LA PLAGA DEL DIVORCIO
<b>El divorcio se le considera un
ejercicio de libertad cuando en realidad es un camino hacia la destrucción
moral</b>
“Cada cinco minutos se rompe un matrimonio en
España, país con la tasa más elevada de Europa en rupturas y la más baja en
nupcialidad. Uno de cada siete matrimonios se rompe antes del quinto
aniversario. Se producen siete rupturas por cada diez matrimonios (Son cifras
del último informe sobre nupcialidad y ruptura del Instituto de Política
Familiar elaborado con datos del Instituto Nacional de Estadística) ¡Terrible!
Las estadísticas son frías. Detrás de ellas se
encuentran personas con nombres y apellidos. No números del DNI o de la
Seguridad Social. Acierta <b>Eduardo Herfelder</b>, presidente del
Instituto de Política Familiar cuando escribe: “Es que estamos hablando de
dramas familiares, de fracasos personales, dolor humano…No debe olvidarse nunca
que detrás de cada persona que se divorcia existe un conflicto para resolver y
un drama familiar”. <i>Un conflicto para resolver</i>, a mi parecer
es el quid de la cuestión. Las personas espiritualmente hablando están muertas.
El drama del divorcio no se debe a los cambios sociales que se producen y que
han llevado al crecimiento del individualismo, al hecho de que la mujer haya
entrado en el campo laboral con lo que se da menor dependencia económica del
marido y de que se sea menos tolerante. El problema real es: ¿Cómo son las
personas que se casan? Parece ser que el porcentaje de divorcios es el mismo
entre las personas que han pasado por la vicaría, por el juzgado, o que se
limitan a vivir juntas para no tener que pasar por los formalismos sociales.
Las personas que han formalizado un matrimonio legal son más responsables de su
fracaso que las que no lo han hecho. Lo que incrementa la responsabilidad de
los <i>legalistas</i> es que en el momento de contraer matrimonio,
sea religioso o civil, es que ha existido un juramento de fidelidad mutua
mientras vivan y el compromiso de ayudarse mutuamente en la prosperidad y en el
infortunio. El juramento se ha roto. El pacto se ha quebrantado, sea por
conveniencia mutua o porque uno de los
conyugues lo rompe unilateralmente. No importa. El drama está servido. Como
dice el siquiatra <b>Luís Rojas Marcos</b>. “En las diligencias de
divorcios alguien sale siempre malparado. Con independencia de las motivaciones
que llevan a los matrimonios a separarse, la verdad es que no existen
separaciones amistosas. La ruptura de las parejas es una de las experiencias
más amargas que puede sufrir las personas”. <b>Mariela
Michelene</b>, escribe: “No se puede evitar el dolor, es como alguien
cercano muere. En una ruptura también se da la pérdida de un ser querido de
forma concreta y real. Pierdes la rutina de esta persona, el presente y el
futuro”. Y la experiencia de una divorciada: “Antes no había apreciado lo que
es ser madre sola, yo estoy en una situación muy afortunada porque no tengo
problemas económicos. Es duro pasar por una separación y a la vez ser madre,
realmente duro” (<b>Chantelle Haughton</b>).
Volvamos a los <i>fracasos
personales</i>. ¿Por qué hay tantos? La imagen del hombre (macho y
hembra) perfecto, sin fisuras emocionales se rompió en el paraíso con el pecado
de Adán. Antes de la desobediencia las
relaciones de Adán y Eva no tenían encontronazos. Mantenían plena sintonía. Era
algo parecido a una sinfonía sin notas discordantes. Tan pronto como el pecado
se introdujo en sus vidas se manifestó el desacuerdo. Se reprocharon mutuamente
la responsabilidad de la tragedia. ¿Qué se encuentra en el ser humano que
provoca los divorcios? Esto es lo que hay en los corazones de los hombres y
mujeres que se unen en matrimonio: “adulterio, fornicación, inmundicia,
lascivia…enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, …envidias,
homicidios, borracheras, orgías y cosa semejantes a estas…” (Gálatas 5: 19-21).
Unas personas que convivan con estas características personales, ¿por qué debe
extrañarnos que no se soporten y decidan divorciarse”. Si no fuese por la
gracia de Dios que de alguna manera frena el impulso pasional, ningún
matrimonio acabaría bien.
En cierta ocasión unos fariseos (grupo
religioso) se le acercaron a Jesús con el propósito de probarlo. Le dijeron:
“Si era lícito para un hombre repudiar a su mujer”. Jesús les respondió: “¿Qué
mandó Moisés?” Le respondieron: “Moisés permitió escribir un acta de divorcio,
y de repudiar”. Luego Jesús expone la razón por la que Moisés autorizó el
divorcio: “Debido a la dureza de vuestro corazón, os escribió este
mandamiento”. Pero Dios, les dice Jesús, no acepta esta permisividad: “Desde el
inicio de la creación Dios los hizo varón y hembra. Por esto el hombre dejará a
su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne,
así que no son ya más dos, sino uno. Por tanto, lo que Dios
juntó, no lo separe el hombre” (Marcos 10: 2-9). Ante la plaga de divorcios que
tanto dolor aporta, ¿ha unido Dios para
siempre a quienes en la ceremonia nupcial se les dice: “lo que Dios ha unido, no
lo separe el hombre? Evidentemente no.
Las características que cita Gálatas 5 que
hemos leído dice que son obras de la carne, que son realizadas por personas que
no se han convertido a Cristo. Dicho de otra maneras poseen “corazones de
piedra” En cambio, los conversos a Cristo que son guiados por el Espíritu Santo
y que tienen “corazones de carne”, su peculiaridad es: “amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5.22, 23).
Son como la noche y el día. La carne y la piedra no tienen nada en común. Una pareja
que manifiesta el fruto del Espíritu no es perfecta. Se les presentarán
situaciones difíciles que crearan tensiones, como tienen a Jesús a su lado las tensiones se dulcificarán.
Marido y mujer juntos pedirán perdón al Señor
por su parte de culpabilidad, lo cual hará que se vacíe la mochila de la
discordia lo cual hará que el viaje sea más llevadero.
Octavi
Pereña i Cortina
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