dilluns, 27 d’abril del 2020


1 SAMUEL 15: 24

“Entonces Saúl dijo a Samuel: Yo he pecado porque he quebrantado el mandamiento del Señor y sus palabras, porque temí a pueblo y consentí a la voz de ellos. Perdona, pues, ahora mi pecado”
La confesión de Saúl es parecida al arrepentimiento que se hace en nombre de santa Bárbara cuando truena. La declaración del rey es correcta si fuese sentida. Es parecida a las peticiones de perdón que hacen las personas públicas cuando sus fechorías son descubiertas. ¿Se arrepentirían si siguiesen siendo secretos? Estos arrepentimientos ficticios los condena Jesús aplicando a los sacerdotes, escribas y fariseos las palabras del profeta Isaías: “Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrina mandamientos de hombres” (Mateo 15: 8,9).
Jesús considera “hipócritas” (v.7) a quienes practican un cristianismo de labios y que creen que basta con ser ritualistas, cumplir con los preceptos que enseña la Madre Iglesia y conformarse con la confesión ideada por el padre Sett Holmes, que los conductores sin necesidad de descender de sus vehículos puedan confesarse  en el confesionario “Drive thru” . Confesión a la carta la ideada por el padre.
Los fariseos acusaron de blasfemo a Jesús porque según ellos solamente Dios puede perdonar pecados., Era cierto lo que dijeron, (Lucas 5: 21). Jesús para demostrar que es Dios y que por lo tanto es Dios, dice a los fariseos que le acusaban de blasfemo: “¿Qué es más fácil decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate toma tu lecho y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados, dijo al paralítico: A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa. Entonces él se levantó enseguida, y tomando su lecho, salió delante de todos” (Marcos 2: 9-12).
La confesión auricular es un engaño porque el hombre no puede perdonar pecados. Es un atributo exclusivo de Dios. Facilita que los perdonados por el confesor acudan una y otra vez al confesionario. Quedan en paz con la Iglesia, pero no con Dios.
Una mujer atrapada cometiendo adulterio es conducida ante Jesús con el propósito de que la condene. Jesús pone en un aprieto a los acusadores de la mujer, teniendo que abandonar el escenario abochornados. Se quedan solos Jesús y la mujer. Jesús le dice a la mujer: “¿Dónde están los que te acusaban?  ¿Ninguno te condenó?  Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno, vete, y no peques más” (Juan 8. 3-11).
Jesús que conoce las intenciones del corazón no se le puede dar gato por liebre  como hacen los confesantes a sus confesores.


2 SAMUEL 11: 27

“Pero esto que David había hecho fue desagradable ante los ojos del Señor”
¿Qué fue lo que hizo David que desagradó al Señor? El monarca cometió adulterio e indirectamente mató a Urias el esposo de la mujer ultrajada en el vano intento de mantener secreto el pecado cometido. Pero a Dios para quien las tinieblas son como la luz del día no le pasó desapercibida la infamia cometida en el dormitorio real.
David era un hijo de Dios y el Señor como Padre que ama a su hijo desobediente tiene que reprenderle. Con esta finalidad envía al profeta Natán, quien por medio de una parábola hace que David reconozca su pecado. Natán le dice al adúltero: “Tú eres aquel hombre…Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada, por cuanto me menospreciaste y tomaste a la mujer de Urias para que fuese tu mujer…Entonces dijo David a Natán: Pequé contra el Señor. Y Natán dijo a David: También el Señor ha remitido tu pecado: No morirás. Mas por cuanto con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos del Señor, el hijo que te ha nacido ciertamente morirá… (2 Samuel 12. 1-23). Aun cuando el pecado le fue perdonado el hijo murió y la espada siempre estuvo en la casa de David.
En nuestros días cuando no se tiene en cuenta al Rey del universo y no hay Ley, y cada uno hace lo que mejor le parece, se allana el terreno para sensualidad sin freno y la lujuria se desborda, “No codiciarás a la mujer de tu prójimo” da la sensación de que este mandamiento se haya borrado del Decálogo. No es así, sigue vigente y acusando a los infractores. Siguiendo el ejemplo de David son muchos quienes cometen a escondidas el pecado sexual. No solamente las “manadas” que como lobos feroces se lanzan contra sus presas para satisfacer la lujuria de las bajas pasiones. Hombres de cuello blanco perteneciendo a la realeza, a la política, a la Iglesia, al arte, tal vez no con la brutalidad con que lo cometen las “manadas”, eso sí, guiados por la lujuria cometen pecado sexual. Cuando se descubren sus fechorías, más pronto o más tarde siempre se descubren, llegado este momento, cuando ya no se puede negar la infamia, que no se había cometido el delito, que no pueden negar su pecado, “piden perdón a sus víctimas”. A las víctimas se les tiene que pedir perdón  y éstas a su  vez tienen que perdonar a sus agresores. El Señor dice que debe ser así. Pero no es todo. El ciclo no se ha completado. El violador o el adúltero no hacen la confesión que hizo David: “Pequé contra el Señor”. Pedir perdón al hombre no perdona el pecado que se ha cometido ante Dios.

Su pecado no es perdonado y como en el Reino de Dios no tiene cabida el pecado, a pesar de que altos cargos de la Iglesia presidan los funerales  y se les alaben sus bondades y que con su bendición emprenden el viaje al Reino de Dios. Las puertas del mismo permanecerán cerradas porque en el Reino de Dios no tiene cabida nada inmundo. Mal despertar al descubrir que el perdón eclesiástico ha servido para conducirlos al abismo infernal.



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