SALMO 12: 6
“Las
palabras del Señor son palabras limpias, como plata refinada en horno de
tierra, purificada siete veces”
El salmista comienza su poema con estas
palabras: “Salva, oh Señor, porque se acabaron los piadosos. Porque han
desaparecido los fieles de entre los hijos de los hombres. Habla mentira cada
uno con su prójimo. Hablan con labios lisonjeros, y con doblez de corazón” (vv.
1,2). Viviendo en un mundo tan malvado como esboza el salmista, ¿qué
posibilidad tiene el fiel de salir victorioso en la lucha contra el mal ajeno y
propio? El salmista responde a esa pregunta: “Tú, Señor los guardarás, de esta
generación, los preservarás para siempre” (v.7). Y, ¿cómo lo hace?
La Palabra de Dios nos dice que los
cristianos no tenemos que dejarnos contaminar de la corrupción existente en
este mundo gobernado por Satanás. El Señor nos protege de ella. Lo hace por
medio de nuestra voluntaria participación en la contienda con la colaboración
de su Palabra y del Espíritu Santo que la grava en nuestro corazón. El salmista
lo dice en plural: “Las palabras del Señor”. Todos los dichos de su boca se
resumen en una sola palabra: Ley. Todas las palabras que pronuncian los labios
del Señor y que han quedado registradas
en la biblia “son palabras limpias” que tienen poder para limpiar los
corazones contaminados de pecado. Así se consigue que resplandezcan.
La Palabra de Dios es como un crisol que
cuando el creyente se introduce en él, tiene el poder de separar el oro que es
el fiel de las escorias que es el pecado. A medida que las escorias se vayan
separando, el oro irá brillando con más fulgor. El salmista se hace esta
pregunta: “¿Con qué limpiará el joven su camino? En lugar de joven podemos
poner nuestro propio nombre. ¿Con qué limpiará el lector su camino? El salmista
responde. “Con guardar tu palabra” (Salmo 119: 9). Esa es la tarea que como
cristianos nos compete hacer en medio de una generación corrompida por el
pecado. Recuerdo al lector que el lavado de los pies debe hacerse
periódicamente pues durante el peregrinaje por este mundo el polvo del pecado
se adhiere en nuestros pides. Si no los lavamos, nuestro testimonio se
resentirá. Si nos parecemos mucho a los incrédulos, ¿cómo van estos a escuchar
nuestras palabras? El mensaje no será creíble.
PROVERBIOS 14: 17
“El
que fácilmente se enoja hará locuras y el hombre perverso será aborrecido”
Otras versiones dicen: “El hombre pronto
a la ira obra neciamente”. ¿Cuál es la causa de que una persona explote con
facilidad y se deje arrastrar por la ira o el enojo? Algo habrá tocado a su
fibra sensible: el amor propio. Se siente ultrajado. Una opinión contraía a la
propia es como una cerilla encendida arrojada dentro de un bidón de gasolina.
El estallido es inmediato y el daño irreparable.
La persona de enojo fácil, fácilmente irritable,
comete muchas necedades y locuras normalmente irreparables. Es un narciso que
no puede soportar opiniones distintas a las suyas. Las relaciones se resienten,
llegando incluso a romperse. La Biblia nos avisa de los peligros de ser sabio
en la propia opinión. Quien pronto se sube por las paredes tiene un problema
espiritual que no curarán ni sicólogos
ni siquiatras. Ni las pastillas recetadas consiguen la tranquilidad. Quien se
da pronto a la ira no padece una enfermedad mental, sino una de espiritual que
únicamente puede curar Jesús que es el Médico del alma. Si Jesús no interviene
en el proceso curativo, la persona iracunda no será consciente de su pecado. Si
algún indicio de iracundia observa en sí mismo la achacará a la responsabilidad
del otro. La responsabilidad, según su opinión recaerá en el otro, no en sí
mismo.
La Biblia cita el caso de Moisés que a
pesar de ser considerado el más humilde de los hombres, cayó en la trampa de
enojarse fácilmente. Dios le ordenó que hablara a la roca para que de ella
brotase el agua que el pueblo pedía. Ante la infidelidad a Dios de quienes
demandaban agua, en vez de hablar a la roca como le ordenó, Moisés airado la
golpeó dos veces con su bastón. El comportamiento de Moisés tuvo sus
consecuencias. No pudo poner los pies en la Tierra Prometida. Se le permitió
verla desde lo alto del monte. Se le prohibió su entrada.
Si un hombre de la calidad moral y
espiritual de Moisés se dejó llevar por el enojo fácil, ¿Qué será de nosotros
que no le llegamos ni a la suela de sus zapatos?. El ser humano no acostumbra a
ver sus propios errores. Los creyentes en Jesús debemos pedirle que nos muestre
los que están ocultos. Para ello necesitamos humildad. Aprended de mí que soy
maso y humilde de corazón, nos dice Jesús. Señor, soy ciego y no me doy cuenta
de mi iracundia. Abre mis ojos para que pueda verla y pedirte perdón por este
pecado que tanto afea mi vida y que impide que los hombres puedan ver tu gloria
en mí. Perdóname Señor y haz que con tu
ayuda pueda quitarme de encima este pecado que tan a menudo me impide ser una
luz que alumbre en las tinieblas de este mundo. ¡Ayúdame Señor, en verdad te
necesito!
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