diumenge, 5 d’abril del 2020


DEUTERONOMIO 12:29

“Porque hasta ahora no habéis entrado al reposo y a la heredad que os da el Señor vuestro Dios
La conquista de la Tierra Prometida está a punto de empezar. Durante los cuarenta años de travesía por el desierto, la meta estaba lejos, ahora los ojos de los israelitas  la contemplarán y los pies  pronto la pisarán. Entiendo que la  Tierra Prometida es una figura del Reino de Dios eterno porque tenía que ser una teocracia perfecta. El gobierno de Dios. Meta que jamás se alcanzó porque el pecado siempre hizo de las suyas. Los verdaderos hijos de Abraham que tenían puestos los ojos en el Invisible que esperaban el pleno cumplimiento de la promesa no la obtuvieron porque el reino de Dios, en un aspecto es presente, pero la plena instauración es futura.
Lo que fue una realidad para los verdaderos israelitas, los auténticos hijos de Abraham, lo es también para los verdaderos cristianos que hemos sido convertidos en templo del Espíritu Santo. Anhelamos disfrutar del pleno reposo. A pesar de que Jesús dijo a los suyos: “La paz os dejo, mi paz os doy, yo no os la soy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14: 27). Es cierto que la paz que Jesús da a los suyos anida en los corazones de quienes creen en Él, pero  no la poseen al cien por cien. Aun cuando la sangre de Jesús limpia todos nuestros pecados, lo cierto es que seguimos siendo pecadores que con el apóstol Pablo tenemos que confesar: “Lo que no quiero hacer esto hago”. Hasta el día de la resurrección no será extirpado el pecado que perdura en nuestra carne y, sea “sorbida la muerte en victoria” (1 Corintios 15:54). “La carne ni la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción” (v. 56).
Los verdaderos cristianos como los verdaderos hijos de Abraham no encontraron el verdadero reposo cuando entraron en la Tierra Prometida, nosotros que estamos en la carne y que ya somos ciudadanos del reino de Dios tampoco disfrutamos del pleno reposo. De alguna manera no seremos ciudadanos del Reino de Dios de pleno derecho  hasta que no llegue el día de la resurrección. En aquel día cuando el pecado habrá sido extirpado de nosotros, la muerte vencida, la corrupción revestida de incorrupción, no gozaremos plenamente la paz de Dios. Caminamos por fe, no por vista.


LUCAS 10:3

“Id, he aquí yo os envió como corderos en medio de lobos”
Estando Jesús con sus discípulos junto al pazo de Jacob, les dijo: “He aquí os digo: Alzad vuestros ojos  y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (Juan 3:35). Con estas palabras Jesús no se dirige exclusivamente a sus discípulos, también lo hace a nosotros  para que abramos los ojos para que miremos a nuestro alrededor, cercano y lejano, y nos demos cuenta de la gran necesidad que tienen las personas de creer en Jesús.
En el contexto del texto que meditamos Jesús además de sus doce discípulos escoge a otros setenta que envía de dos en dos delante de Él a toda ciudad y lugar  en donde él tenía que ir , y les dijo: “La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos, por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies (v.2).
¿Cómo es el campo al que Jesús envía a sus discípulos a segar su mies? El texto que sirve de base a esta meditación nos lo dice con toda claridad: “Yo os envío como corderos en medio de lobos”. El mundo en el que nos encontramos y al cual tenemos que evangelizar no es un vergel que respira paz y tranquilidad, sino un desierto en donde manadas de lobos aúllan hambrientos en busca de sus presas. Es un símil que nos alerta de lo difícil que va ser para los enviados a segar puedan realizar su tarea evangelizadora.
Podemos caer en el error de creer que quienes Jesús envía a segar la mies tienen que tener poderes de supemen o superwomen. Nada de eso. Son personas normales, frágiles como vasijas de barro que se rompen con suma fragilidad. Que pueda darse personas enviadas a  realizar tareas especiales necesitadas de dones adecuados a la especialización de la tarea, sin duda alguna. Pero estas personas escogidas para tarea extraordinarias no dejan de ser vasijas de barro fácilmente rompibles.  Es al pueblo de Dios en general al que Jesús le dice: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado, y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28: 18-20). El segador, vaso frágil, fácilmente rompible se fortalece en el Señor.



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