EDUCANDO PARA SER BUENOS POLÍTICOS
<b>Los padres son los responsables
de educar a sus hijos para que sean ciudadanos honorables</b>
Las consecuencias de la educación
permisiva son visibles en el día a día a pesar de que los afectados no quieran
verlo.
La periodista <v>Eva
Millet</b> autora de <i>Hiperniños</i> hace esta reflexión:
“Según mi opinión, si el niño corta flores, vacía la papelera o ensucia el
pavimento, que es un bien de todos, es preciso dirigirse a él y decirle a pesar
de que estén sus padres. Porque la flor que cortan o las papeleras que vacían
al suelo son de todos”. ¿Cómo reaccionarán muchos padres que están presentes en
el momento en que un ciudadano riñe a sus hijos por su comportamiento incívico?
Muy probablemente de manera parecida a como reaccionó una madre cuando una
mujer reprendió a su hijo que estaba zarandeando violentamente un árbol joven:
“Como pago mis impuestos este árbol es
mío y mi hijo puede hacer con él lo que le dé la gana”. Bien seguro que a esta
madre no debe gustarle que los maestros de su hijo la reprendan por su
comportamiento violento con sus compañeros. Es por eso que se da prisa en
acudir al maestro o al director de la escuela para presentar sus quejas. Esta
madre también consentirá a su hijo en otras situaciones. El resultado será que
se transformará inexorablemente en un tirano ingobernable que se pondrá en
situaciones cada vez más más graves que podrán incluso llevarle a la cárcel.
Ahora que se ha puesto de moda que
algunos políticos presuman de unos másteres obtenidos fraudulentamente, debemos
preguntarnos: ¿Cuál ha sido la causa de este narcisismo que los impulsa a
querer sobresalir del anonimato de manera tan chapucera? Es muy probable que la causa sea la falta de disciplina
durante la infancia y adolescencia. Los padres para huir de los bramidos y
pataleos filiales hayan optado por consentirlos en todo. Estos políticos
narcisos aun cuando se proclamen patriotas, ¿a dónde llevarán el país? Las
características que los niños de hoy deben poseer para gobernar el país del
mañana no las adquieren de manera fortuita, son la consecuencia de unos padres
diligentes que se han tomado seriamente la responsabilidad de enderezar el
árbol cuando el tronco era tierno y no han esperado a hacerlo cuando el tronco
se haya endurecido y es imposible enderezarlo. No es casual el incivismo que
tantos millones de euros cuesta al erario público. La dilación en disciplinar a
los hijos tiene sus consecuencias. La Biblia alerta a los padres: “Por cuanto
no se ejecuta pronto la sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos
de los hombres está en ellos dispuestos para hacer el mal” (Eclesiastés 8: 11).
Los hijos como el resto de los mortales
no son perfectos. Se puede dar por bien seguro que cometerán muchos errores.
Los padres, si son conscientes de su responsabilidad no se pondrán una venda a
los ojos para no ver ni girarán la cabeza para hacerse el distraído. Todo lo
contrario, conscientes de sus imperfecciones les enseñaran a sacar provecho de
sus equivocaciones que es el secreto de su crecimiento como personas y
conseguir los beneficios que comporta, dentro de los límites que imponen la
condición humana, ser personas honorables.
Se han publicado muchos libros que tienen
por objetivo enseñar a los padres a ser buenos padres. Parten de una premisa
errónea: Consideran bueno al ser humano y que con una buena educación harán
buenas obras. Este concepto conduce al fracaso porque el ser humano no es bueno
y pretender que haga buenas obras va contra su naturaleza. Es indudable que
pueden hacer obras relativamente buenas. Jesús lo enseña cuando dice: “Pues si
vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos” (Mateo 7:
11). A pesar que los padres pueden dar cosas buenas a sus hijos, por ser
descendientes de Adán esta aparente bondad está contaminada con el germen del
pecado. Cuesta creer que las obras humanas que se consideran buenas no se las
pueda dar este calificativo. El motivo se encuentra en que el ser humano por
naturaleza es un árbol malo que puede dar frutos aparentemente buenos pero que
su interior está corrompido por el pecado. Teniendo redactado el borrador de
este escrito mi esposa iba a comerse una nectarina de magnífico aspecto, al
abrirla su interior apareció negro. Jesús nos enseña que no debemos fijarnos en
lo externo de las cosas sino en su interior. En este sentido se equivocan
quienes dicen que el hombre es bueno. Debe producirse un cambio en el ADN
espiritual para que el árbol malo que se es por nacimiento pueda convertirse en
uno bueno que dé buenos frutos.
Jesús, conversando con Nicodemo, un sabio
judío, le dijo que el hombre necesita nacer del Espíritu para convertirse en un
árbol bueno. Sorprendido le pregunta al Maestro: “¿He de volver a entrar en el
vientre de mi madre para volver a nacer?” Se sobreentiende que Jesús le dijo a
Nicodemo: “De hoy en tres años, para salvar al pueblo de Dios de sus pecados me
crucificarán y la sangre que derramaré, si tienes la mirada de fe puesta en mí,
borrará todos tus pecados. No quedará ni uno que te acuse. Serás una nueva
persona”. Sabemos que Nicodemo tuvo esta mirada de fe (Juan 19: 39). Los padres
que se sienten preocupados por la educación de sus hijos, si imitan a Nicodemo
y por fe miran al Crucificado se convertirán en nuevas criaturas con la mirada
puesta en el Padre celestial convirtiéndose en buenos maestros para sus hijos.
Es cierto que no alcanzarán la perfección absoluta. Cometerán errores y el
arrepentimiento que seguirá perfeccionará el oficio de maestro de sus hijos. La
relación que se mantiene con el Padre celestial por medio de Jesús convierte a
los padres en alfareros que moldean el barro que son sus hijos para que se
parezcan al Padre y al Hijo. Durante el moldeado cometerán errores. Tendrán que
volver a amasar el barro. Las funciones de maestro y alumno persisten.
Lentamente en los hijos aparecen las cualidades humanas que evidencian que
están capacitados para ser buenos ciudadanos. Si es voluntad de Dios que se
dediquen a la política, su responsabilidad
de gobierno no se verá manchada por la corrupción.
Octavi
Pereña i Cortina
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