiempo para el arrepentimiento.
¿Aprovecharemos la paciencia del Señor?
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