dissabte, 27 de juny del 2020


APOCALIPSIS 2: 7

“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venza le daré de comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios”
¿Qué escuchan nuestros oídos? ¿Los cánticos de sirenas que nos seducen con sus promesas de satisfacer la sensualidad que clama a gritos que sea satisfecha? El texto nos dice que escuchemos, que prestemos atención a lo que el Espíritu tiene que decirnos, a las iglesias, a los creyentes en particular y a los inconversos  en general. ¡Con cuánto empeño no busca la mujer la dracma perdida! De manera parecida tenemos que esforzarnos para que nuestros oídos tengan filtros que impidan la entrada de canciones sensuales que entonan las sirenas de nuestros días para destruirnos de manera parecida que pretendieron hacerlo con Ulises. El personaje mitológico de la antigua mitología griega comprende la irresistible atracción que los cánticos de las sirenas ejercían en los marineros que los escuchaban. Ordena a sus compañeros de viaje que le aten en el mástil del barco para impedir dirigirse hacia la destrucción. Es una lucha constante contra la atracción que los placeres del mundo que representan los cánticos de las sirenas. Por todos lados nos llegan mensajes seductores que tienen el propósito de apartarnos del camino a la vida eterna.
Si deseamos vencer la irresistible atracción de los cánticos  sensuales de sirenas que llegan hasta nuestros oídos que pretenden que nos estrellemos contra los arrecifes que nos lleva a la condenación eterna, tenemos que ser conscientes de nuestra debilidad y pedirle al Señor la fortaleza necesaria para hacer oídos sordos y no ser seducidos por sus encantamientos.
La segunda parte del texto que comentamos dice: “Al que venza le  daré de comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios”. Este texto nos conduce a Génesis 3: 24: “Echó pues al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida”. Por un lado, la prohibición de acercarse al árbol de la vida tenía por objetivo que la raza humana en su totalidad estuviese eternamente condenada. Por el otro, gracias a los sacrificios de unos animales que hizo Dios con las pieles de los cuales cubrió la desnudez de nuestros primeros padres, puso a Adán y Eva y a sus descendientes por la línea de Set a tener acceso al árbol de la vida que es Jesús que derramó su sangre para que pudiésemos heredar el paraíso recuperado eternamente y sin posibilidad de volverlo a perder.


APOCALIPSIS 3: 18

“Por tanto, yo te aconsejo que de mí  compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez, y unge tus ojos con colirio, para que veas”
Este texto enlaza tres prioridades que tiene el ser humano que al no satisfacerse plenamente, crea confusión, amargura y problemas síquicos.
La riqueza es el motor de la actividad humana. Se amasan fortunas al precio de esquilmar a los trabajadores, imponiéndoles trabajos de esclavo, esquilmando los sueldos hasta convertirlos en salarios de hambre. Por su parte los trabajadores  se imponen largas jornadas laborales para ganar más dinero. A los empresarios que nos les importa la explotación a que someten a sus obreros, se comportan como el rico de la parábola. Tienen que engrandecer sus almacenes para que puedan guardar los bienes acumulados. La respuesta a su codicia es: “Necio esta noche vienen a pedirte tu alma y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lucas 19: 20). Tanto empresarios como asalariados  tienen que seguir el consejo de Dios de “que de mí compres oro refinado en fuego para que seas rico”. “El que confía en sus riquezas se marchitará”                                  (Proverbios 11: 28).
Otra cosa que preocupa al ser humano es el  vestir. El mundo de la moda mueve millones de millones de euros. El impacto publicitario tiene sus efectos. Hombres y mujeres buscan causar buena impresión. Procuramos acicalarnos lo mejor posible para crear admiración. Pero nos olvidamos de que a quien debemos agradar, causar  buena impresión, es a Dios, no al hombre. El texto nos dice que tenemos que vestirnos con vestiduras blancas para que no se descubra la vergüenza de nuestra desnudez. El texto no nos pide que nos vistamos con túnicas como lo hacían los antiguos. Las túnicas blancas simbolizan que la sangre de Cristo ha cubierto nuestra desnudez. Adán y Eva después de pecar descubrieron que iban desnudos e intentaron cubrir su desnudez con los delantales que confeccionaron con hojas de higuera. Siguieron desnudos y, avergonzados se escondieron de la presencia de Dios. La industria de la moda intenta cubrir la desnudez que avergüenza.
La ceguera es un problema porque limita la movilidad del ciego. Espiritualmente somos ciegos. Tenemos ojos para ver pero no vemos.  Con los ojos de la cara vemos los obstáculos que se nos presenta y los evitamos. A Dios le interesan los ojos del alma. Por ello nos pide que nos pongamos colirio en los ojos del alma  para que podamos ver la realidad espiritual a través de la espesa niebla que nos envuelve. Los problemas sociales que nos acosan se deben a nuestra ceguera espiritual. Tropezamos contra los obstáculos que se nos presentan. Intentamos arreglarlos y las cosas empeoran. ¡Cuán necesaria es la sangre de Jesús que es el colirio que nuestros ojos espirituales necesitan para recobrar la visión y así poder recorrer por el camino de la vida sorteando los obstáculos que aparecen en él.




SUFRIMIENTO QUE ACOMPAÑA A LA MUERTE

<b>Para que la muerte de un hijo no provoque un trauma emocional requiere coraje</b>
“Preocupados por <b>Ana Obregón</b>. No ha pasado un mes desde que perdió el hijo y su familia se preocupa por sus mensajes”, escribió <b>Albert Domènech</b>. El mismo periodista sigue redactando: “Ha pasado casi un mes desde que <b>Álex Lequio</b> ya no está, y la actriz parece que ha quedado atrapada en un pantano de dolor y de tristeza y más después de perder también a su perra <i>Luna</i>, su fiel compañera y uno de los nexos de unión más fuertes con el recuerdo de <i>Aless</i>, como se hacía decir”.
Poco después del fallecimiento de Álex, <b>Ana Obregón</b> escribió: “Perder un hijo es morir y tener la obligación de vivir”. El periodista cita a <b>Teresa Moratalla</b>, sicóloga clínica: “Y si atendemos a los especialistas en el duelo, no le falta razón. La pérdida de un hijo es lo peor que se puede tener, porque no es coherente  con el ciclo de la vida de las personas, perder un hijo siempre va después”.
Refiriéndose al hijo perdido <b>Ana Obregón</b> escribió: “Ahora solo pido que pueda volverlo a abrazar muy pronto porque lo encuentro insoportablemente a faltar”. <b>Ana Obregón</b> como tantos padres que pierden a un hijo en los albores de la vida encuentran insoportablemente a faltar al hijo que los ha dejado. El futuro de los padres que han perdido a un hijo, ¿tiene que ser de perenne tristeza y dolor? No forzosamente tiene que ser así.
<b>Marck Littleton</b> narra la siguiente historia: “Una misionera en Pakistán lo pasó muy mal cuando perdió a su hijo de seis meses. Una anciana punjalí fue a visitarla y le dijo: “Si eres un huevo tu aflicción te hará dura  e insensible. Si eres una patata saldrás blanda y maleable, flexible  y adaptable”. La misionera comenta que aunque le pueda parecer extraño a Dios, muchas veces le pido: Oh Señor, hazme una patata”. Cada vez hay menos tolerancia al dolor en esta sociedad nuestra que se recrea en la superficialidad y el hedonismo de los anuncios publicitarios. Se busca el confort inmediato y no se lo encuentra.
Cuando alguien pierde a un hijo y considera injusta la pérdida, que no se lo merece, se rebela contra Dios y lo  culpa de la supuesta injusticia. Es un huevo que el dolor endurece. La pena que le corroe los huesos hace que su vida se convierta en un infierno. Haga como hizo la misionera que prestó atención a las palabras que le dijo la anciana punjalí diciendo a Dios que no quiere ser un huevo duro para pasarse la vida arrastrándose en una queja continua, siendo infeliz y desgraciado. Si no crees en Dios pídele al Padre de nuestro Señor Jesucristo que te conceda el regalo de la fe. En el momento que el velo de la incredulidad que te impide ver desaparece, estarás en condiciones de poder pedirle a Dios que te convierta en una patata que el dolor ablanda, y te hace moldeable y flexible. Encontrarás en Jesús el Consejero que cura la herida de tu corazón y transforma el rencor contra Él en un oasis de paz y tranquilidad inexplicables.
Nuestra sociedad educada en el hedonismo, es decir, para complacer las exigencias del cuerpo, le impide alzar los ojos hacia el cielo de donde le  vine el socorro que desea cuando la necesidad apriete. Una sociedad educada en el materialismo, que solamente cree en lo que los sentidos pueden palpar, al Dios Invisible que no se le puede analizar en un tubo de ensayo, se puede hacer presente por la fe en Jesús. Entonces la persona hedonista se convierte en un ser espiritual capacitado para invocar  a Jesús que le libera del materialismo insatisfactorio.  “Invócame en el día de la angustia, te liberaré, y tú me honrarás” (Salmo 50: 15).
En el momento en que Dios deja de ser un Dios desconocido, extraño y ausente, para convertirse en un Ser personal, cercano, amoroso, consolador, misericordioso, en un Padre sensible a las necesidades de sus hijos, entonces el alma angustiada está en condiciones de solicitar su ayuda. “Con mi voz clamaré al Señor, con mi voz pediré al Señor misericordia. Delante de Él expondré mi queja, delante de Él manifestaré mi angustia. Cuando mi espíritu se angustiaba dentro de mí, tú conociste mi senda. En el camino en que andaba, me escondieron lazo. Mira a mi lado, y observa, pues no hay quien me quiera conocer, no tengo refugio, no  hay quien cuide de mi vida. Clamé a ti, Señor, dije: Tú eres mi esperanza, y mi porción en la tierra de los vivientes. Escucha mi clamor porque estoy muy afligido” (Salmo 142: 1-5).
¿Por qué vivir con un dolor insoportable por la pérdida de un hijo o de un ser querido y permitir que el alma se marchite por falta de consuelo cuando en Jesús puedes encontrar el gozo y la paz de Dios que sobrepasa la comprensión humana?
Octavi Pereña i Cortina


dissabte, 20 de juny del 2020


SANTIAGO 5. 16

“Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho”
La oración  auricular a un sacerdote para perdón de los pecados no se enseña a hacerlo en la Biblia. La única manera de recibir el perdón de Dios  es pedírselo a Él en el Nombre de Jesús. Hecha esta salvedad vayamos al texto de Santiago que meditamos.
Santiago nos dice que confesemos mutuamente nuestras ofensas. Esta petición es lógica. Los creyentes en Cristo seguimos siendo pecadores a pesar que la sangre de Cristo nos haya limpiado todos nuestros pecados. A menudo ofendemos a nuestros hermanos. Es en ese sentido que tenemos que pedir perdón al hermano que hayamos ofendido. Es así como seguimos el ejemplo de Dios que nos perdona antes de que le pidamos perdón.
El salmista se hace esta pregunta: “¿Quién podrá entender sus propios errores? El mismo da la respuesta. “Líbrame de los que me son ocultos” (Salmo 19: 12). El hecho de que seamos pecadores perdonados no nos libra de nuestra condición de pecadores en Cristo.  A veces ofendemos al hermano con conocimiento de causa, a sabiendas que lo hacemos. Otras veces, inconscientemente. Sea de una manera u otra tenemos que obedecer el consejo de Santiago: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros”. Haciéndolo así seguimos el ejemplo de Jesús que perdonaba a sus enemigos. Con mayor motivo  debemos hacerlo con los hermanos en la fe. ¡Cuántos males no desaparecerían de las iglesias si los creyentes en Cristo practicasen el perdón mutuo! Guardar resentimiento crea barreras que separan, cosa que rompe la unidad que debería existir entre personas que son miembros del cuerpo de Cristo. Con esta rotura no se da ejemplo al mundo. Tal vez esta falta de unidad sea la causa de que los cristianos no hagamos impacto en el mundo. Que el Señor nos dé fuerza para poner en práctica le mutuo perdón. La unidad que tenemos en Cristo  se pondría de manifiesto.
“Orad unos por otros”, sigue diciéndonos Santiago. La oración no tiene que ser una práctica hipócrita como la de los fariseos que buscaba el aplauso del público. Tiene que ser sentida. Por lo que hace a tener buenas relaciones con los hermanos tenemos que pedir perdón por las ofensas cometidas voluntariamente o involuntariamente. El reconocimiento de los propios errores es balsámico en las relaciones con los hermanos. Cerrada la puerta de nuestra habitación y a solas con el Señor, ¿le pedimos perdón por los pecados cometidos contra nuestros hermanos?
“La oración eficaz de justo puede mucho”. Si confesáramos mutuamente nuestras ofensas, las iglesias se convertirían en antesalas del Reino de Dios y ejemplos del amor de Dios en un mundo en el que el amor es una palabra que el viento se lleva.


SALMO 130: 1

“De lo profundo, oh Señor, a ti clamo, Señor oye mi voz, estén atentos tus oídos a la voz de mi suplica”
Palabras que brotan con fuerza del corazón del salmista. Un ardiente deseo de que Dios escuche su voz, de que atienda a su suplica. El salmista nos insta a reflexionar de cómo es nuestra relación con el Señor. A quien se le ha perdonado poco, poco ama. La mujer pecadora que se acercó a Jesús  ungiendo sus pies con un ungüento de gran precio, y que los mojó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos, amó mucho y sus muchos pecados le fueron perdonados. ¿Qué sentimos acerca de nuestro pecado? ¿Nos sentimos grandes pecadores o simplemente pecadores normales, pequeños pecadores, carentes de un ferviente amor por Jesús que nos ha amado de tal manera que murió por nosotros en la cruz.
“Jah, si miras a los pecados”, es decir, si te fijas en ellos porque no han sido lavados por la sangre de Jesús, “quién, oh Señor, podrá mantenerse?” Si los pecados no han sido perdonados nadie puede presentarse ante la presencia de Dios tres veces santo. ¿Qué hicieron Adán y Eva antes de que Dios cubriera su desnudez con las túnicas confeccionadas con las pieles de los animales que sacrificó el mismo Dios? Se escondieron de su presencia.  Nada impuro puede permanecer ante el  santísimo Dios. Los pecadores no perdonados tienen miedo de Dios. Se esconden de Él.
El salmista no se esconde de la presencia de Dios  porque a sabiendas de que es un pecador sabe  que en Él “hay perdón”. No tiene miedo de Dios. Se acoge a su misericordia manifestada en Jesús  y lo reverencia por haberlo amado de tal manera que dio a su Hijo único a morir por él. El pecador al que se le han perdonado sus muchos pecados reverencia a Dios. No se esconde de su presencia. Todo lo contrario, humildemente se acerca a Él para darle gracias por el perdón inmerecido recibido.
“Mi alma espera en el Señor”, dice el salmista. ¿Qué espera que el Señor vea en el salmista? El salmista se imagina que es un centinela que hace guardia en una de las vigilias de la noche. “Mi alma espera en el Señor, más que los vigilantes a la mañana, más que los vigilantes a la mañana” (v. 6). El centinela que está de guardia durante la noche no ve más allá de su nariz. Cualquier ruido lo atemoriza. Teme que algún enemigo al acecho salte sobre él y lo mate. Espera impacientemente que amanezca para que los miedos nocturnos desaparezcan. Con la intensidad del centinela el salmista ilustra  la espera impaciente que  su alma manifiesta por el Señor.
El salmista finaliza su poema manifestando su confianza en el Señor con estas palabras: “Espera Israel en el Señor, porque en el Señor hay misericordia, y abundante bendición con Él, y Él redimirá Israel de todos sus pecados”.
Con una sola vez que murió Jesús en la cruz  es suficiente para que todos los pecados del lector le sean perdonados.


MUERTE UNIVERSAL

<b>Los muertos que debido al coronavirus acaparan  la atención de los medios nos recuerdan que un día nosotros también falleceremos</b>
Con la pandemia del Covid-19 todo gira alrededor del número de fallecidos que se producen diariamente. Los portavoces de los gobiernos  diariamente nos inundan con cifras de los decesos ocurridos y que después tienen que corregir por utilizar maneras distintas de contabilizarlos. En definitiva, un embrollo que confunde a la ciudadanía. Lo que sí es cierto es que diariamente se producen millares de muertes debido al Covid-19 por todo el mundo. Estamos concentrados en los muertos causados por la “enfermedad de moda”. Los otros muertos parece ser que no cuentan. Discriminamos por diversos motivos: posición social, sexo, raza, nacionalidad…¿No tenemos suficiente con tanta discriminación que también tengamos que hacerlo con los muertos? “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9: 27). Este texto debería hacernos pensar en la doctrina de la transmigración de las almas, es decir, que las personas mueren una y otra vez y a cada reencarnación nacen con un karma distinto. Según esta filosofía las personas aprenden de la existencia anterior y se comportan mejor hasta que supuestamente un día alcanzan la unión con el absoluto, es decir, pierden su identidad.
El texto de Hebreos citado desmiente que se vivan muchas existencias. “Se muere una sola vez y después de esto el juicio”. De acuerdo con eso el futuro eterno se sella con una sola vez que se muera. De ahí la importancia que en tanto vivamos físicamente hagamos caso de la enseñanza bíblica que la vida eterna no se obtiene por las obras meritorias con las que comprar el favor de Dios, que por cierto nunca se consigue porque no hay suficiente dinero en el mundo para comprarlo. Es por la fe en Jesús que muriendo en la cruz a favor del pecador paga el incalculable precio de la salvación. “Porque hay un solo Dios, y un solo Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo2. 5).
Con el deceso se sella el destino eterno. Una vez finalizada la vida física ya no puede hacerse nada para mejorar la existencia de los fallecidos. Las plegarias por los difuntos no sirven para nada. Son un fraude que las personas que creen en su eficacia descubren cuando abren los ojos en la eternidad. Demasiado tarde para rectificar.
La aparición el Covid-19 ha sido por sorpresa. El evangelista Lucas relata dos casos de muertes colectivas súbitas. Le informaron a Jesús de la muerte de unos galileos, la sangre de los cuales el gobernador romano Pilato había mezclado con la de los sacrificios ofrecidos o aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató. Sobre estos hechos Jesús hace una reflexión: “¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos?…O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que había en Jerusalén?” A menudo, cuando alguien que no nos cae bien padece una enfermedad grave o sufre un accidente que lo deja tullido de por vida, acostumbramos a decir. “Ya le está bien”. “Ha recibido su merecido”. Pensamos que por no habernos encontrado en el lugar de los hechos la muerte pasará de largo sin que la guadaña siegue  nuestras vidas. ¿Qué dice Jesús al respecto? Os digo: No, antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”                      (Lucas 13: 1-5).
Los días del hombre sobre la tierra están contados. La muerte no es un acontecimiento  fortuito. Sea debido a una larga enfermedad o a un ataque cardiaco fulminante  o a un accidente del tipo que sea, Dios ha establecido de antemano el día y la hora de nuestro traspaso. Cuando llega el día y la hora establecida, sin la demora de un segundo la guadaña hace su trabajo de segar la vida. Con la incertidumbre de la duración de nuestra vida tenemos que prepararnos para el buen morir. ¿Cómo se produce el buen morir? No como dicen las esquelas: “Ha muerto cristianamente” porque se le despida con un sepelio cristiano, sino porque “ha muerto la muerte de los justos”, es decir, habiendo vivido en la fe en Cristo cuya sangre le ha limpiado todos sus pecados. La sangre de Jesucristo es el pasaporte que le abre la puerta que da acceso al Reino de Dios.
Octavi Pereña i Cortina



dissabte, 13 de juny del 2020


SALMO 34: 22

“El Señor redime el alma de sus siervos, y no serán condenados cuantos en Él confían”
El Señor redime. ¿A todo el mundo? ¿Son todos los seres humanos hijos de Dios? ¿Se salvan las personas por el mero hecho de formar parte de la feligresía de la Iglesia católica? ¿Se salvan los pecadores porque la ceremonia funeraria la presida un sacerdote católico? ¿Se salvan los pecadores porque tienen el deseo de ser mejores personas? NO categórico. “El Señor redime el alma de sus siervos” ¿Quiénes son los siervos del Señor? Únicamente quienes  se han dado cuenta de que son pecadores y que no necesitan mediador humano de ningún tipo. Que el único que puede redimir una alma es el Único  Mediador entre Dios y el hombre que es Jesús hombre que con su muerte en la cruz ocupa el lugar que le correspondería estar el pecador. Por la fe en Jesús crucificado TODOS los pecados del creyente son borrados.
“No serán avergonzados cuantos en Él confían”. El hecho de que a los verdaderos hijos de Dios la Biblia les llame santos, no significa que estos santos hayan alcanzado la plena santidad. A pesar de haber sido perdonados por la fe en el Nombre de Jesús, siguen siendo pecadores que diariamente tienen que luchar duramente para combatir el pecado que permanece en su carne. Lo que quiero hacer eso no hago y lo que no quiero hacer esto es lo que hago, es el grito de angustia que exclama el apóstol Pablo, que para consuelo para nosotros dice: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya conseguido, pero una cosa hago: Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que queda delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3: 13,14).
Cualquier persona que “prosigue a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”, no perderá su salvación. Si alguien dice que la persona que ha sido redimida por la sangre de Jesús no tiene garantizada su salvación eterna, la tal persona habla en nombre de Satanás que no quiere que los creyentes en Cristo gocen en su plenitud la promesa dada por el Señor de que quienes creen en Él nada ni nadie las arrebatará de su mano. Jesús lo ha dicho y así es.
Reconfortantes y tranquilizadoras son las palabras de Jesús. “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy VIDA ETERNA, y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatara de mi mano” (Juan 10: 27,28).


SANTIAGO 1: 25

“Mas el que mira atentamente en la perfecta Ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace”
Existen dos maneras de mirar a la Ley de Dios. Tal como lo hacían los fariseos que se fijaban en la letra y consideraban que al esfuerzo que hacían para guardarla le seguiría la bendición de Dios. Todo lo contrario. Su creencia de que hacían la voluntad de Dios los convertía en unos engreídos que miraban con menosprecio a los que consideraban chusma. Se atrevían a reprenderlos porque siendo pecadores empedernidos no gozaban del favor de Dios. Únicamente los justos se lo merecen decían.
Tenemos que mirar a la Ley de Dios conforme el propósito que el Señor tiene al ponerla al alcance de los hombres. La voluntad de Dios no es que con nuestro esfuerzo podamos cumplirla plenamente y así alcanzar la salvación. NO. El propósito de la Ley es hacer resaltar nuestro pecado y al darnos cuenta de  lo grave que es vayamos a Jesús que cumplió plenamente los requisitos que exige la Ley, con lo cual, ante sus ojos somos justos. El Padre no ve pecado alguno en nosotros porque su Hijo ha saldado la cuenta pendiente que teníamos con Él.
En la medida que nuestra mirada no está puesta en la Ley para cumplirla sino en Aquel  que la cumplió por nosotros, la imagen de Jesús, el Legislador, se va formando en nosotros. Si persistimos en tener los ojos puestos en Jesús nuestro Salvador no seremos oidores olvidadizos. La presencia del Espíritu Santo en nosotros nos dará la fuerza necesaria para ir cumpliendo las exigencias de la Ley.  Que no lo haremos del todo  bien, estoy de acuerdo. Reconociendo nuestros fracasos y no apartando los ojos en Jesús, paso a paso iremos acercando a ser perfectos como el Padre celestial es perfecto como Jesús quiere que lo seamos.
Con el apóstol Pablo podremos decir: “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en Él, no teniendo mi propia justicia que es por la Ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Filipenses 3: 8,9). “Mirando atentamente en la perfecta ley” nos identificamos con el apóstol Pablo cuando escribió: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo alcanzado, pero una cosa hago. Olvidándome ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (vv.13, 14).



INTEGRIDAD

<b>Algo que no se valora cuando se piensa en la prosperidad de las naciones es en la integridad de sus ciudadanos</b>
La viñeta muestra una extraña cabeza que representa un capitalista sin entrañas. Su aspecto es amenazador. De su mollera sobresale un asta. Su boca abierta  enseña unos dientes amenazadores de la que sale humo que me imagino representa el veneno que brota de su interior. El texto que acompaña el dibujo dice: “La ética y la moral entorpecen el progreso”.
Alguien ha dejado escrito: “Vivimos en una época de disciplina, cultura, civilización, pero no una época de moralidad. El estado actual de las cosas se puede decir que incrementa la felicidad de las personas, a la vez su infelicidad. ¿Cómo podemos hacer felices a las personas, si no han sido enseñadas para alcanzar una moral elevada? Sin sabiduría no se sostiene”. Nuestro tiempo ha alcanzado cotas muy altas de cultura y educación pero la moralidad y la ética no han acompañado a su crecimiento.
El hombre perverso de la viñeta considera que la ética y la moral entorpecen el progreso. Visto cómo van las cosas, la amoralidad y la falta de ética son las causantes de todos los quebrantos que padecemos. Se dice que después del coronavirus las cosas se harán de manera diferente. Yo no lo creo. Tal como se comporta el hombre natural que la Biblia cataloga de “carnal” no puede comportarse de otra manera de como lo ha venido haciendo hasta ahora. Su condición espiritual manchada por el pecado se lo impide. De producirse el cambio de conducta deseada se producirá si previamente se ha producido la regeneración en la fuente de la ética y de la moral. Esta regeneración se encuentra en la santidad que es don de Dios por medio del Espíritu Santo. Ello hace que los principios éticos y morales no sean papel mojado. Si no se produce la regeneración espiritual que consiste en convertirse en una persona nueva por la fe en Jesús clavado en la cruz cuya sangre derramada limpia todos los pecados, como dice <b>Confucio</b> “Nos visitan los vicios como viajeros,  nos visitan como huéspedes y se quedan como amos”. Por ello es inútil combatir la falta de ética y de moral tan notorio en nuestros días si no se tiene en cuenta la intervención de Dios en nuestras vidas.
La sicóloga Elena Ellionz hace esta reflexión: “Cuando el egoísmo se convierte en un modus operante legítimo, se produce una erosión del sentimiento de vergüenza, porque la vergüenza presupone la posibilidad de ser responsable hacia los otros. Y el capitalismo ha erosionado en gran manera esta capacidad. Esta es la cultura que legitima la persecución hedonista del interés propio en todos los dominios”. Se ha perdido la capacidad de enrojecer.
La Biblia describe esta condición cono tener un <i>corazón de piedra</i>, insensible a las necesidades del prójimo. El yo prevalece sobre el otro. Sin la conversión a Dios no hay salida a la caótica situación en que nos encontramos. En muchas personas el endurecimiento de sus corazones casi ha llegado al límite. Sigue abierta la posibilidad de enrojecer. Se dan cuenta de que su comportamiento no es correcto. Desgraciadamente, en  vez de arrepentirse y abandonar los caminos erróneos camuflan sus pensamientos pecaminosos debajo de la capa de la ética como salida del lodazal. No se dan cuenta de que la ética y las leyes morales no son nada más que una capa de barniz sobre la piel. Debajo se encuentra agazapada la bestia dispuesta a saltar sobre la víctima en la primera oportunidad que se presente. Es por ello que el personaje malvado de la viñeta considere que “la ética y la moral entorpecen  el progreso” porque ignora que es la ética y la moral.
Una sociedad como la nuestra que niega la existencia de Dios, que cree que somos fruto del evolucionismo azaroso y materialista, no debe extrañarnos como dice <v>lady Violet Crowlwy</b>: “Los principios son como las plegarias. Nobles evidentemente, pero incomodas en una fiesta”
En una sociedad carente de los valores cristianos que convierten a quienes los creen firmemente en personas íntegras porque saben que Dios existe y que observa todo lo que hace el hombre. Saben que Dios es ubicuo, que está presente en todas partes al mismo tiempo. Toldo lo que haga o piense Dios lo conoce a la perfección. Es por ello que no puede dejar de obedecer los principios éticos y morales que se encuentran expuestos en la Ley de Dios para nuestro bien. Es por ello que dichas personas se proponen ser íntegras. No casi íntegras. Es algo parecido al casamiento. O estás casado o no lo estás. Casi casado no existe. En una sociedad que ha abandonado a Dios en el trastero no debería extrañarnos que se den tantos casos de falta de integridad. La palabra griega que se ha traducido <i>integridad</i> significa: “Total, sano, intacto, entero”. Es la ausencia de un doble comportamiento: “engaño, hipocresía”. Ser persona íntegra incluye ser financieramente responsable y fiable.
Muchas personas para dar fe de que lo que dicen es verdad ponen como testigo a Dios  en el que no creen o a una persona querida. Estos testigos no avalan lo que dicen. Jesús dice: “No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus  juramentos…Pero sea vuestro hablar. Sí, sí, no, no, porque lo que es más de esto procede del maligno”                                (Mateo 5: 33-37). Viendo la facilidad con que se incumple la palabra dada pone de manifiesto que nuestra sociedad está controlada por el maligno.
Octavi Pereña i Cortina


dissabte, 6 de juny del 2020


2 CRÓNICAS 18: 7

“El rey de Israel respondió a Josafat: Aun hay aquí un hombre por el cual podemos preguntar al Señor, mas yo le aborrezco, porque nunca me profetiza cosa buena, sino siempre el mal. Éste es Micaías, hijo de Imla. Y respondió Josafat: No hable así el rey”
Josafat estaba emparentado con el impío Acab, rey de Israel (v.1). Tal vez motivado por este parentesco viaja a Israel para encontrarse con su consuegro. Josafat pecó emparentando con Acab. La luz y las tinieblas no pueden ir juntas. Acab la propone a Josafat una empresa bélica. Josafat responde a la proposición, diciendo. “Yo soy como tú, y mi pueblo como tu pueblo, iremos contigo a la guerra” (v. 3). Josafat no se comporta como la luz del mundo que era. Tenía que guardar distancias con su pariente.
Aceptado el compromiso bélico Josafat le propone a su consuegro: “Te ruego que consultes hoy la palabra del Señor” (v. 4). Dicho y hecho. Acab llama a los profetas idólatras establecidos en su reino que siendo serviles al monarca profetizan victoria. Josafat no queda satisfecho y le dice a Acab: “¿Hay aun aquí algún profeta del Señor para que por medio de él peguntemos?” (v.6). la respuesta la da el texto que comentamos: “Aun hay alguno… mas yo le aborrezco, porque nunca me profetiza cosa buena, sino siempre el mal”.
Los enemigos del Dios eterno consideran que son un mal las palabras que hablan los profetas del Altísimo  porque cuando hablan dicen la verdad y la verdad no gusta a quienes andan en tinieblas.
Actualmente no hay profetas al estilo de los que había en el Antiguo Testamento. Hoy todo lo que necesitamos saber de la voluntad de Dios  se encuentra en la Biblia. No hay más revelación porque Dios ya ha dicho todo lo que necesitamos saber. En la Biblia se encuentra todo el consejo de Dios. Los predicadores deben ceñirse escrupulosamente al contenido de las Escrituras. No deben poner ni quitar nada de ellas. Son la verdad de Dios. ¡Qué decimos! ¿Verdad de Dios? Acab aborrecía a Micaías “porque nunca me profetiza cosa buena, sino siempre el mal”
En la feligresía de las iglesias los hay que,  no son verdaderos creyentes y si lo son, pertenecen al grupo de los carnales. Ambos sectores siempre se quejan de los predicadores que se ciñen a la verdad de Dios, jamás les dicen cosas buenas, siempre el mal. Los predicadores de nuestros días tendrían que ser como el apóstol Pablo: “por tanto yo os testifico en el día de hoy que estoy limpio de la sangre de todos, porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios” (Hechos 20: 26,27). Los oyentes tendrán que dar cuenta al Señor de lo que hayan hecho con la verdad de Dios que sus oídos hayan escuchado.


COLOSENCES 4: 12

“Os saluda Epafras, el cual es uno de vosotros, siervo de Cristo, siempre rogando encarecidamente por vosotros en sus oraciones, para que estéis firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere”
El apóstol Pablo termina su carta reconociendo en Epafras  como uno de sus colaboradores y siervo de Cristo. Todos los cristianos deberíamos considerarnos siervos de Cristo porque si Él nos ha redimido al precio de su sangre deberíamos reconocerle como Rey  además de Salvador. Siendo siervos de Cristo nuestras vidas tendrían que reflejar el hecho de que siendo hijos de Dios somos miembros del Cuerpo de Cristo que es su Iglesia y que como miembros de su Cuerpo: “De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros de gozan con él” (1 Corintios 12:12-26).
El apóstol Pablo destaca de Epafras su espíritu intercesor por los hermanos en Cristo, resaltando la íntima comunión existente con los otros miembros del Cuerpo de Cristo: “Siempre rogando encarecidamente por vosotros con sus oraciones”. Nos lo podemos imaginar humildemente recogido en el interior de su aposento “y cerrada la puerta orando a su Padre que está en secreto, y su Padre que ve en lo secreto lo recompensará en público” (Mateo 6: 6). Epafras no se lisonjeaba públicamente de lo que hacía en lo secreto. Pero de una manera u otra su labor en la intimidad Pablo la reconoce públicamente.
Epafras “rogaba encarecidamente” por todos los hermanos para que se mantuviesen “firmes”. El diablo siempre se encarga de perjudicar a los hijos de Dios. Un ejemplo de la maldad del diablo lo tenemos en Job. Todos los hijos de Dios de alguna manera u otra tenemos algo de Job y necesitamos amigos no como los de Job que hacían leña del árbol caído añadiendo más dolor a su sufrimiento. Tenemos que orar los unos por los otros para que permanezcamos “firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere”. Ser perfectos como el Padre celestial quiere decir que lo seamos. No lo vamos a conseguir mientras nos encontremos en este mundo. Todos somos débiles. Tropezamos a menudo, por lo que estamos inmersos en una permanente lucha por la perfección. En vez de dedicarnos a las habladurías y a los cuchicheos el comportamiento de Epafras sea el nuestro: Rogando encarecidamente por todos los hermanos.