ODIO QUE MATA
<b>”El que odia
disimula con sus labios, mas en su interior maquina engaño” (Proverbios 26:
24)</b>
El rey Asuero enalteció a
Amán… Y puso su silla sobre todos los
príncipes que estaban con él” (Ester 3: 1). Este engrandecimiento implicaba que
“todos los siervos del rey se arrodillaban y se inclinaban ante Amán, porque
así lo había mandado el rey” (v.2). Pero, el judío Mardoqueo no acataba la
orden real. Enterándose Amán que Mardoqueo era judío, no satisfecho con ahorcar
a Mardoqueo se propuso matar a todos los judíos del reino. A pesar que Amán había sido enaltecido por encima del
resto de sátrapas, carecía de plenos poderes. Teniendo al rey como su superior
no podía hacer nada que le enojase. ¡Ya sebe como las gastan los déspotas! El
odio hace muy perspicaz a quien domina. Con mucha zalamería Amán le dijo al rey: “Hay un pueblo esparcido y
distribuido entre los pueblos en todas las provincias de tu reino, y sus leyes
son diferentes de los de todo pueblo, y no guardan las leyes del rey, y al rey
nada le beneficia dejarlos vivir. Si place al rey, decrete que sean destruidos…
Entonces el rey se quitó el anillo de su dedo y lo dio a Amán” (Ester 3: 8-10).
Con el anillo del rey ya en su dedo significaba que podía firmar el decreto que
significaría el asesinato y expolio de los judíos del reino. El intento no le
salió bien a Amán. Nos limitaremos a tratar el tema del odio en quienes
detentan el poder.
En las palabras que Amán
dijo al rey para convencerle de la conveniencia de autorizar el genocidio de
los judíos del reino, destaca la peculiaridad de los judíos: “Son un pueblo
diferente, sus leyes distintas, y no guardan las leyes del rey”. Las palabras
de Amán son dardos envenenados. Destaca las características culturales y
religiosas como si dicha peculiaridad
fuese causa de inestabilidad política. El odio hace ver gigantes allí en donde
solamente hay molinos de viento.
El rey Acab, después de
asesinar y apoderase de la viña de Nabot, en un juicio amañado, el rey recibe
la visita del profeta Elías que era portador de la denuncia de Dios del mal que había cometido con Nabot. En el
momento del encuentro Acab le dice a Elías. “¿Me has encontrado enemigo
mío?” El profeta le respondió: “Te he
encontrado, porque te has vendido a hacer lo malo delante del Señor. He aquí yo
traigo mal sobre ti…” (1 Reyes21:
20,21). Los verdaderos creyentes no son un peligro para las naciones en las que
viven. En todo caso molestan porque denuncian la maldad de los políticos que
con sus corrupciones se convierten en los verdaderos enemigos de las naciones.
“La justicia engrandece a la nación, mas el pecado es la afrenta de las
naciones” (Proverbios 14: 34).
Asuero sin comprobar si
la denuncia era cierta o falsa entrega a Amán el anillo que le otorga plenos
poderes. ¡Cuántas sentencias injustas no se dictan porque los jueces no se
dignan a comprobar si las acusaciones que se les presentan se ajustan a
justicia! ¡Cuántas sentencias injustas no se promulgan por los prejuicios que
los jueces sienten hacia los acusados! Pero como en el caso de Nabot, Dios
ve la injusticia que Acab cometió contra
su súbdito con la colaboración de los jueces que se sometieron al odio que Acab
sentía hacia el falsamente acusado.
El periodista
<b>Eusebio Val</b> le pregunta a la filósofa <b>Carlota
Casiraghi</b>: “¿Qué pasión negativa le inquieta más?” La respuesta que
recibe: “El odio. El discurso del odio se infiltra en todas partes. Comienza
por pequeñas frases, burlas, estigmatizaciones. Es lo que más me inquieta,
excluir de la humanidad a una parte de las personas. Porque se llega a pensar
que a ellas no se les deben aplicar los derechos humanos. A mí esto me es
insoportable. Hemos vivido hechos muy catastróficos de genocidios, y todavía
existen muchos lugares de extrema fragilidad en donde se pueden desencadenar.
Pienso en que no somos lo suficiente conscientes”.
Una buena parte de la
clase política se caracteriza por el odio. Los ojos desorbitados cuando se
refieren a personas que no comulgan con
lo que ellos piensan. Pretenden excluirlos de la palestra pública. Ignoran el
proverbio que dice: “Hay hombres cuyas palabras suenan como estocadas”. La
segunda parte del proverbio dice: “Mas la lengua de los sabios es medicina”
(Proverbios 12: 18).
Odio, sentimiento
profundo de malquerencia hacia alguien y prejuicio, opinión preconcebida, van
de la mano a la hora de resolver los problemas públicos. El resultado es que
los problemas no se resuelven. Todo lo contrario, se agrandan. Ambos
sentimientos tienen que desterrarse del interior del alma. La única manera de
poder deshacernos de ellos es la fe en Jesús, cuya sangre derramada en la cruz
del Gólgota tiene el poder de limpiar todos nuestros pecados. Borra del corazón
el odio y el prejuicio que anidan en el corazón del hombre en general y en la
clase política en articular. Si no es así, son incapaces de deshacerse de
ellos tirándolos en el contenedor de la
basura.
El espectáculo que dan
los políticos con sus palabras malsonantes que no son propias de personas
educadas y las actitudes que muestran los sentimientos que hierben en lo
profundo de sus almas no desaparecerán del escenario político. Mientras sigan
disfrutando con el lenguaje que se parece a espadas afiladas que atraviesan al
oponente, los problemas que afectan a la sociedad se expandirán como la
metástasis que se expande por el cuerpo ocasionándole la muerte.
He comenzado el escrito
mencionando el odio que Amán sentía por Mardoqueo y los judíos en general. Poco
antes de poner en marcha su plan para hacer desaparecer a los judíos del reino,
Amán había preparado una horca para Mardoqueo. El mismo Asuero que le había
dado a Amán plenos poderes para cometer el genocidio fue quien ordenó que fuese
colgado en la horca que había preparado para Mardoqueo. El odio y el prejuicio
son como bumerangs que se revuelven contra quienes permiten que se apoderen de
sus almas. Más pronto o más tarde sufren por ello. Quien a hierro mata a hierro
muere. El juicio de Dios, pude parecernos que se retrasa. Es inapelable.
Octavi Pereña i Cortina
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