dissabte, 24 de juliol del 2021

 

LEY ANTIVIOLENCIA

<b>Hecha la ley hecha la trampa. No existe ninguna ley que pueda hacer buena a la persona que es mala<b>

<b>Benjamin Ferenz</b> jefe de los abogados en el juicio de Núremberg, en la entrevista que le hace Ima Sanchís, explica detalles de lo que vio y que estremecen: “Visité cerca de una decena de campos de concentración. En todos vi lo mismo: cuerpos tirados por el suelo, los unos muertos, los otros heridos y suplicando. Vi montones de piel y huesos apilados como si fuesen leña, personas arrastrándose por la basura como si fuesen ratas…Esqueletos vivos y desamparados con diarrea, tuberculosis, neumonía. Los que se sostenían quemaban vivos a los guardianes del campo. Aquello era el infierno”. Ante tanto dolor <b>Benjamin Ferenz</b>, comenta: “Me iba repitiendo: esto no es real, no es real. Fingiendo que aquello formaba parte de alguna clase de espectáculo. Hay cosas que nuestro cerebro es incapaz de procesar. No se puede olvidar, pero se puede hacer mucho para cambiar las cosas. …La guerra puede convertir a cualquier persona en un monstruo. Siendo fiscal en los juicios de Núremberg pude ver que los inculpados por crímenes contra la humanidad habían actuado movidos por patriotismo, convencidos que tenían que limpiar  Alemania de judíos y de razas que consideraban inferiores…Seleccioné personas inteligentes e instruidas (entre los juzgados). Todos  doctorados. Sabían lo que hacían: asesinar a más de un millón de personas, muchos eran niños. Ninguno pidió perdón”. La periodista le dice: “Todos podemos ser un monstruo”. El fiscal le responde. “Sí, la mayoría somos capaces de cometer atrocidades porque sentimos amenazada nuestra familia, nuestra patria, nuestra religión. De hecho hoy se sigue cometiendo. La única salvación posible es la ley”. ¿Qué ley?, me pregunto.

Una cuestión que intriga a muchos la plantea <b>Benjamin Ferenz</b> cuando dice: “Siempre me pregunto cómo es posible que Dios permita que ocurran cosas tan horribles que he presenciado, y nunca he obtenido respuesta”. La musiquilla de siempre: Culpar a Dios de los males que cometemos entre todos. Es decir, convertir a Dios en chivo expiatorio al traspasarle nuestras culpas y hacerlo responsable de nuestros delitos. Cierto que Jesús cargó con nuestros pecados en la cruz en donde derramó su sangre que limpia todos los pecados y hace de los que creen en Él nuevas personas que comienzan a amar con el amor con que Él nos ha amado.

Lo que erradica todos los males que contemplan nuestros ojos, según el fiscal de Núremberg “es la ley”. No existe ninguna ley capaz de hacer buena a la persona que por naturaleza es mala y con ello deje de contribuir a que se cometan las maldades que describe el abogado de Núremberg. Las leyes que hacen los hombres se cambian a placer y si se las mantiene se mueren de asco bajo un montón de papelorio. No. Las leyes no pueden hacer virtuoso a alguien que por naturaleza es malo. Tampoco lo consigue la Ley de Dios condensada en el Decálogo. Tal vez el lector se escandalice porque escribo que la Ley de Dios no puede hacer bueno al hombre. No fue dictada con este propósito. Su finalidad es hacer resaltar la maldad del hombre. Esta conclusión no me la invento yo. Es el apóstol Pablo quien escribiendo a los cristianos en Galacia trata este tema tan propenso a la controversia intransigente.

La polémica nace del deseo de saber si la salvación es por la fe en Jesucristo exclusivamente o por la obediencia a la Ley de Dios, es decir, por las obras que uno hace.

Escribiendo el apóstol a la iglesia en Galacia, dice: “¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros antes cuyos ojos Jesucristo ya fue presentado claramente entre vosotros como crucificado? ¿Tan necios sois que habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?” (Gálatas 3. 1,3). El apóstol defiende la salvación exclusivamente por la fe en Jesucristo muerto para perdón de los pecados y resucitado para salvación nuestra (Romanos 4. 25), basándose en Abraham, el padre de la fe: “Abraham creyó en Dios, y le fue contado por justicia” (v.6). Abraham no tuvo que hacer nada para conseguir la paz con Dios, es decir, que Dios le considerase persona justa: “De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham” (v. 9).

La adulteración del evangelio que empezó en la misma  época apostólica ha persistido hasta nuestros días. El texto sigue diciendo. “Porque todos los que dependen de las obras de la Ley están  bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permanece en todas las cosas escritas en el Libro de la Ley para hacerlas” (v.10). Parafraseando, el texto dice: “Quien no obedezca el Decálogo al pie de la letra está condenado”. Santiago expone con claridad este punto: “Porque cualquiera que guarde toda la Ley, pero ofende en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2: 10). El lenguaje no puede ser más claro. ¿Hay alguien que pueda decir que ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, que es el resumen de la Ley de Dios? Con sinceridad nadie puede afirmarlo. Solamente los legalistas que poseen un espíritu farisaico se atreven a hacerlo porque con ofuscamiento creen que sí lo hacen.

El apóstol Pablo, cuando era fariseo y refiriéndose a esta época, escribe: “Irreprensible en cuanto a la justicia que es por la Ley…Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura para ganar a Cristo” (Filipenses 3: 4, 8, 9).

Ya que nadie puede salvarse creyendo que cumple a rajatabla la Ley de Dios, ¿qué utilidad tiene? El médico lo necesitan los enfermos. Quienes creen que están sanos no acuden al facultativo. En el campo  espiritual son muchos que creen ser buenas personas. Los tales no necesitan el Médico que es Jesús. La Ley tiene precisamente este propósito, hacernos ver que estamos espiritualmente enfermos. Todavía más: “Estamos muertos en nuestros delitos y pecados” (Efesios 2: 1). Un muerto no se levanta y se pone a andar de no ser que una fuerza externa le dé vida. Este es precisamente el propósito de la Ley de Dios: “De manera que la Ley ha sido nuestro guía para llevarnos a Cristo, a fin que fuésemos declarados justos por la fe. Pero venida la fe ya no estamos bajo el guía” (Gálatas 3: 24,25).

Por la fe en Cristo se nace como hijo de Dios, capacitado por la presencia del Espíritu Santo a desear, desde dentro,  cumplir la Ley de Dios. No se impone desde fuera como lo exigen los legalistas o perfeccionistas. En este mundo no se conseguirá la obediencia total. Por la fe se anda en ello. Caminando en Cristo, su carácter se va formando en el creyente. Ello hace posible que la violencia que describe <b>Benjamin Ferenz</b> se vaya diluyendo.

Octavi Pereña i Cortina

 

2 CRÓNICAS 19: 5

Josafat “puso jueces en todas la ciudades fortificadas de Judá, por todos los lugares”

A menudo leemos noticias o nos enteramos de ellas por la radio o la televisión que nos deslumbran. Pensamos: ¿cómo se ha producido esta sentencia que nos escandaliza? La justicia refleja el conjunto de la sociedad. Los jueces no son dioses, sino hombres y mujeres corrientes y molientes como el resto de los mortales. El estudio de las leyes no los convierte en personas extraordinarias. De ahí la importancia que tiene que la selección de jueces hecha por Josafat en nuestros días.

Josafat dijo a los jueces escogidos: “Mirad lo que hacéis”. Prestad atención. Prestad atención en lo que vais a hacer. Es muy grande la responsabilidad con la que cargáis en vuestra función de jueces. “Porque no juzgáis en lugar de hombre, sino en lugar del Señor”. Yo os he escogido porque considero que sois personas íntegras. Ante mí responderéis de vuestra actuación como jueces pero, antes que a mí, responderéis ante el Señor porque actuareis como jueces en lugar del Señor. ¡Tremenda responsabilidad es esta! ”El Señor está con vosotros cuando juzgáis”. Quienes tengan que presentarse ante ellos para responder de algún delito del que se les acusa deben ver al mismo Señor que está juzgando a través de ellos.

“Sométase toda persona a las autoridades superiores, porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas2  (Romanos 13. 1). Cuando el apóstol Pablo escribe a la iglesia en Roma no lo hace dirigiéndose a una iglesia establecida en una teocracia como lo era el antiguo Israel. Roma era pagana como lo es la sociedad actual. A pesar de que los jueces son elegidos por mecanismos establecidos por las naciones, detrás de la intervención huma se encuentra Dios. Sean verdaderos creyentes en Cristo o no, los jueces tendrán de dar cuenta a Dios de cómo han ejercido el cargo. El aviso de Josafat a los jueces “porque no juzgáis en lugar de hombre, sino en lugar del Señor” , no ha perdido vigencia.

“Sea, pues, con vosotros el temor del Señor”. El juez cuando administra justicia debe tener presente “el temor del Señor”, dicho temor hace que el Señor esté presente en la sala en donde se administra justicia. Si es así, el juez será muy cuidadoso a la hora de dictar sentencia, sea condenatoria o absolutoria.

Que los jueces elegidos tengan puestos sus ojos en el Señor que los ha escogido: “Mirad lo que hacéis, porque  en el Señor nuestro Dios no hay injusticia, ni acepción de personas, ni admisión de cohecho”. En el momento de administrar justicia deben los jueces tener presente al juez justo. Aun cuando en la sala de audiencias pueda colgar en la pared un crucifijo, Cristo no está presente en la sala. La imagen tiene ojos que no ven y oídos que no oyen. El Espíritu de Jesús está en la sala. Nada de lo que suceda en la sala le pasa por alto. ¡Tremenda responsabilidad tienen los jueces!


 

2 CRÓNICAS 34: 15

El sacerdote Hilquia encontró el libro de la Ley del Señor en la casa del Señor”

Cuando el rey Josías tenía doce años “comenzó a limpiar a Judá y a Jerusalén de los lugares altos, imágenes de Asera, esculturas e imágenes fundidas…” (vv. 3,4). Empezó una reforma religiosa limpiando Judá de todo vestigio idolátrico dejado por su padre Amón. Encontrándose el país en plena efervescencia limpiadora, “el sacerdote Hilquia halló el Libro de la Ley del Señor dada por medio de Moisés” (v.14). Un gran regocijo produjo el hallazgo. El Libro de la Ley encontrado se llevó al monarca. Safán lo leyó ante el rey. La lectura hizo que Josías se rasgase sus vestiduras en señal de arrepentimiento porque se dio cuenta de cuán lejos estaban de lo que Dios había ordenado por medio de Moisés: ”Andad, consultad por mí y por el remanente de Israel y e Judá acerca de las palabras del Libro que se ha hallado, porque grande es la ira del del Señor que ha caído sobre nosotros, por cuanto nuestros padres no guardaron la palabra del Señor, para hacer conforme todo lo que está escrito en este libro” (v. 21).

Consultaron a la profetisa Hulda  que dijo a los enviados del rey: ”El Señor el Dios de Israel ha dicho así: Por cuanto oíste las palabras del Libro y te humillaste delante de Dios al oír sus y tu corazón se conmovió, y te humillaste delante de Dios al oír sus palabras sobre este lugar y sobre sus moradores, y te humillaste delante de mí, y rasgaste tus vestidos y lloraste en mi presencia, yo también te he oído, dice el Señor. He aquí que yo te recogeré con tus padres, y serás recogido en tu sepulcro en paz, y tus ojos no verán todo el mal que traigo sobre este lugar y sobre los moradores de él. Y ellos refirieron al rey la respuesta”  (vv. 26-28).

La conversión de Josías sustituyó la adoración idolátrica por la adoración según la ley de Moisés. Pero no todos los ciudadanos se arrepintieron. El Señor bendijo individualmente a Josías pero los incrédulos recogerían el mal que el Señor traería sobre Jerusalén. En tanto permanezcamos en este mundo maldito por el pecado de Adán, los verdaderos creyentes siempre serán minoría. Dios que observa desde el cielo ve “que la maldad de los hombres es mucha en la tierra, y que todo designio del corazón de ellos es de continuo solamente el mal” (Génesis 6: 5).  De la misma manera que Josías no vio el mal que sobrevendría sobre Jerusalén, asimismo quienes leyendo la Biblia descubren la maldad que se esconde en sus corazones y se arrepienten de sus pecados, serán como tizones arrebatados del incendio (Zacarías 3. 2) cuando llegue el día de la calamidad

diumenge, 18 de juliol del 2021

 

JUAN 7: 47

“Entonces los fariseos les respondieron:” (a los alguaciles) “¿También vosotros habéis sido engañados?”

Por lo visto los principales sacerdotes y los fariseos habían mandado a los alguaciles a prender a Jesús porque acaparaba la atención del pueblo. No podían soportar que alguien que no fueran ellos alcanzase preeminencia. Los alguaciles bien seguro que no eran demasiado avispados. La falta de educación no quita que se diesen cuenta de lo que ocurría en su entorno y percibiesen  la calidad de la enseñanza que impartía el  Maestro. Cuando Jesús terminó el discurso que se conoce con el nombre del Sermón de la montaña, “la gente se admiraba de su doctrina, porque enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7: 28,29). Cuando  los alguaciles regresaron con las manos vacías sin llevar a Jesús preso como se les había ordenado dijeron a los mandamases religiosos: “¡Jamás un hombre alguno ha hablado como este hombre!” (v. 46).

Los fariseos y los principales sacerdotes que les gustaba ocupar los primeros lugares en los banquetes y en las celebraciones públicas y que se reconociese su categoría de religiosos no podían soportar que se restringiesen sus privilegios. Sintiéndose humillados por las palabras de los alguaciles, les espetaron airadamente. “¿También vosotros habéis sido engañados?” (v.47). movidos por la soberbia propia de los legalistas que se consideran cumplidores a rajatabla de toda la Ley de Moisés, dicen a sus subordinados desobedientes: “¿Acaso ha creído en Él alguno de los gobernantes, o de los fariseos? (v.48). Nosotros que hemos aprendido los pormenores de la Ley enlos pies de los más ilustres maestros, ¿cómo os puede agradar la enseñanza de este patán de Jesús, que no sabe de letra  por no haber asistido en la escuela de los rabinos? Los principales sacerdotes y fariseos  no tienen bastante por tratar de ignorantes a sus subordinados, tienen que menospreciarlos, diciéndoles: “Mas esta gente que no sabe la Ley, maldita es” (v.49),

La soberbia hace decir muchas estupideces. Nicodemo, un principal entre los judíos, aquel que vino a Él de noche para aprender de Jesús “el cual era uno de ellos” (v. 50) tuvo que reprender a sus compañeros, diciéndoles: “¿Juzga acaso nuestra Ley a un hombre si primero no lo oye, y sabe lo que ha hecho? (v. 51). Siempre ha sido así. La “titulitis” es una mala consejera. Los títulos pueden proporcionar conocimientos, pero no sabiduría. Los asistentes a los seminarios pueden recibir doctorados  en teología, que no garantizan la recepción del Espíritu de Dios que le permite entender la Ley de Dios. La arrogancia de los principales sacerdotes y de los fariseos se mantiene a lo largo de los siglos y no pueden soportar que los legos puedan ser más sabios que ellos.


 

MATEO 16: 11

“¿Cómo es que no entendéis que no fue por el pan  que os dije que os guardaseis de la levadura de los fariseos y de los saduceos?”

Los fariseos y los saduceos junto con la casta sacerdotal representaban a las autoridades religiosas de Israel. Su enseñanza era irrefutable. Algo parecido al magisterio de la Iglesia Católica con sus resoluciones que son ley de obligado cumplimiento. A quienes hablaban bien de Jesús  se les amenazaba de ser expulsados de la sinagoga. Con ello amedrantaban a la gente sencilla. La Iglesia Católica también amenaza a sus fieles que no siguen estrictamente sus enseñanzas de expulsarlos y  lanzarlos directamente a la condenación eterna. Con esta amenaza  se infunde un tremendo miedo para no apartarse de la doctrina oficial dela Iglesia Católica.

Cuando Jesús nos dice que nos guardemos de la levadura de los fariseos y de los saduceos nos está diciendo que no tengamos miedo si nos expulsan del seno de la Iglesia Católica. Cuando Jesús dice a sus seguidores: “Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de los sacerdotes, confunden las palabras de Jesús con el olvido de no haber traído pan con ellos. Yo no os hablo de pan. Les recuerda la multiplicación de los cinco panes y las cestas que llenaron de las sobras que quedaron (vv. 8-10). “Hombres de poca fe” (v.8)  tiene que decirles. “¿Cómo es que no entendéis que no fue por el pan que os dije que os guardaseis de la levadura de los fariseos y de los saduceos” (v.11). Con esta explicación “entendieron no les hablaba que se guardasen de la levadura del pan, sino de la doctrina de los fariseos y de los saduceos” (v.12).

Bíblicamente, la levadura tiene dos significados: error doctrinal y fuerza expansiva. Un poco de levadura tiene el poder de leudar la masa de harina. Cuando la masa se hornea sale del horno de manera que es agradable al paladar. La propiedad de la levadura Jesús la aplica a las enseñanzas religiosas. Si éstas son engañosas como lo eran la de los fariseos y saduceos y como lo es la de la Iglesia Católica, un poco de estas enseñanzas tiene el poder de desorientar a quienes les presten atención. Aquí se presenta una pregunta: ¿Cómo saber si la doctrina católica es levadura o no? Solo existe una manera de saberlo a ciencia cierta. Sólo la Palabra de Dios registrada en la Biblia que sirve para instruir al hombre en la Verdad lo cual le permite distinguir la levadura del error. Si la Biblia no es la lámpara que ilumina nuestro camino no encontraremos respuesta a la pregunta planteada. Se seguirá permitiendo que la levadura del error siga influyendo nuestra manera de pensar.

 

 

PARAÍSO PERDIDO Y RECUPERADO

<b>Los paraísos que ofrecen las agencias de viajes no tienen punto de comparación   con el que Dios ofrece a quienes creen en su Hijo Jesucristo</b>

Un consejo tan sencillo como este: “Tendrás un lugar fuera del campamento a donde salgas, tendrás también entre tus armas una azuela, y cuando estés allí fuera, cavarás con ella, y luego al volverte cubrirás tus excrementos, porque el Señor tu Dios anda en medio de tu campamento para librarte y entregar a tus enemigos  delante de ti, por tanto tu campamento ha de ser santo para que en él no vea en ti cosa inmunda, y se retire de ti” (Deuteronomio 23: 12-14), aplicado a escala global tiene cuantiosos beneficios ecológicos. Un detalle que contiene el texto y que debe tenerse en cuenta en la lucha contra la contaminación del ecosistema se encuentra en el hecho de que “el Señor tu Dios anda en medio de tu campamento”, es decir, Dios no es un ser lejano sentado en un trono en algún lugar  recóndito del universo observando impasible lo que hacen los hombres, sino un Ser tan cercano a nosotros que se mueve entre nosotros y que hace que su presencia sea tierra santa la que pisan nuestros pies. Con reverencia, ante su presencia tenemos que sacarnos las “sandalias”. Saber que el Creador del universo y en concreto del planeta Tierra que ha preparado cuidadosamente para que el hombre pueda vivir cómodamente en ella, convive entre nosotros, debería movernos a considerar tierra santa el lugar en donde ponemos los pies.

En el momento que por inspiración divina Moisés escribió el texto citado, el pueblo  de Israel tenía que ser de unos dos millones de personas. ¿Se imagina el lector el aspecto que tendría un espacio cubierto de dos millones de defecaciones diarias? Es aspecto sería deplorable  y el enjambre de moscas y otros insectos sería un serio problema de salud pública

La “azuela” de la que nos habla Moisés junto a nuestros utensilios, de manera simbólica, deberíamos llevarla dentro de nuestra mochila para utilizarla en las diversas situaciones diarias. Por haber perdido de vista que la tierra que pisan nuestros pies es santa, nuestro entorno lo hemos convertido en un vertedero a cielo abierto que afea el entorno. Hemos convertido en profana la tierra que pisan nuestros pies porque hemos olvidado que el propietario de la tierra que decimos es nuestra, su propietario es Dios, el Dios santo.

El fracaso de las campañas de concienciación para mantener limpia  la tierra santa que pisan nuestros pies se debe a nuestro pecado no reconocido ni confesado a Jesús que lo perdona, hemos dejado de ser santos para convertirnos en profanos, nos atrae la suciedad a pesar que decimos que la odiamos, a la hora de la verdad no podemos evitar comportarnos incívicamente. La conservación de la tierra en la pureza en que fue creada porque quienes hemos de tener cuidado del jardín en donde Dios nos ha puesto, no podemos hacerlo porque no conocemos lo que es la santidad y por inercia ensuciamos el entorno: Las ciudades sucias. Los acuíferos contaminados por los purines de las granjas: a las fuentes se les cuelga el cartel: “Agua no potable”. Los electrodomésticos y productos electrónicos tienen fecha de caducidad y no se pueden reparar. La mayoría de los desechos no se reciclan, el resultado es que el desecho se lanza en vertederos instalados en países del Tercer Mundo  con lo que les enviamos a ellos la contaminación que producimos los llamados países “civilizados”. El espacio se ha convertido en vertedero espacial por el que andan sueltos los restos de cohetes y satélites artificiales y  sondas espaciales que se envían con el intento de descubrir si en algún lugar recóndito del espacio se encuentra vida. El mar está plagado de plásticos que causan que centenares de millares de animales marinos perezcan. Entre tanto, la distribución de alimentos se hace llegar a los consumidores envasados en plástico. Tal como está estructurada la sociedad profana de la que formamos parte es irreversible el fomento de contaminación del ecosistema. El que se cobren unos céntimos por las bolsas de plástico no detendrá la contaminación. El que grupos bienintencionados  organicen campañas para limpiar espacios naturales, no resuelve el problema.

Hace 7 ó 8 mil años, nuestros primeros padres fueron expulsados del idílico jardín en donde les había puesto el Creador para que lo cuidaran y guardasen. La voz bondadosa de Dios con quien conversaban “al aire del día” se convirtió en la voz airada de Dios que como Juez dicta sentencia por la transgresión cometida por sus criaturas: “Maldita será la tierra por tu causa, con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinas y cardos te producirá, y comerás plantas del campo, con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra porque de ella fuiste tomado, pues polvo eres y al polvo volverás” (Génesis 3. 17-19).

El jardín de Edén en donde Dios puso a Adán y Eva era de una belleza inimaginable que no estaba contaminada con los espinos y cardos de la maldición divina, y la presencia del Creador le daba gloria. Los paraísos que nos venden las agencias de viajes reflejan algo de la belleza del paraíso original, pero son tierra maldecida en donde está presente el sufrimiento y la muerte. Para estar plenamente satisfechos necesitamos el paraíso restaurado.

En Apocalipsis, el último libro de la Biblia se describe algo de la extraordinaria belleza del lugar en que Jesús está preparando para recibir a quienes han creído en él: “La ciudad santa de Jerusalén…teniendo la gloria de Dios, y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal…La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera…y no habrá más maldición, y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán…”(Apocalipsis 21: 10,11,23,27; 22:3).

La descripción que hace Apocalipsis del paraíso recuperado no es nada más que un destello de su extraordinaria belleza que le da la presencia de Dios y de Jesucristo, pero es suficiente para desearlo y andar por fe esperando “la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:10)

Octavi Pereña i Cortina

dissabte, 10 de juliol del 2021

 

LOS ORÍGENES

<b>”El Señor es bueno para con todos, ama entrañablemente todo lo que ha creado”  (Salmo 145: 9)</b>

Según la escritora, abogada y activista social <b>Riane Eisler</b>: “Sabemos gracias a los estudios de ADN y evidencias arqueológicas, que durante millares de años las sociedades no eran violentas ni jerárquicas ni estaban dominadas por los hombres. Se adoraba a la diosa y la humanidad vivía en paz y en harmonía sin la dominación patriarcal. Para mantener las tradiciones de dominio y de control, ya sea hombre sobre hombre, hombre sobre mujer, raza sobre raza, se ha inventado la idea de que la dominación forma parte de la naturaleza humana, y no es verdad…Esta es una teoría. La que ahora estudian muchos arqueólogos es que grupos aislados periféricos empezaron a introducir la dominación y las armas en las sociedades agrícolas  pacíficas e igualitarias…Nos demuestran que la dominación masculina, la violencia y el  autoritarismo no son consubstanciales en el ámbito humano ni son eternas. Un mundo más pacífico e igualitario no es una cosa utópica, así lo hemos sido la mayor parte de nuestra historia y es una posibilidad real para nuestro futuro”.

En la entrevista que <b>Ima Sanchís</b> le hace a <b>Riane Eisler</b>:, la entrevistada no lo dice explícitamente. Implícitamente deja entrever el concepto evolucionista de la aparición del hombre en diversos lugares, independientes los unos de los otros, y que grupos aislados, periféricos contaminaron a las sociedades pacíficas e igualitarias. Es una opinión que no refleja la realidad. La activista social afirma que lo que relata se remonta a 4.300 años a. C. La Biblia sitúa la creación a unos 8.000 años a. C. Lo que relata la Biblia no encaja con los estudios antropológicos a los que se refiere la abogada y activista social. El apóstol Pablo encontrándose en Atenas fue llevado al Areópago para que expusiera ante los sabios las doctrinas que   anunciaba. Refiriéndose a la creación del hombre dice. “Y de una sangre ha hecho (Dios) todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra, y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación” (Hechos 17: 26).

Los evolucionistas se vuelven locos intentando descifrar el enigma del origen del hombre. Los evolucionistas no creen en la creación. Es por esto que les es un enigma su aparición en la tierra. Cada vez que se descubren nuevos fragmentos craneanos difunden a bombo y platillos el encuentro de un antepasado nuestro. Un hallazgo reciente: “El cráneo, uno de los fósiles humanos más bien conservado del mundo que acaba de ser estudiado, es de la especie <i>Homo longui o hombre drac</i>, un nuevo linaje humano según los científicos chinos que lo han documentado, puede ser nuestro pariente más cercano. Otro paso hacia delante en la compleja evolución humana”. Xi jun Ni, profesor de perinatología y paleontología de la Academia China de Ciencias, exclama entusiasmado: “¡Hemos hallado nuestro linaje, hermano perdido hace tiempo!“ ¿Cuánto tiempo durará la alegría?

Los científicos evolucionistas se vuelven lelos buscando el eslabón perdido que conecte a los primates con el <i>Homo sapiens sapiens</i>, por mucho que se afanen no lo van a encontrar porque no existe. Génesis nos dice que el hombre es creación de Dios desvinculado de cualquier consanguinidad con los primates.

Según <b>Riane Eisler</b> “Grupos periféricos…empezaron a introducir la dominación en las sociedades agrícolas pacificas e igualitarias”. Existe una opinión más convincente y plausible que se encuentra en el libro de Génesis que desvincula cualquier consanguinidad entre el hombre y los animales. Refiriéndose a ello, el apóstol Pablo dice: “No toda carne es la misma carne, sino que una carne es la de los hombres, otra carne la de las bestias, otra la de los peces y otra la de las aves” (1 Corintios 15: 39). La carne del hombre no es la de los primates.

Según<b>Riane Eisler</b>: “Grupos aislados periféricos…comenzaron a introducir la dominación y las armas en las sociedades agrícolas y pacíficas e igualitarias”. Es decir que la violencia que caracteriza al <i>Homo sapiens sapiens</i> se debe a  un virus importado. Si fuese así se deberían encontrar en las profundidades de la selva amazónica alguna tribu pacífica, sin manifestaciones violentas. No es así. Por recóndita que se haya encontrado una tribu, sin relación alguna con el mundo exterior, la violencia estaba en ella. La causa se debe a que también son descendencia de Adán, y herederos de su pecado de haber comido el fruto del árbol prohibido. (Génesis 2: 17). En el mismo instante en que Adán pecó se convirtió en transmisor  del virus de la violencia. En su descendencia.  El primer asesinato registrado en la historia lo cometió Caín, el primogénito de Adán (Génesis 4: 8).

Las pinturas que el hombre prehistórico ha dejado grabadas en las rocas de las cuevas que le daban cobijo, son el testimonio del cambio que se produjo en el hombre debido al pecado: “Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles” (Romanos 1. 22,23). La conversión del Dios invisible en una imagen fue la causa de que la maldad se convirtiese en metástasis mortal. (Romanos 1: 18-32).

El hallazgo reciente  de fósiles en Israel dicen que cambian la historia de la evolución y se dice que iluminan el misterio del origen de la humanidad. De hecho oscurecen todavía más el misterio. Se va de hallazgo en hallazgo, sin encontrar la luz que esclarezca el misterio. ¿Por qué  no se encuentra la luz necesaria que ilumine el misterio de nuestro origen? El motivo es sencillo. Al abandonar a Dios y menospreciar la Biblia, su palabra revelada no se encuentra la “lámpara a sus pies que es la palabra (de Dios), y lumbrera a su camino”(Salmo 119: 105, deja al hombre en la más espesa oscuridad espiritual.

Octavi Pereña i Cortina

 

LUCAS 16: 27

“Entonces” (el rico) “le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes (Lázaro)a casa de mi padre”

El hombre rico de la parábola se encuentra en el infierno atormentado por las llamas infernales y, encontrándose en esta situación de tormento le pide a Abraham que envíe a Lázaro, el mendigo que se encontraba en la puerta de su casa “a la casa de mi padre”. Encontrándose en el averno y experimentando en su propia carne los horrores que en él se dan, se interesa por sus hermanos cuando ya es demasiado tarde. Viviendo en este mundo es cuando debería haberse preocupado  por la salud espiritual de su familia. En vez de ello estaba demasiado interesado en celebrar cada día espléndidos banquetes. Bien seguro que sus cinco hermanos también participaban en las bacanales diarias.

El rico le pide a Abraham que envíe a Lázaro a la casa de su padre a testificar lo que ocurre en el infierno “a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento”. Ante esta insólita petición Abraham le responde: “A Moisés y a los profetas tienen, óiganlos”. Seguro que los hermanos del rico sabían el significado de los sacrificios que diariamente se ofrecían en el templo. Seguro también que anualmente celebraban la Pascua y sabían el significado que tenía el sacrificio del cordero pascual. La celebración había perdido su significado por haberse convertido en una tradición religiosa y nada más. Pero ahí estaba, recordándoles que sin el derramamiento de la sangre de Jesús, que señalaba el cordero pascual, no hay perdón de los pecados.

El rico insensato condenado no tiene bastante con la explicación que le da Abraham, que le dice: “No, padre Abraham, pero si alguien fuese a ellos de entre los muertos, se arrepentirían”. El rico piensa que si alguien de entre los muertos se presenta en su casa y les habla de la realidad infernal, sus hermanos se arrepentirán y no vendrán a hacerle compañía en sus tormentos. Los sacerdotes y los fariseos le piden a Jesús que les dé una señal que acredite quien dice ser. Jesús les responde: “La generación mala y adúltera demanda señal, pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Lucas 12: 39,40). En la cruz Jesús cumple la primera parte de la señal del profeta Jonás. Señal que cada año se recuerda en las procesiones de la mal llamada Semana Santa. La segunda en la resurrección de Jesús en el tercer día conforme a las Escrituras. El recuerdo entra por una oreja y sale por la otra. Es responsabilidad de cada uno creer o no creer.

El dictamen que nos da Abraham es: “Si no oyen a Moisés y a los profetas” (y a los apóstoles), “tampoco se persuadirán aunque alguien se levante de los muertos”    (v. 31). El apóstol Tomás no creería  si no pusiese sus dedos dentro de las heridas en el cuerpo de Jesús. Jesús tuvo que decirle. “¿Has creído porque me has visto? Felices los que sin ver han creído” (Juan 20: 29).


 

PROVERBIOS 28: 13

“El que cubre sus pecados no prosperará, mas el que los confiesa y se aparte alcanzará misericordia2

El primer ejemplo de cubrir los pecados lo encontramos en Adán y Eva que intentan esconderlo de los ojos de Dios cubriendo se desnudez con unos delantales cosidos con hojas de higuera (Génesis 3: 7). Lo interesante de este texto es que Adán y Eva “conocieron que estaban desnudos”. Antes de la desobediencia estaban desnudos y no les preocupaba su desnudez porque la pureza estaba en ellos. Sólo cuando dejaron de ser justos, porque el pecado se la había robado, se dieron cuenta de que la santidad los había abandonado y no se sentían a gusto consigo mismos. El pecado trastorna el concepto de la justicia divina y la sustituye por la “salvación por las obras”. Es decir que el hombre puede salvarse por su propio esfuerzo como si tuviese poder suficiente para conseguirlo.

Los delantales con que Adán y Eva taparon su desnudez no lo consiguieron ante  los ojos de Dios. Apresuradamente se escondieron entre los árboles. Así se han comportado los hombres a lo largo de los siglos. Aparentemente, esconderlos puede producir una sensación placentera. Al final tienen que pagar el precio de hacerlo: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque día y noche se agravó sobre mí tu mano, se volvió mi verdor en sequedades de verano” (Salmo 32: 3,4). Aquí se encuentra una referencia a las enfermedades sicosomáticas tan frecuentes en nuestros días. El alma y el cuerpo están indisolublemente unidos. El pecado repercute en el cuerpo enfermándolo hasta el día de la muerte. No es el Covid-19 el causante del incremento de los trastornos mentales en personas de todas las edades. Desconectados de Dios los hombres no saben cómo afrontar las adversidades. David escribe: “En ti, oh Señor, he confiado, no sea yo confundido jamás, líbrame en tu justicia. Inclina a mí tu oído, y líbrame pronto, sé tú mi roca fuerte, y fortaleza para para salvarme, porque tú eres  mi roca y mi castillo, por tu Nombre me guiarás y me encaminarás. Sácame de la red que han escondido para mí, pues, tú eres mi refugio. En tu mano encomiendo mi espíritu, tú me has redimido, oh señor, Dios de verdad”  (Salmo 31: 1-5).

“Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”. La segunda parte del proverbio se hace realidad en David que después de reconocer los efectos desastrosos de esconder los pecados, exclama: Mis pecados te declaré, y no encubrí i iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al Señor, y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmo 32: 5).

“Muchos dolores son para los impíos, quienes cubren sus pecados, mas el que espera en el Señor le rodea misericordia. Alegraos en el Señor y gozaos justos, y cantad con júbilo todos los rectos de corazón”  (vv. 10,11)

 

dissabte, 3 de juliol del 2021

 

ODIO QUE MATA

<b>”El que odia disimula con sus labios, mas en su interior maquina engaño” (Proverbios 26: 24)</b>

El rey Asuero enalteció a Amán…  Y puso su silla sobre todos los príncipes que estaban con él” (Ester 3: 1). Este engrandecimiento implicaba que “todos los siervos del rey se arrodillaban y se inclinaban ante Amán, porque así lo había mandado el rey” (v.2). Pero, el judío Mardoqueo no acataba la orden real. Enterándose Amán que Mardoqueo era judío, no satisfecho con ahorcar a Mardoqueo se propuso matar a todos los judíos del reino. A pesar  que Amán había sido enaltecido por encima del resto de sátrapas, carecía de plenos poderes. Teniendo al rey como su superior no podía hacer nada que le enojase. ¡Ya sebe como las gastan los déspotas! El odio hace muy perspicaz a quien domina. Con mucha zalamería Amán  le dijo al rey: “Hay un pueblo esparcido y distribuido entre los pueblos en todas las provincias de tu reino, y sus leyes son diferentes de los de todo pueblo, y no guardan las leyes del rey, y al rey nada le beneficia dejarlos vivir. Si place al rey, decrete que sean destruidos… Entonces el rey se quitó el anillo de su dedo y lo dio a Amán” (Ester 3: 8-10). Con el anillo del rey ya en su dedo significaba que podía firmar el decreto que significaría el asesinato y expolio de los judíos del reino. El intento no le salió bien a Amán. Nos limitaremos a tratar el tema del odio en quienes detentan el poder.

En las palabras que Amán dijo al rey para convencerle de la conveniencia de autorizar el genocidio de los judíos del reino, destaca la peculiaridad de los judíos: “Son un pueblo diferente, sus leyes distintas, y no guardan las leyes del rey”. Las palabras de Amán son dardos envenenados. Destaca las características culturales y religiosas  como si dicha peculiaridad fuese causa de inestabilidad política. El odio hace ver gigantes allí en donde solamente hay molinos de viento.

El rey Acab, después de asesinar y apoderase de la viña de Nabot, en un juicio amañado, el rey recibe la visita del profeta Elías que era portador de la denuncia de Dios  del mal que había cometido con Nabot. En el momento del encuentro Acab le dice a Elías. “¿Me has encontrado enemigo mío?”  El profeta le respondió: “Te he encontrado, porque te has vendido a hacer lo malo delante del Señor. He aquí yo traigo mal sobre ti…”  (1 Reyes21: 20,21). Los verdaderos creyentes no son un peligro para las naciones en las que viven. En todo caso molestan porque denuncian la maldad de los políticos que con sus corrupciones se convierten en los verdaderos enemigos de las naciones. “La justicia engrandece a la nación, mas el pecado es la afrenta de las naciones” (Proverbios 14: 34).

Asuero sin comprobar si la denuncia era cierta o falsa entrega a Amán el anillo que le otorga plenos poderes. ¡Cuántas sentencias injustas no se dictan porque los jueces no se dignan a comprobar si las acusaciones que se les presentan se ajustan a justicia! ¡Cuántas sentencias injustas no se promulgan por los prejuicios que los jueces sienten hacia los acusados! Pero como en el caso de Nabot, Dios ve  la injusticia que Acab cometió contra su súbdito con la colaboración de los jueces que se sometieron al odio que Acab sentía hacia el falsamente acusado.

El periodista <b>Eusebio Val</b> le pregunta a la filósofa <b>Carlota Casiraghi</b>: “¿Qué pasión negativa le inquieta más?” La respuesta que recibe: “El odio. El discurso del odio se infiltra en todas partes. Comienza por pequeñas frases, burlas, estigmatizaciones. Es lo que más me inquieta, excluir de la humanidad a una parte de las personas. Porque se llega a pensar que a ellas no se les deben aplicar los derechos humanos. A mí esto me es insoportable. Hemos vivido hechos muy catastróficos de genocidios, y todavía existen muchos lugares de extrema fragilidad en donde se pueden desencadenar. Pienso en que no somos lo suficiente conscientes”.

Una buena parte de la clase política se caracteriza por el odio. Los ojos desorbitados cuando se refieren a personas que no  comulgan con lo que ellos piensan. Pretenden excluirlos de la palestra pública. Ignoran el proverbio que dice: “Hay hombres cuyas palabras suenan como estocadas”. La segunda parte del proverbio dice: “Mas la lengua de los sabios es medicina” (Proverbios 12: 18).

Odio, sentimiento profundo de malquerencia hacia alguien y prejuicio, opinión preconcebida, van de la mano a la hora de resolver los problemas públicos. El resultado es que los problemas no se resuelven. Todo lo contrario, se agrandan. Ambos sentimientos tienen que desterrarse del interior del alma. La única manera de poder deshacernos de ellos es la fe en Jesús, cuya sangre derramada en la cruz del Gólgota tiene el poder de limpiar todos nuestros pecados. Borra del corazón el odio y el prejuicio que anidan en el corazón del hombre en general y en la clase política en articular. Si no es así, son incapaces de deshacerse de ellos  tirándolos en el contenedor de la basura.

El espectáculo que dan los políticos con sus palabras malsonantes que no son propias de personas educadas y las actitudes que muestran los sentimientos que hierben en lo profundo de sus almas no desaparecerán del escenario político. Mientras sigan disfrutando con el lenguaje que se parece a espadas afiladas que atraviesan al oponente, los problemas que afectan a la sociedad se expandirán como la metástasis que se expande por el cuerpo ocasionándole la muerte.

He comenzado el escrito mencionando el odio que Amán sentía por Mardoqueo y los judíos en general. Poco antes de poner en marcha su plan para hacer desaparecer a los judíos del reino, Amán había preparado una horca para Mardoqueo. El mismo Asuero que le había dado a Amán plenos poderes para cometer el genocidio fue quien ordenó que fuese colgado en la horca que había preparado para Mardoqueo. El odio y el prejuicio son como bumerangs que se revuelven contra quienes permiten que se apoderen de sus almas. Más pronto o más tarde sufren por ello. Quien a hierro mata a hierro muere. El juicio de Dios, pude parecernos que se retrasa. Es inapelable.

Octavi Pereña i Cortina

 

ODIO QUE MATA

<b>”El que odia disimula con sus labios, mas en su interior maquina engaño” (Proverbios 26: 24)</b>

El rey Asuero enalteció a Amán…  Y puso su silla sobre todos los príncipes que estaban con él” (Ester 3: 1). Este engrandecimiento implicaba que “todos los siervos del rey se arrodillaban y se inclinaban ante Amán, porque así lo había mandado el rey” (v.2). Pero, el judío Mardoqueo no acataba la orden real. Enterándose Amán que Mardoqueo era judío, no satisfecho con ahorcar a Mardoqueo se propuso matar a todos los judíos del reino. A pesar  que Amán había sido enaltecido por encima del resto de sátrapas, carecía de plenos poderes. Teniendo al rey como su superior no podía hacer nada que le enojase. ¡Ya sebe como las gastan los déspotas! El odio hace muy perspicaz a quien domina. Con mucha zalamería Amán  le dijo al rey: “Hay un pueblo esparcido y distribuido entre los pueblos en todas las provincias de tu reino, y sus leyes son diferentes de los de todo pueblo, y no guardan las leyes del rey, y al rey nada le beneficia dejarlos vivir. Si place al rey, decrete que sean destruidos… Entonces el rey se quitó el anillo de su dedo y lo dio a Amán” (Ester 3: 8-10). Con el anillo del rey ya en su dedo significaba que podía firmar el decreto que significaría el asesinato y expolio de los judíos del reino. El intento no le salió bien a Amán. Nos limitaremos a tratar el tema del odio en quienes detentan el poder.

En las palabras que Amán dijo al rey para convencerle de la conveniencia de autorizar el genocidio de los judíos del reino, destaca la peculiaridad de los judíos: “Son un pueblo diferente, sus leyes distintas, y no guardan las leyes del rey”. Las palabras de Amán son dardos envenenados. Destaca las características culturales y religiosas  como si dicha peculiaridad fuese causa de inestabilidad política. El odio hace ver gigantes allí en donde solamente hay molinos de viento.

El rey Acab, después de asesinar y apoderase de la viña de Nabot, en un juicio amañado, el rey recibe la visita del profeta Elías que era portador de la denuncia de Dios  del mal que había cometido con Nabot. En el momento del encuentro Acab le dice a Elías. “¿Me has encontrado enemigo mío?”  El profeta le respondió: “Te he encontrado, porque te has vendido a hacer lo malo delante del Señor. He aquí yo traigo mal sobre ti…”  (1 Reyes21: 20,21). Los verdaderos creyentes no son un peligro para las naciones en las que viven. En todo caso molestan porque denuncian la maldad de los políticos que con sus corrupciones se convierten en los verdaderos enemigos de las naciones. “La justicia engrandece a la nación, mas el pecado es la afrenta de las naciones” (Proverbios 14: 34).

Asuero sin comprobar si la denuncia era cierta o falsa entrega a Amán el anillo que le otorga plenos poderes. ¡Cuántas sentencias injustas no se dictan porque los jueces no se dignan a comprobar si las acusaciones que se les presentan se ajustan a justicia! ¡Cuántas sentencias injustas no se promulgan por los prejuicios que los jueces sienten hacia los acusados! Pero como en el caso de Nabot, Dios ve  la injusticia que Acab cometió contra su súbdito con la colaboración de los jueces que se sometieron al odio que Acab sentía hacia el falsamente acusado.

El periodista <b>Eusebio Val</b> le pregunta a la filósofa <b>Carlota Casiraghi</b>: “¿Qué pasión negativa le inquieta más?” La respuesta que recibe: “El odio. El discurso del odio se infiltra en todas partes. Comienza por pequeñas frases, burlas, estigmatizaciones. Es lo que más me inquieta, excluir de la humanidad a una parte de las personas. Porque se llega a pensar que a ellas no se les deben aplicar los derechos humanos. A mí esto me es insoportable. Hemos vivido hechos muy catastróficos de genocidios, y todavía existen muchos lugares de extrema fragilidad en donde se pueden desencadenar. Pienso en que no somos lo suficiente conscientes”.

Una buena parte de la clase política se caracteriza por el odio. Los ojos desorbitados cuando se refieren a personas que no  comulgan con lo que ellos piensan. Pretenden excluirlos de la palestra pública. Ignoran el proverbio que dice: “Hay hombres cuyas palabras suenan como estocadas”. La segunda parte del proverbio dice: “Mas la lengua de los sabios es medicina” (Proverbios 12: 18).

Odio, sentimiento profundo de malquerencia hacia alguien y prejuicio, opinión preconcebida, van de la mano a la hora de resolver los problemas públicos. El resultado es que los problemas no se resuelven. Todo lo contrario, se agrandan. Ambos sentimientos tienen que desterrarse del interior del alma. La única manera de poder deshacernos de ellos es la fe en Jesús, cuya sangre derramada en la cruz del Gólgota tiene el poder de limpiar todos nuestros pecados. Borra del corazón el odio y el prejuicio que anidan en el corazón del hombre en general y en la clase política en articular. Si no es así, son incapaces de deshacerse de ellos  tirándolos en el contenedor de la basura.

El espectáculo que dan los políticos con sus palabras malsonantes que no son propias de personas educadas y las actitudes que muestran los sentimientos que hierben en lo profundo de sus almas no desaparecerán del escenario político. Mientras sigan disfrutando con el lenguaje que se parece a espadas afiladas que atraviesan al oponente, los problemas que afectan a la sociedad se expandirán como la metástasis que se expande por el cuerpo ocasionándole la muerte.

He comenzado el escrito mencionando el odio que Amán sentía por Mardoqueo y los judíos en general. Poco antes de poner en marcha su plan para hacer desaparecer a los judíos del reino, Amán había preparado una horca para Mardoqueo. El mismo Asuero que le había dado a Amán plenos poderes para cometer el genocidio fue quien ordenó que fuese colgado en la horca que había preparado para Mardoqueo. El odio y el prejuicio son como bumerangs que se revuelven contra quienes permiten que se apoderen de sus almas. Más pronto o más tarde sufren por ello. Quien a hierro mata a hierro muere. El juicio de Dios, pude parecernos que se retrasa. Es inapelable.

Octavi Pereña i Cortina