SALMO 37: 39
“Pero
la salvación de los justos es del Señor, y Él es su fortaleza en el tiempo de
la angustia”
La salvación desde el inicio hasta el
final pertenece a Dios. El ser humano no interviene para nada en
su obtención. Únicamente participa cuando cree en Jesús como su único y
suficiente Salvador. No debe olvidarse nunca que la fe es un regalo de Dios. El
creyente en Cristo no puede vanagloriarse de la fe porque no es suya. El genio
y figura hasta la sepultura se convierte en humildad desde el momento de su
conversión hasta el día en que el Señor tenga a bien llamarlo a su presencia.
El texto que comentamos nos habla de la
salvación de los justos. Tenemos que preguntarnos quiénes son los justos. Desde
antes de la fundación del mudo Dios ha escogido a unos para salvación. Como
decía antes la salvación se origina en Dios. Algo incomprensible a nuestra
mente limitada que desconoce los designios del Señor. Tenemos que ir al profeta
Isaías para que ilumine nuestra incapacidad de entender los propósitos de Dios:
“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo el Señor.
Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que
vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (55: 8,9).
¿Puede el vaso discutir con el alfarero
que lo moldeó? Que no se nos encuentre altercando con Dios respecto a cómo le
ha placido hacerla. Reconozcamos nuestra ignorancia y pidámosle fe para creer
en la salvación tal como Dios la ha diseñado y realizado por su Hijo Jesús.
Un aspecto muy importante de la salvación
de Dios realizada por su Hijo unigénito, lo da a conocer Jesús cuando dice en
el contexto de su declaración de ser el Pastor de la ovejas: ”Mi Padre que me
las dio es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”
(Juan 10: 29). Las ovejas que el Padre ha dado a su Hijo para que las pastoree
en su peregrinaje por el valle de sombra de muerte no tienen que temer mal
alguno porque el Buen Pastor está con ellos y la vara y el cayado les infunde
aliento. Con Buen Pastor como lo es Jesús, no tenemos por qué temer mal alguno
porque es el escudo que nos protege de los dardos de fuego que el maligno lanza
contra nosotros.
El Buen Pastor es nuestra fortaleza en
tiempo de dificultad. Quienes forman parte del rebaño que Jesús pastorea no
deben temer por su futuro. Aun cuando la travesía por el valle de sombra de
muerte sea larga, el enemigo de nuestras almas no tiene nada que hacer: “Mi
Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la
mano de mi Padre” (Juan 10: 29). Los pensamientos del Señor son más altos que
los nuestros. Aceptémoslos tal cual han sido revelados.
ISAÍAS 43: 11
“Yo
soy el Señor, y fuera de mí no hay quien salve”
El texto que comentamos es una
declaración de Dios que no da lugar a dudas. No existen diversos medios de
salvación. Cada declaración de ser una camino de salvación, según el Dios de la
Biblia, es falso. Según este Dios fuera de Él no hay quien salva a los
pecadores. Los hombres pueden negar que Jesús sea el único camino al Padre
porque “en ningún otro hay salvación, porque no hay otro Nombre bajo el cielo
dado a los hombres en que podamos ser salvos” (Hechos 4: 12). Dicha negación no
expulsa a Jesús del escenario. Sigue siendo “la piedra reprobada por vosotros
los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo” (v.11). Lo es
porque con su muerte y resurrección
destruyó el aguijón de la muerte que es el pecado.
El papa Francisco en la homilía que
pronunció el 1 de octubre de 2019, en la
apertura del mes de las misiones dijo mucho sobre el bautismo que no coincide
con lo que la Biblia dice al respecto: “Esta vida (la sacramental) se nos
concede en el bautismo, el cual nos
otorga el don de la fe en Jesucristo, el Vencedor del pecado y de la muerte”.
El apóstol Pablo desmiente la opinión del papa de que la fe se nos concede en
el bautismo, cuando escribiendo a los cristianos en Roma, dice: “Así que la fe
es por el oír, y el oír por la palabra de Dios”
(Romanos 10:17). Cuando Jesús iba a ascender a los cielos recordó a la iglesia incipiente cuál sería su misión en un mundo envuelto de
tinieblas espirituales: “Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones.
Las iglesias locales tienen como principal objetivo predicar del Evangelio para
que los perdidos, por el don de la fe que el Espíritu Santo concede a
los elegidos, puedan creer en el único
Nombre bajo los cielos, dado a los hombres, en que puedan ser salvos”. A partir
de este momento en que las personas son salvas por la fe en el Nombre de Jesús
es cuando deben bautizarse en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo” (Mateo 28: 19).
La tarea de las iglesias no finaliza con
hacer discípulos y bautizarlos. El encargo de Jesús prosigue: “Enseñándoles que
guarden todas las cosas que os he mandado” (v.20).
Como la voluntad del diablo es
introducirse en el seno de las iglesias camuflado de ángel de luz, la
responsabilidad de los pastores es recordar una y otra vez a los fieles que
fuera de Jesús no existe salvación posible y que el bautismo es el testimonio
del bautizado que ha creído en Jesús muerto y resucitado. La salvación es por
fe, no por obras, para que nadie se vanaglorie. Muchos bautizados no entrarán
en el Reino de Dios porque el agua
bautismal no ha limpiado sus pecados. Tengamos la certeza de que la sangre de
Jesús nos haya limpiado todos nuestros pecados.
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