2 SAMUEL 12: 16
“Entonces David rogó a Dios por el niño, y
ayunó David, y entró y pasó la noche acostado en tierra”
El niño
por el que ruega David es el fruto del adulterio cometido con Betsabé, esposa
de Urias heteo a quien el rey mandó matar para encubrir su pecado. Ante la
amonestación del profeta Natán, David se arrepintió de su pecado. A pesar de
que Dios le concede el perdón, las consecuencias del pecado no desaparecen, son
el castigo de Dios por el pecado cometido. El profeta le dice al rey: “Por lo
cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada, por cuanto me
menospreciaste, y tomaste la mujer de Urias heteo para que fuese tu mujer. Así
ha dicho el Señor: He aquí yo haré levantar el mal sobre ti, de tu misma casa,
y tomaré tus mujeres, y las daré tu prójimo el cual yacerá con tus mujeres a la
vista del sol. Porque lo hiciste en secreto, mas yo harté esto mismo delante de
todo Israel y a pleno sol…Mas por cuanto con este asunto hiciste blasfemar a los
enemigos del Señor, el hijo que te ha nacido ciertamente morirá” (vv. 10-12,
14).
Este
relato de la vida de David pone al descubierto que tal vez mucho del
sufrimiento que se da en el mundo es una consecuencia del pecado de los
hombres. Se vive sin tener en cuenta a Dios y a su Ley. La transgredimos porque
decimos que Dios no existe y si existe no ve lo que hacemos en secreto. Por muy
escondido que hagamos algo, Dios lo ve y no puede considerar inocente al
culpable. Todo pecado tiene sus consecuencias. Y, cuando se aplica la sentencia
debido a nuestro pecado, exclamamos. “¿Por qué a mí?” “No es justo lo que me
ocurre”. Nos comportamos de manera parecida a como lo hacen los niños que cuando los padres los
reprenden, cogen una rabieta y patalean. Con tal actitud, la situación empeora.
Para combatir el trastorno mental que ocasiona las consecuencias del pecado nos
atiborramos de pastillas que nos esclavizan.
El
texto que comentamos tiene que ver con el niño que nació fruto del adulterio y
que Dios sentenció a morir. David pudo enojarse contra Dios diciéndole: ¿Qué
culpa tiene el niño? Es inocente. Pero no lo hace. Reconoce su culpabilidad en
lo que sucede. Humildemente acepta las consecuencia de sui pecado: “Y el Señor
hirió al niño que la mujer de Urias
había dado a David y enfermó gravemente” (v.15). David suplicó a Dios por la
salud del niño como enseña el texto que sirve de base de esta meditación.
Suplicó intensamente por su salud. Pero la sentencia dictada por Dios tenía que
cumplirse. “Y al séptimo día murió el niño” (v.18). Conocido el desenlace, el
comportamiento de David cambia por completo. El rey explica a qué se debe el
cambio de actitud: “Viviendo aún el niño, yo ayunaba y lloraba, diciendo:
¿Quién sabe si Dios tendrá compasión de mí, y vivirá mi hijo? Mas ahora que ha
muerto, ¿por qué he de ayunar? ¿Podré yo hacerlo volver? Yo voy a él, mas él no
volverá a mí” (22,23). David acepto la voluntad de Dios, no se resistió a ella
y el dolor del alma desapareció.
SALMO 143: 8
“Hazme oír por la mañana tu misericordia,
porque en ti he confiado, hazme saber el camino por dónde ande, porque a ti he
elevado mi alma”
Este
texto nos enseña algo muy importante: ¿cuál debe ser el primer pensamiento que
nazca en nuestra mente al despertar por la mañana? El Salmo 143 lo escribió el
rey David. Es de suponer que en su cabeza hervían urgentes problemas de estado
que debían resolverse. No pide directamente por ellos. Suplica la misericordia
de Dios. Su favor. Su bendición. ¿Por qué hace esta petición? Nos lo dice cuando escribe: “Porque en ti he
confiado”. Para David Dios no era un Dios lejano que sabía de Él de oídas. No
era un conocimiento intelectual fruto de los razonamientos. No era este el
conocimiento que David tenía de Dios. Tenía intimidad con Él. Imploraba por la
mañana la misericordia divina porque en Dios confiaba.
¿Qué va
a traernos un nuevo día? Nadie lo sabe. Las situaciones cambian cada dos por
tres. Hacemos planes que de repente se hacen inútiles. No debe extrañarnos que
los gobernantes vayan perdidos con el Covid-19. Sea en el aspecto nacional o
personal nos encontramos en continua confusión. La situación en que nos
encontramos se debe a el ateísmo o la incredulidad nos hacen dudar de la
existencia de Dios. ¿Cómo le vamos a pedir por la mañana su misericordia si
nuestro dios es un dios desconocido? ¡Oh
incredulidad, cuántos daños no nos ocasionas?
La
confusión ambiental nos perjudica porque estamos envueltos en ella. Si no
sabemos cómo salir del lodazal en el que nos hundimos, ha llegado la hora de
que le pidamos a Dios que nos ayude en nuestra incredulidad. Que nos de fe
necesaria para confiar en Él para pedirle misericordia y nos haga saber en cada
momento el camino que hemos de seguir.
Quiera
el Señor, querido lector, que puedas llegar a decir: “Yo sé en quien he
creído”. Que tengas al Señor afincado en tu corazón y que el Espíritu Santo, al
abrir los ojos por la mañana haga brotar de tu corazón la súplica de David:
“Hazme oír por la mañana tu misericordia, porque en ti he confiado, hazme saber
el camino por donde ande, porque a ti he elevado mi alma”.
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