dilluns, 2 de novembre del 2020

 

1 SAMUEL 1: 10

“Ella (Ana) con amargura de alma oró al Señor, y lloró abundantemente”

El marido de Ana tenía dos esposas. La otra se llamaba Penina. Ésta tenía hijos. Ana no los  tenía “porque el Señor no le había concedido tener hijos” (v. 5). Penina la irritaba y la enojaba (v. 6). Hoy diríamos que Ana sufría acoso de parte de su rival. ¿Qué intensidad tenía el acoso a que Ana se veía sometida? Por lo que se desprende del texto, la situación de Ana tenía que ser insostenible. Porque no era un acoso puntual, sino sistemático. Vivía con su rival bajo un mismo techo..  No se la podía sacar de encima.  El dolor que le ocasionaba su rival era tan intenso que hacía que llorase y no comiese (v. 7). Elcana su marido la consolaba diciéndole: “¿Por qué lloras? ¿Por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy mejor que diez hijos? (v. 8).

“Todos los años (Elcana, Penina y Ana) subían de su ciudad para adorar y ofrecer sacrificios al Señor de los ejércitos en Silo” (v. 5), lugar en que se encontraba la tienda del testimonio, sitio en el que simbólicamente se encontraba el Señor entre su pueblo.

Encontrándose Ana en Silo y después de sufrir un nuevo acoso de su rival y el consuelo que le impartió su marido, Ana se dirigió a la tienda del testimonio en donde “con amargura del alma oró al Señor, y lloró abundantemente” (v.10). Una oración tan sentida aunque no fuese audible, el sacerdote Elí que se encontraba en el lugar observaba los  movimientos de sus labios. La actitud de Ana,  el sacerdote la interpretó como si fuese el comportamiento de una mujer ebria. Y la reprendió por ello. Ana le respondió: “No tengas a tu sierva por una mujer impía, porque por la magnitud de mi congoja y de mi aflicción he hablado hasta ahora” (v. 16). Elí le dijo: “Ve en paz, y que el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho” (v. 17). “Y ella dijo: Halle tu sierva gracia delante de tus ojos. Y se fue la mujer por su camino, y comió, y no estuvo más triste”, (v. 18).

En nuestros días, en una sociedad laicizada en donde no se tiene en cuenta a Dios, Ana, en vez de acudir al Señor para expresarle el dolor que llenaba su corazón habría ido al sicólogo para exponerle sus penas. La solución que el técnico le ofrecería  no conseguiría que saliese de la consulta habiendo dejado la amargura de su corazón en la papelera.  El gozo en el corazón únicamente lo concede Jesús. Es por esto que las Anas de nuestros días  necesitan que se les enseñe a acudir a Jesús para que le abran el corazón y el regreso a sus casas lo hagan gozosas.


 

1 SAMUEL 1: 28

“Y adoró allí al Señor”

Esta adoración tuvo lugar después de que Ana hubiese destetado a su hijo Samuel y en cumplimiento de su voto lo hubiese llevado al sacerdote Elí para consagrarlo al Señor. La consagración va acompañada de la oración que pronunció. La plegaria es una exaltación de la gloria de Dios  y un enaltecimiento de los humildes que confían en Él.

“Y Ana oró, y dijo: Mi corazón se regocija en el Señor”  (2: 1). Estaba tan triste  que llegó a perder el apetito debido al acoso a que le sometía su rival. Después de haber orado en la tienda del testimonio y de haber recibido la bendición del sacerdote Elí “No estuvo más triste” (1: 18). Lo primero que destaca la oración de Ana y que ha quedado registrada en las páginas de la Biblia es: “Mi corazón se regocija en el Señor”. El Señor es quien echó en el fondo del mar su tristeza para sustituirla por el regocijo de su corazón. ¡Cuántos dolores del alma se desvanecerían si las personas aprendiesen a poner a los pies de Jesús las causas que los provocan.

“Y no hay refugio como el Dios nuestro” (v. 2). En el tiempo en que vivió Ana fueron muchos los israelitas que adoraban a Baal. En nuestros días son muchos los que se llaman cristianos que adoran a santos y vírgenes, los baales de hoy. Para Ana su único refugio fue el Dios de Israel que a  diferencia de las imágenes de Baal que tienen oídos pero que no oyen las súplicas de quienes claman a él. Los oídos de Jesús oyen y conceden misericordia a quienes acuden a Él en busca de consuelo. Los oídos de las estatuas católicas son sordos y no borran la tristeza que hay en los corazones de quienes los invocan y son incapaces de sustituirla por la alegría que concede la salvación del Señor.

“Porque no hay santo como el Señor, porque no hay nadie fuera de esto, y no hay refugio como el Dios nuestro” (v. 2). Ana, cuando abandonó la tienda del testimonio después de haber arrojado su tristeza a los pies del Señor, se alejó con su alma llena de gozo. Tuvo una auténtica experiencia con Dios. Los oídos del Invisible habían escuchado sus gemidos. Como dice Jesús: “Venid a mí los que estáis atribulados y cansados y os haré descansar”. Ana acudió al tabernáculo llevando a cuestas una pesada carga y salió de la presencia del Señor aliviada del dolor. Las palabras de Jesús siempre se cumplen en quienes acuden a Él en busca de socorro: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11. 25-30).

Un pozo de insondable sabiduría contiene la oración de Ana. En 1 Samuel 2: 1-10 la encontrará el lector. Le recomiendo su lectura atenta. Bien seguro que no necesitará la asistencia de un especialista en salud mental que no puede borrar el pecado que es el causante de los dolores del corazón..

 

 

 

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