dilluns, 12 de novembre del 2018


ROMANOS 14: 19

“Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación”
El capítulo 14 de Romanos pienso que debería ser n texto leído con cierta frecuencia porque trata el tema de las relaciones humanas. Debe tenerse en cuenta su contenido porque creo que  muchos desacuerdos se resolverían pacíficamente  y las relaciones humanas no sufrirían debido a los puntos de vista distintos.
Las diferencias de opinión si no van engrasadas con el amor de Dios pueden dar lugar a desavenencias que afecten a las relaciones personales que no son propias de cristianos y que a la vez afean el testimonio que tenemos que dar en un mundo que no se caracteriza precisamente en amar al prójimo.
Dada nuestra naturaleza pecadora, a pesar de que la sangre de Cristo nos haya limpiado todos nuestros pecados y que los ha arrojado en el fondo del mar y no se acuerda de ellos, lo cierto es que seguimos siendo pecadores que caminamos hacia la perfección que caracteriza al Padre celestial. Amarnos los unos a los otros a menudo deja mucho que desear. Por ello el arrepentimiento es necesario para obtener el perdón de Dios y de la misma manera que Él perdona nuestros muchos pecados tenemos que perdonar al hermano que motivado por el desacuerdo haya podido pecar contra nosotros.
Hasta que no llegue el día que nuestros ojos contemplarán la gloria de Dios y hayamos alcanzado la perfección a la que somos llamados, nuestras imperfecciones actuales nos juegan muchas malas pasadas. Mientras no hayamos alcanzado la plena salvación y arrastremos el pecado que permanece vivo en nuestros corazones, durante nuestro peregrinaje terrenal “sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación”. Es una labor que tenemos que cultivar con mucho esmero pues es muy probable que nuestra conducta pueda interferir la paz que debe existir entre hermanos en Cristo. El arrepentimiento debe formar parte de nuestra dieta cristiana diaria.


SALMO 4: 8

“En paz me acuesto y duermo, porque solamente Tú me haces vivir confiado”
Vivimos en la época de los ansiolíticos, los fármacos que se utilizan para combatir la ansiedad y, con ello el desasosiego existente en el alma, los productos que nos ayudan a conciliar el sueño. Se dice que muchos de dichos fármacos  son inocuos, que pueden tomarse sin temor alguno. Lo cierto es que estos medicamentos son adictivos. Tal vez no lo sean tanto como otras drogas, pero lo son. Lo que sí es cierto es que estos fármacos únicamente tratan los síntomas pero no la causa que produce la ansiedad y el insomnio.
La sociedad actual con la masificación del ateísmo, la necedad de decir que Dios no existe se encuentra desprotegida contra los trastornos del alma. Sin Dios el alma se ha convertido en un mar tempestuoso que agita todavía más la ansiedad y el insomnio que le acompaña. El profeta Isaías describe la tempestad que sacude en lo íntimo del alma, con estas palabras: “Pero los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo. No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos” (Isaías 57: 20,21). El profeta limita la ansiedad y el insomnio a los impíos. La razón de ello se debe a que cuando la ansiedad que lleva al insomnio aparece no saben a dónde ir en busca del remedio. Solución: las pastillas que fabrican las farmacéuticas.
Calmar la tempestad del alma únicamente puede hacerlo Jesús que es el Médico del alma. Sin Él nos sentimos abandonados y no sabemos en dónde acudir para encontrar la paz necesaria. Los sanos, los que creen que no  tienen ningún problema espiritual,  no tienen necesidad del Médico que cura sus dolencias espirituales. Los que se dan cuenta de la enfermedad de su alma son quienes irán al Facultativo que perdona los pecados y restaura el alma. Tenemos que ser conscientes de nuestra dolencia espiritual e ir a Jesús para que la cure.  ¿Lo hacemos? Dejaremos que los tabúes contra la religión y contra Dios, que son  de instigación satánica,  nos impidan acudir a Jesús para que cure la dolencia de nuestra alma?
En Mateo 6: 25-34, el texto en el que Jesús enseña a que  nos fijemos en las aves del cielo y en los lirios del campo, nos dice que sin que tengan que hacer nada Dios cuida de ellos, provee sus necesidades. Con ello nos insta a que pongamos la mirada en Él, a que creamos en Él, porque únicamente de Él nos viene el socorro que necesitamos. Si tenemos presente el cuidado que el Creador tiene de la creación, ¿no va a cuidar de nosotros que nos ha creado a su imagen y que en Jesucristo su Hijo nos da vida eterna?
Si Dios cuida de los impíos que le maldicen, ¿cómo no va a cuidar de sus hijos? ¿Tendrá que decirnos: “Hombres de poca fe, ¿por qué dudáis?”, como dijo a sus discípulos cuando la tempestad los cogió navegando con la barca por el Mar de Galilea? Como somos personas de poca fe, digámosle: “¡Auméntanosla, Señor!



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