APOCALIPSIS 2: 7
“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu
dice a las iglesias. Al que venza le daré de comer del árbol de la vida, el
cual está en medio del paraíso de Dios”
¿Qué
escuchan nuestros oídos? ¿Los cánticos de sirenas que nos seducen con sus
promesas de satisfacer la sensualidad que clama a gritos que sea satisfecha? El
texto nos dice que escuchemos, que prestemos atención a lo que el Espíritu
tiene que decirnos, a las iglesias, a los creyentes en particular y a los
inconversos en general. ¡Con cuánto
empeño no busca la mujer la dracma perdida! De manera parecida tenemos que
esforzarnos para que nuestros oídos tengan filtros que impidan la entrada de
canciones sensuales que entonan las sirenas de nuestros días para destruirnos
de manera parecida que pretendieron hacerlo con Ulises. El personaje mitológico
de la antigua mitología griega comprende la irresistible atracción que los
cánticos de las sirenas ejercían en los marineros que los escuchaban. Ordena a
sus compañeros de viaje que le aten en el mástil del barco para impedir
dirigirse hacia la destrucción. Es una lucha constante contra la atracción que
los placeres del mundo que representan los cánticos de las sirenas. Por todos
lados nos llegan mensajes seductores que tienen el propósito de apartarnos del
camino a la vida eterna.
Si
deseamos vencer la irresistible atracción de los cánticos sensuales de sirenas que llegan hasta
nuestros oídos que pretenden que nos estrellemos contra los arrecifes que nos
lleva a la condenación eterna, tenemos que ser conscientes de nuestra debilidad
y pedirle al Señor la fortaleza necesaria para hacer oídos sordos y no ser
seducidos por sus encantamientos.
La
segunda parte del texto que comentamos dice: “Al que venza le daré de comer del árbol de la vida, el cual
está en medio del paraíso de Dios”. Este texto nos conduce a Génesis 3: 24:
“Echó pues al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una
espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del
árbol de la vida”. Por un lado, la prohibición de acercarse al árbol de la vida
tenía por objetivo que la raza humana en su totalidad estuviese eternamente
condenada. Por el otro, gracias a los sacrificios de unos animales que hizo
Dios con las pieles de los cuales cubrió la desnudez de nuestros primeros
padres, puso a Adán y Eva y a sus descendientes por la línea de Set a tener
acceso al árbol de la vida que es Jesús que derramó su sangre para que pudiésemos
heredar el paraíso recuperado eternamente y sin posibilidad de volverlo a
perder.
APOCALIPSIS 3: 18
“Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas
rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de
tu desnudez, y unge tus ojos con colirio, para que veas”
Este texto enlaza tres prioridades que tiene
el ser humano que al no satisfacerse plenamente, crea confusión, amargura y
problemas síquicos.
La riqueza es el motor de la actividad humana.
Se amasan fortunas al precio de esquilmar a los trabajadores, imponiéndoles
trabajos de esclavo, esquilmando los sueldos hasta convertirlos en salarios de
hambre. Por su parte los trabajadores se
imponen largas jornadas laborales para ganar más dinero. A los empresarios que
nos les importa la explotación a que someten a sus obreros, se comportan como
el rico de la parábola. Tienen que engrandecer sus almacenes para que puedan
guardar los bienes acumulados. La respuesta a su codicia es: “Necio esta noche
vienen a pedirte tu alma y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lucas 19:
20). Tanto empresarios como asalariados
tienen que seguir el consejo de Dios de “que de mí compres oro refinado
en fuego para que seas rico”. “El que confía en sus riquezas se
marchitará”
(Proverbios 11: 28).
Otra cosa que preocupa al ser humano es
el vestir. El mundo de la moda mueve
millones de millones de euros. El impacto publicitario tiene sus efectos.
Hombres y mujeres buscan causar buena impresión. Procuramos acicalarnos lo
mejor posible para crear admiración. Pero nos olvidamos de que a quien debemos
agradar, causar buena impresión, es a
Dios, no al hombre. El texto nos dice que tenemos que vestirnos con vestiduras
blancas para que no se descubra la vergüenza de nuestra desnudez. El texto no
nos pide que nos vistamos con túnicas como lo hacían los antiguos. Las túnicas
blancas simbolizan que la sangre de Cristo ha cubierto nuestra desnudez. Adán y
Eva después de pecar descubrieron que iban desnudos e intentaron cubrir su
desnudez con los delantales que confeccionaron con hojas de higuera. Siguieron
desnudos y, avergonzados se escondieron de la presencia de Dios. La industria
de la moda intenta cubrir la desnudez que avergüenza.
La ceguera es un problema porque limita la
movilidad del ciego. Espiritualmente somos ciegos. Tenemos ojos para ver pero
no vemos. Con los ojos de la cara vemos
los obstáculos que se nos presenta y los evitamos. A Dios le interesan los ojos
del alma. Por ello nos pide que nos pongamos colirio en los ojos del alma para que podamos ver la realidad espiritual a
través de la espesa niebla que nos envuelve. Los problemas sociales que nos
acosan se deben a nuestra ceguera espiritual. Tropezamos contra los obstáculos
que se nos presentan. Intentamos arreglarlos y las cosas empeoran. ¡Cuán
necesaria es la sangre de Jesús que es el colirio que nuestros ojos
espirituales necesitan para recobrar la visión y así poder recorrer por el
camino de la vida sorteando los obstáculos que aparecen en él.