1 SAMUEL 1: 10
“Ella (Ana) con amargura de alma oró al
Señor, y lloró abundantemente”
El
marido de Ana tenía dos esposas. La otra se llamaba Penina. Ésta tenía hijos.
Ana no los tenía “porque el Señor no le
había concedido tener hijos” (v. 5). Penina la irritaba y la enojaba (v. 6).
Hoy diríamos que Ana sufría acoso de parte de su rival. ¿Qué intensidad tenía
el acoso a que Ana se veía sometida? Por lo que se desprende del texto, la
situación de Ana tenía que ser insostenible. Porque no era un acoso puntual,
sino sistemático. Vivía con su rival bajo un mismo techo.. No se la podía sacar de encima. El dolor que le ocasionaba su rival era tan
intenso que hacía que llorase y no comiese (v. 7). Elcana su marido la
consolaba diciéndole: “¿Por qué lloras? ¿Por qué está afligido tu corazón? ¿No
te soy mejor que diez hijos? (v. 8).
“Todos
los años (Elcana, Penina y Ana) subían de su ciudad para adorar y ofrecer
sacrificios al Señor de los ejércitos en Silo” (v. 5), lugar en que se
encontraba la tienda del testimonio, sitio en el que simbólicamente se
encontraba el Señor entre su pueblo.
Encontrándose
Ana en Silo y después de sufrir un nuevo acoso de su rival y el consuelo que le
impartió su marido, Ana se dirigió a la tienda del testimonio en donde “con
amargura del alma oró al Señor, y lloró abundantemente” (v.10). Una oración tan
sentida aunque no fuese audible, el sacerdote Elí que se encontraba en el lugar
observaba los movimientos de sus labios.
La actitud de Ana, el sacerdote la
interpretó como si fuese el comportamiento de una mujer ebria. Y la reprendió
por ello. Ana le respondió: “No tengas a tu sierva por una mujer impía, porque
por la magnitud de mi congoja y de mi aflicción he hablado hasta ahora” (v.
16). Elí le dijo: “Ve en paz, y que el Dios de Israel te otorgue la petición
que le has hecho” (v. 17). “Y ella dijo: Halle tu sierva gracia delante de tus
ojos. Y se fue la mujer por su camino, y comió, y no estuvo más triste”, (v.
18).
En
nuestros días, en una sociedad laicizada en donde no se tiene en cuenta a Dios,
Ana, en vez de acudir al Señor para expresarle el dolor que llenaba su corazón
habría ido al sicólogo para exponerle sus penas. La solución que el técnico le
ofrecería no conseguiría que saliese de
la consulta habiendo dejado la amargura de su corazón en la papelera. El gozo en el corazón únicamente lo concede
Jesús. Es por esto que las Anas de nuestros días necesitan que se les enseñe a acudir a Jesús
para que le abran el corazón y el regreso a sus casas lo hagan gozosas.
1 SAMUEL 1: 28
“Y adoró allí al Señor”
Esta
adoración tuvo lugar después de que Ana hubiese destetado a su hijo Samuel y en
cumplimiento de su voto lo hubiese llevado al sacerdote Elí para consagrarlo al
Señor. La consagración va acompañada de la oración que pronunció. La plegaria
es una exaltación de la gloria de Dios y
un enaltecimiento de los humildes que confían en Él.
“Y Ana
oró, y dijo: Mi corazón se regocija en el Señor” (2: 1). Estaba tan triste que llegó a perder el apetito debido al acoso
a que le sometía su rival. Después de haber orado en la tienda del testimonio y
de haber recibido la bendición del sacerdote Elí “No estuvo más triste” (1:
18). Lo primero que destaca la oración de Ana y que ha quedado registrada en
las páginas de la Biblia es: “Mi corazón se regocija en el Señor”. El Señor es
quien echó en el fondo del mar su tristeza para sustituirla por el regocijo de
su corazón. ¡Cuántos dolores del alma se desvanecerían si las personas
aprendiesen a poner a los pies de Jesús las causas que los provocan.
“Y no
hay refugio como el Dios nuestro” (v. 2). En el tiempo en que vivió Ana fueron
muchos los israelitas que adoraban a Baal. En nuestros días son muchos los que
se llaman cristianos que adoran a santos y vírgenes, los baales de hoy. Para
Ana su único refugio fue el Dios de Israel que a diferencia de las imágenes de Baal que tienen
oídos pero que no oyen las súplicas de quienes claman a él. Los oídos de Jesús
oyen y conceden misericordia a quienes acuden a Él en busca de consuelo. Los
oídos de las estatuas católicas son sordos y no borran la tristeza que hay en
los corazones de quienes los invocan y son incapaces de sustituirla por la
alegría que concede la salvación del Señor.
“Porque
no hay santo como el Señor, porque no hay nadie fuera de esto, y no hay refugio
como el Dios nuestro” (v. 2). Ana, cuando abandonó la tienda del testimonio
después de haber arrojado su tristeza a los pies del Señor, se alejó con su
alma llena de gozo. Tuvo una auténtica experiencia con Dios. Los oídos del
Invisible habían escuchado sus gemidos. Como dice Jesús: “Venid a mí los que
estáis atribulados y cansados y os haré descansar”. Ana acudió al tabernáculo
llevando a cuestas una pesada carga y salió de la presencia del Señor aliviada
del dolor. Las palabras de Jesús siempre se cumplen en quienes acuden a Él en
busca de socorro: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo
os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi
yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11. 25-30).
Un pozo
de insondable sabiduría contiene la oración de Ana. En 1 Samuel 2: 1-10 la
encontrará el lector. Le recomiendo su lectura atenta. Bien seguro que no
necesitará la asistencia de un especialista en salud mental que no puede borrar
el pecado que es el causante de los dolores del corazón..
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