dilluns, 19 de novembre del 2018


1 SAMUEL 28: 6,7

“Y consultó Saúl al Señor, pero el Señor no le respondió…Entonces, Saúl dijo a sus sirvientes: Busquemos a una mujer que tenga espíritu de adivinación, para que yo vaya a ella y por medio de ella pregunte” 
Quim Monzó comentando los engaños de Sylvia Browne, una de las videntes más prestigiosas del mundo, dice: “Mucha gente no puede entender como sus libros encabezan las listas de los más vendidos. Aun ahora, estas dos semanas tras su muerte, en Amazón se venden como rosquillas. ¿Por qué? Pues porque, a parte de algunas excepciones, la gente es básicamente burra, dicho sea con todo respeto”.
Maimónides, el filósofo judío nacido en Córdova tiene algo que decir al respecto: “Atribuimos poderes sobrenaturales a los astros y a los signos de zodíaco “no son sino farsa y engaño”. Aconseja: “No te pase por la cabeza hacer caso a las locuras de astrólogos y exorcistas. Todas estas cosas ni tan solo merecen que las escuche un hombre de bien y mucho menos creídas”. Refiriéndose a las fábulas de los curanderos, Maimónides escribió: “Estas cosas no son más que engaños y mentiras con las que los antiguos idólatras embaucaron a muchos pueblos ganándolos así para unas falsas doctrinas, y no está bien que los hijos de Israel, que son un pueblo intelectualmente superior a los otros, crea también semejantes vanidades ni que crean que les pueden aportar algún beneficio”.
La Biblia es muy clara respecto al tema que comentamos:
        “Porque los terafines han dado vanos oráculos, y los adivinos han visto mentira, han hablado sueños vanos, y vano es su consuelo, por lo cual el pueblo vaga como ovejas, y sufre porque no tiene pastor” (Zacarías 10:6).
Consultar a los distintos medios de adivinación no aporta sabiduría a quienes los examinan. El Señor considera a sus seguidores como ovejas extraviadas que no tienen pastor.
        “Y a la persona que atienda a encantadores o adivinos, para prostituirse tras ellos, yo pondré mi rostro contra la tal persona, y la cortaré de entre su pueblo” (Levítico 20:6).
Consultar a encantadores o adivinos significa no tener en cuenta Dios que es la luz que el ser humano necesita para que ilumine su camino y así pueda sortear los peligros que se presentarán en su recorrido.
La conversión a Cristo corta los lazos que unen a las prácticas ocultistas porque libera del dominio de Satanás, el señor de las tinieblas, que las promueve. Por la predicación de Pablo, los efesios que creyeron en Jesús “venían confesando y dando cuenta de sus hechos. Asimismo muchos de los que habían practicado la magia trajeron los libros y los quemaron delante de todos, y hecha la cuenta de su precio, hallaron que era cincuenta mil piezas de plata” (Hechos 19: 18,19). La luz y las tinieblas no pueden ir juntas en una misma persona. Debe escogerse o la una o la otra.

GENESIS 16: 2

“Y Abram escuchó la voz de Sarai”
“Luego vino a él (Abram) palabra del señor diciendo: No te heredará éste (el damasceno Eliezer), sino un hijo tuyo será tu heredero” (15:4). Abram creyó al Señor “y le fue contado por justicia” (v.6). A pesar que Abram se acercaba a los cien años y Sarai había perdido la costumbre de las mujeres, creyó  en la palabra de Dios. Pero, ¡ay el pero! ¡Con cuanta facilidad las dudas se presentan para desobedecer al Señor!
Los tiempos los establece el Señor, no el hombre. La impaciencia se apodera de nosotros y en vez de hacer las cosas bien las hacemos mal y tenemos que pagar las consecuencias. La ley del matrimonio dice. “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2: 24).
Abram i Sarai estaban sujetos a la ley del matrimonio que dice: “¿Acaso ignoráis, hermanos, (pues hablo a los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entretanto que éste vive? Porque la mujer casada está sujeta a la ley del marido mientras éste vive, pero si el marido muere ella queda libre de la ley del marido, si en vida del marido  se une a otro hombre será llamada adúltera, pero si su marido mure, es libre de esa lay, de tal manera que si se une a otro hombre, no será adúltera” (Romanos 7: 1-3). Esta ley puede aplicarse perfectamente al marido.
La impaciencia de Sarai para que se cumpliese la promesa del Señor de que tendrían un hijo condujo a Abram a cometer adulterio con Agar la sirvienta de Sarai. La Biblia no nos dice nada al respecto, pero es de suponer que Abram tuvo que aguantar el lloriqueo de su esposa hasta el punto que descuidó que era la cabeza de ella y se sometió a su voluntad infringiendo la ley de Dios. El pecado es pecado sea quien sea la persona que lo cometa. Del arrepentimiento de Abram no se nos dice nada, pero sí el de David que fue amonestado por el profeta Natán de haber cometido adulterio con Betsabé. A resultas de la reprensión, el adúltero escribió el salmo 51 en el que confesa públicamente el pecado cometido en privado.
El filósofo romano Seneca dijo de aquella lejana época: “A un adulterio se le llama matrimonio”. Nuestro tiempo no se distingue en nada al de aquella lejana época. ¿Cuántos adulterios se cometen hoy en día si se tiene en cuenta la ley del matrimonio que para instrucción nuestra registra la Biblia?




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