dilluns, 8 d’octubre del 2018


FILIPENSES 2. 4

“No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”
Jesús nos anuncia el gran mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente…Amarás a tu prójimo como  ti mismo” (Mateo 22: 37,39).Ver esto hecho realidad en la sociedad actual es muy difícil de contemplar. A los niños se les enseña que prioricen ser el número UNO. Dicho con otras palabras a que despierten y cultiven el egoísmo que se encuentra agazapado en las profundidades del alma. La razón por la que la egolatría se manifiesta de manera tan exuberante en gran parte se debe a que las iglesias han descuidado anunciar todo el consejo de Dios limitándose a proclamar sólo una parte con lo que la predicación se ha convertido en un ejercicio de oratoria que sirve para exaltar el ego de los predicadores y que debido a la ausencia del Espíritu Santo es ineficaz para dar vida a los muertos.
Tanto el lector como yo mismo, si queremos cumplir el encargo que nos transmite el apóstol Pablo debemos tener en cuenta los versículos 5-11. De entrada el apóstol nos lleva a que la mirada no esté puesta en el hombre sino en Dios: “Haya pues en vosotros el sentir que hubo también en Cristo Jesús” (v. 5). Dejad de mirar horizontalmente. Si vuestra mirada es tan limitada nada vamos a poder hacer para eliminar la egolatría que tanto daño produce. ¿Qué es lo que vemos cuando miramos a Jesús? Nos encontramos con el Hijo de Dios que por amor a nosotros se despoja de su gloria divina haciéndose hombre, un hombre de carne y huesos igual que nosotros. No se conforma humillándose haciéndose hombre, “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (v. 8).  Cuando Jesús anduvo por la Tierra nos dejó este mensaje: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11: 28-30). Desear poseer el sentir que hubo en Cristo exige un coste. El mismo Jesús tuvo que pagar un precio para morir para nuestra salvación. Como hombre consideró muy difícil la tarea que tenía ante sí. ¿Qué hizo? Orar: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero que no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26: 39). Amar al prójimo como a nosotros mismos es una exigencia fuera de nuestro alcance. Pero si imitando a Jesús y ante la dificultad del mandamiento dejamos de mirar al hombre y ponemos la mirada en el Padre celestial recibiremos fuerzas suficientes para empezar el aprendizaje de amar al prójimo como a nosotros mismos. Nos iremos despojando del egoísmo que nos impulsa a interesarnos exclusivamente en nosotros mismos.


JEREMIAS 23: 16

“Así ha dicho el Señor de los ejércitos: No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan, os alimentan con vanas esperanzas, hablan visión de su propio corazón, no de la boca del Señor”
El problema de los falsos profetas no es exclusivo el Antiguo Testamento. El apóstol Pedro denuncia su existencia en su época: “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros  que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos seguirán sus disoluciones por causa de las cuales el camino de la verdad será blasfemado” (2 Pedro 2: 1,2). El apóstol Pablo nos alerta en el mismo sentido cuando al despedirse de los ancianos en Mileto, les dice: “Porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán el rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas, para arrastrar tras sí a los discípulos. Por tanto velad” (Hechos 20: 27-31). No es una alarma infundada la que hacen sonar los apóstoles Pedro y Pablo. La historia de la Iglesia hasta nuestros días se ha visto plagada de movimientos sectarios que han causado mucho dolor entre el pueblo de Dios.
Los promotores de las herejías, ambos apóstoles avisan que no vendrán de fuera de la Iglesia, nacerán en su interior. Serán demonios disfrazados de ángeles de luz. Por su proximidad, por mantener con ellos relación fraternal e incluso de parentesco, dado que son lobos rapaces recubiertos con pieles de oveja, abajaremos la guardia y no prestaremos atención a sus mentiras al presentarlas como verdades.
Para luchar contra los herejes que nacen en el interior de las iglesias locales. Lo primero que tenemos que hacer es preguntarnos si somos cristianos verdaderos y si lo somos seremos guiados por el Espíritu Santo sin el cual carecemos  del “discernimiento de espíritus” (1 Corintios 12: 10). Sin este don  que nos da el Espíritu de la Verdad es totalmente imposible detectar la mentira. Es por ello que en las iglesias se producen tantos cambios doctrinales y éticos que nos convierten en cristianos tibios que tanto nos da lo que piensen a dejen de pensar los llamados hermanos pero que no lo son.
La Palabra de Dios, la Biblia, es la Verdad. No es una verdad entre las muchas verdades que existen. Es la VERDAD.  De aquí nace una pregunta: ¿Cómo estamos de conocimiento bíblico. Si es fragmentado desconocemos todo el consejo de Dios. Difícilmente estaremos en condiciones de discernir la Verdad de la Mentira. Pablo no rehusó anunciar todo el consejo de Dios. Nosotros no debemos rehusar conocer todo el consejo de Dios. Las iglesias deberían anhelar conocer todo el consejo de Dios. De ello depende que se frene la Mentira que tantos estragos hace en la sociedad.



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