dilluns, 2 de desembre del 2019


SALMO 37: 39

“Pero la salvación de los justos es del Señor, y Él es su fortaleza en el tiempo de la angustia”
La salvación desde el inicio hasta el final pertenece a Dios.  El ser humano no interviene para nada en su obtención. Únicamente participa cuando cree en Jesús como su único y suficiente Salvador. No debe olvidarse nunca que la fe es un regalo de Dios. El creyente en Cristo no puede vanagloriarse de la fe porque no es suya. El genio y figura hasta la sepultura se convierte en humildad desde el momento de su conversión hasta el día en que el Señor tenga a bien llamarlo a su presencia.
El texto que comentamos nos habla de la salvación de los justos. Tenemos que preguntarnos quiénes son los justos. Desde antes de la fundación del mudo Dios ha escogido a unos para salvación. Como decía antes la salvación se origina en Dios. Algo incomprensible a nuestra mente limitada que desconoce los designios del Señor. Tenemos que ir al profeta Isaías para que ilumine nuestra incapacidad de entender los propósitos de Dios: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni  vuestros caminos mis caminos, dijo el Señor. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (55: 8,9).
¿Puede el vaso discutir con el alfarero que lo moldeó? Que no se nos encuentre altercando con Dios respecto a cómo le ha placido hacerla. Reconozcamos nuestra ignorancia y pidámosle fe para creer en la salvación tal como Dios la ha diseñado y realizado por su Hijo Jesús.
Un aspecto muy importante de la salvación de Dios realizada por su Hijo unigénito, lo da a conocer Jesús cuando dice en el contexto de su declaración de ser el Pastor de la ovejas: ”Mi Padre que me las dio es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (Juan 10: 29). Las ovejas que el Padre ha dado a su Hijo para que las pastoree en su peregrinaje por el valle de sombra de muerte no tienen que temer mal alguno porque el Buen Pastor está con ellos y la vara y el cayado les infunde aliento. Con Buen Pastor como lo es Jesús, no tenemos por qué temer mal alguno porque es el escudo que nos protege de los dardos de fuego que el maligno lanza contra nosotros.
El Buen Pastor es nuestra fortaleza en tiempo de dificultad. Quienes forman parte del rebaño que Jesús pastorea no deben temer por su futuro. Aun cuando la travesía por el valle de sombra de muerte sea larga, el enemigo de nuestras almas no tiene nada que hacer: “Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (Juan 10: 29). Los pensamientos del Señor son más altos que los nuestros. Aceptémoslos tal cual han sido revelados.


ISAÍAS 43: 11

“Yo soy el Señor, y fuera de mí no hay quien salve”
El texto que comentamos es una declaración de Dios que no da lugar a dudas. No existen diversos medios de salvación. Cada declaración de ser una camino de salvación, según el Dios de la Biblia, es falso. Según este Dios fuera de Él no hay quien salva a los pecadores. Los hombres pueden negar que Jesús sea el único camino al Padre porque “en ningún otro hay salvación, porque no hay otro Nombre bajo el cielo dado a los hombres en que podamos ser salvos” (Hechos 4: 12). Dicha negación no expulsa a Jesús del escenario. Sigue siendo “la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo” (v.11). Lo es porque con su muerte y resurrección  destruyó el aguijón de la muerte que es el pecado.
El papa Francisco en la homilía que pronunció el 1 de octubre  de 2019, en la apertura del mes de las misiones dijo mucho sobre el bautismo que no coincide con lo que la Biblia dice al respecto: “Esta vida (la sacramental) se nos concede en el bautismo, el cual nos otorga el don de la fe en Jesucristo, el Vencedor del pecado y de la muerte”. El apóstol Pablo desmiente la opinión del papa de que la fe se nos concede en el bautismo, cuando escribiendo a los cristianos en Roma, dice: “Así que la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Dios”  (Romanos 10:17). Cuando Jesús iba a ascender a los cielos  recordó a la iglesia incipiente  cuál sería su misión en un mundo envuelto de tinieblas espirituales: “Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones. Las iglesias locales tienen como principal objetivo predicar del Evangelio para que los perdidos, por el don de la fe que el Espíritu Santo concede a los elegidos, puedan creer  en el único Nombre bajo los cielos, dado a los hombres, en que puedan ser salvos”. A partir de este momento en que las personas son salvas por la fe en el Nombre de Jesús es cuando deben bautizarse en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28: 19).
La tarea de las iglesias no finaliza con hacer discípulos y bautizarlos. El encargo de Jesús prosigue: “Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (v.20).
Como la voluntad del diablo es introducirse en el seno de las iglesias camuflado de ángel de luz, la responsabilidad de los pastores es recordar una y otra vez a los fieles que fuera de Jesús no existe salvación posible y que el bautismo es el testimonio del bautizado que ha creído en Jesús muerto y resucitado. La salvación es por fe, no por obras, para que nadie se vanaglorie. Muchos bautizados no entrarán en  el Reino de Dios porque el agua bautismal no ha limpiado sus pecados. Tengamos la certeza de que la sangre de Jesús nos haya limpiado todos nuestros pecados.



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